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Trece

ERA DEMASIADO pedirle a Leon admitir que, aunque solamente fuera por una noche, él tampoco quería estar solo. Pero, aunque Cally era consciente de que conocía poco al sexo opuesto, tenía la impresión de que la expresión de él lo decía todo.

De hecho, si no se equivocaba por completo, habría jurado que había tocado el punto débil de Leon. Pero cuando Leon le pasó una mano por la cadera y luego la levantó en sus brazos, lo único que sabía era que le deseaba con locura y, de repente, era lo único

que le importaba.

–Esta vez lo vamos a hacer como es debido –dijo Leon con voz ronca mientras cruzaba el vestíbulo de palacio y se dirigía a la escalera de caracol.

La escalera que conducía a la habitación de él. Allí, al contrario que en el estudio, no podía imaginar que Leon era un hombre normal, un buzo. Leon era el príncipe soberano y aquél era su palacio. En vez de sentirse intimidada, como podía haber ocurrido al entrar en la habitación con vidrieras y una cama de dosel, se sintió liberada. Incluso aliviada.

–Llevaba toda la noche con ganas de hacer esto –murmuró Leon bajando la

cabeza y soltándola lo justo para que ella pudiera depositar los pies en la alfombra azul y dorada.

Siguió abrazándola, apretándola contra su cuerpo.

–¿Toda la noche? –susurró ella junto a los labios de Leon en forma tan seductora y provocativa que llegó a preguntarse si no habría sido poseída por el espíritu de otra mujer, una mujer con valor, una mujer segura de sí misma, incluso sensual.

Y entonces Cally se dio cuenta de que, sin ser consciente de ello, cada vez

que Leon la tocaba, ella se transformaba en esa mujer, una mujer desconocida, la

mujer que siempre había querido ser.

–¿Tú qué crees? –preguntó Leon con voz entrecortada antes de besarla con pasión al tiempo que le ponía las manos en las nalgas para después subirle el

vestido y acariciarle los muslos.

Cally le devolvió el beso con el mismo deseo. Entonces, le puso las manos en la espalda y tiró de la chaqueta hasta quitársela y dejarla caer al suelo.  Leon se apartó de ella un momento y, arqueando las cejas, se la quedó mirando igual que el primer día que entró en el estudio con las dos perneras del

pantalón vaquero cortadas.

–La verdad es que nunca he conocido a una mujer a quien le importa tan

poco la ropa de diseño.

–¿Tan malo te parece?

–No, todo lo contrario –respondió él con voz ronca–. En este momento, me

parece estupendo.

Y antes de que Cally se diera cuenta de lo que ocurría, Leon tiró del escote

del vestido y desgarró la prenda, dejándola caer también al suelo y a ella ahí de pie con sólo su propia ropa interior: un sencillo juego de bragas y sujetador negro. Leon la miró con expresión interrogante.

–No es la ropa interior que elegí para ti.

–No, no lo es –contestó ella en tono desafiante–. ¿Algún problema?

–Eso depende –Leon dio un paso atrás, comiéndosela con la mirada.

–¿De qué?

–De lo buena que sea la fiesta –replicó Leon con voz enronquecida.

Leon extendió un brazo y ella se dio cuenta de que el paso atrás le había

llevado al alcance del estéreo. Las piernas casi se le doblaron al oír el lento y conocido ritmo que comenzó a invadir la estancia.

No era una coincidencia, era su canción. No, eso era demasiado sentimental.

Era la canción que habían tocado aquella noche en el bar de Londres. Pero... ¿qué

hacía en el estéreo de Leon, en su habitación, si no significaba nada para él?

–No me digas que tú y Kaliq solíais ir a bares de rock y que hay uno aquí en

Montéz llamado La Routeà...

– La route à nulle part –dijo él pronunciando despacio la traducción francesa de Road to nowhere–. No tanto como eso, pero no sé por qué tengo metida en la cabeza esa maldita canción y tenía que volverla a oír.

–¿Y? –preguntó Cally, tratando de no temblar mientras comenzaba a

moverse al ritmo de la música.

A Leon se le secó la garganta mientras la miraba.

–¿Y qué?

–¿Que si te ayudó a quitártela de la cabeza?

–No.

A Cally le dio un vuelco el corazón. Quería conservar esa sensación, la

vulnerabilidad que había advertido en la voz de él al pronunciar esa sencilla

palabra de una sílaba.

–Es una canción maravillosa –susurró ella.

–Sí, maravillosa –Leon asintió mientras Cally, con atrevimiento, se bajó un

tirante del sujetador.

–¿Te han dicho alguna vez...? –Leon se interrumpió para aclararse la garganta–. ¿Te han dicho alguna vez que eres increíblemente sensual?

–Sí, una vez –Cally sonrió recordando el cálido aliento de Leon en su oído mientras bailaban en el bar de Londres.

Pero esa noche incluso se lo creyó. Hasta el punto de encontrar el valor para

desnudarse delante de él en la suite real del palacio.

–En ese caso, creo que necesitas oírlo más. Porque eres la mujer más sensual

que he conocido en mi vida.

«Y he conocido a muchas», pareció querer decir Leon implícitamente. Pero a ella no le importó porque esa noche le parecía que sólo existían dos personas en el

mundo.

–Dime, ¿te gustaría que hiciera esto? –preguntó Cally con inocencia enganchando los pulgares en la cinturilla de las bragas.

–Mmmmm.

–¿O esto? –Cally subió las manos por los costados y se las llevó a la espalda, al cierre del sujetador, bajo la ardiente mirada de él.

–He cambiado de idea –dijo Leon con voz seca.

Por un momento, Cally se quedó helada, temiendo que fuera a repetirse la escena del taxi. Pero su miedo se desvaneció cuando Leon, rápidamente, cerró la

distancia que les separaba.

–Estoy harto de esperar –añadió él.

Y sin vacilar, Leon le desabrochó el sujetador y lo tiró al suelo, junto al

despojo del vestido. Al sujetador siguieron las bragas.

–Perfecto –dijo él colocándole las manos en los pechos.

–¡No tan perfecto! –gritó ella casi sin respiración.

–¿No? –le murmuró Leon besándole la garganta y bajando el rostro hasta

que sus labios quedaron a escasos milímetros de un pezón.

–¡No! Te quiero desnudo, igual que yo.

Cally se puso a desabrocharle los botones de la camisa.

–¿A qué viene tanto cuidado y esmero, chérie? –le espetó él bromeando.

Cally se echó hacia atrás y, al comprender el significado de la pregunta, sacudió la cabeza encantada. Pero justo en el momento en que clavó los ojos en la camisa y se preguntó cómo, las manos de Leon cubrieron las suyas y abrieron la camisa de un tirón, haciendo que los botones salieran disparados.

Pronto, Leon se encontró con el torso desnudo frente a ella, un torso bañado en dorada gloria. Seguidamente, Leon volvió a estrecharla contra sí, aplastando los senos de ella con su duro pecho. Al instante, Leon se despojó de los pantalones y la única

barrera que les separaba ahora eran unos calzoncillos que no disimulaban la

excitación del miembro.

Pero Cally se había equivocado al suponer que aquella ardiente pasión iba a conducir al frenesí de tres noches antes. En el momento en que Leon la condujo a la

cama y la hizo tumbarse con cuidado, comprendió que, cuando Leon le había

dicho que iban a hacer aquello como era debido, no se refería sólo a que se

acostarían en una cama. No, la expresión de él le dijo que tenía la intención de

explorar su cuerpo como si se tratara de la primera vez.

Y en cierto modo lo fue, pensó ella mientras Leon le acariciaba los pezones

con la lengua. Porque era, realmente, la primera vez que se entregaba a ese placer.

Era como si, hasta ese momento, su mente hubiera sido un espacio desolado en el que sólo había cabida para los miedos; sin embargo, ahora, se trataba de un lugar fecundo, un jardín tropical con sólo espacio para él. Él, la parte de ella que, sin

saberlo, le había faltado siempre, la parte que necesitaba para sentirse completa.

–¡Leon! –Cally echó la cabeza hacia atrás cuando los dedos de él descendieron y la penetraron.

Cally apretó los párpados, dejándose llevar por la sensación producida por

la íntima caricia, y extendió el brazo para pasar la mano por el suave miembro,

guiándolo hacia ella. Tan duro, tan viril...

De repente, abrió los ojos.

–¿Qué pasa? –preguntó Leon asustado, temeroso de que a Cally se echara atrás en ese momento.

–Yo... necesitamos protegernos.

Leon frunció el ceño.

–Creía que estabas tomando la píldora.

Cally miró al techo, evitando los ojos de él.

–Sí... la estaba tomando, pero... pero como no esperaba estar tanto tiempo

aquí... se me han acabado.

Leon encogió los hombros.

–No hay problema.

Cuando él, desde la cama, se acercó a la mesilla de noche para abrir el cajón, Cally sintió vergüenza de sí misma, tanto por haber mentido como por haber

traicionado la confianza que Leon demostraba tener en ella al no poner en duda

sus palabras.

Pero al sentir el calor de los muslos de Leon separándole los suyos, volvió al paraíso tropical y su vergüenza se evaporó. Cally le acarició la espalda con las yemas de los dedos y luego los hundió en

los espesos cabellos de él, enloqueciendo cuando Leon la penetró. No supo cuánto

tiempo Leon se movió dentro de ella lentamente, encima de ella, decidido a que

ambos saborearan el momento.

Podía verle los músculos de la mandíbula mientras

luchaba por controlar su excitación, y eso la enterneció.

–¿Quieres cambiar de postura? –preguntó ella, fingiendo no haberse dado

cuenta de que él quería acelerar el ritmo.

–No –respondió Leon con voz gutural–. Esta vez, te va a pasar y quiero

verte cuando ocurra.

En el pasado, Cally se habría ruborizado, se habría puesto tensa y había pensado que era imposible. Pero esa noche no.

–Entonces... más rápido –susurró ella.

Los ojos de Leon brillaron de placer e hizo lo que se le mandaba.

–Dime qué más quieres.

–A ti –respondió ella sin pensar–. Por todo el cuerpo.

Al descubrir que la única parte de sus cuerpos que no estaba en contacto eran las manos, Leon entrelazó los dedos con los de ella y fue entonces cuando Cally perdió el control. Debido a la ternura del gesto, se entregó al creciente deseo que se le antojó casi dolor, se entregó a cada exquisito empellón como si cabalgara las crestas de unas olas.

Un grito de placer escapó de sus labios. Entonces, sintió crecer el miembro

que tenía dentro, espesar, moverse con más rapidez.

–¡Dios mío!

Cally se estrelló imaginariamente contra un rompeolas, su cuerpo entero inundado por un exquisito e increíble calor. Y mientras la marea bajaba, oyó gritar

a Leon al alcanzar el máximo del placer justo unos segundos después que ella.

Se dio cuenta de que Leon había estado aguantando porque quería que ella

tuviera un orgasmo primero. Y en ese momento, en los brazos de él, quiso creer

que Leon se había propuesto que conociera ese placer, un placer que nunca había

creído poder llegar a conocer. Y ocurriera lo que ocurriese, siempre se lo

agradecería.

–Gracias –susurró Cally moviéndose hasta quedar tumbada al lado de Leon,

con los brazos en el duro torso de él.

–De nada –Leon sonrió–. Me alegro de haberte convencido de que te dejaras

llevar.

–Ha sido el primero.

Leon, perplejo, parpadeó. Y al ver el sonrojo de las mejillas de ella y cierta

expresión de sorpresa en sus ojos verdes, sintió una sensación de triunfo

acompañada de algo desagradable, pero sin saber qué era. Pero decidido a pensar con lógica, supuso que la razón por la que Cally no había tenido un orgasmo hasta ese momento era por estar acostumbrada a acostarse con tipos que no conocía y sólo por una noche, sexo casual.

–A veces lleva tiempo acoplarse sexualmente a alguien –dijo Leon,

demasiado paternalista en opinión de ella.

–Si dices eso porque supones que mi experiencia sexual consiste en acostarme con los hombres sólo por una noche, estás muy equivocado –replicó ella enfadada.

Cally se separó de él y se cubrió el cuerpo con la sábana. Leon estaba

llevando la conversación por un camino que ella no quería seguir; sin embargo, no

soportaba que Leon tuviera esa opinión de ella.

–En ese caso, ¿quieres contarme por qué?

–Me parece que no.

–Cally, no estoy chapado a la antigua. Las mujeres con las que me acuesto han tenido otros amantes, yo no soy el primero en sus vidas. Es algo que me da completamente igual –al menos, eso era lo que le ocurría normalmente.

–En ese caso, me temo que mi currículum, en lo que al sexo se refiere, no te va a impresionar –dijo Cally con voz queda–. A parte de ahora contigo, sólo me había acostado con uno.

Atónito, Leon agrandó los ojos. Después, la cegadora satisfacción que le

habían producido las palabras de ella, dio paso a algo mucho menos agradable: remordimiento. Ahora comprendía la ropa sencilla con la que la había visto aquella primera vez, el día de la presentación de la subasta, y también, ahora, su ropa interior sencilla...

Cally no era una vampiresa con experiencia que se había propuesto seducirle, sino alguien... inocente. Y se sintió culpable por haberla juzgado tan mal.

–¿Quién era él? –Leon se apoyó en un codo y la miró–. ¿Tu novio? ¿Tu

marido?

Cally sacudió la cabeza.

–No. David jamás se arriesgó a llegar a tanto conmigo.

–Pero tú esperabas que lo hiciera, ¿no?

Con desgana, Cally asintió.

–Pero desde el principio debería haberme dado cuenta de que no era digna

de él –respondió ella con cinismo.

–¿Qué quieres decir?

–David era hijo de un conde. Yo trabajaba de vez en cuando en la propiedad

de su padre. No sé por qué me empeñé en no darle importancia a que éramos de clases sociales diferentes. Supongo que por mis padres

–Cally lanzó una amarga

carcajada–. Mis padres siempre nos dijeron a mi hermana y a mí que no había barreras entre las clases sociales, pero estaban equivocados.

Cally se interrumpió y sacudió la cabeza antes de continuar:

–Para él, yo no fui más que una empleada con quien él, por ser el señor, tenía derecho a acostarse. Le permití acostarse conmigo porque me dijo que me quería, pero lo peor fue que le dejé que me convenciera de que dejara los estudios

universitarios porque, según él, de esa manera sería mejor pintora. Me mintió. Una

de las otras chicas que trabajaban allí me advirtió que David era tan misógino

como su padre y que no soportaba la idea de que las mujeres de la clase baja

realizaran estudios superiores, pero yo pensé que decía eso porque estaba celosa.

Sin embargo, cuando dejé la universidad y me presenté en casa de David, me

enteré de que estaba prometido con una rica heredera y que no se había molestado en decírmelo.

Cally alzó los ojos y al ver, por la expresión de los de él, que corría el peligro

de que Leon sintiera pena por ella, se apresuró a añadir:

–Dime, ¿siempre les haces preguntas a las mujeres con las que te acuestas

sobre sus amantes?

–Sólo cuando me dicen que soy el primer hombre con el que han tenido un

orgasmo –contestó Leon.

–¿Por tu ego?

–Porque es una pena, Cally. El sexo fantástico es igual que... el arte.

–¿Quieres decir que todo el mundo debería disfrutarlo, igual que exhibiendo

un cuadro en una galería abierta al público?

– Touché –Leon arqueó una ceja–. No, quiero decir que cuanto más se

aprende más se disfruta.

–Era muy joven cuando pensé que quería casarme con David –añadió Cally

rápidamente–. Naturalmente, estaba muy disgustada cuando ocurrió, pero pronto me di cuenta de que no era el matrimonio lo que quería.

Leon la miró con cierto escepticismo.

–Y, sin embargo, a mí me has dicho que tampoco quieres ser una amante.

Una receta para una vida muy fría, Cally –Leon le pasó una mano por el brazo–. Y

no te molestes en seguir fingiendo ser una persona fría, Cally, porque los dos

sabemos que no eres así.

Cally se había resignado a que su vida iba a ser fría, pero sólo ahora era

consciente de lo triste que parecía. Pero eso se debía a que no había conocido hasta ese momento semejante pasión, una pasión contra la que no podía luchar a pesar

de que no iba a llevarla a ninguna parte.

Cally sacudió la cabeza.

–No, no voy a fingir que soy fría, pero tampoco quiero rebajarme y pasar de

ser restauradora de arte a amante.

–Supongo que has querido decir ascender, no rebajarte.

–No, he querido decir lo que he dicho. Estoy orgullosa del trabajo que hago y de ganarme la vida por mí misma, por difícil que te resulte entenderlo. No

quiero dejarlo todo para estar a tu disposición y que me ordenes cómo tengo que vestirme y cuándo.

–Entonces, ¿qué es lo que quieres?

–Lo que quiero es seguir trabajando aquí... y quiero esto también. Pero

tenemos que separar el sexo del trabajo. Debemos considerar el sexo como un

placer que nos damos mutuamente porque se nos ha presentado esa oportunidad; es decir, mientras yo esté aquí.

–¿Igual que cuando yo me tiro al mar porque está ahí fuera, a las puertas de

mi casa? –inquirió Leon.

–Exacto.

–De acuerdo –respondió Leon tras haber oído la respuesta que quería oír–.

En ese caso, trabajarás durante el día y te acostarás conmigo por las noches

–Leon agarró el reloj que había dejado en la mesilla de noche y lo miró–. Y si no me

equivoco, eso nos deja otras ocho horas y media.

Y tras esas palabras, echó la sábana hacia un lado y rodeó a Cally con sus brazos.