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O Parte XXXIV: Talento para la batalla

La ñusta Vera, tenía un problema. De hecho, tenía varios, uno de ellos fue la conversación que tuvo con Ymac.

—¡¿Quieres que huyamos?! —

Preguntó desconcertada Vera, al escuchar lo que decía Ymac.

—Si, vámonos. Esta no es nuestra tierra, si nos quedamos solo será mas de lo mismo —

Ymac hablaba muy seriamente sobre huir, el sentimiento de incomodidad había aumentado desde la ceremonia.

—¡Eso es imposible! Todos son amables, aquí. Nadie nos ata, somos nosotras las que decidimos quedarnos —

Dijo Vera, ciertamente había logrado encajar en la tribu, y nunca había logrado pensar en huir o escapar de la tribu.

—No, eso te equivocas. Tu elegiste quedarte, yo quiero irme —

Contestó Ymac molesta, el hecho de Vera quería que las dos se quedaran en la tribu la enfadaba.

—Espera, no te vayas. Al menos dale una oportunidad, debe de haber algo en lo que puedas encajar —

Respondió Vera, angustiada. Aunque la tribu la había tratado muy bien, no renunciaría a su amiga por la tribu.

La conversación se convirtió en discusión, pero al menos Vera logró Ymac se calme y reconsidere su estadía en la tribu. La idea de que Ymac quería irse, le provocaba dolor de cabeza.

Con respecto a lo que había dicho Ymac, de hecho, Vera también lo sintió, pero no podía aceptarlo, gran parte de su vida había consistido en relacionarse en el mundo social y en este punto ya lo hacía inconscientemente, por lo que el hecho de volver a ser una candidata a ñusta no provoco pánico en Vera.

Lo cual lleva a otro problema, el matrimonio, una mujer no puede permanecer sin marido durante mucho tiempo. Nuevamente esto deprimía a Vera, ya sea en su aldea o en la tribu esto seguía siendo para ello tedioso y aburrida para ella. No podía comprender el porque todos querían se casará ¿En dónde estaba el desperdicio?

Nuevamente el dolor de cabeza comenzaba a manifestarse, esto hizo que comenzara a beber mas seguido. Desgraciadamente esto no fue buen visto en la tribu, por lo que Mia comenzó alejarse de Vera.

Casualmente llegó la temporada fría en la tribu, las lluvias eran mas continuos y el fuego en la noche casi no calentaba, por suerte sobraba lana para abrigarse.

Entre el habito de beber a escondidas de Vera, una parte de su poncho se enganchó en una rama, lo que provocó que se callera y rompiera el jarrón de su bebida.

Mientras maldecía a todos los dioses salvajes, Vera se dio cuenta de algo.

Alguien estaba entrenando cerca. Talvez fue el licor que influyó en su pensamiento o la curiosidad innata de Vera por las armas, pero ella caminó hacia donde escuchaba el ruido.

Naturalmente era un hombre, que practicaba hábilmente el dominio de la lanza y el escudo. Vera se quedó mirando al hombre practicar, fascinada por el movimiento, por las piruetas, por el poder detrás de los golpes, hasta que fue descubierta.

—Una mujer no deber mirar a otro hombre que no sea su marido —

Se escuchó la voz áspera del hombre, tenía un tono despectivo.

Vera reaccionó y rápidamente volteó su espalda para decir.

—No vi nada —

El hombre, obviamente, no le creyó.

—Yo creo que sí. Espiar el arte de guerra de otra persona es irrespetuoso, y es mas irrespetuoso si la persona que espía no lo acepta —

Mencionó despectivamente, acercándose a Vera.

Vera nerviosa, solo agachó su cabeza.

—Lo siento —

Justo cuando se iba ir rápidamente, fue detenida por una palma en su hombro.

—¿Qué te pareció? —

Preguntó el hombre.

—Muy genial, fue lo mejor que he visto —

Respondió rápidamente Vera, el hombre solo se burló.

Entonces el hombre se paro justo enfrente de ella, fue ahí cuando descubrió que era el jefe de la tribu.

El jefe tribal le dio la lanza y le dijo.

—La fuerza para cargar a un amigo durante tres días, es suficiente para poder empuñar esta lanza. Si tienes la fuerza, úsala —