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Donde Anselin experimenta la sensación de ser una carga

N.A: Este capitulo contiene un fragmento donde se describe mutilaciones humanas, y de las mismas como si fueran mercancía. 

Aferrado en los brazos de Daimon, Anselin admiró el reino de los demonios como si estuviera dando un paseo y no escapando a un pelo de la muerte. A estas alturas, estuvo tantas veces a punto de morir que se había curado de espanto. Ya todo comenzaba a parecer distante.

Naturalmente, era la primera vez en su vida que veía el inframundo, por lo cual estaba asombrado. Lo único que supo sobre él, era por los cuentos y vagas descripciones que se hacían para asustar a los niños que se portaban mal.

Pandemónium estaba bastante lejos de ser lo que se imaginaba. Toda su vida había imaginado un desierto rojo y oscuro, con escasas cavernas y monstruos asechándose entre ellos. Algo muy diferente era lo que sus ojos veían; las estructuras aunque un poco extrañas e interesantes, se elevaban unas junto a otras. Todo se caracterizaba por estar construido con piedra color cobrizo. Las calles eran tan vibrantes como las de un mercado humano e incluso aún más concurrida. Le llamó la atención la manera en que las calles y hogares estaban decorados con banderines con diferentes figuras, y linternas de fuego iluminando intensamente.

Anselin estaba francamente fascinado; no era un lugar lúgubre, de hecho, parecía muy entusiasta.

Antes de que alguien los descubriera volando entre los edificios, Daimon se detuvo detrás de un tejado extremadamente alto.

Apenas puso un pie en algo firme, se apresuró a darle un vistazo a Anselin y preguntar con mucha preocupación―: Alteza, ¿te encuentras bien? ―al ver que no parecía padecer ningún dolor, su rostro se volvió más severo―. No vuelvas a actuar por tú cuenta de esa manera.

Anselin no podía creer que estaba siendo regañado por Daimon, cuando muy probablemente él era el mayor de los dos. En cambio no pudo enfadarse, sino agradecerle por la preocupación. Le dio unas palmaditas en el pecho para intentar calmarlo― No hay de qué preocuparse. Morana me dio una medicina que dormirá el veneno por un tiempo.

El rostro de Daimon apenas pareció relajarse un poco antes de preguntar―: ¿Por cuánto tiempo?

No dijo nada por unos segundos. Al final respondió con una ligera sonrisa―: Eso no lo sé. Pero ya es suficiente bueno que pueda moverme por mi cuenta.

Desde leguas se podía notar la disconformidad de Daimon. Sin duda era una buena noticia que ya no estuviera petrificado y que Erpeton no haya podido hacerle daño, pero el veneno seguía dentro de su cuerpo, amenazando en reactivarse en cualquier momento. Los ojos oscurecidos de Daimon se deslizaron por cada extremo del cuerpo de Anselin y se detuvieron en la mano vendada con una expresión complicada. El Príncipe se dio cuenta y, sintiéndose avergonzado sin saber por qué, la escondió detrás de su espalda.

El otro volvió a subir los ojos, y luego dejó escapar aire por la nariz. Ahora, parecía afligido.

Anselin observó confundido como Daimon empezó a desvestirse de repente. No pudo evitar sonrojarse y correr la vista a otro lado.

¿¡Por qué demonios se desvestía encima de un tejado!?

El calor de su rostro aumentaba con el sonido de la tela deslizándose. Percibió que se acercaba a él y acto seguido, no esperó ser cubierto de pies a cabeza.

Anselin giró a verlo confundido e inmediatamente se sintió cautivado por el aroma que desprendía la prenda que antes llevaba puesta. Ahora con el torso casi descubierto, Daimon lo miró con afecto a la vez que acomodaba la tela sobre la cabeza del Príncipe― Es peligroso que Su Alteza pasee libremente por aquí, sin cubrir tu rostro. Pero tampoco puedo permitir que vuelvas al mundo humano por tú cuenta.

Las cejas de Anselin se alzaron suavemente. Aunque no le gustaba aceptarlo, tenía razón. En el mundo humano pasó de ser venerado como a un dios, a ser odiado como un demonio. Y en el mundo demoníaco, solo era un plato de comida. Dejó escapar un suspiro con pesadez. Comprendió solo una décima parte de lo que el hombre frente suyo experimentó durante toda su vida.

Pensó que era realmente difícil vivir siendo odiado, aún más cuando toda tu vida solo escuchaste alabanzas, mentirosas, pero alabanzas al fin y al cabo. En cambio para Daimon, nunca conoció otra cosa más que el odio y el desprecio. Solo existieron dos momentos en su vida en los que fue aceptado y tal vez amado. Uno fue dado por el Príncipe, y el otro eran lagunas turbulentas, que después de aquel incidente en Tinopai comenzaron a aparecer poco a poco, asentándose para volver algunas cosas claras.

En resumen, a él le daba un poco lo mismo. A estas alturas, no podía importarle menos lo que los demás sintieran por él. O al menos, eso era lo que el demonio se repetía una y otra, y otra vez cuando los ojos se posaban sobre él.

Ante la mirada de Daimon, Anselin sintió curiosidad―: ¿Qué tienes en mente?

―Cuidaré de ti.

Enarcó una ceja, fingiendo más para sí mismo que para el otro que esas palabras no causaron calor en su pecho―Tengo un orgullo que cuidar, ¿sabes? No dejaré que me trates como a un enfermo. Yo mismo... ―de repente, recordó que había dejado a alguien a su cuidado antes de separarse― ¿Y Lou?, ¿Qué pasó con él? ―preguntó con palabras torpes y apuradas. Si Daimon estaba frente a él, quería decir que el niño fue abandonado en quién sabe dónde.

Daimon caminó hasta el extremo del tejado, parándose casi al final de este. De algún lado de su cintura sacó esa vieja capa celeste, que ahora Anselin sabía que alguna vez fue suya, y que por alguna razón no se despegaba de ella. Le hizo varios dobleces y terminó atándola alrededor de sus ojos para cubrirlos.

Sus comisuras se levantaron suavemente― No tienes que preocuparte, lo dejé en un lugar seguro. ―respondió.

Respiró con más tranquilidad. Si el otro decía que estaba bien, pues estaba bien. Pero todavía tenía preguntas sobre lo que sucedió en Oshovia. ¿Lograron decirle la verdad al Rey? ¿Qué sucedió con el Príncipe traidor?

Pero ahora se sintió atrapado por la figura de Daimon, iluminado por las luces amarillas y rojas de las calles. Estudió sus movimientos con interés. El otro tenía una mano extendida en su dirección, invitándolo a acercarse. Y es lo que hizo―... ¿Por qué te vendas de nuevo?

Apoyó su mano en la palma de Daimon, y esta fue sujetada con delicadeza; como si lo que estuviera tomando entre sus dedos en realidad fuera una hermosa figura de nieve que no quería romper. Anselin pensó de repente que estaba siendo extraño. ¡Como si ya no hubiera sido extraño que se besaran!

¡No pienses en eso!

―Mis ojos pueden ser un problema aquí. ―fue lo último que dijo, antes de tomarlo de la cintura y lanzarse hasta abajo.

Cayeron entre dos puestos poco iluminados y se mezclaron entre la multitud de demonios que paseaban de aquí hasta allá. Al parecer, el aroma natural de Daimon que quedó impregnado en la ropa que cubría a Anselin, ayudó a que se camuflara sin problemas.

Ningún demonio se preguntó cuál era la razón de que esos dos olieran igual, después de todo, era natural para ellos que el olor de sus parejas se impregnara en sus cuerpos después del acto sexual. En cambio, lo que sí llamó la atención, fue la presencia de Daimon. A pesar de estar rodeados de demonios de distintas formas y tamaños, seguía siendo el que más sobresalía entre toda la multitud. Llevaba la mitad del rostro tapado, pero eso no escondía para nada su belleza y porte. Sus pasos eran confiados y autoritarios, dando la impresión de saber muy bien por donde caminaba. Esa ropa nupcial que llevaba resaltaba demasiado, pero no porque fuera ceremonial, sino porque él la llevaba puesta. Las botas negras se apretaban en donde empezaban sus rodillas, y sobre ellas el pantalón blanco resaltaba sus largas piernas, acabando en una cintura delgada y siguiendo en un torso fornido. De su rostro solo se podían ver sus labios y una mandíbula seductora y bien marcada, y era suficiente para calificarlo con un atractivo extraordinario y peligroso.

Anselin lo contempló igual o más aturdido. Se sentía como si algo hubiera cambiado en el hombre a su lado, pero no fue capaz de descifrar de qué se trataba. Simplemente era diferente y ya. Pero al mismo tiempo, parecía una fantasía.

―Alteza, el asunto es urgente. Sin embargo, primero que nada debes comer ―su voz se dirigió a él―. Como no sabía a dónde te llevaron, no pude asegurarme de que te estuvieran tratando bien...

En lugar de responder, el Príncipe continuó mirándolo y analizándolo, casi embobado. Tratando de descifrar lo curioso en él. Entonces Daimon giró el rostro y Anselin estuvo a punto de estremecerse por ser atrapado mirándolo tan descaradamente, pero luego recordó que tenía los ojos vendados― Mjm. Sí. No hay prisa para encontrar una cura; Morana me dijo que no era tarea fácil deshacerse del veneno. Así que podemos tomarlo con calma y priorizar otras cosas primero. No me hago muchas ilusiones ―lo último, tal vez estuvo de más decirlo.

De cualquier modo, no creo que haya algo comestible para mí en este lugar, pensó.

Daimon frunció el ceño ligeramente― Naturalmente le agradezco por ayudarnos, pero esa mujer ni siquiera conoce su sangre. No es una tarea sencilla, pero tampoco imposible. Alteza, debes confiar un poco más.

Por segunda vez se sintió regañado. Anselin se rió con incomodidad cuando dejó en evidencia su poca voluntad para salvarse así mismo.

Mientras caminaba, un olor a podredumbre asaltó su olfato. Anselin se alarmó al sentir el hedor que solo podrían hacer los cadáveres en descomposición. Revoloteó la vista por todos lados para encontrar de dónde provenía. La calle tenía puestos de lado a lado, ofreciendo diferentes productos que solo se podrían encontrar en Pandemónium; Anselin quedó espantado cuando vio que un puesto ofrecía miembros reproductores de diferentes tamaños, aludiendo que podían colocarse más de uno. Pero más espantado quedó cuando sus ojos encontraron el sitio de dónde provenía el hedor: un puesto de comida.

Y la comida, claramente, eran humanos.

Piernas, torsos, brazos, cabezas; algunas con piel y otros despellejados, se exhibían colgados de ganchos. Los demonios se amontonaban, empujándose entre ellos para pedir un trozo. Anselin se detuvo abruptamente con el rostro palidecido.

Daimon también se detuvo al percibirlo, pero sin ninguna expresión que expresara lo que sentía.

Uno de los puesteros de la tienda notó a Daimon, y se acercó inmediatamente a él creyendo que se trataba de un demonio de alto rango― Mi señor, ¿puedo ofrecerle algo? Tenemos productos frescos y de buena calidad. ¡No encontrara carne más deliciosa que la nuestra!

―No estoy interesado ―respondió con frialdad.

Tomó gentilmente el brazo de Anselin para guiarlo lejos de allí, pero el demonio de piel oscura era insistente.

―¡Mi señor! ¡No desaproveche esta oportunidad! No encontrará productos tan distinguidos en ninguna otra tienda ―al ver que estaba siendo completamente ignorado por esos dos, se apresuró a sacar una pequeña caja de su bolsillo―. ¡Mire! Este dedo es del mismísimo Príncipe de los humanos. Si lo come, no tendrá la fuerza de diez demonios, ¡sino la de cien! ―no cabía duda de que al único hombre al cual ellos se referían como "príncipe de los humanos" o "heredero de los humanos" era el propio Anselin. Le dio un vistazo a este antes de decir―: También, puede ser un buen regalo para su amante.

Los dos hombres se detuvieron en seco. Cuando la caja fue abierta, Anselin ignoró lo último dicho y se apresuró a ver si realmente se trataba de su dedo, aunque sabía que podía ser imposible; Erpeton lo había masticado y saboreado hasta que no quedó nada.

Efectivamente ese dedo no era el suyo, jamás tuvo dedos tan cortos y rechonchos. Hizo una mueca algo decepcionado, sin saber si reír o llorar.

Ni siquiera hacía falta que Daimon se quitara la venda para saber que no era del Príncipe, pero por alguna razón, fingió interés quedándose para escuchar más.

―Ah, veo que esto sí es de su interés ―se apresuró a decir el demonio, y creyendo que ganaría una fortuna, continuó―: Yo mismo lo he traído desde el palacio de nuestro Emperador, puedo asegurar su genuinidad. Si un dedo no es suficiente para usted, puedo ir a conseguir más por un buen precio.

Dentro de Pandemónium, no fue ningún secreto que el Emperador había capturado al Príncipe de los humanos para hacer quién sabe qué con él. Tampoco les importaba demasiado, de todas formas, esté o no esté en el inframundo, no tenían la oportunidad de lamerlo siquiera. Y nadie se atrevería a desafiar al emperador para ir a robar el cuerpo, por mucho que lo deseara.

― ¿Oh? Entonces, dices que este dedo es del Príncipe de Tinopai ―el demonio agitó la cabeza pronunciando "¡sí, sí!"―. Siendo así un dedo no será suficiente.

Anselin le dirigió una mirada complicada.

―Este humilde servidor entiende. ¿Cuántas partes quiere?

―Quiero todo de él.

Anselin casi se ahogó con su propia saliva al escucharlo soltar aquello. ¿No parecía acaso algo dicho con indecencia? ¿Estaba tratando de burlarse de él? ¿¡Dónde está la gracia en haber perdido un dedo!?

Por otro lado, la sonrisa juguetona en la boca de Daimon sugería cosas que el Príncipe no fue capaz de captar.

No fue el único que sintió extraño, el vendedor quedó en blanco por un momento antes de sonreír con incomodidad. ¿Quién era él para juzgar fetiches? Si quería juntar todas las partes del humano para unirlas nuevamente y ponerla junto a su cama, él no iba a decir nada. Después de todo, negocios son negocios.

Daimon sonrió con falsedad― Pero por el momento, solo me gustaría resolver unas dudas ―buscó algo en su ropa y se lo enseñó al demonio. Los ojos de este brillaron inmediatamente al ver las piedras.

Anselin sintió curiosidad por esas piedras negras como el carbón, pero lisas como el jade pulido.

― ¡Pregunte lo que quiera, este humilde responderá!

―¿Qué sabes sobre el veneno del Emperador? ―preguntó.

El demonio extendió la palma de su mano para recibir las piedras antes de hablar con una sonrisa, sin cuestionarse lo extraño de la pregunta― Es un veneno que solo el clan de las serpientes posee. Actualmente, solo quedan dos de ellos, nuestro Emperador y la Princesa. Se transfiere directamente de boca a boca ―nadie pudo verlo, pero los ojos de Daimon se volvieron oscuros de repente al oírlo y la sonrisa falsa se borró de sus labios―. E... es todo lo que este servidor sabe. ―tartamudeó ante el aura siniestra del demonio frente a él.

― ¿La cura? ―inquirió sombrío.

―Eso es un secreto entre el clan, mi señor.

Daimon pareció tomarse un momento para calmarse antes de volver a preguntar―Oí que hay un manantial con un agua única. ¿Dónde es eso?

Naturalmente Daimon desconocía gran parte de Pandemónium; solo imágenes borrosas de ciertos lugares se habían comenzado a manifestar en su cabeza, y entre ellas estaba este manantial.

El vendedor lo miró algo extrañado― Definitivamente existe, pero ese es un lugar de público conocimiento. ¿Cómo es que pregunta, mi señor?

Su ceño se frunció levemente y su voz se volvió más grave― ¿Quién pregunta a quién?

Anselin no pudo evitar mirarlo por un buen rato, algo impactado por ese lado autoritario suyo.

El vendedor sudó y sonrió con miedo antes de responder― Lo que quiero decir, es que es un lugar muy conocido. Esto se debe a que es el único manantial aquí abajo y por tener capacidades curativas. Por supuesto que nosotros no lo necesitamos, pero disfrutamos de recordar que la única fuente sanadora para los humanos, la tenemos nosotros. Se encuentra en el suroeste, mi señor. Si lo que quiere es buscarlo, no será difícil; es el único que hay.

Daimon asintió, murmurándole un "gracias" al demonio, antes de tomar gentilmente la mano de Anselin para seguir caminando.

El Príncipe deseó que no le hubiera preguntado por el veneno de Erpeton. Ahora quedó en evidencia la manera humillante con la que fue envenenado. Antes de que mencionara algo al respecto, habló primero― ¿Por qué le preguntaste por un manantial?

―El agua de ese manantial tiene propiedades curativas, como dijo el demonio. Sumergirte allí podría ayudar en algo ―le dijo con suavidad.

―Entiendo. ¿Lo escuchaste en el palacio?

―Tal vez.

Su respuesta fue vaga y no parecía tener intenciones de explicar más, por lo que no preguntó.

Posteriormente, Daimon lo condujo por las rojas calles sin soltarle la mano, buscando algo que el Príncipe pudiera comer. Finalmente dieron con un puesto que pretendía vender curiosidades humanas. En palabras de Anselin: objetos robados de alguna ventana. Entre los cacharros, el demonio les ofreció una bolsa de tela cuyo interior contenía un poco de pan y queso.

Sintió lastima por el pobre que habrá quedado sin almuerzo, pero probablemente podría conseguir un poco más y no le molestaría que él lo tomara.

Daimon lo compró por unas cuantas piedras negras. Afortunadamente era un producto fresco, más bien, recién robado.

Detrás de una tienda de piedra, encontraron un lugar apartado. Daimon se bajó la venda para poder ver al Príncipe disfrutar de una comida después de tanto. Masticaba con desesperación y tragaba con dificultad, como un animal. Pero en lugar de sentir desagrado por ese comportamiento, lo observaba con la sombra de una sonrisa.

Anselin se dio cuenta y le dirigió una mirada atajante― ¿Te da gracia verme comer?

La sonrisa del otro ahora se hizo visible― Por supuesto que no, Alteza. Estoy feliz de que puedas comer.

Para su dicha, el entrenamiento que Anselin siguió durante toda su vida lo preparó para sobrevivir a cualquier adversidad. A la edad de doce años, fue obligado a practicar el respiracionismo. Su desayuno, almuerzo y cena, fueron suplantados por aire y luz solar. Pasó meses enteros practicando esta peligrosa técnica, hasta creer que iba a morir. Pero obviamente, un descendiente de Aston Tinop y bendecido con un halo dorado, lo soportaría. Fue una tortura -de las menos horribles de sus entrenamientos-, pero en estos últimos tiempos se sintió afortunado de haber aprendido tal técnica. De otra forma, hubiera caído muerto hace bastante.

Estaba débil y cansado, por supuesto, pero no moribundo.

Terminó de tragar y se limpió los restos de comida de la boca. No quería ser una molestia, pero ahora tenía sed. Cerró los ojos y carraspeó con incomodidad. Cuando los abrió, frente a él había una cantinflera.

―Si tienes sed, solo tienes que decírmelo.

Anselin deslizó su vista de la cantinflera hasta Daimon, que le extendía el agua servicialmente. Parpadeó varias veces antes de aceptarla y beber.

¿Por qué estaba siendo tan atento? Siempre lo consideró un joven amable, pero ahora en especial lo era aún más. ¿Era porque se estaba por morir? Por qué otra razón, además de su lecho de muerte, alguien sería tan amable con el moribundo.

Decidió ignorarlo por ahora.

―Daimon, sobre el manantial, no creo que sea necesario hacerlo ahora. El reino huma...

―No hay otra cosa que sea más importante ―lo interrumpió a sabiendas de hacia dónde se iban a dirigir sus palabras.

El tema murió antes de empezar y Anselin no se atrevió a revivirlo por un tiempo. Pensándolo en frío, en el estado en el que estaba tampoco iba a ser capaz de defender a alguien. Sus propios brazos le pesaban como cien bolsas de arena. La Lotus era ligera como una rama, pero empuñarla en ese estado, no sería diferente a tener una verdadera rama en las manos.

Si quería proteger a las personas, primero debía sanar, aunque fuera un poco; lo suficiente para luchar. ¡Por segunda vez se sintió egoísta! ¡Priorizarse siempre fue un pecado para él! Podía escuchar las voces de sus mentores y padre criticándolo en su cabeza.

Como sapo de otro pozo, dejó que Daimon lo guiara por todo Pandemónium. La determinación que este tenía para llevarlo hasta la cura, a pesar de no ser certera, lo conmovió.

Toda su vida fue el foco de atención, aun así, nunca sintió que los demás se preocuparan realmente por él. Muchos solo seguían órdenes y otros actuaban por conveniencia; más preocupados en caerle bien a Su Alteza Real para conseguir favores más tarde. Ahora Daimon caminaba sujetando su mano con firmeza, provocándole calidez en el pecho y un sentimiento gentil que iluminaba su rostro.

No tenía razones para ayudarlo, para arriesgarse por él y mucho menos después de cómo le había tratado en Tinopai. Pero Daimon se mantuvo junto a él. No supo si se debía a aquel juramento que le había hecho en el palacio, como agradecimiento por haberlo sacado del bosque, y eso lo hizo sentirse peor que la escoria.

Todavía era difícil para él adivinar sus propias razones para llevarlo al reino. Pero en cualquier caso, no le había hecho ningún bien al joven.

Por eso estuvo agradecido con su compañía. Claro que tuvo a Darren e Irina en su vida, acompañándolo. Pero esta vez creía que se percibía diferente, y era la primera vez que lo experimentaba. El pensamiento de realmente ser importante azotó su cabeza, pero lo esfumó tan rápido como apareció.

Junto a esas raras sensaciones, también apareció aquel pensamiento de que se estaba dando demasiadas libertades; como dejarse ver débil, por ejemplo. O dejar que alguien más resuelva las cosas por él.

Estaba tan acostumbrado a ser quien se hacía cargo de todo, que ver a Daimon caminar frente a él, liderando, le resultaba extraño y hasta cierto punto inquietante.

Mientras su cabeza seguía creando más pensamientos conflictivos, prestó atención al paisaje que lo rodeaba.

Pandemónium no representaba en totalidad el significado de la palabra. De hecho, no parecía un lugar caótico en el mal sentido, en su lugar, Anselin hubiera usado la palabra "animado". Si bien sí era un lugar oscuro y sombrío, alejado de la luz y la vida, los demonios parecían esforzarse para que fuera lo contrario. La ciudad subterránea estaba perfectamente iluminada, dando la impresión de una noche eterna. Y bellamente decorada, creando la sensación de una fiesta constante.

Daimon le contó algunas cosas que escuchó en el palacio, como que las tierras estaban divididas por estados con diferentes nombres y todas gobernadas por un mismo gobernador supremo: el Emperador. Eran menos que en el mundo humano. Donde ahora estaban era sin más llamado "Pandemónium", su capital. Por su lado, la ciudad a la que debían dirigirse para encontrar el manantial se la llamaba "Nigra".

Los seres en estas tierras eran de diferentes formas y tamaños: con garras, con cuernos, apariencias grotescas y deformes y otras más similares a un hombre humano. Pero los que más llamaron su atención, fueron aquellos que se paseaban con un aspecto angelical. ¡Eran ángeles! O lo fueron antes de caer de los cielos.

También descubrió que varios demonios, eran en realidad fantasmas corrompidos. Almas que alguna vez fueron humanas y vagaron demasiado tiempo hasta corromperse. Anselin supuso que debían ser de la época de la liberación, donde se llevó a cabo el mayor genocidio.

Se sintió un poco intimidado al caminar entre criaturas tan grandes e imponentes. Al lado de muchos, era un niño. Y sin ningún tipo de fuerza, no era diferente a un bebé. ¡Incluso con fuerza no era mejor que una hormiga para ellos! Solo sería una amenaza si se paseaba ondeando La Lotus cual bandera.

Dejó escapar aire de sus pulmones en un extenso suspiro. Daimon lo escuchó y se giró a él, mirándolo tras la tela― ¿Sucede algo?

Negó con una diminuta sonrisa, notoriamente forzada e incómoda― No es nada ―respondió, pero al cabo de unos segundos decidió confesar―: Me he vuelto un poco inútil, estando siempre detrás de ti.

No se dio cuenta, pero sus palabras salieron con un tono de molestia. Como si estuviera harto.

Daimon mantuvo su rostro hacia él un rato, antes de volver la vista al frente― Cuando te bañes en el manantial, recuperaras toda tú fuerza. Solo espera un poco más. Entonces, no me necesitaras de nuevo ―comenzó a hablar con gentileza, pero lo último fue murmurado casi entre dientes, saliendo debilitado como si le costara decirlo.

Anselin clavó sus ojos en él, algo aturdido. Sintió un pequeño pinchazo en el pecho que vino acompañado de una sensación angustiante.

Ah, realmente estoy siendo una carga. Pensó con dolor en el pecho.