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Fría como el hielo

Skay ha pasado toda su vida entrenando para ser digno del trono de su padre y digno de ser llamado rey, muy a pesar de que los Dioses no lo hayan elegido. Toda su vida ya está preparada: cuánto más debe entrenar, cuánto más debe estudiar, con quién se tiene que casar y cuál es su misión en la vida. Alice, en cambio, no cree en la magia, ni tampoco en los aliens, los Dioses o los fenómenos paranormales. Tan solo cree que está enferma y que es un peligro para la sociedad. Nadie se atreve siquiera a rozarla, ya que su tacto es tan frío que te congela los huesos. Sin embargo, todo está a punto de cambiar, Alice es en realidad la legítima heredera al trono de un mundo que no conoce y que le resulta hostil. Un mundo donde los fríos y los cálidos son divididos. Un mundo donde la guerra es constante. Alice no tiene ni idea de quién es, ni de lo que es capaz de hacer. ¿Resultará ser el error que todos creen que es o un milagro de la naturaleza? "Deberás descubrir tu pasado para poder salvar tu futuro." "No importa el cuerpo, sólo el alma" Esta es una historia únicamente sacada de mi cabeza, donde encontrarás fantasía, ciencia ficción, mitología y romance. *** Increíble portada realizada por CynthiaDannot

Emma_Aguilera · Fantasy
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76 Chs

Capítulo 10

Skay

Me quedé pensativo, sin saber muy bien si debía explicar la historia del mundo al que pertenecía o si mi deber estaba en callarme y que Alice descubriera por si sola las pesadillas que creaban los fríos, cada vez con más fuerza e ímpetu.

La chica me miró con ojos suplicantes, deseosa de conocer toda la verdad, o al menos una parte que la ayudara a descubrir quién era ella en realidad. Pero incluso a mí me costaba creer que Alice fuera la hija de la reina Opal.

Me debatí conmigo mismo en estos pensamientos, pero finalmente Alice me venció con su mirada y decidí que ya que me había comportado de forma tan irrespetuosa con ella, al menos se merecía que le explicara lo que debía saber. Esa era mi forma de compensar lo que había ocurrido hacía escasos minutos.

Le hice una seña para que me siguiera por los distinguidos pasillos de palacio y Alice dudó por unos instantes, pero se decidió en hacer lo que le decía.

Empezamos a caminar por luminosos corredores en silencio, hasta que visualicé a lo lejos una criada con un carrito de bebidas y fruta fresca, en dirección a la sala real. Entonces, mi corazón sufrió un espasmo y le susurré a Alice con voz suave:

- Ponte detrás de mí y baja la mirada. La gente que trabaja en palacio todavía no sabe quién eres, ni tampoco que estás aquí.

- ¿Y quién soy? – preguntó Alice confundida por el trato especial que le había sido dado a su identidad.

Fruncí el ceño al escuchar su pregunta y no pude responder, no en ese momento. Intenté no llamar mucho la atención cuando pasamos junto a la criada, pero no pude evitar que esta se detuviera con el carrito a hacerme una reverencia de respeto.

La criada se trataba de una joven muchacha que había sufrido numerosos ataques de fríos y había sido rescatada por un grupo de legionarios cálidos.

En ese instante, vestía con su usual vestuario de criada. Un vestido negro y blanco que le llegaba hasta unos centímetros por encima de las rodillas. Además, llevaba el cabello castaño recogido en una coleta y se le movió enérgicamente al mostrarme sus respetos.

- Buenos días, alteza. – musitó en un susurro algo avergonzada.

Cuando me miró, sus mejillas cogieron algo de color y recé para que no se percatara más de lo normal en Alice, medio escondida detrás de mi espalda, tan callada que apenas se le escuchaba la respiración.

Sin embargo, aquella muchacha era demasiado curiosa como para no intentar mirar por encima de mi hombro y descubrir quién era la misteriosa chica que me acompañaba en ese momento.

Cuando vio el cabello rubio, casi blanco de Alice, la criada abrió los ojos como platos y empezó a hiperventilar, como si hubiera visto al protagonista de sus peores pesadillas.

- ¡Una fría! – gritó completamente fuera de sí, muy asustada y a la misma vez que retrocedía unos pasos hacia atrás lo más rápido posible.

Suspiré, resignado. Me habría gustado no tener que recurrir a mis dones mágicos, pero sabía de primera mano que la criada estaba traumatizada por los fríos, igual que la mayoría de la gente en el reino de los cálidos. Así que hice lo único que podía hacer.

Me acerqué a ella y le toqué la frente. A continuación, la muchacha cayó sobre mis brazos, dormida.

- ¿Qué le has hecho? ¿Cómo...? – preguntó Alice acercándose para mirar la escena, sin entender nada.

- Tan sólo la he adormecido. Cuando despierte, pensará que verte ha sido sólo una pesadilla más entre las muchas que debe tener. – expliqué con semblante relajado y un poco molesto por haber tenido que recurrir a este tipo de medidas.

Dejé a la muchacha en el suelo, con la cabeza reposando en la pared y me giré hacia Alice, quien se encontraba con una mano cerrada contra el pecho y tenía el semblante preocupado.

A continuación, seguimos nuestro camino en silencio y no volví a abrir la boca hasta que nos adentramos en unos pasadizos secretos. Estos se encontraban tras una pared como cualquier otra, sólo se podía distinguir la entrada gracias a un pequeño agujero y una vez habías entrado dentro, no podías salir por donde habías entrado. Era como un laberinto enorme en el que mucha gente curiosa había llegado a dar la vida.

Sin embargo, yo me había estudiado a la perfección todas las entradas y salidas, por lo que no había ninguna posibilidad de que nos quedáramos encerrados.

Una vez dentro, escuché un pequeño grito de sorpresa que provenía de Alice. La chica se quedó mirándome, sorprendida y con la boca tan abierta que parecía que fueran a entrarle moscas de un momento a otro. Me faltó relativamente poco para que se me escapara una risita al ver la cara que había puesto.

- ¿Qué pasa? – le pregunté sin comprender su reacción.

- ¿Que qué pasa? ¡Estás brillando como una antorcha! – gritó la chica exasperada como si yo fuera un necio que no pudiera entender la situación.

- Ah, eso. – musité al descubrir que realmente esa jovenzuela no sabía prácticamente nada sobre este mundo, quitándole importancia a su reacción.

- ESO... sí. ¿Tan normal es? – preguntó ella relajándose un poco, al darse cuenta que quizá no era nada fuera de lo común entre la gente de aquí.

Me giré un poco para mirarla y pude comprobar que su cuerpo no brillaba lo más mínimo en la oscuridad, estaba tan apagado como la noche. A continuación, me decidí a explicarle algunas cosas básicas:

- El cuerpo de todos los cálidos empieza a brillar cuando nos encontramos en la oscuridad. Es como una reacción que hace nuestro sistema para que a nuestro alrededor siempre haya luz y nunca nos encontremos rodeados de oscuridad. – le expliqué detalladamente.

Alice frunció el ceño, todavía más confundida. Era evidente que todo aquello le quedaba demasiado grande, no conocía lo que era vivir en una guerra constante e interminable, ni lo que todo eso suponía. Tampoco sabía nada sobre las habilidades del enemigo, ni de los cálidos... Alice, quien mi padre juraba que era la verdadera heredera al trono, no me parecía que fuera una buena opción para el reino por el que yo lo habría dado todo, incluso la propia vida.

Me quedé mirándola mientras pensamientos negativos asaltaban mi mente. Se parecía tanto físicamente a los fríos, que me costaba creer que pudiera existir alguien como Alice. ¿De verdad era cálida en el corazón o todo estaba siendo un engaño, una trampa muy bien trabajada por Ageon, el rey de los fríos? Y sin embargo, no había podido evitar sentirme irremediablemente atraído hacia ella. Y me odiaba por ello. Pero no volvería a caer, me negaba.

Además, todavía estaba por ver que Alice fuera aceptada por el reino de los cálidos. Lo más probable es que hubiera revueltas y disputas por parte del pueblo.

Al fin y al cabo, yo había sido entrenado desde mi nacimiento para reinar. Todo lo que hacía lo hacía con el propósito de ser cada día alguien mejor y digno de ser llamado majestad, igual que mi padre, quien era respetado por todos.

¿Y Alice iba a ser capaz de robarme aquello? Alice no sabía nada. No sabía lo que su presencia en palacio suponía y mucho menos lo que había en juego.