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La Batalla en la Mina de Fuego

Ian, el lobo y el mono estaban listos para la lucha. La colosal criatura de roca y lava avanzaba hacia ellos con pasos lentos pero firmes, cada uno de sus pasos hacía temblar el suelo bajo sus pies. A medida que se acercaba, la temperatura en la cueva aumentaba exponencialmente, obligando a Ian a retroceder ligeramente para evitar ser abrasado por el calor.

El mono plateado fue el primero en atacar. Con un rugido ensordecedor, golpeó el suelo con sus puños, desatando una onda de choque que hizo que el terreno se agitara y enviara fragmentos de roca volando hacia la criatura. Sin embargo, la bestia de lava no se inmutó. Simplemente absorbió los golpes, su cuerpo incandescente derritiendo las piedras antes de que siquiera pudieran hacer contacto.

El lobo, por su parte, se movió con agilidad, zigzagueando por el suelo mientras intentaba encontrar un punto débil en la criatura. Saltó hacia su flanco, mordiendo la roca que formaba su costado, pero una vez más, sus ataques parecieron tener poco efecto. La criatura simplemente sacudió su cuerpo, lanzando al lobo al aire antes de que pudiera recuperarse.

Ian sabía que esta no sería una batalla fácil. Desenvainó su espada, que brillaba con un leve resplandor en respuesta al calor circundante. Debía pensar rápido y actuar con precisión si quería salir con vida de esta pelea.

"¡Mono, golpea de nuevo!", gritó Ian, dando órdenes claras. El mono obedeció, levantando enormes fragmentos de roca del suelo y lanzándolos hacia la criatura. Pero la bestia continuó avanzando, su mirada fija en Ian, como si supiera que él era el verdadero enemigo.

Sin embargo, Ian no se dejaba intimidar. Sabía que, a pesar de la fortaleza de la criatura, cada ser tenía un punto débil, y él estaba decidido a encontrarlo. Corrió hacia un lado, intentando acercarse desde un ángulo diferente, buscando una abertura en la estructura rocosa de la bestia.

El lobo recuperó el equilibrio y volvió a atacar, lanzándose hacia la parte trasera de la criatura. Esta vez, en lugar de morder, utilizó su velocidad para rodearla, distrayéndola mientras Ian se acercaba con la espada lista. El mono, por su parte, seguía levantando y lanzando rocas, intentando ralentizar el avance de la criatura.

Finalmente, Ian vio su oportunidad. La criatura había girado ligeramente para enfrentarse al lobo, exponiendo un núcleo incandescente en su pecho, un pequeño pero brillante punto de luz en medio de su estructura de lava y roca. Sin perder tiempo, Ian corrió hacia el punto débil, su espada preparada para atacar.

El lobo lanzó un aullido feroz, lanzándose una vez más hacia la criatura, esta vez atacando desde el frente. La bestia, furiosa por la molestia, levantó un brazo para golpear al lobo, dejando su núcleo aún más expuesto. En ese instante, Ian vio su oportunidad. Saltó hacia adelante, impulsando toda su fuerza en un solo golpe dirigido al núcleo de la criatura.

La espada de Ian atravesó la dura capa de roca, alcanzando el núcleo incandescente. En el momento en que la espada hizo contacto, la criatura dejó escapar un rugido desgarrador, como si toda su energía estuviera escapando de su cuerpo. El calor en la cueva aumentó aún más, casi insoportable, pero Ian no se detuvo. Empujó la espada con todas sus fuerzas, hundiéndola más y más en el núcleo.

Finalmente, la criatura se detuvo, su cuerpo temblando mientras la energía se dispersaba en el aire. Con un último rugido, la bestia colapsó, su cuerpo desmoronándose en un montón de rocas y lava enfriada. Ian retrocedió, respirando con dificultad, mientras el calor comenzaba a disminuir.

El lobo y el mono se acercaron a él, ambos mostrando signos de agotamiento, pero también de triunfo. Habían vencido a una criatura formidable, una guardiana del fuego que había puesto a prueba todas sus habilidades y estrategias.

Con la criatura derrotada, Ian se acercó a los restos de la bestia. Entre las rocas y la lava enfriada, vio algo brillante: un núcleo de fuego puro, una joya de energía incandescente que latía con un poder increíble. Lo recogió con cuidado, sintiendo cómo su calor se transmitía a través de su mano. Este núcleo era diferente de cualquier otro que hubiera encontrado. Sabía que tenía un valor inmenso, tanto en términos de poder como de puntos energéticos.

Guardó la joya en su espacio de almacenamiento, junto con todos los cristales de alta calidad que pudo encontrar entre los restos. Mientras continuaba explorando la cueva, sus ojos se posaron en un lago que emanaba un brillo etéreo, con un color azul brillante. El lago parecía vibrar con una energía latente, y Ian sintió una atracción instantánea hacia él.

Sin perder tiempo, Ian preguntó al sistema sobre el lago, y este le informó que se trataba de una condensación de energía líquida acumulada a lo largo de miles de años. Intrigado, Ian preguntó si era posible venderlo al sistema, y la respuesta fue afirmativa.

Con una decisión rápida, Ian optó por vender la energía líquida del lago al sistema. En cuestión de segundos, sintió cómo el poder del lago se drenaba mientras el sistema procesaba la transacción. Poco después, Ian vio que su cuenta había aumentado en una asombrosa cantidad de 150,000 puntos energéticos.

Con una sensación de logro, Ian volvió a enfocar su atención en la cueva, sabiendo que, aunque había enfrentado y vencido un desafío formidable, aún quedaban muchos más misterios por descubrir en ese mundo lleno de peligros y oportunidades.

Después de haber vendido la energía líquida del lago y asegurarse una cantidad considerable de puntos energéticos, Ian decidió que era hora de mejorar su capacidad de almacenamiento. Sabía que el espacio de un solo metro cúbico que había adquirido anteriormente no era suficiente para contener todas las riquezas y recursos que este mundo tenía para ofrecer. Así que, sin dudarlo, invirtió 100,000 puntos energéticos para adquirir cuatro metros cúbicos adicionales, expandiendo su espacio de almacenamiento a un total de cinco metros cúbicos.

Con este nuevo espacio, Ian comenzó a planear su regreso a la cueva. No quería dejar nada valioso atrás, y había decidido aprovechar al máximo su viaje por la mina de fuego. A medida que ascendía por las galerías, se aseguró de recolectar todos los cristales de fuego que encontraba en su camino. Estos cristales, brillando con una intensidad rojiza, emanaban una energía cálida y poderosa que sería de gran utilidad más adelante, ya fuera para venderlos o usarlos en su propio beneficio.

El camino no fue fácil, ya que los gigantescos lagartos rojos que custodiaban la mina seguían siendo una amenaza constante. Cada vez que uno de estos seres se interponía en su camino, Ian no dudaba en enfrentarlo. Sus batallas eran rápidas pero intensas; aprovechaba su destreza con la espada y la fuerza de sus esclavos de alma, el lobo y el mono, para vencer a los lagartos.

El lobo atacaba con rapidez y agilidad, distrayendo a las criaturas con mordiscos certeros y movimientos veloces. Mientras tanto, el mono usaba su control sobre la tierra para levantar barreras y lanzar grandes pedazos de roca a los lagartos, debilitándolos antes de que Ian pudiera asestar el golpe final. Cada vez que uno de estos reptiles caía, Ian recolectaba su núcleo de fuego y continuaba su ascenso, sin perder tiempo.

A medida que avanzaba, el número de cristales que recolectaba aumentaba, llenando rápidamente el espacio de almacenamiento. Sin embargo, con su recién expandida capacidad, no tuvo que preocuparse por quedarse sin espacio. Agradeció haber invertido en la expansión, pues de otra manera habría tenido que dejar atrás una gran cantidad de recursos valiosos.

Finalmente, tras varios enfrentamientos y con su espacio de almacenamiento lleno de cristales de fuego y núcleos de energía, Ian llegó a la salida de la mina. Satisfecho con el botín que había reunido, emprendió el camino de regreso a su cueva. Había sido una jornada ardua y peligrosa, pero extremadamente fructífera. Ahora, con más recursos y un mayor espacio para almacenarlos, se sentía mejor preparado para enfrentar los desafíos que aún estaban por venir en su aventura.

Con el botín asegurado y una creciente sensación de logro, Ian emprendió el camino de regreso a su cueva. El trayecto de vuelta fue más tranquilo que la peligrosa incursión en la mina de fuego, pero no por ello carente de tensión. A medida que se adentraba nuevamente en el bosque, su mente se mantenía alerta, consciente de que cualquier criatura podría atacarlo en cualquier momento.

El cielo comenzaba a oscurecerse, y los sonidos de la naturaleza se intensificaban. A lo lejos, el rugido de una bestia desconocida resonó, pero Ian no se dejó intimidar. Sabía que con el lobo y el mono a su lado, estaba mejor preparado que nunca. No obstante, decidió no correr riesgos innecesarios y se mantuvo en los caminos que ya conocía, evitando adentrarse en zonas desconocidas del bosque.

Mientras caminaba, Ian repasaba mentalmente los recursos que había recolectado y cómo los utilizaría. Los cristales de fuego serían útiles para futuras transacciones o incluso para mejorar sus habilidades si el sistema lo permitía. Los núcleos de energía, por otro lado, serían esenciales para potenciar su cultivo y fortalecer aún más su control sobre las almas.

Finalmente, después de varias horas de marcha, Ian divisó la entrada de su cueva. El familiar refugio le dio una sensación de alivio y seguridad. Al entrar, lo primero que hizo fue descargar todos los cristales y núcleos en su espacio de almacenamiento, organizándolos cuidadosamente para que estuvieran listos para ser usados cuando lo necesitara.

El interior de la cueva, con sus paredes de piedra y el suave resplandor de las piedras luminosas que había recolectado anteriormente, le proporcionaba un ambiente tranquilo y protegido. Aquí, lejos de los peligros del exterior, podía descansar y planear sus próximos movimientos.

Después de asegurarse de que todo estaba en orden, Ian se dejó caer sobre la piel de lobo que había colocado como cama. Sus músculos estaban tensos por la larga caminata y las peleas, pero la satisfacción de un día productivo le permitió relajarse. Cerró los ojos por un momento, respirando profundamente mientras dejaba que la fatiga lo envolviera.

Antes de dormir, Ian hizo un repaso mental de todo lo que había logrado. Había obtenido valiosos recursos, expandido su espacio de almacenamiento, y su control sobre las almas continuaba mejorando. Aunque aún había mucho por hacer, estaba más que listo para enfrentar lo que viniera a continuación.

Con esos pensamientos en mente, se permitió descansar, sabiendo que el siguiente día traería nuevas oportunidades para continuar su camino hacia el poder y el dominio total sobre las habilidades que había adquirido. La cueva, su refugio, se convirtió en un lugar de paz mientras se sumergía en un profundo y reparador sueño.