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Capítulo 19:

Morgja se despertó en el mismo sitio en el que se había quedado inconsciente, los doctores habían acabado de atender sus heridas y le habían puesto ropa limpia; el chico se recostó en la camilla y enseguida notó un pinchazo donde había sido apuñalado, tras hacer una mueca de dolor colocó su mano encima de la herida y cerró los ojos para comenzar a tomar aire con fuerza.

—Después de venir aquí tú solo me creía que no sentías dolor —exclamó Edward, alertando al chico de su presencia en el lugar.

—Menuda estupidez —contestó el chico, poniéndose en pie como si no estuviera herido—. Hasta donde he podido ver incluso los monstruos más grandes, fuertes y horribles sienten dolor en alguna medida, y yo no soy una excepción —añadió, comenzando a caminar en dirección a la salida.

—Espera, quédate quieto, vas a conseguir matarte —dijo el hombre, aproximándose a Morgja para intentar que volviera a tumbarse en la camilla.

Morgja ignoró las advertencias del doctor y siguió su camino de vuelta a la posada. A la salida del hospital pudo ver que todavía era de día, lo que lo llevaba a pensar que había pasado toda la noche inconsciente; el hijo del mercader no le prestó mucha atención al asunto y continuó su camino, con la esperanza de que Elfle le hiciera algo para comer aunque no fuera todavía la hora de comer.

Al entrar a la posada se encontró de nuevo con Wilna, en ese momento la mujer estaba pendiente de quien entraba al lugar, y en el momento en el que vio al chico no pudo evitar pegar un grito pensando que no se había ido con el objetivo de acabar con todos los que impidieron que pudiera convertirse en guardia. El grito de la mujer provocó que alguien tirara un plato en la taberna y enseguida un hombre llegó hasta allí corriendo con un cuchillo en la mano. El hombre, que en ese momento estaba mirando a Morgja con intenciones homicidas, tenía el pelo negro peinado hacia un lado y barba incipiente de tres días, llevaba puesto un uniforme de cocinero y en ese momento estaba fumando un cigarro.

—¿Wilna estás bien? —preguntó el hombre, al mismo tiempo que se ponía entre Wilna y Morgja.

—S-sí —contestó la mujer atemorizada.

—Calma, me estoy hospedando aquí, no nos precipitemos —informó Morgja, intentando que el hombre bajara el cuchillo y la mujer se tranquilizara. El hombre miró hacia Wilna para comprobar si tenía alguna idea de lo que le estaba hablando Morgja; la mujer disintió con la cabeza en señal de que era la primera vez que lo escuchaba—. Esto, seguro que es un error ¿Dónde está Elfle? Ella podrá deciros que es verdad.

—Elfle no está, ha dejado a Wilna al cargo y si no le ha dicho nada de ti quiere decir que te lo estás inventando, ahora márchate —informó el hombre, manteniendo firme el cuchillo.

—Pero…

—No hay peros que valgan, lo único que sabemos es que te echaron de Maran —interrumpió el hombre, mostrando que sabía perfectamente quién era Morgja y lo que había hecho.

El hijo del mercader suspiró con fuerza y dio un paso hacia adelante provocando que el hombre se pusiera en guardia, aparentemente parecía estar preparado para enfrentarse a Morgja, pero, su mano, que se había mantenido firme e inmóvil hasta ese momento, ahora estaba temblando. Morgja se acercó otro paso. El cocinero cerró los ojos y a continuación apuñaló hacia delante, en un instante sintió como atravesaba algo con el cuchillo y algo líquido se vertía sobre el suelo; con miedo a haber matado algo por culpa de su instinto de supervivencia volvió a abrir los ojos; Morgja estaba a centímetros de él y lo que había atravesado con su cuchillo había sido únicamente la mano izquierda del chico.

—Si vas a apuñalar a alguien al menos ten la decencia de mantener los ojos abiertos —aconsejó el hijo del mercader, cerrando la mano izquierda para tratar de impedir que el cocinero retirase el cuchillo y se lo volviera a clavar, a continuación, acercó la mano derecha al cuello del hombre y empezó a apretarlo—. ¿Crees que quiero matar a la gente de este pueblo? —preguntó, mirando con su sonrisa característica a los ojos dorados del cocinero. Inmediatamente el chico abrió la mano izquierda y soltó el cuello del hombre para alejarse un par de metros de él—. Perdón, no he pensado mucho lo que estaba preguntando —mencionó después de darse cuenta de que sus acciones iban a influir severamente en la respuesta que el cocinero iba a proporcionarle—. El caso es que desde que he llegado no he intentado matar a nad…¿Qué se supone que puedo decir? César me ha pedido que sea su maestro durante una semana y por eso no me he ido todavía, y Elfle ha accedido a dejar que me hospede aquí a cambio de que me coma su comida, sé que puede parecer una excusa pero…

—Ahora tiene sentido —exclamó Wilna, interrumpiendo al chico mientras el cocinero se agarraba el cuello y tosía.

—¿Perdón? —preguntó Morgja, extrañado por la reacción de la mujer.

—Solo a César se le ocurriría pedirle a alguien que odia todo el pueblo quedarse, y Elfle no nos ha dicho nada porque sabía que nos íbamos a oponer a que le hiciera la comida a alguien, por muy mal que nos caiga esa persona —comentó Wilna, dando una explicación al comportamiento de la posadera.

—¿De verdad vas a creerlo? —preguntó el cocinero, molesto por la reacción que estaba teniendo la mujer, que de repente parecía haberle perdido el miedo al chico a pesar de que todo apuntaba a que iba a matar al hombre.

—Vamos Kamán, deberías tener más fe en las personas.

—¡Ha intentado matarme!

—Si de verdad hubiera querido matarte ya no estarías respirando, además, tú también has intentado matarlo a él —mencionó, mostrando mucho optimismo respecto a lo que acababa de ocurrir.

—Pero…Da igual —dijo Kamán, negándose a discutir con Wilna por más tiempo, a continuación, el hombre volvió a la taberna dejando a Morgja y a la mujer solos. La sala se quedó en silencio durante un par de minutos hasta que la mujer finalmente le preguntó a Morgja por qué había intentado matar a Bright, recibiendo la misma respuesta que había dado anteriormente y regresando un poco del miedo que había perdido.

—No puedes matar a alguien solo porque pueda ser una amenaza —comentó la mujer, tratando de corregir al chico.

—Lo sé, es solo que estoy habituado a ello —contestó el chico, marchándose a su habitación dejando a la mujer con muchas preguntas en la boca.

Al llegar a su habitación Morgja se tumbó en la cama apoyándose sobre el lado que no le habían apuñalado y colocó su mano izquierda tratando de cubrir por completo tanto el lado frontal como el lado posterior. El chico estuvo a punto de quedarse dormido, no obstante, enseguida entraron en la habitación Elfle y César, alertando al chico y haciendo que se levantara a toda prisa ignorando por completo la condición en la que se encontraba.

—¿Qué ocurre? —preguntó Morgja, poniéndose en pie.

—Son las ocho, mi turno ha terminado, vamos a entrenar —contestó César, impaciente por comenzar su primer día de entrenamiento con Morgja.

—De eso nada, Morgja tiene que comerse mi comida —corrigió Elfle, acercándose al hijo del mercader y cogiéndolo del brazo para intentar llevarlo a la taberna.

—Necesito a Morgja sano para que me enseñe, si se come eso a lo que tu llamas "comida" tendrá que irse directo a la cama —comentó César, atacando sin cuartel a la posadera.

—César, serás…¿¡Se te olvida que te estoy haciendo un favor dejando que Morgja se quede en MÍ posada!? —gritó Elfle, soltando el brazo de Morgja y colocándose delante de César—. ¿Quieres que suba el precio del hospedaje y te deje en la ruina?

—N-No puedes hacer eso, los demás huéspedes se quejarían de los precios, y seguro que el gremio de posaderos tiene prohibido que los precios a todos los huéspedes no sean imparciales, o algo así —argumentó el guardia, aterrado por perder todo su sueldo.

—Es cierto que el gremio lo prohíbe, pero sigo pudiendo hacerlo, porque se te olvida unas cuantas cosillas, primero, no se va a enterar de que no he cumplido las normas, segundo, si llegaras a contárselo tú de alguna forma tú solo tienes a Morgja para testificar a tu favor, mientras que yo tengo a todo Maran, y último, pero no menos importante, no pensaba incumplir las reglas del gremio, subiría el precio para todo el mundo, total, en esta época del año no hay mucha gente que venga a Maran a hospedarse, y bueno, si viene alguien tendrá que elegir entre pagar o irse a la posada más próxima la cuál te recuerdo que está a una hora en carruaje o a alrededor de cuatro horas andando —replicó Elfle, sin darle a César mucho margen para contraargumentarla o contradecirla y obligándolo a rendirse y dejar que la chica se llevara a Morgja a la taberna para prepararle la cena.

En la taberna, Morgja y César se sentaron en la barra, en ese momento el lugar estaba vacío. Elfle entró en la cocina, se puso un delantal blanco y a continuación se colocó al lado de Kamán para comenzar a pelar patatas para preparar la comida que iba a hacer Morgja.

—¿Por qué no me has dicho que ibas a prepararle la comida a ese tipo? —preguntó el cocinero, mientras removía el contenido de una olla con un cucharón de madera.

—¿Acaso estás celoso? —contestó la chica, omitiendo la pregunta y mirando al hombre con cara de suficiencia.

—¿Por qué iba a estarlo? Tu comida es horrible y potencialmente mortal, no quiero comerla y dudo que puedas reemplazarme con ella —comentó Kamán, rechazando por completo los dos motivos que era capaz de pensar por los cuales estaría celoso.

—¿Por qué todos decís lo mismo de mi comida? —preguntó la posadera retóricamente, mientras colocaba las patatas que pelaba en un bol—. No todo el mundo nace siendo un experto en todo, se necesita práctica y estudio para conseguir lograr algo.

—Dudo bastante que alguien haya mandado al hospital a una persona en su primera vez cocinando, sigo sin saber cómo te las arreglaste para hacerlo mientras te vigilaba.

—Nadie está libre de cometer un accidente —replicó la chica, terminando con las patatas y pasando a coger en un armario una olla.

—Tus accidentes rozan el borde del homicidio.

Kamán apartó la olla del fuego y fue hasta el mismo armario del que Elfle había sacado la olla y cogió una sartén, tras echarle un chorro de aceite de una botella de cristal que tenía al lado del fogón la colocó encima del fuego para que empezara a calentar el aceite; a continuación le pasó la botella a Elfle, quien la cogió para hacerla a un lado y continuar preparando la comida como a ella le parecía mejor.

—¿No vas a echarle aceite?¿Qué vas a hacer? —preguntó el cocinero, cogiendo ajo y cebolla de un par de cestos de mimbre que tenía apartados.

—Guiso de patatas —contestó la chica, cortando las patatas en trozos medianos.

—Eso lleva aceite —explicó el hombre, tratando que Elfle no hiciera uno de sus platos letales al mismo tiempo que troceaba el ajo y la cebolla.

—Lo sé, tranquilo, simplemente no quiero que se me queme el aceite mientras preparo todo para echarlo a la olla.

Dicho eso, Elfle echó agua dentro de la olla y a continuación metió los trozos de patatas. El cocinero iba a reprenderla por lo que acababa de hacer, no obstante, se mantuvo al margen sabiendo que la chica volvería a ignorarlo para hacer lo que ella quisiera. Kamán echó los trozos de ajo y cebolla que había cortado en la sartén y comenzó a removerlos con una espátula de madera para que no se quemaran; mientras tanto, la posadera había cogido un trozo de carne para cortarlo en pequeños trozos que fue echando a la olla en el mismo momento que los tajaba.

—Pásame un filete de esa carne—pidió Kamán, extendiendo el brazo sin apartar la vista de la sartén. Cuando sintió el filete que Elfle le había cortado en la mano, lo echó directamente en la sartén y empezó a freírlo junto a la cebolla y al ajo.

De nuevo, Elfle se acercó al armario de los utensilios de cocina y sacó dos cazuelas; para la primera cazuela fue a buscar un par de tomates, los cuales se encontraban en una cesta de mimbre al lado del resto de cestas, después de echar agua en ella metió los dos tomates y los dejó en el fuego. En la segunda cazuela echó el aceite que Kamán le había dado y lo puso en otro de los fogones; para cuando Kamán había terminado de preparar lo que le faltaba de comida, Elfle ya había sacado los tomates de la cazuela, los había aplastado con un mortero y echado el puré dentro de la cazuela con aceite, a parte de eso, dentro de esa cazuela la chica había echado más cosas que a simple vista Kamán no era capaz de reconocer.

—¿Elfle qué le has echado a eso? —preguntó el hombre, intentando descubrir qué era lo que había pasado por alto mientras preparaba su comida.

—Un poco de eso, un poco de lo otro, tomates, sal, ya sabes —contestó la posadera omitiendo los detalles que el cocinero estaba preocupado por saber, preocupándolo aún más. Finalmente la chica echó el contenido de la cazuela en la olla con las patatas y la carne y procedió a removerlo todo hasta que se mezcló por completo, haciendo una salsa que a simple vista aparentaba ser apetitosa—. Ya está ¿Quieres probarlo? —preguntó la chica, cogiendo un poco con un cucharón y aproximando el brazo con él hacia el cocinero.

—No, gracias, no quiero morir tan joven.

La contestación de Kamán hizo que Elfle frunciera el ceño y apartara la vista. La chica cogió un plato y sirvió la comida en él, mientras, el cocinero hacía lo mismo con la suya. Ambos salieron de la cocina y pusieron su plato de comida delante de Morgja, lo que confundió tanto a César como al propio Morgja.

—Esto tiene buena pinta ¿Seguro que lo ha hecho Elfle? —preguntó el guardia, enfadando de nuevo a la chica.

—¿300 Bamen la noche te parece bien? —preguntó la posadera, de forma calmada, fingiendo una sonrisa.

—¿¡300!?¡Eso es casi diez veces el precio normal! —exclamó César—. ¡Es un más o menos un tercio de mi sueldo!

—¡Pues aprende de una vez a no molestar a la gente que te está haciendo un favor! —gritó la chica, perdiendo la compostura por un momento—. Bien, Morgja, te he hecho un rico guiso, espero que te guste —informó a continuación con una sonrisa por el orgullo que sentía por su plato, segura de que en esa ocasión había sido capaz de hacer no solo algo comestible, sino algo exquisito.

—¿Por qué hay dos platos? —preguntó Morgja, mirando el plato que Kamán había preparado.

—Es mi disculpa por haberte apuñalado la mano, además, no voy a dejar que comas únicamente un bocado de la comida de Elfle.

—¿¡Por qué dices que solo va a comer un bocado de mi comida!?

—Porque dudo que vaya a ser comestible.

—Va a ser…Espera ¿Has dicho que lo has apuñalado?

Al darse cuenta de lo que Kamán había dicho, César y Elfle fueron enseguida a revisar las manos de Morgja, el chico se lo facilitó todo levantando la mano que le habían atravesado mientras que con la que tenía libre cogió una cuchara y comenzó a comer el guiso.

—¿Por qué no has dicho nada? —preguntaron el guardia y la posadera al mismo tiempo, inmediatamente la chica miró el suelo y todo el camino que habían hecho hasta allí; Morgja había dejado un rastro de sangre hasta el taburete y debajo de él había un pequeño charco de sangre.

—¿Cómo no te has dado cuenta después de todo el tiempo que has estado con él mientras cocinaba? —preguntó Elfle a César.

—Estaba en el lado contrario, y ni siquiera lo mencionó, solo habló de lo vacía que estaba la taberna.

—Está vacía porque es Lunes y…¿Qué estoy diciendo? Tenemos que…

De repente Morgja se echó la mano herida a la barriga y la otra a la boca, preocupando enseguida a todos los presentes.

—¿¡Qué te pasa!?¡Dios! Sabía que no era bueno darle tu comida —exclamó César, preocupado por la salud de Morgja.

—Es imposible que mi comida haya…

Antes de que Elfle pudiera terminar su frase, Morgja tosió y entre sus dedos comenzó a rezumar sangre, aumentando en cantidad después de toser por segunda vez.

—¡Mi comida lo va a matar!¡Lo siento, lo siento mucho! —gritó la chica, víctima del pánico, casi llorando.

—¡No te quedes ahí parada haz algo! —gritó Kamán, siendo él también presa del pánico.

—No te preocupes Morgja, voy a curarte en un momento.

Elfle colocó las manos delante de Morgja y comenzó a conjurar uno de los hechizos de curación que se conocía; nada más escucharlo y ver que un círculo mágico aparecía delante de él, Morgja se puso en pie empujando hacia atrás el taburete en el que estaba sentado, tirándolo al suelo por culpa de la fuerza con lo que lo había hecho, asustando a la chica e interrumpiendo el hechizo.

—¡Cállate y no intentes volver a usar la magia en mí! —vociferó Morgja, antes de ponerse firme y respirar con fuerza, apartando las manos de la boca y el estómago, mostrando a todos que se le había abierto la herida del día anterior—. Vuelvo al hospital —comunicó más calmadamente. Morgja se fue, dejando a Elfle con lágrimas en los ojos por el repentino grito cuando ella solo estaba tratando de ayudar.