21 La base

No sabría explicar qué era el lugar en el que estábamos. Antes pensé que tal vez era un área como la roja o las otras, pero era mucho más grande y diferente, empezando porque las incubadoras eran completamente redondas y se acostaban en el piso, en forma de estanques de agua, y junto a ellas habían unas delgadas pantallas sostenidas por una larga pieza metálica vertical pegada al suelo.

El laboratorio estaba dividido, y en lo profundo de éste, alejado de todas las incubadoras y cubierto por un pedazo de techo del segundo piso había camillas o sabanas en el suelo. Supuso que ahí era donde todos dormían. En uno de las largas paredes del laboratorio, había cortinas en gran parte extendidas que al parecer ocultaban habitaciones, y en el otro extremo del laboratorio barras ocupadas por algunas personas. Detrás de esas barras se alojaban varias máquinas de comida y bebida: algunas de ellas estaban más vacías que el resto.

Habían acomodado este lugar para alojar a muchos sobrevivientes, por un momento pensé que solo eran los que nos habían encontrado en el pasillo pero no, eran mucho más de veinte personas. Quizá treinta, quizá un poco más, no sabría decir, estaba tan impresionada que por mucho que intentara contar no conseguía hacerlo.

Seguí sosteniendo el cuerpo de Rojo, cruzando la zona de incubadoras donde era inevitable mirar en su interior. Estaban vacíos, pero algo me perturbó, el agua estaba burbujeando, por no decir que también sacaba humo. ¿El agua estaba hirviendo? Miré al rededor y luego a las pantallas de cada estanque de agua donde se iluminaba un termómetro horizontal en gran parte enrojecido.

Ellos estaban calentando el agua, ¿pero por qué?

—Por aquí, no se detengan—pidió Adam, él estaba más adelante que nosotros. Dijo que nos llevaría a una de las habitaciones para que Rojo fuera atendido, y luego, hablaríamos los dos solos. Solo los dos...

Estaríamos hablando ahora mismo pero, Rojo no quiso que los hombres que Adam puso a su cargo, lo ayudaran a caminar en dado caso que se tambaleara, ni siquiera dejó que Adam lo tocara, y entonces tuve que ayudarlo, aunque yo tampoco estaba ayudándole mucho. Ja. Apostaría a que si la rubia esa estuviera con nosotros, la dejaría tocarlo.

Que tonterías. Saqué ese pensamiento de mi mente y me concentre. A pesar de que mi brazo rodeaba parte de su torso o que su brazo se aferrará por encima de mis hombros, Rojo no estaba poniendo todo su peso sobre mí para ayudarle. Estaba haciendo esfuerzo para que caminara por sí mismo y así no se apoyara en mí. No sabía si lo hacía para no lastimarme o por otra cosa, no estaba segura. Lo único en lo que estaba segura, era ver la manera en que con su mirada rostizaba la espalda de Adam.

Adam dejó de caminar quedando frente a una cortina de tela levemente azul — más blanca que azul— la cual corrió hacia un lado cuando estiró su brazo y la tomó con sus dedos. Lo que mostró en su interior me dejó desconcertada.

La camilla sin duda era de hospital, pero los muebles eran iguales a los que vimos en la sala de entrenamiento. Sin embargo, los muebles no eran lo único ahí dentro, no, también había una chica utilizando una grande bata blanca que llegaba por debajo de sus delgadas pantorrillas. La mujer pelinegra con un chongo mal hecho sobre su cabeza, se encontraba alisando las sabanas de la camilla, y en cuando desvaneció esas últimas arrugas, giró extendiendo una gran sonrisa blanquecina en la que se le iluminaron ese par de ojos grises.

Una sonrisa tan iluminada que al instante terminó desapareciendo, tallando en ese rostro no solo un par de labios retorcidos, sino un gesto de horror que me desconcertó. Más me desconcertó la forma en que empezó a mirarme.

Me pregunté por qué estaba mirándome así, ¿acaso me conocía?

— Ma-más sobrevivientes, que bien...— su voz sonó insegura cuando me apartó la mirada de encima para observar a Adam—. ¿Ha-hallaron las baterías?

— No, nos encontramos con ellos en el camino—respondió él sin prestar mucha atención—. Esta será tu camilla, experimento Rojo 09 — informó él, señalando el interior y a la chica —. Rossi será tu examinadora por...

— No — las palabras salieron de su boca, sorprendiéndonos —. Pym será mi examinadora, nadie más.

¿Yo? Pero ni siquiera recordaba lo que una examinadora hacía. No recordaba nada.

La sonrisa de la chica se desvaneció así como el gesto tranquilo de Adam quien terminó arqueando una ceja.

— ¿Desde cuándo puedes decidir por ti? — inquirió él, mirándolo con severidad, esperando a que respondiera.

— Desde hoy— replicó Rojo. Su mirada estaba sombría a pesar de que el laboratorio estuviera muy bien iluminado. Pero esa sombra se debía al flequillo rebelde que llevaba desacomodado aun lado de su rostro.

— ¿Si? ¿Y se puede saber quién demonios te dio ese derecho?

La forma en la que Rojo lo vio me preocupó, aun estando sedado podía dar escalofríos su mirada, podía ser peligroso. Ladeó el rostro, estirando una mueca seria y apretó su agarre en mi hombro.

— Yo—contestó, firme y con la voz engrosada —. No voy a dejar que nadie más que ella me toque.

— Será Rossi o Michelle, una de ellas te atenderá, decide.

El cuerpo de Rojo inexplicablemente comenzó a emitir más calor, sentí como los músculos de su espalda se tensaban, e incluso, vi, atemorizada, como esa mirada se ceñía de rabia. No era solo rabia, los efectos del sedante que le habían dado, ya se estaba terminando.

— Esta bien — solté rápidamente buscando el gafete en mis bolsillos del pantalón —. Yo seré su examinadora.

Las cejas de Adam se alzaron solo un instante antes de volver a su lugar como un gesto. La molestia prácticamente se le notaba en la mueca de sus labios o en la forma en que me miraba.

Y asintió, apretando su mandíbula antes de hablar:

— Veo que esta vez sí que quieres serlo, ¿no?—Mi entrecejo se apretó con sus palabras—. Entren ya.

Traté de ignorar su tonada y esa nueva mirada que me daba como si estuviera esperando a que me negara, ¿es qué los experimentos no podían elegir por ellos mismos también? ¿Tenía algo de malo? Además de eso, era extraño la tensión entre ambos. Como si antes...

Se hubieran conocido.

— Vamos — suspiré. Hice presión en mi agarre sobre su costado y él no dijo nada, solo empezó a caminar y esta vez, sin tanta dificultad como antes.

Entramos a la pequeña habitación de tres paredes de la que Rossi había salido, y me acerqué con él a la camilla para sentarlo cuidadosamente.

— Todavía tenemos algo de qué hablar, Pym. Estaré esperando fuera — avisó Adam, cerrando la cortina. No pasó mucho cuando al cerrarse la cortina y quedar los dos en privado, me aparté solo un poco de Rojo para ver sus orbes carmín, aquellos que rápidamente se conectaron con los míos. Iba a preguntarle sobre él, por supuesto que lo haría ya que no podía ignorar el hecho de que lo miraba como si quisiera matarlo.

— ¿Lo conoces?

Tras unos segundos en que pareció pensar la pregunta como si le costara procesarla, apartó la mirada de mí, con un fruncir de desagrado en sus labio. Sí algo había aprendido en poco tiempo, era saber leer los gestos de Rojo...él lo conocía. Conocía a Adam, a la persona que me conocía.

—Sí—replicó severamente, sin agregar nada más. Pero esa respuesta había sido suficiente para llenarme de cientos de preguntas que, por ese instante no podría hacerlas todas.

Asentí, apretando los labios.

—Parece que no te agrada—comenté, él me devolvió la mirada, con una clase de preocupación que me desconcertó un poco.

—No me agradó desde la primera vez que los vi juntos.

Quedé en suspenso y sentí un extraño sabor amargo fluir por toda mi garganta solo recordar todo lo que hasta ese momento había sucedido. Maldije en mi interior al reconocer que me había acostado con Rojo y al parecer no solo una vez, el gran problema era saber que también mantenía una clase de relación amorosa con aquel hombre llamado Adam.

¿Quién demonios era yo antes de perder la memoria? ¿Una infiel? Se me estremeciera los músculos con ese pensamiento, era confuso. Necesitaba saber todo acerca de nosotros. Lamí mis labios y tragué saliva con fuerza, estaba a punto de hacer una pregunta a Rojo cuando un carraspeo desde el exterior, llamó mi atención.

¿Acaso ese hombre estaba apurándome? ¿O lo estaba malinterpretando? Posiblemente lo estaba malinterpretado. Sin embargo, me reservaría las preguntas para hacérselas a Rojo en otra ocasión.

— Espérame aquí, ¿sí? Volveré cuando sepa más de mí.

Tan solo di la vuelta y su mano sosteniendo mi brazo me detuvo, pero no solo me detuvo. Tiró de mí, y separando sus piernas atrajo mi cuerpo al suyo, tomando mi cintura para detenerme antes de golpearme con su cuerpo. Mis manos se depositaron instantáneamente en sus hombros, sorprendida por la fuerza que había utilizado para devolverme al mismo lugar, hipnotizada por su profunda y endemoniada mirada tan cerca de mí.

— ¿Te molesta? — preguntó en voz baja, logrando que su aliento cálido me hiciera suspirar al acariciar mi rostro. Sabía a qué se refería con su pregunta—. No quiero obligarte.

— No, es solo que no recuerdo que es lo que hace un examinador — sinceré, mirando su pecho mayormente desnudó a causa de las grietas en la tela de su polo—. No recuerdo nada, para ser exacta.

— Yo sé. Puedo enseñarte.

Hundí el entrecejo y estiré una media sonrisa, esas palabras se me habían hecho un poco graciosas. ¿El enseñarme? Ya querías verlo. Aunque no sabía si quería ser su examinadora pero, tenía curiosidad por saber lo hacía uno.

— Me enseñas cuando vuelva — Palmeé su muslo para pesar a alejarme y salir.

— Pym— me llamó, pero esta vez no me detuvo del brazo. Volví la mirada a él, viendo como presionó sus labios para decir —. Soy un experimento.

Consternada me pregunté por qué estaba cuestionándomelo. A pesar de que nació en un laboratorio, y fue creado por quien sabe qué y con qué tanto ADN animal y humano, él tenía vida, al final tenía conciencia e inteligencia, y la capacidad suficiente de ser independiente, así que para mí él...

Para mí él era humano.

— No — negué, y antes de tomar la cortina y salir, dije —. Eres más que un experimento.

Sus labios se abrieron, poco después él bajó el rostro apartando la mirada por completo de mí. Desde aquí, noté como una de sus comisuras estiraba en una sonrisa o en una mueca, la verdad no podía ser capaz de reconocerla por lo cabizbajo que estaba él, pero me confundió.

— Sigues siendo la misma — susurró, a lo que pestañeé, mis dedos resbalaron de la cortina cuando él movió su cabeza de tal forma que me dejara ver como esos mechones de cabello descubrían un par de orbes carmín clavados en mí con un resplandor enigmático — . Por eso me gustas tanto.

El aliento se me cortó, y no fue lo único que me sucedió. Mientras mi corazón reaccionaba precipitadamente a sus palabras, una pregunta retumbaba en mi cabeza, ¿acaso yo ya se lo había dicho antes? Posiblemente, de ser sí él no me habría dicho esas palabras, ¿no?

— Creo que sí... — tragué con fuerza, reaccionando —. Volveré pronto—fue lo único que pude decir antes de girar a la cortina y ser sorprendida por esos orbes aceitunados a los que no me esperaba volver a ver, al menos por hoy.

— Adam me dijo que serás su examinadora, ¿es verdad?— preguntó enseguida, alzando una leve sonrisa fingida. Miré hacía sus brazos antes de hablar, sostenía unos jeans doblados y una camiseta blanca y lisa.

—Sí.

—Entonces deberías ser tu quien lo bañe— sus palabras me confundieron—. No sé por qué me dan este tipo de trabajos, se trata de supervivencia no de ser sirvienta. ¿Tú quieres bañarlo?

— ¿Ba...? ¿Bañarlo? —pregunté, secamente sin poder evitar darle una rápida mirada a Rojo. Me pregunté sí estaba hablando en serio o se trataba de una broma, o sí acaso no dejaban a los experimentos bañarse solo.

No, eso era ridículo. ¿Por qué necesitarían ayuda los experimentos para bañarse? Iba a responder, más que responder a preguntar cuándo, detrás de mí, alguien se adentró al cuarto, interrumpió enseguida.

—Para eso te di el trabajo, Pym y yo tenemos algo de qué hablar, así que hazlo tú, Michelle. Llévalo a revisión y luego a las duchas—la voz de Adam giró mi cabeza en su dirección, por la forma en que sus cejas se entornaban, parecía molesto con la rubia quien le había dado una mirada entera a su cuerpo.

— Sí, bien, lo haré yo—canturreó ella, sacando una inyección y succionando de un frasco un líquido amoratado—. Vamos, te daré una inyección que te ayudará a satisfacer tu hambre otros 15 minutos, así que no te muevas— Sin moverme del lugar, observé como inyectaba en el brazo aquel liquido después de golpear sus venas levemente.

Miré con sorpresa el frasco de líquido purpura, preguntándome de qué estaría hecho siendo capaz de apaciguar el canibalismo de Rojo. Supongo que eso lo haría sentirse mejor.

— ¿Qué le harán en la revisión? —quise saber, sin dejar de ver como penetraba aquella aguja el brazo de Rojo. Noté aquellos labios femeninos listos para contestarme, pero nuevamente Adam interrumpió.

—Le sacarán un poco de sangre, eso ayudara a saber que tan desarrollada tiene el parasito.

Le miré a los ojos marrones antes de devolver la mirada a esa mirada aceitunada que se había contraído como si lo que él había dicho le confundiera. No lo sé, tal vez estaba imaginándomelo, pero tampoco pude creerle. Sentía que le harían algo más.

—Listo. No dolió, ¿verdad? — preguntó ella a Rojo, apartando la inyección de su piel, dejando apenas un pequeño rastro de sangre—. Levántate y sígueme, te llevaré al segundo piso para que te revisen—ordenó ella.

Hizo la señal con un leve movimiento de una de sus delgadas manos y, pasándonos a Adam y a mí de largo, abrió la cortina para que Rojo saliera detrás de ella. Él no me dio una mirada. Mis piernas ni siquiera me respondieron como para salir detrás de ellos, sin saber cómo sentirme exactamente. Lo único que hice fue girar y ver como la cortina se cerraba, desapareciendo el exterior de mi vista. Dejándome a solas con Adam.

Solo con él.

Pero estaba en trance. ¿Ella en verdad iba a bañarlo? ¿Las examinadoras bañaban experimentos? Sacudí la cabeza, tratando de sacudir esas imágenes que se habían iluminado desagradablemente en mi cabeza sobre ella y él... desnudo. Miré hacía la cortina, esa que todavía se hondeaba por el rotundo movimiento que la rubia había hecho para levantar segundos atrás.

—Antes de que hables, hay algo importante que tienes que saber—empecé. Alzando la mirada para observar sus orbes marrones que, desde todo este tiempo se habían mantenido observadme.

Su ceño se frunció más, arrugando su nariz, y casi arqueó una ceja pero no lo logró. Carraspeó su garganta y miró hacía donde segundos después había mirado yo. Infló su pecho y soltó un bufido antes de sonreír de mala gana.

—Perdí la me...

— ¿Vas a decirme que te quedarás con él ahora?

Mi semblante se endureció hacía su engrosada voz enseguida. No pude evitar preguntarme el por qué estaba sacando una pregunta cómo esa en un momento así.

—Todo este tiempo no supe nada de ti, pensé que habías muerto, Pym— su tonó de voz me amargó la boca—. Cuando supe que te habías separado del grupo, te busqué. Y ahora veo el por qué te habías ido—soltó, y todavía continuó—. Fue estúpido, Pym. Pudiste a ver muerto, ¿por qué desobedeciste las órdenes? ¿Por qué alejaste de los demás?—escupió. No esperé ese insulto, menos sentirme más pérdida que antes—. Ese es el mismo experimento de la sala 7, ¿verdad?

Eso solo me respondió que también conocía a Rojo 09. Pero estaba confundida. No lo estaba entendiendo ni un poquito. Ni siquiera me dejó hablar y eso me había molestado mucho más. Estaba confundida, completamente trastornada en mis pensamientos, ¿y él todavía se atrevía a frustrarme más?

— Creo que el idiota aquí ere tu—escupí irritada, ni siquiera me había dado la oportunidad de contarle y ya estaba sacando preguntas que ni yo misma entendía—. No recuerdo nada, ¿okay? No sé quién eres, no sé quiénes son todas estas personas, mucho menos quién era yo y qué es todo este maldito infierno.— exploté sin gritar, viendo su rostro congestionado entre la confusión y el enojo—. No sé de dónde rayos salieron todos esos monstruos y como terminé atrapada en el área roja. ¿Y tú estás llamándome idiota?

— ¿De qué estás hablando? —casi exclamó. Me calló—. ¿Perdiste la memoria?— Dio un paso atrás y soltó una leve risa malhumorada que frunció mi ceño—. Sí claro, perdiste la memoria.

— ¿Por qué me lo inventaría? —le pregunté. Ni el más imbécil en estas circunstancias se inventaría algo como eso.

— ¿Desapareciste más de una semana, y me dices que no me recuerdas?—Estaba irritándome—. ¿Crees que me lo voy a creer?

Odie la forma en que lo dijo, la manera en cómo soltó esa pregunta en una simplona tonada de voz.

— No te estoy mintiendo, desperté con un golpe en la cabeza, ¿sabes? No tengo idea de cómo me golpeé si alguien me golpeó, pero estoy segura que esa fue la causa por la que no recuerdo nada— Genial, una charla en la que quería saber cómo nos conocimos, terminó en una conversación desgraciada. Respiré profundo, y ahora era yo la que negaba—. Olvídalo.

No valía la pena. Prefería ignorarlo a pelear con alguien a quién no reconocía. Era extraño y hacía que doliera más mi cabeza. Comencé a caminar en dirección a la cortina, lista para salir y buscar a Rojo y a Michelle, pero su mano apretando mi hombro detuvo mis pasos.

—Espera por favor. Tenemos que arreglar esto.

Aparté su mano después de entornar mi mirada devuelta a su rostro y esos ojos llenos de recelo.

— ¿Arreglar? —solté, sintiéndome alterada. Sus ojos me inspeccionaron, estudiaron mis palabras, estudiaron mi mirada, todo—. Olvídalo, fue una tontería tratar de conseguir información.

— ¿Información?

—Sí, porque no recuerdo nada de mí.

Rojo me contó un poco de cómo me conoció, pero eso no me dijo todo de mí, yo seguía perdida. Necesitaba más.

Adam me tomó del brazo, apretado su agarre sin ser brusco.

— ¿No recuerdas nada de ti? —repitió mis palabras, acercándose a mí

— Nada—remarqué desconfiadamente, sintiendo el jalón de su agarre al que me resistí para no estar cerca de él. No porque me diera miedo, sino porque no quería estar así de cerca. Mi cuerpo reaccionaba de esta forma.

— ¿Ni cuando fuiste a la zona roja?

— ¿Hablas del área roja? —quise saber, él lo había mencionado antes, pero estaba muy confundida, así que quería aclaraciones.

—No, hablo de la zona equis roja, a la que te envié con Vince y Daesy para recuperar las muestras de sangre—repuso. No pude evitar ladear el rostro, desconcertada. Quería encontrar ese momento, esa escena, pero otra vez solo había oscuridad en mi cabeza—. Es todo, te llevaré a otro cuarto y te quedaras ahí.

— ¿Me quedaré ahí? —repetí como si fuera un desagradable chiste, lo cual lo era, me lo había ordenado como si fuera mi padre.

—Sí, a esperar. Alguien te traerá comida y vendrá a revisarte. No saldrás hasta que hablé con Roger, ¿entendido? Él está a cargo de la base y debe informarse de ti y del experimento enfermero—soltó monótonamente mientras incorporaba más su postura.

—No voy a ir a ninguna parte, me voy a quedar en este cuarto—señalé a la cortina, pero claro que no iba a moverme, no conocía a nadie de este lugar, solo a Rojo—. Con Rojo 09.

— ¿Y dices que no recuerdas nada pero si recuerdas su clasificación? —soltó entre dientes para no gruñir, su ceño enrojecido de lo mucho que lo apretaba y parecía que se le saldrían los ojos, ¿qué demonios le pasaba a este hombre? Me estaba volviendo loca—. Te apartaste del grupo para ir por él, ¿cierto?

Aquellas palabras golpearon en mi cabeza, hicieron que incluso mis cuerdas bucales huyeran de mi garganta para dejar mis labios temblorosos en tanto mi cabeza reproducía una y otra vez sus palabras, tratando de procesarla.

Era obvio por mucho que lo pensara. Yo era una examinadora de alguna sala de entrenamiento, ¿qué estaba haciendo en el área roja? La respuesta era la misma que Adam me había dado: yo fui a esa área, ¿cierto? ¿Había sido por Rojo 09? Sí. Debía ser por él.

—Quédate aquí entonces. Alguien vendrá a revisarte, Pym — sus nuevas palabras espesamente soltadas me hicieron pestañear. No dije nada, sin embargo, alzando la mirada y volviéndola a él para encontrarlo apartándose de mí, cada vez más hasta salir del cuarto y dejarme sola.

(...)

Estaba furiosa y no sabía cómo detener esta rabia más que apretando tan fuerte mis puños que las uñas lastimaran mi piel. Que me tratara como una mentirosa, me puso enojada. Era una locura no recordar nada de lo que sucedió y para acabarla, que él no quisiera creerme.

Al final de cuentas creo que sabía lo que yo tenía con Adam. Debía ser, un amante o un novio, o tal vez un perro, sí. Él era un perro infeliz. Yo no estaba mintiendo, y no se imaginaba lo mucho que haría con tal de recordarlo todo.

Solté un largo suspiró y recargué mi cabeza en la pared, ahora la desesperación se acumulaba mucho más en mi cuerpo, sabiendo que Rojo todavía no volvía y que la persona que me recordaba, al menos hasta hoy, no creía en mí.

Vaya dilema.

Dos golpes a la pared de afuera del cuarto, me enderezaron la espalda al instante. Estaba a punto de decir algo cuando ese delgado cuerpo femenino se dejó ver al abrirse la cortina. Era la chica pelinegra, llevaba una sonrisa cerrada llena de amabilidad, en sus manos llevaba un jugo de cartón y en la otra unas galletas.

—Te traje comida—extendió más la sonrisa cuando preguntó, yo asentí viendo cómo se dirigía a la mesita y depositaba los alimentos chatarra—. Adam me lo pidió.

Adam...

—Oh, gracias—musité, tratando de no ser grosera al recordar el drama que ese sujeto hizo allá afuera.

Levantó la mirada en mi dirección, sin sonrisa, con una pisca de sorpresa y unos anteojos colocados sobre esos ojos.

— Que curioso—Me pregunté a que se debían esas palabras acompañada de esa tonada dulce—. Dime si me equivoco pero Adam me pidió que viniera para revisarte, dice que te golpeaste la cabeza y perdiste la memoria.

Mis parpados se extendieron más con sorpresa. ¿En serio él dijo eso después de todo lo que soltó? Al final, me había creído al parecer.

—Sí, no recuerdo nada—aclaré y ella asintió con una mirada confusa, pero no hizo preguntas, al menos no en ese momento. Se movió hacía la mesilla y tomó una silla para acomodarla cerca de la cama—. ¿Tú me conoces?

Ella apretó sus labios y se tomó un momento para responder:

—No, aunque te pareces demasiado a un ex compañera que tuve en la universidad, eso fue hace 5 años—comentó, pero había algo extraño en su voz—.Toma asiento aquí— La miré, dudando de ella solo unos segundos para después saltar de la cama y tomar asiento—. Según Adam, estuviste desaparecida una semana y media desde que todos esto empezó.

— ¿Una semana y media? —Eso me tomó por sorpresa, ¿cuánto tiempo había pasado en el área roja? ¿Cuánto desmayada, cuánto al lado de Rojo? No creía haber durado tanto tiempo inconsciente, entonces, ¿había estado con Rojo toda una semana?

—Nadie sobrevive mucho tiempo solo allá fuera, tuviste mucha suerte al encontrarte al enfermero. Debió protegerte mucho—indagó. Ni se imaginaba cuánto—. ¿Lo encontraste tú o él te encontró?

—Estaba en el área roja...

— ¿Despertaste en el área roja? —inquirió. Hubo algo raro en su semblante que me hizo titubear en asentir—. Interesante, ¿y a él lo encontraste ahí?

— Sí, estábamos atrapados—respondí sin mencionar que lo libere de la incubadora, no sabía que debía decirle, pero preferí callar con esa corta respuesta.

—Atrapados —repitió mi palabra con seriedad. Pensé, por ese momento, que ella preguntaría más a fondo, pero extrañamente cambió el tema—. Primero revisaré si hay alguna herida en tu cabeza...

—Sí la hay— la interrumpí de inmediato, llevando mis manos a la parte inferior de mi cabeza, justo en mi nuca donde recordaba haber sentido un terrible dolor cuando desperté en el área roja.

—No te toques, si es una herida grave tenemos que evitar que se infecte— dijo en un ápice serio. Pronto sentí sus manos apartando las mías para, luego, tomar todo mi cabello y levantarlo, haciendo que incluso inclinara mi cabeza hacía adelante—. ¿Qué recuerdas exactamente, Pym? ¿O no recuerdas nada de quién eras y quiénes somos nosotros?

—No recuerdo nada de este laboratorio—suspiré otra vez. Sus manos, pasaron más debajo de mis sienes, casi por detrás de mis orejas—. Solo mi nombre, mis padres y muchas otras cosas.

— ¿Qué cosas? Quisiera saber.

Tragué con fuerza y pensé antes de contestar:

—A pesar de que no recuerdo que hacía en este lugar, reconozco los materiales y objetos, y también cómo utilizar un arma.

Ella dejó de mover sus dedos en mi cabello solo unos segundos para volver a moverlos.

—Qué raro. Pudiera ser el caso de una amnesia anterógena. Perdiste la gran parte de tus recuerdos de un definido tiempo, menos lo independiente. ¿Entonces no sabes lo que es este lugar?

—Todo lo que hasta ahora sé es que se un laboratorio repleto de monstruos.

— Y no te equivocas. ¿Sabes por qué sucedió eso? —su pregunta salió apresuradamente después de que le respondí. Presionó sus dedos en la coronilla de mi cabeza, obligándome a bajarla un poco.

— ¿Algo de un patógeno? En las computadoras del área roja venía una conversación entre dos personas hablando de lo sucedido—Aunque no me lo pidió, le dije todo lo que recordaba que venía escrito en la computadora del botón verde. Hubo un momento que, mientras se lo contaba, ella dejó de tocar mi cabeza.

— Un parasito, hipotérmico y caníbal, fue mutada en secreto e inducida a la base madre que alimenta a los experimentos. ¿Tienes idea de cuál era el objetivo? — Estaba segura que con ella, no dejaría de negar con la cabeza—. Estamos seguros de que habían personas con el propósito de robar el material genético de cada clasificación de experimentos, y para evitar que se saliera de su control, indujeron el patógeno en los compartimientos de agua que van a los conductos de los incubados. Al parecer querían matarlos. Creímos que estaban todos muertos, pero no fue así, y como ves, terminó siendo un caos. La verdad dudo mucho que esas personas hayan salido con vida de aquí.

¿Matar a los experimentos? ¿Robar el material genético? Me pregunté quién haría algo así. Todo esto comenzaba a tomar una desagradable forma, comenzaba a entenderlo. Después de todo, cualquiera desearía tener a su alcance un experimento como Rojo 09 con la capacidad de regenerarse y curar heridas. Con tal de tener a alguien como él, sería capaz de hacer cualquier cosa, ¿cierto?

Lo que no entendía era el por qué matarlos, ¿por qué no solo llevárselos vivos? Esa era una muy buena pregunta, pero... Creo que llevarse los tubos de sangre sonaría más sencillo que tratar de llevarse un experimento de cada clasificación.

— ¿Cómo piensan salir de este lugar? —pregunté, sintiéndome ansiosa por la respuesta de ella.

—Pidiendo ayuda del exterior—suspiró la respuesta con lentitud, sin dejar de pasar sus dedos por mi nuca—. Las únicas salidas del laboratorio están en el comedor y en la oficina del director de este lugar, pero los elevadores del comedor colapsaron y el túnel que da a la oficina está bloqueada, en conclusión estamos atrapados.

Escuchar aquello oprimió mi pecho.

— ¿Y ya pidieron ayuda? —quise saber.

—Es lo que intentamos hacer—pausó solo para respirar con fuerza—. Descuida, tenemos muchos soldados y muchas armas para defendernos de los monstruos mientras tanto, saldremos de este lugar.

Mordí mi labio inferior mientras la escuchaba. Tenía miedo, el laboratorio estaba infestado de monstruos, de cientos de peligros, cada día sería difícil sobrevivir, teníamos que salir de aquí antes de que fuera demasiado tarde.

— ¿Sabes? No veo herida alguna en tu cabeza—anunció, palabras suficientes como para hacerme parpadear numerosas veces—. Puede ser posible que tu amnesia se deba a causa de todo lo que hasta entonces ha ocurrido.

Negué al instante, girando la cabeza en su dirección para observar esa mirada grisácea fija en mí. Era imposible, recordaba claramente tener una herida en mi cabeza, incluso, todavía recordaba el dolor.

—Sí, no hay herida—recalcó con una leve seriedad en su tonada de voz. Eso hizo que llevara mis manos de vuelta a mi nuca, dejando que mis dedos se hundieran en mi cabeza y repasaran la estructura una y otra vez, encontrando nada al final.

Imposible. No podía haber desaparecido, ¿cierto? Era imposible.

El recuerdo del momento en que Rojo y yo nos ocultamos en el almacén se vislumbró en mi mente. Sí, había recordado que él se cortó el brazo y me bañó en su sangre, esa era la causa de por qué ya no tenía la herida. Y del por qué desde entonces no sentí más el dolor punzando esa zona.

—Él me cubrió con su sangre para que esas cosas no me encontraran— confesé ante esa mirada que pronto se frunció en un extraño gesto que me desconcertó un poco—, por eso creo que ya no tengo la herida. Su sangre cura— Tan solo lo dije, la cortina de nuestro lado se corrió rápidamente otra vez.

Mi corazón saltó, nervioso y rápido pensando en que era Rojo, pero no. No era él. Esa mirada varonil color azul no pertenecía a él, sino a un hombre cuyo cabello canoso mencionaba su edad estándar, parecía buscar a alguien. Rossi soltó mi cabeza y también todo mi cabello desgreñado.

— ¿Estoy molestando? —bufó la pregunta, alzando una ceja y estirando una sonrisa—.Soy Roger, tú debes ser Pym Levet— Estiró su mano y yo correspondí el saludo con un apretón—. Adam me acaba de hablar de ti. He venido para decir que si tienes hambre pide un poco de nuestras latas a Megan, ella es la mujer de mechas purpuras, la reconocerás enseguida. También puedes darte una ducha, los baños están en este primer piso, a tu izquierda.

—Gracias—Sonreí con un poco de amabilidad y él asintió antes de ladear la cabeza y soltar una risilla.

—Por supuesto te daremos un trabajo en el que obligatoriamente tienes que hacer—informó y agregó—. No hoy, así que descansa todo lo que quieras y después me buscas o hablas con Adam, él estará a cargo de ti— Esas últimas palabras me sorprendieron, hicieron que arqueara una ceja que él no logró atisbar—. Rossi, cuando termines aquí ven al segundo piso, a la oficina, ¿sí?

—Ya terminé con ella, así que puedo ir contigo—su respuesta salió instantánea, apartándose de mí con sus pisadas en dirección a él quien pronto me dio una mirada inquietante.

—Bien. Entonces solo descansa un poco Pym, ¿sí? — esperó mi asentimiento. Aunque descansar sería algo que me costaría hacer, sobretodo porque Rojo todavía no volvía—. Luego mandaré a Megan a que te traiga comida.

(...)

Quizás había pasado una hora, o casi una, no lo sé, todo lo que sabía era que no podía dejar de ver la cortina, sintiendo un horripilante hueco en mi estómago. Estaba preocupada, preguntándome sí algo le había ocurrido a Rojo, o si le habían hecho algo malo. La necedad de saberlo se convirtió en ansiedad, un tic desesperado en el movimiento de mi pierna izquierda que no me dejaba en paz.

Lancé un largo suspiro de frustración. No podía quedarme a esperar más minutos preguntándome por qué él no volvía. Así que de un solo movimiento salí de encima de la cama, volviendo mis pies a la fría textura del suelo grisáceo. Caminé en seguida, en dirección a la cortina la cual con movimientos titubeantes logré abrir, revelando enseguida el exterior.

Ni siquiera pensé en evaluar todo a detalle de mí alrededor, enviando la mirada a mi izquierda, hacía el lugar donde Roger dijo que se encontraban las duchas. Y solo mirar en esa dirección me hizo saber que había dicho la verdad. Al final del enorme lugar había tres umbrales, separado uno del otro por apenas medio metro. Frente a esas entradas que, curiosamente llevaban un letrero encimado, estaban acomodados varios cobertores en los suelos con una que otra persona recostada.

Mis piernas se movieron pronto en esa dirección, me sentí muy insegura mientras me encaminaba hacia las duchas preguntándome si él todavía estaba en ellas. Había pasado ya mucho tiempo desde que no lo veía y eso definitivamente me daba una muy mala espina.

Entre más me acercaba, más era capaz de leer los letreros hecho a manos y encimados uno junto a otro. Mientras uno era duchas de hombre, y el siguiente, duchas de mujeres, el tercero solo lleva la palabra retretes.

Elegí a cual adentrarme enseguida. Duchas de hombre. Pero antes de si quiera dar los primeros pasos para entrar, miré detrás de mi hombro, revisando todo el laboratorio o la base madre, como le llamó Rossi, el lugar donde indujeron el patógeno. Ella mencionó también que lo ocuparon para eliminar el patógeno por medio de la temperatura del agua, por so había vapor acumulándose en los cristales que cubrían los estanques de agua en el suelo.

No le di más vueltas a mi cabeza y, desventuradamente me lancé al interior de la ducha de los hombres. Era un túnel de paredes grisáceas alumbradas por unas farolas largas en el techo, y mientras más entraba, la humedad se sentía, cuando llegué al final de ese pequeño túnel, se extendió un pequeño salón repleto de bancas pegadas a las paredes y ganchos donde se colgaba la ropa o las toallas, lo curioso era que en el centro estaba ese mismo tubo grueso metálico con grifos extendidos en su superficie, igual que en aquella ducha en donde Rojo y yo nos besamos.

Nos besamos...

Ya estaba pensando en el beso.

No llevaba mucho tiempo conociéndolo o intentando recordarlo, y ya no podía dejar de pensar en él. Estaba volviéndome loca no saber dónde estaba, no saber cómo estaba, porque en el baño de varones él no se encontraba. Todo su interior estaba completamente vacío.

Si él no estaba aquí, ¿a dónde más había ido? Salí apresuradamente antes de que alguien me encontrara, pero tan solo terminé el túnel, tomé la ducha de las mujeres sin pararme a averiguar que significaba ese extraño papel rojo pegado en su entrada. En ese instante, juré haber escuchado una voz femenina pedirme que no entrara, pero era demasiado tarde.

Y me arrepentí... porque detrás de ese sonido de agua golpeando el suelo...

Una risilla femenina llena de un sonido tan desagradable, hizo que un enorme peso golpeara mi cuerpo. Tuve problemas para respirar conforme avanzaba y mis piernas fallaban, temblaban. Se estaban volviendo hielo, un hielo cruelmente destruido por el panorama.

Mis manos amenazaron con sostener mi estómago cuando no encontré nada en los primeros grifos del tubo enorme y metálico, pero sí encontré ropa acumulada en una de las primeras bancas pegadas a la pared junto a mí.

Un pantalón.

Una camisa masculina.

Y un par de zapatos femeninos.

Y otro maldito sí, cuando rebusqué con la mirada al rededor, encontrando esos descalzos pies femeninos.

Solo tuve que dar un paso más a mi costado para saber que ella se encontraba frente a una espalda masculina completamente desnuda, con sus delgadas manos repasando su estructura musculosa y mojada una y otra vez, bajando por lo largo de su espalda hasta incluso tocar el inicio de sus glúteos... logrando que con eso bastara para que aquel cuerpo contrajera sus músculos, tenso.

Fácilmente reconocí aquel cuerpo masculino que ella tocaba deliberadamente, y que también se dejaba apreciar por la forma en que movía su cabeza de arriba abajo.

Era Rojo y Michelle.

Y ella lo estaba bañado, o mejor dicho, repasando con sus desvergonzadas manos toda su figura hasta saciarse. Y él parecía disfrutar de sus caricias, por la manera en que incluso levantó la cabeza al techo de la ducha y apretó sus puños a cada lado de sus muslos desnudos.

Quise golpearme el rostro al sentirme ridícula. Fue una idiotez sentirme preocupada de que él estuvieran lastimándolo cuando, al final, él parecía... disfrutar de una buena ducha.

Más ridícula me sentí cuando de un segundo a otro, aquella imponente figura se giró con brusquedad, dejándome con las rodillas temblorosas no por ver toda su desnudes sino por tener esa mirada tan escalofriante clavada en mí: una mirada llena de un sentimiento arrebatador.

Un sentimiento que me quitó el aliento.

Su acción no solo me dejó congelada en mi lugar, sino que hizo que incluso la rubia se volteara completamente confundida hacía mí. Y tan solo puso su mirada aceitunada en mí, recorriendo mi cuerpo al instante, una severa molestia se adueñó de ella.

— ¿Qué estás haciendo aquí?—su repugnante voz hizo que mi corazón se congestionara de dolor—. Se supone que no pueden interrumpir cuando se hacen este tipo de trabajos—soltó en un ápice de molestia, cruzando sus brazos sobre su pecho que aún se hallaba vestido, pero mojado, remarcando la parte alta de su voluminoso pecho—. Sal de aquí, necesito bajarle la tensión.

— ¿Tensión? — Me obligué a procesar todo lo que dijo, a tratar de entender incluso a qué se refería con la tensión mientras lanzaba una segunda mirada a Rojo y me percataba de la manera en como sus puños se apretaban a los lados de sus muslos desnudos con mucha más fuerza que antes.

— ¿O siempre si quieres hacerlo tú? — Y esa pregunta me regresó la mirada a ella, todavía más confundida que antes

— ¿Qué? —fue lo único que logré espetar. No, no estaba entendiendo a que se refería con ello, pero la forma en que retorció sus labios y miró de reojo la entrepierna de Rojo, me hundió el entrecejo—. ¿Hacer qué? No te entiendo.

Algo que no pude ignorar, fue mirar en esa misma dirección, a su entrepierna para darme cuenta de que pese a las caricias de esa mujer en su espalda baja, él no estaba erecto. Pero aun así las había disfrutado, ¿no?

—Bajarle la tensión, estúpida, ¿qué más podría ser?— escupió, y parecía molesta, pero yo seguía sin entender—. Adam dijo que no querías bajar su tensión y que debía hacerlo yo en tu lugar, así que si no vas a hacerlo te recomiendo que te vayas.

Sentí que algo explotaba dentro de mi cabeza cuando nombró a ese hombre y todavía mencionándome. El problema no era saber que no había hablado con Adam nada respecto a una supuesta tensión, sino que seguía en suspenso, incapaz de comprender nada.

Y todavía me llamaba estúpida.

—No se ira—la fuerte y grave voz de Rojo, alzándose entre el sonido levemente del agua de los grifos abiertos, me hizo pestañear—. ¿Verdad, Pym?

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