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Recuerdos que duelen

Dar paso a la docilidad que cuidar a Milena ameritaba y que debía de tomar desde hoy ante ella probablemente y quizás hasta el momento final de nuestra partida de este lugar dio un anunció claro de que solo para mí vendrían una serie de acontecimientos y evidentes cambios.

Yo Alexander, quien estaba tan acostumbrado a ser servido hoy se dignaría por primera vez en muchos años a servir cosa que nunca hasta el sol de este día me hubiera dignado a admitir a hacer delante de nadie y menos de una mujer.

Dar la noticia de que yo sería su cuidador, noticia que fue dada delante de todos los que en aquella recamara se encontraban dio mucho de qué hablar, en parte no del todo en un buen sentido especialmente por Milena quien de lleno opto por la negación.

Lidiar con ella durante aquel tiempo la verdad no fue nada fácil para mí, pues gracias a su fuerte actitud, su mal humor y su constante interés en llevarme la contraria hicieron que mi paciencia sin dudas se viera afectada en más de una ocasión.

Aunque por momentos ella aparentaba ceder, como lo hacen las rocas en el mar de apoco a causa del batir de las olas yo sabía que de por si no era algo constante, ya que aunque sus señales eran algo tenues si le prestaba la suficiente atención podría llegar a dar con aquellos momentos justos de paz que de vez en cuando aparecían entre los dos especifico de vez en cuando.

Paso la mañana, la tarde se fue rápidamente consigo y la noche ni se diga, corrió probablemente como nunca lo había hecho, de modo de que antes de que ambos nos diéramos cuenta ya habían transcurrido tres días más de los pocos que correspondían a aquella presumible semana en la que allí nosotros nos hospedaríamos, días que habían ido como en una montaña rusa en un constante sube y baja y en los cuales no había tenido para nada noticias sobre los dueños del lugar asunto extremadamente extraño y bastante cuestionable la verdad.

Así bien el sexto día llego con prisa y desde tempranas horas de la mañana tuve que lidiar con Milena junto a sus pequeñas y constantes exigencias las cuales sin dudas siento que mayormente hace con el fin de molestarme cosa que de eso no me cabe duda.

Son alrededor de las dos y treinta minutos de la tarde cuando a ella se le ocurrió algo singular en vista de que aparentemente nos encontrábamos solos, por un lado Manuel y Christian habían salido desde temprano al pueblo pesquero con la idea de divertirse un rato ya que Ricardo se comunicó con ellos para invitarles un festín tras haber tenido una buena pesca el día anterior.

María y las chicas también hacía un rato ya que llevaban desaparecidas luego de habernos facilitado el almuerzo tras indicarnos antes de aquellas marcharse que debían de hacer alguno que otro mandado, así que por un buen rato no estarían rondando la residencia y de los demás empleados pues ni se diga cada uno de los demás se encontraban dispuestos e inmersos en sus tareas ajenos a lo que Milena y yo hiciéramos.

Aquel era un día bastante caluroso y podía asociarlo fácilmente a uno de esos en los cuales el sol aunque no pegaba con fuerza debido a que el cielo se encontraba levemente nublado por la incidencia de la humedad en el aire era algo que por el contrario si hacía que el ambiente se sintiese incomodo y pesado, situación que se podría decir que no es del todo normal en este lugar pues al encontrarnos en lo alto de aquella pequeña montaña es de entenderse de que todo se debía de percibir levemente fresco pero no era así.

Milena para aquel momento se encontraba recostada en su cama con la televisión de su recamara encendida mirando el noticiero mientras que yo me encontraba acomodado a un lado de ella sentado en un sillón, cuando de la nada la empecé a escuchar quejarse levemente cosa que no hizo más que aumentar hasta que finalmente aquella exploto.

— ¡Ahs! Ya no aguanto más — casi de un brincó callo sentada sobre la superficie de aquella cama y prácticamente tomándose de los pelos volvió gritar — tengo que salir de aquí o si no me volveré loca.

— A donde piensas ir, aun no estás del todo bien.

— A cualquier otro lugar que no sea este y en donde me pueda refrescar.

Aquella se puso de pie, se acerco con rapidez al armario y entre sus dimensiones la vi rebuscar una especie de maleta probablemente donde se encontraban sus pertenencias escondidas y de donde extrajo algo que por un momento quedo oculto a mi conocimiento.

Una vez se dio la vuelta y se hizo consciente de mi curiosidad me observo mientras llevaba enmarcada en su rostro aquella expresión de desprecio que dejaba bastante a la vista siempre que quería empezar a discutir conmigo y tomando rumbo al baño desapareció de mi vista.

Así escondida de mí foco de atención paso un tiempo, hasta que finalmente dio la cara dejándome perplejo ante lo que vi.

Milena se había colocado un pequeño traje de baño en color blanco que hacía relucir con fuerza la delicadeza y la blancura de su piel dándole el aspecto de una frágil muñeca de porcelana cosa que hizo supuestamente con la intención de admirarse ante el espejo de cuerpo completo que junto al armario se encontraba.

— Las benditas tentaciones de la vida — dije entre dientes intentando aguantar cada una de las sensaciones que verla de aquella manera produjo en mi.

Milena se veía completamente apetecible y era indudablemente entendible que el simple hecho de verla iba a provocar alguna que otra sensación en mí por lo que mientras que yo observaba mi boca se había quedado para aquel momento algo abierta debido a la anonación que su imagen me provocaba.

Observándola con semejante atención yo la deslumbraba mientras que me mordía el labio inferior formando en mi cabeza probablemente los pensamientos más intensos e indecentes en los cuales sin dudas ella era la protagonista.

— Si sigues mordiente así te cortaras — alcanzo a decir Milena una vez me descubrió a través de la imagen en el espejo.

— Yo eh, yo — por más que intentaba por un momento parecía más que nada que idiota ante ella el cual no podía siquiera armar una simple frase con sentido pues Milena me había atrapado en mi propio juego.

— Si, tú más bien deja de poner esa cara pareces un acosador y das miedo.

— Pero que quieres, si tú eres la responsable de ello, tus eres quien ha venido a provocarme aun a sabiendas de que yo te admiró y no precisamente como amiga.

Su cara de mal genio apareció mientras las muecas que aquello ameritaba también, mi respuesta evidentemente la había grandemente molestado por lo que tomando una bata blanca del perchero más próximo tras ceñírselo por encima aquella salió de allí.

— Milena espera — grite mientras la observaba alejarse pero en vista de lo que había dicho aquella no hizo ni el más mínimo movimiento por darse la vuelta, dejándome solo allí lleno de incógnitas.