Dimitri respiraba pesadamente, los hombros subían y bajaban indignados. Parecía perdido, como si no pudiera calmarse más, al menos no en ese momento.
Aunque ya había decidido devolver el favor, la rabia era algo que no podía controlar. Lo odiaba, odiaba el hecho de que no pudiera hacer nada en ese momento. Odiaba no poder marchar directamente a la finca de César, tomar a Adeline y obligarla a volver aquí con él.
Ella era su musa, lo único que entretenía su miserable vida. Se divertía con ella aunque fuera unidireccional y aunque nunca lo admitiría. Jugar con ella era divertido y su reacción siempre era la mejor.
No mentía cuando decía que se deleitaba haciendo la vida difícil para ella, porque realmente lo había hecho. ¿Pero qué esperaba ella, que él fuera todo amoroso con ella?
Eso era demasiado aburrido para él. Ella era su entretenimiento y debía estar a la altura de eso.
Sin embargo, eso ya no era el caso. Adeline había... desaparecido.
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