webnovel

Experimento (Rojo peligro) #1

Cuando despiertas en un laboratorio subterráneo abandonado, atrapada en un salón de experimentos rodeado por monstruos que quieren devorarte y en compañía de una incubadora de agua donde hay un hombre en mal estado, te das cuenta que todo está terriblemente mal.

Lizebeth_Honny · General
Not enough ratings
56 Chs

Si el deseo mordiera

— ¿Amor? —pronunciaron mis labios en un tono apenas audible.

Amor. Esa palabra no salía de mi cabeza sin importar qué. Tenía un significado único, uno que me llenó de una sensación completamente desagradable. Todavía no podía creer que esa palabra saliera de sus labios, ¿éramos pareja?

No. Por mucho que repasara en su aspecto, en esa piel bronceada, en esos ojos de un marrón tan profundo, y esa manera tan abrumadora en la que me miraba, no lograba recordarlo. Ni a él, y mucho menos a Rojo. Aun a pesar de forzarme a recordar, no podía.

Mi cabeza estaba vacía.

Oscura.

No había nada.

Sus orbes marrones dejaron inmediatamente de observarme de pies a cabeza para clavarse en el cuerpo detrás de mí. En Rojo. Sus puños se apretaron alrededor de su arma al igual que se apretó su mandíbula a punto de salirse de su rostro.

— Te reconozco— espetó. Pestañeé confundida porque no me lo había dicho a mí, sino a Rojo. Claramente había sido a él. Él conocía a Rojo—. Estabas en una de las incubadoras del área roja— Su voz se engrosó y en ese instante me miró de reojo. Él no fue el único que nos miró, el resto de las personas que nos acompañaban también nos observaban severas, y con sus armas apuntándonos... apuntando a Rojo —. Él está infectado, estaba en la incubadora cuando todo esto ocurrió, ¿no es verdad Pym? ¿Por qué lo sacaste?

De repente estiró su brazo con la intención de alcanzarme, logrando que mi cuerpo reaccionara al instante, retrocediendo un par de pasos hasta el punto en que mi espalda chocara contra la dureza del pecho de Rojo. Pero eso no fue todo, porque tan solo sentí aquel calo perforando mi espalda, aquellos brazos masculinos de Rojo tiraron de mí para hacerme retroceder más y, para mi sorpresa, ocultarme detrás de él.

—No la toques— siseó Rojo, delante de mí. Jamás lo había escuchado hacer esa tonada, amenazante. Aleteé los parpados y me moví detrás de Rojo, enviado la mirada hacía el hombre que había quedado en blanco, e incluso, impresionado. Una impresión que fue intercambiada inmediatamente por una severa molestia que me atemorizo.

— ¿Disculpa? —escupió con ira y una rancia sonrisa de amargura estirando sus carnosos labios—. Tú no puedes ordenarme lo que no puedo hacer. Ni siquiera deberías estar vivo.

Cuando lo vi alzar el arma hacía la cabeza de Rojo con la reconocida intensión de dispararle, todo mi cuerpo reaccionó otra vez con más rapidez que la anterior. Obligándome a alejarme de la espalda de Rojo y colocarme frente a él como si eso fuera a ser capaz de impedir que algo malo pasara.

—Sí, lo saqué y está infectado o enfermo, n-no lo sé. Pero él no es peligroso—repuse, sin dejar de ver su rostro—. Así que no dispares.

Él parpadeó un instante, llevando un pie hacía atrás a punto de retroceder solo un paso, pero no lo hizo, se quedó quieto, estudiando a Rojo y luego a mí.

— Pym— Que me nombrara otra vez, provocó que las vellosidades de mi cuerpo se erizaran. Dejó un extraño silencio alrededor en el que noté la extraña guerra que hubo en él mientras me observaba—. ¿Cómo sabes que no lo es?

Tragué saliva para poder responder, segura, sin mostrar lo asustada que me tenían todas esas armas apuntándole a él:

—Me ha protegido todo este tiempo, y si fuera peligroso estaría atacándolos desde antes.

Estiró una mueca, casi una sonrisa burlona como si lo que le había dicho le resulto una broma de mal gusto.

— ¿Sabes que algunos dejan viva a su presa para comérsela después? — Se me secó la garganta, aunque Rojo dejó en claro su objetivo... conmigo—. Prefieren la carne fresca Pym, tú lo sabes.

¿Yo lo sabía? Negué con la cabeza antes de soltar con rapidez:

—No. Rojo 09 ha comido por su propia cuenta para no atacarme.

— ¿Cazando humanos? —aquella pregunta había provenido de una voz femenina detrás de él. Una mujer que se encontraba a tan solo metro y medio de nosotros, sosteniendo en sus manos un arma negra y pequeña que se encontraba lejos de apuntar a Rojo. Recorrí inevitablemente ese rostro redondeado y delgado, mirando todo ese cabello rubio que colgaba por encima de sus hombros y ese par de ojos aceitunados clavados únicamente detrás de mí.

—Comiendo cadáveres— respondió Rojo—. Cadáveres de monstruos— a pesar de aclararlo, el horror rasgó la mirada de algunos presentes, aunque la del hombre que me conocía seguía firme—. No me alimento de cuerpos humanos.

Como si le diera asco, el hombre arrugó un poco su nariz y torció los labios. Pasó de verlo a él, a verme a mí. Él seguía sospechando, igual que Roman.

— ¿Estas segura? —preguntó ignorando a Rojo, y asentí un poco dudosa al ver las miradas sospechosas de sus compañeros—. ¿Tienes evidencia suficiente para decirme que no mutará y perderá la cordura después, Pym?

En realidad, no. Eso quería responder, pero agregándole más. Sin embargo, esas palabras nunca salieron de mi boca cuando alguien más había interrumpido la tensión entre nosotros tres.

—Adam, puede que el patógeno no se haya unido por completo a su genética— habló la misma mujer rubia, esta vez mirando al hombre de mirada marrón —. Sí es así, quiere decir que le ocurrió lo mismo que a los experimento naranjas. Podemos ayudarlo.

Mi cabeza proceso todas sus palabras con una clase de sorpresa. Eso quería decir que había otros experimentos como Rojo, que aún no mutaban y enloquecían como el resto. ¿Entonces había una cura? Sí habían otros con los que habían tratado, entonces él no se volvería un monstruo. Seguiría siendo Rojo.

Sentí alivio pero una inquietud inexplicable seguía perforando mi pecho. Quería hacer tantas preguntas, pero solo no podía hacerlas, quizá tenía miedo, o tal vez, seguía en shock, no lo sabía, mi boca no quería abrirse y mi voz ya no quería salir.

—Entendido, lo llevaremos con nosotros.

— Nunca decidimos ir con ustedes— solté enfatizando la palabra nunca. Tenía miedo de que al aceptar estar con ellos, le hicieran daño a Rojo.

— ¿Estás hablando en serio? —Pestañeé, sintiéndome abrumada por su pregunta, quedó en silencio como si esperara a que dijera algo, pero no lo hice, y eso le hizo continuar: —No sé por qué estas actuando así pero... No, de ninguna manera. Vendrán con nosotros.

—Iremos con ustedes solo si prometen que no lo lastimaran—aclaré.

— ¿Prometer? —repitió él, torciendo sus labios antes de soltar una pequeña sonrisa, ¿qué le parecía gracioso? Dejó de burlarse cuando vio mi rostro serio—. ¿Qué demonios te pasa Pym? — Estudió la forma extrañada en que lo miraba, sin entender nada—. Por obvias razones le vamos a hacer algo para quitarle el patógeno, no es tu decisión.

—Entonces nos iremos—le interrumpí. Él apretó la mandíbula y estaba a punto de acercarse cuando una cuarta presencia se añadió en nuestra rara conversación.

—Puedes irte tú querida, pero el experimento se queda con nosotros—Era la misma rubia, hablando con firmeza a pocos pasos de Adam—. Él es algo que no puedes llevarte.

— ¿Qué? —exclamé, estupefacta. ¿En serio creería que me iría sin él? —. ¿Te pertenece a ti?

— Soy una examinadora, ¿tú qué crees? —preguntó, colocando sus manos en cada lado de su cadera ancha. No podía creer lo rápido que una persona podía caerme mal.

—No empieces Michelle—pidió Adam, sin dejar de analizarme.

— ¿Qué no empiece qué? Escuchen...—dio los últimos pasos hasta estar al lado de él y frente a nosotros. Reparé más en todo su rostro, en esas facciones que la hacían lucir una mujer hermosa, con más años o tal vez de la misma edad que yo—. No tenemos tiempo para discutir, ¿entienden? —Ni siquiera esperó a que respondiéramos cuando la mujer de aspecto americano sumó, mirándome a mí: —. Vienes o no vienes es tu decisión, pero te informo que sí llegamos a la base a tiempo y tratamos al experimento, podríamos mejorarlo. Piénsalo, y tú también piénsalo Adam, necesitamos más experimentos como él, sobre todo porque es un rojo, un enfermero de sangre. Nos sirve para salir de este lugar.

Un momento me tomó captar sus palabras. Nunca les había dicho que él era del área roja, ¿cómo supieron que era un enfermero rojo? ¿Sería por el color de sus ojos tan autentico? Posiblemente porque a diferencia de mí que no recordaba nada, ellos ya sabían cómo se clasificaban los experimentos.

— ¿Entonces vienes o no?

—Pero quiero saber...—Les miré fijamente—. ¿Qué tipo de lugar es a dónde iremos?

No quería que nos llevaran aún área menos a una habitación, esos no eran lugares seguros, ya había estado en un área y con un monstruo a punto de tirarnos la puerta 13. No quería sentirme en peligro y menos que Rojo peligrara.

—Un lugar muy seguro y armado con un perímetro donde detectamos el acercamiento de cualquier amenaza—mencionó ella—. ¿Entonces?

—Nada puede entrar al lugar donde iremos Pym, es muy seguro.

Tragué con fuerza, que ese hombre dijera mi nombre... me provocaba estragos, era extraño, confuso. ¿De dónde nos conocías? Quería saberlo...

—No iré sin ti—soltó Rojo, buscando mi mirada, una mirada que encontró muy pronto

—Iré— dije, sintiendo una inseguridad, pasando de verlo a él a ver a la rubia. Ella estiró una satisfactoria sonrisa que me molesto.

Un extraño tintineo pareció ponerlos tensos, pero no a Adam quien mantuvo su posiciones peligrosa, bajando solo un poco el rostro y moviéndolo un poco hacia su derecha. Observé ese perfil, como esos mechones negros resbalaban desde si cabeza hasta su frente para sombrear su mirada.

—Hay movimiento— notificó en un tono más alto, un joven de lentes con una pantalla plana en las manos y auriculares grandes en sus oídos—. Un experimento área blanca fue detectado a un kilómetro de nosotros— señaló adelante... Detrás de nosotros.

Increíble. ¿Esa pantalla era un detector de temperaturas como Rojo? Aunque la pregunta ya estaba respondida seguía igual de sorprendida y... preocupada. ¿Nunca dejarían de seguirnos los monstruos? Esto en verdad era el infierno encarnado en un laboratorio.

Adam chasqueó la lengua, fastidiado por la noticia o por nosotros, no supe identificarlo pero bajó más el arma y levantó más la cabeza en asentimiento, con el gesto encarnado en molesta.

—Que todos estén atentos a él—ordenó, colocando su arma sobre su hombro y apartándose un poco—. Cualquier extraño movimiento que él haga, quiero que le disparen.

—Ya lo oyeron—dijo la mujer en voz monótona—. Todos en sus posiciones, regresaremos a la base, ya.

Verlos a todos en esa extraña pero acorde posición en la que dos hileras retrocedían en trote silencioso, me perturbo. Estaban preparados para esto, o era que, ¿eran alguna clase de soldados?

—Ven conmigo Pym—Lo miré en blanco ante su proposición, y observe su mano extendida. Esa mano que contenía un anillo platinado en el dedo anular—. Vamos. Necesitamos apresurarnos.

Quería tomarla, por alguna razón quería hacerlo. Pero era más mis ganas de permanecer junto a Rojo que estar con él pese aunque no lo reconociera.

Al no ver acción en mí, su consternación lo hizo abrir los labios y apretar su ceño. Asumí que diría algo pero no lo hizo, cerró sus labios en una línea de desaprobación y apartó su mano.

¿Sería correcto decirle que no lo recordaba? Claro que debía decirle.

—Como quieras— gruñó por lo bajo mirando sobre todo a Rojo—. Muévanse ya y no hagan ruido— nos ordenó. No tarde en voltear a ver a Rojo quien rápidamente quito sus orbes carmín de encima de Adam y los depósitos en mí. A pesar de que ya tenía su atención, no pude evitar dejar de verlo extrañada del gesto que llevaba cuando estaba mirando a Adam.

Frustrado y enojado.

Entonces me pregunte si él lo conocía al igual que me conocía a mí como examinadora. Pero eso sería algo que pregonaría una vez que estuviéramos fuera de peligro.

—Vamos—le invité, jalando un poco su brazo para empezar a caminar bajo la mirada de Adam y bajo la mirada de los que aún esperaban por nosotros.

Al pasarlos de largo algo más me inquietó, así que di una mirada detrás de mi hombro, hallando la razón. Cinco personas— sin sumar a Adam—, a nuestras espaldas, clavaban su sombría mirada a Rojo, y aunque no le apuntaban con su arma, me decían que estaban listos para hacerlo en cualquier momento que rojo intentara hacer algo que les amenazara.

La inquietud también venía a causa de Rojo, no sabía hasta donde él era capaz de llegar, ¿y si realmente intentaba atacarlos? Tal vez no matarlos, pero estaba claro que él se sentía amenazado por ellos y que no dejaría que lo intimidaran. Eso último se le leía en el rostro que no le gustaba para nada.

—No te dispararán—mencioné, la verdad no confiaba mucho en ellos pero quería disminuir la forma molesta en que Rojo les miraba. Desconfiaba de ellos pero además, ¿y cómo no hacerlos? A pesar de que ellos tenían algo que podría ayudar a Rojo, aun así, sentía que nos habíamos metido en un agujero negro y peligroso.

—Yo debería decir eso— sus arrematadas palabras me confundieron.

— ¿Por qué? —Después de que le pregunte, sentí la forma cálida en que sus dedos tomaban el control de mi agarre y se deslizaban sutilmente por encima de mi mano hasta encontrar mi palma. Cada movimiento fue un estremecedor calor que hizo que mis pasos se volvieran lentos y que esa mirada que observaba adelante, titubeara por ver nuestras manos y la forma en que él habría mi palma y entrelazaba sus dedos con los míos, sin más.

—Porque yo soy el que te está protegiendo.

Sonreí ladeado, Rojo a veces podía escucharse tierno pese a sus endemoniada facciones o su voz crepitante, o esos orbes escalofriantes y enigmáticos que en este momento estaban sobre mí.

Cuando cruzamos al siguiente pasillo, el resto de los sobrevivientes—que iban más adelante de nosotros— dejaron de caminar. El muchacho que llevaba en sus manos una pantalla touch, empezó a girar sobre su eje sin dejar de ver la pantalla. Golpeándola un poco como si de pronto estuviera fallando.

Nadie habló, pero todos estaban viéndolo a él, esperando una respuesta. Yo en cambió, había subido la mirada en dirección a Rojo quien, también estaba revisando al rededor, con sus parpados cerrados.

Y ese gesto que tenía, no daba buenas noticias.

—Hay temperaturas, tenemos que regresar un pasillo atrás—mencionó Rojo apretando su agarre en mi mano, sin dejar de mirar los lados.

Y casi respingué cuando, al girar a mi lado, estaba Adam, frunciendo sus ojos oscurecidos en dirección a Rojo.

—Así que eres un termodinámico. Vienes del área roja, entonces— soltó—. Pensé que venias de la zona roja X donde van los experimentos adultos antes de ser enviados al bunker. La zona roja X es el lugar donde fuiste tú Pym.

¿Qué acababa de decir? ¿Dónde fui yo? ¿A qué se refirió con eso? Pero..., ¿a qué fui a ese lugar y por qué aparecí en el área Roja entonces?

—En fin. Regresemos— ordenó en un tono tan alto que pudiera ser escuchado por el resto de sus compañeros—.Vamos Pym, terminemos con esto.

Le devolví la mirada, una que no encontró nunca su rostro porque él ya se había echado a trotar al camino que dejamos atrás. Los seguimos, volviendo al pasillo y tomando otro cuyas farolas de luz de vez en cuando parpadeaban.

Todos se pusieron tensos. Sus cuerpos se inclinaron un poco, revisando al frente y por detrás— a nosotros, o mejor dicho, a Rojo.

De pasillo en pasadizo fuimos cruzando con libertad a causa de las señales del muchacho con la pantalla detectora de temperaturas. En todo el camino Adam no paró de mirar en mi dirección cada cierto tiempo. Y era muy incómodo, inquietante. ¿Por qué estaba mirándome tanto? Si supiera explicar la dormía en que me mirara tal vez respondería mi duda, pero no podía. Sin dejar de caminar, clavé la mirada en su ancha espalda, preguntándome de dónde nos conocíamos, tal vez fuimos compañeros en algún salón de experimentos, ambos examinadores o tal vez nos conocimos de otra manera. Tuve esa necesidad de preguntarle...

Atravesamos un amplió túnel iluminado donde una fuga de agua helada, nos hundía los pies conforme avanzábamos. A pesar de que solamente fueron los pies—y no llegaba a más—, recordé el túnel en el que nos hundimos Rojo y yo para ocultar nuestras temperaturas. Ese túnel donde un maldito experimento ocultó su temperatura para que cayéramos en su trampa y así pudiera atacarnos.

A pesar de que se volvieron monstruos, eran inteligentes. Una bestia salvaje no tendría la capacidad de cortar un cuerpo y menos colgarlo en un umbral o colocar pedazos de piel como adornos. No tenía sentido ahora que lo pensaba. Hacer eso era una atrocidad, igual aplastar sus cuerpos una tras otra vez contra el suelo para hacerlos papilla, no era lo que un animal salvaje haría.

Ellos Seguían pensando, y si aún podían pensar y si podían hablar, quería decir que tenían conciencia igual que Rojo. ¿Entonces por qué no hacían lo posible como él para no atacar a estas personas? Ellos los crearon, los alimentaban, cuidaron de ellos, ¿por qué no trataban de controlar su hambre o alejarse para no matarlos?

Eso era muy extraño. Tal vez enloquecieron pero solamente por el hambre, y aun así, una persona que consumía y se llenaba, ya podía concientizar, arrepentirse, ¿por qué esos experimentos no lo hacían?

—Llegamos.

Elevé el rostro dándome cuenta de que estábamos delante de un muro metálico cuya puerta era igual al de las áreas que llegamos. A pesar de que estábamos a un par de metros de ella, pude ver desde su ventanilla un rosto del otro lado de alzándose un instante para después desaparecer. Me pregunté qué área era, porque la pared era muy diferente al resto y la iluminación en el exterior también, además todas esas cámaras de vigilancia colgadas en cada centímetro de las paredes.

La puerta se corrió hacia la derecha dejando una gran entrada, a lo que parecía ser otro laboratorio,

Hundida en mis pensamientos, empecé a caminar cuando solo quedaban algunos cuerpos por entrar, pero las garras de Rojo rodeando mi brazo me detuvieron. Tiró de mí varios pasos lejos de los demás hasta arrinconarnos contra la pared rocosa. Volteé, viendo sobre todo a mi brazo donde su agarre se profundizaba sin ser rudo. ¿Por qué sus garras aun no volvían a la normalidad? Pero ese no era el mayor problema, cuando subí mucho el rostro, lo que encontré fue peor que sus garras, sin evitarlo llevé mis manos a ese largo colmillo que torcía el labio derecho. Ese colmillo largo y delgado que mis dedos tocaron.

Un tacto escalofriante y uno que a él le incomodó y terminó bajando más el rostro, torciéndolo para que mis dedos dejaran de repasar su dureza y su filo.

— ¿Qué sucede? —pregunté, más preocupada que asustada, contemplando sus esféricos ojos bestiales que buscaban de mí Algo no estaba bien, la forma en que apretaba sus labios era como si estuviera soportando dolor o..., ¿hambre?—. ¿Estas bien? ¿Es el hambre?

—Creo que tengo hambre— Su voz se escuchó bajo con una clase de grosor pero repleta de un sonido espeso—. Tengo que buscar comida.

No... Alteé la mirada con sorpresa de la peor forma. Esto era lo que me inquietaba, era lo no quería que sucediera, que él tuviera hambre lo metería en problemas con estas personas.

— ¿Buscar...? ¿Hablas de irte?

Él asintió, una de sus manos se levantó levemente para rozar la piel de mi mejilla con sus nudillos. El tacto cálido me estremeció.

—Iré y volveré contigo— inclinó su cabeza pero su frente nuca llegó a tocar la mía—. Traeré carne en mis bolsillos.

Cuando vi que de aparto, cuando vi que empezaba a dar pasos cada vez lejos de mí. Lo detuve, antes de que fuera demasiado tarde, colocándome delante de él.

—No. Puedes soportarlo, ellos pueden ayudarte— dije tratando de tranquilizarlo, pero la verdad era que ver su rostro, ver esa frente surcada en sudor, empezó a alterarme —. Dijeron que podían ayudarte, Rojo.

— ¿Por qué no están entrando? — La voz de Adam hizo que mis huesos saltaran debajo de mi piel. Rápidamente, lo busqué desde mi provisión, ¿qué harían si lo vieran así? Seguramente pensarían que ahora si era peligroso y no lo pensarían dos veces para disparar—. ¿Pym, sucede algo?

Se acercó mucho a nosotros hasta estar junto a mí, con esa misma sospecha de siempre, evaluando a Rojo o... la espalda de Rojo, ya que a diferencia de mí que me moví bruscamente él permaneció en su misma posición tensa, con las garras crispadas a cada lado de sus muslos. Le eché una mirada a su perfil, como su nariz se arrugaba un poco, como ese otro colmillo empezaba a asomarse desde sus labios... Y lo entendí.

No era que él no quisiera moverse para que no viera su aspecto, era que le costaba moverse por lo tentado que estaba a comerlo.

— ¿Qué ocurre? —quiso saber, mirándome con severidad. Pensé en alguna idea pero cómo explicarle por qué Rojo estaba parado de ese modo. No había lógica más que el puro instinto animal carnívoro—. Quiero que te voltees.

Cuando vio que Rojo no obedeció, no solo se molestó, también dio un par de zancadas amenazadoras,

Oh no. Lo giraría y entonces, comenzaría el caos.

—Escucha— empecé apresuradamente, llevando mis manos a su pecho sin tocarlo, para detenerlo—. Él no les va a hacer daño... Esto es algo...

— ¿Esto es algo qué, Pym? — escupió—. ¿No me digas que ya se está transformando?

—No lo está haciendo.

— ¿Entonces por qué no quieres que lo vea? ¿Qué estas escondiendo? ¿Por qué estas actuando tan raro, Pym?

Hubo un punto en el que no supe el significado de su última pregunta pero aun así respondería. Y cuando estaba a punto de responder frente a esa penetrante mirada de lo que seguramente me arrepentiría una voz femenina nos interrumpió.

— ¿Qué ocurre, Adam? — La pregunta provino de la mujer rubia que caminó en nuestra dirección. Sus ojos curiosos evaluaron el aspecto sombrío de Rojo, deteniéndose en las garras.

—Michelle vuelve con los otros, este no es asunto tuyo— ordenó Adam, a lo que ella le dio una mirada de rabillo antes de estirar una traviesa sonrisa.

—Si es asunto mío, yo voy a examinar a este experimento también.

Señaló por completo a Rojo mientras rodeaba su cuerpo hasta estar frente a él: yo también hice lo mismo, encontrando las garras de Rojo cubriendo su boca. Sus ojos estaban clavados en la mujer rubia, inspeccionando su figura en tanto ella curioseaba con esas garras.

—Necesito saber todo lo que le ocurre, y parece que todo está ocurriendo ahora mismo— comentó con suficiencia.

Vi la manera en que, dando los últimos pasos para estar a centímetros de él, dejaba que sus dedos resbalaran en la piel del antebrazo de Rojo para tomarlo de la muñeca y traer su mano ante sus ojos, y estudiar sus garras.

—Impresionante— murmuró, interesada. Sus largos y delgados dedos acariciaban sus garras. Tan solo subió su tacto hasta sus nudillos y Rojo corto en un brusco movimiento su agarré— ¿Desde cuando tienes garras? ¿Es la primera vez que te salen?

—No— respondió él.

—Le salieron después de que lo liberé de su incubadora—repliqué—. Al igual que los colmillos.

— A los experimentos naranjas que tenemos con nosotros no les salieron, pero a algunos les crecieron garras, sin embargo horas después ya estaban completamente limpios del parasito. Puede que a este experimento le esté sucediendo lo mismo, puede que tal vez el parasito no fue capaz de infectarlo y este muriendo en su organismo—soltó ella con impresión antes de sonreír y dejar el arma siendo apretada entre sus piernas para poder tomar la otra mano de él—. Déjame verlos, quiero saber su aspecto antes de que sea tarde.

En tanto Rojo se obligó a quitar su última mano que cubría parta del colmillo, ella no tardo en depositar sus dos delgadas manos al lado del rostro de Rojo, y comenzar a acariciar sus mejillas. Él no se inmutó, y no parecía incómodo, todo lo contrario, suspiró, ese ancho cuerpo pareció estremecerse con las caricias de esa mujer... Adam hundió el entrecejo, apretando su mandíbula cuando las vio, cuando vio su grosor, su largura y negrura

—Se está convirtiendo—pronunció Adam.

—No— aclaré, y agregué—. Le salen cuando le da hambre.

—Vamos Adam— suspiró ella, dejando al fin el rostro de Rojo y descolgando la mochila de su espalda—, le ocurrió casi lo mismo al experimento infante del área naranja, que no le sucediera a él sería de extrañar. Deberías agradecer a que en este momento no nos esté devorando.

—Este caso es diferente—repuso el con preocupación—. Él es un rojo, el otro era de sangre acida.

— Él es un enfermero, su sangre se reproduce una y otra vez, combate enfermedades, ¿recuerdas? Tal vez este combatiendo el parasito en estos momentos y esa puede ser la razón por la que él no se ha deformado y no se ha convertido en un monstruo.

Su explicación me mantuvo sorprendida. Jamás hubiese pensado de esa forma, pero ella podía tener razón. La sangre de Rojo curaba, regeneraba, y tal vez su sangre era la que trataba de curarlo a él de lo que fuera que tuviera en su interior.

La vi sacar del interior de la mochila una jeringa empacada y un pequeño frasco con líquido amarillo.

—Tengo algo que lo ayudará a tranquilizarse—informó—, pero necesitaré ayuda de alguien para cuidarlo de que no se caiga durante el camino.

—Iré por dos idiotas— apresuró a decir Adam para trotar a los otros que habían dejado de recorrer para esperarnos, no sin antes darme una mirada que correspondí extrañada.

Definitivamente tenía que preguntarle y hacerle saber que no recordaba nada.

Salí de mis pensamientos al ver como la rubia preparaba la jeringa y la llenaba del líquido amarillo, tan solo la vi acercándose a Rojo, la detuve del brazo.

— ¿Qué le vas a inyectar? —necesité saber. Ella reparó en todo mi cuerpo antes de verme con rareza.

—Es un sedante, cielo, no seas dramática.

No le creía.

— ¿Eso le ayudará de verdad? — quise saber, viendo como ella preparaba la jeringa y la llenaba del líquido amarillo.

—Por supuesto. Con un poco de esto mantendrá su apetito caníbal y la ansiedad satisfechas—Miré el pequeño objeto y la solté, sí eso ayudaba en verdad a Rojo, entonces la dejaría inyectárselo con tal que ayudarlo. Solo esperaba que no estuviera mintiéndome—, no hay efectos secundarios que dañen su salud o su cuerpo...

Que se mordiera el labio al final de sus palabras, golpeó mi rostro.

Rojo jadeó cuando ella llevó sus manos a su brazo y lo extendió. Golpeó levemente su antebrazo con un par de dedos para encontrar la vena y lo inyectó. Sus ojos entonces subieron a mirar a los de Rojo quien también se mantenía observándola en todos sus rumbos, reparando en cada parte de su cercanía incluyendo—y sobre todo— ese leve escote en su camisa uniformar en el que se veía el inicio de un busto pronunciado.

Genial, ahora su tención era por otra cosa. Roté los ojos y traté de no poner atención en esos orbes carmín que alguna vez me echaron la misma morada oscurecida y anhelante. Era ridículo pero inevitable ver cómo le contemplaba. Como si ahora quisiera devorarse a ella, pero de otra forma.

Como si se le antojara ese busto...tenerlo en su boca y saborearlo con su lengua.

Maldición. Apreté mi estómago al sentir esas rotundas nauseas, y ese estado desequilibrado en el que me encontraba emocionalmente. Era una tontería, pero así era, su miradilla me había afectado, y lo peor era que fue correspondido.

Michelle estiró una sonrisa ladeada al darse cuenta de la miradilla de Rojo, esa era sin duda una sonrisa coqueta y lo suficiente como para desear más de sus ojos. Quizá estaba siendo exagerada la forma en como estaba viendo las cosas, pero esa sonrisa sí que decía mucho.

Los coqueteos y dedeos carnales sí que no tenían límite en este laboratorio, sobre todo estando fuera de un área un poco sombrío y peligroso.

Ella le retiró la jeringa, acariciando esa zona de piel antes de palmearla y soltarla.

—Ya estoy admirando tu fuerza de voluntad, otros se lanzarían a morder algo de mí—incitó—. Si quieres morderme de otra manera, podría dejarte hacerlo sino estuviéramos en este laboratorio—propuso con un asqueroso coqueteo.

¿Morder algo de ella? ¿En serio estaba diciendo eso? Me impresionaba y de la peor forma, en verdad que no podía creer que estuviera haciendo eso.

Pero si el deseo carnal mordiera, ella ya estaría siendo mutilada por Rojo.

—Michelle, entra ya— la exclamación de Adam me hizo lanzar una mirada al resto del túnel que dejamos atrás.

Seguramente para gritar de ese modo con libertad debía estar muy seguro de que nada nos escucharía y vendría por nosotros... tal vez estaba seguro de ello. Le acompañaban dos hombres más o menos de su misma estatura, anchos y me atrevería a decir que fortachones, ambos estaban desarmados.

—Te lo dejo, Pym— La rubia me guiñó el ojo y palmeó mi mejilla en una clase de caricia—. Estará más tranquilo, y una vez que lleguemos te aseguró que lo ayudaremos.

—Ya vete— esta vez la voz de Adam se engroso, molesto con ella, y ella solo se lanzó a reír antes de trotar lejos de nosotros—. Y ustedes dos, ayúdenlo a entrar y deposítenlo en una de las camillas— señaló al castaño colocado a pasos de la espalda de Rojo y luego al rubio que se había acomodado a mi derecha. Por otro lado, en cuando les dijo lo que debían hacer, no tardó en mirare: una mirada diferente al resto, una en la que me rogaba—. Pym, necesito hablar contigo.

Eso me colocó en un estado nervioso, estaba asustada, ¿de qué quería hablar? Aunque pensándolo bien, también era un buen momento para hacerlo, saber todo, y que él supiera todo, tal vez así dejaría de verme como lo hizo en todo el camino. Me giré para revisar el estado de Rojo, su colmillo seguía ahí pero esas garras notablemente volvían a su lugar, sus orbes carmín que ahora se veían con una clase de cansancio, estaban rogándome. Y ni hablar de su respiración pesada y profunda.

Ya le estaba haciendo efecto el sedante.

— ¿Puedes caminar tu solo?

Él permaneció en silencio, analizando mi rostro para luego, clavarle la mirada a Adam y hundir su entrecejo, y apretar esos labios torcidos de un lado.

— ¿Vas a ir con él? —arrastró con la intensión de mostrar molestia, pero hasta su voz se escuchaba un poco cansada.

Ni siquiera respondió mi pregunta.

—Sí.