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En el que un niño conoce la historia de la
Ciénaga
No, niño. La bruja no vive en la Ciénaga. Pero ¡qué cosas dices! Todo lo de
la Ciénaga es bueno. ¿De dónde, si no, saldrían nuestros tallos de Zirin,
nuestras flores de Zirin y nuestros bulbos de Zirin? ¿Dónde si no obtendría
el agua de espinacas y el pez devoralodo que te doy para cenar, o los huevos
de pato y las huevas de rana del desayuno? Si no fuera por la Ciénaga, tus
padres no tendrían trabajo y tú te morirías de hambre.
Además, si la bruja viviera allí, ya la habría visto.
Bueno, no. No conozco toda la Ciénaga, evidentemente. Nadie la conoce.
Ocupa medio mundo, y el bosque la otra mitad. Eso lo saben todos.
Pero si la bruja estuviera en la Ciénaga, habría visto sus aguas
agitándose como consecuencia de sus pasos embrujados. Habría oído los
juncos susurrar su nombre. Si la bruja estuviera en la Ciénaga, ya la habría
expulsado de su interior, del mismo modo que un moribundo destierra la
vida.
Además, la Ciénaga nos ama. Siempre nos ha amado. El mundo se creó a
partir de la Ciénaga. Las montañas, los árboles, las piedras, los animales,
los insectos saltarines. La Ciénaga soñó incluso el viento.
Y por supuesto que conoces la historia. Todo el mundo la sabe.
De acuerdo. Te la contaré si lo que quieres es oírla una vez más.
Al principio, solo estaba la Ciénaga, la Ciénaga, la Ciénaga. No había
personas. No había peces. No había pájaros, ni animales, ni montañas, ni
bosques, ni cielo.
La Ciénaga lo era todo, y todo era Ciénaga.
El fango corría de un extremo de la realidad al otro. Se curvaba y
alteraba a través del tiempo. No había palabras; no había aprendizaje; no
había música, ni poesía, ni ideas. Solo estaba el suspiro de la Ciénaga, y el
temblor de la Ciénaga, y el susurro infinito de los juncos.
Pero la Ciénaga se sentía sola. Quería ojos para ver el mundo. Quería
una espalda fuerte con la que trasladarse de un lugar a otro. Quería piernas
para caminar y manos para tocar y una boca que pudiera cantar. Así fue
como creó un Cuerpo: una Bestia enorme que caminaba por la Ciénaga
sobre unas piernas fuertes y cenagosas. La Bestia era la Ciénaga, y la
Ciénaga era la Bestia. La Bestia amaba a la Ciénaga, y la Ciénaga amaba a
la Bestia, del mismo modo que una persona ama su imagen reflejada en las
aguas tranquilas de un estanque y la observa con ternura. El pecho de la
Bestia rebosaba calidez, compasión y amor. El resplandor de su amor
irradiaba de ella. Y la Bestia quería palabras para explicar cómo se sentía.
Y así surgieron las palabras.
Y la Bestia quería que esas palabras encajaran, para que explicasen lo
que quería transmitir. Y abrió la boca y surgió un poema.
«Redondo y amarillo, amarillo y redondo», dijo la Bestia, y así nació el
sol, que quedó brillando por encima de su cabeza.
«Azul y blanco y negro y gris y un estallido de colores al amanecer», dijo
la Bestia. Y nació el cielo.
«El chirrido de la madera, y la suavidad del musgo, y el murmullo y el
susurro del verde, el verde y el verde», cantó la Bestia. Y nacieron los
bosques.
Todo lo que ves, todo lo que sabes, todo lo creó la Ciénaga. La Ciénaga
nos ama y nosotros la amamos.
¿La bruja, vivir en la Ciénaga? Por favor. Jamás en la vida había oído
nada más ridículo.
Su regalo es mi motivación de creación. Deme más motivación
No es fácil crear una obra, ¡deme un voto por favor!
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