Al escuchar las sombrías noticias, los seis hombres mostraron rostros oscurecidos por la ira y la intención de venganza. Sin embargo, cuando se reveló que era el Salón de los Espíritus quien buscaba la muerte del joven maestro, sus semblantes se tornaron sombríos, marcados por una profunda tristeza que eclipsaba cualquier atisbo de furia.
Uno de ellos, cuya presencia imponente y mirada ardiente recordaban al joven que despertó el espíritu marcial de un dragón, rompió el pesado silencio. "¿Y qué si es el Salón de los Espíritus?" exclamó con voz firme, que resonó en las paredes de la estancia como un desafío al destino. "Si se atreven a tocar un solo cabello del joven maestro, tendrán que cruzar primero el umbral de mi cadáver."
El jefe de la aldea, con la paciencia y sabiduría que lo caracterizaban, exhaló un profundo suspiro antes de hablar. "No os dejéis llevar por la ira," aconsejó con serenidad, sus palabras flotando en el aire como hojas en un estanque tranquilo. "Si nos dejamos cegar por la rabia, perderemos la claridad de nuestro juicio." Las palabras del jefe parecieron surtir efecto, y poco a poco, la tensión en la habitación comenzó a disiparse, dejando espacio para la reflexión.
Fue Zhu Long quien rompió la calma recién encontrada, su voz llevaba un matiz de estrategia y urgencia. "Podemos llevar al joven maestro al cuartel general de la secta," propuso, mientras sus ojos escudriñaban las reacciones de sus compañeros. "Así, cuando el Salón de los Espíritus venga en tres días, no encontrarán a quien buscan y no podrán llevar a cabo su vil acto."
"¿Pero cómo lograremos que cesen su búsqueda si no encuentran al joven maestro?" inquirió uno de los seis, su pregunta colgaba en el aire como una espada de Damocles sobre sus cabezas.
El jefe de la aldea, con una mirada que destilaba una mezcla de astucia y determinación, respondió: "Haré un llamado a los padres para que traigan a sus hijos que hayan despertado el poder del alma innato. Les ofreceré preparación y enseñanza antes de que partan a la escuela junior." Hizo una pausa, asegurándose de que cada palabra dejara su marca en la mente de sus oyentes. "Si llegan a destruir la aldea y a todos en ella, entre los cuerpos y el caos, será imposible distinguir quién es quién. Con casi una decena de niños, la confusión será tal que asumirán que el joven maestro está entre los caídos."
Los hombres asintieron, comprendiendo la profundidad del plan. Había en sus ojos un brillo de esperanza, mezclado con la determinación de proteger a toda costa lo que más apreciaban.
El jefe de la aldea clavó su penetrante mirada en Zhu Long y, con una voz que denotaba la gravedad de la situación, le ordenó: "Zhu Long, vas a coger al joven maestro y a todos nuestros hijos y te vas a ir."
Zhu Long sintió un nudo en la garganta al escuchar la orden. No era la aldea lo que le importaba, sino la lucha, la posibilidad de enfrentarse a sus enemigos hasta el último aliento. Cerrar los ojos y apretar los puños fue su manera de contener la frustración que le embargaba. Quería quedarse, luchar hasta el final, pero sabía que no podía desobedecer. Tras unos segundos de lucha interna, abrió los ojos, dejó escapar un suspiro profundo y asintió con determinación, aceptando la orden.
El hombre que recordaba al niño que despertó el espíritu marcial de un dragón se acercó a Zhu Long y, con camaradería, colocó su brazo sobre los hombros de este. "No te preocupes," dijo con una sonrisa que intentaba ser reconfortante, "de todos los que estamos aquí, tú eres el que tiene más potencial para llegar a contra. Después de todo, estás a punto de atravesar hacia el Emperador Espiritual, y estoy seguro de que serás de mucha más utilidad al joven maestro que yo, que apenas soy un Ancestro Espiritual a punto de convertirme en Rey Espiritual."
Otro de los seis interrumpió, su voz grave y seria: "Después de todo, el maestro de secta está a punto de morir, ya tiene 100 años y no tiene esperanzas de avanzar al douluo titulado. Por lo tanto, al joven maestro le hace falta una fuerza que lo apoye por si alguien se niega a seguir sus órdenes."
Un pesado silencio se cernió sobre la estancia. Todos eran conscientes de la posibilidad de que el maestro de secta falleciera pronto, dejando un vacío de poder que podría amenazar la estabilidad de la secta y la seguridad del joven maestro.
El jefe de la aldea rompió el silencio. Se levantó con solemnidad y se dirigió hacia un antiguo armario de madera. Del fondo extrajo un mapa del continente cuidadosamente enmarcado en madera y protegido por un cristal. Lo colocó sobre el escritorio con reverencia.
Luego, abrió uno de los cajones del escritorio y sacó un trapo. Con movimientos meticulosos, limpió el polvo acumulado sobre el vidrio, revelando con claridad las tierras que conformaban su mundo. Una vez hecho, guardó el trapo y se volvió hacia sus compañeros, listo para discutir el siguiente paso en su plan para proteger al joven maestro y asegurar el futuro de la secta.
El jefe de la aldea se puso de pie y, con una mirada que reflejaba tanto la gravedad de la situación como la determinación de encontrar una solución, dijo: "Vamos a hacer un plan para poder llegar al cuartel general de la secta con el menor peligro posible."
Se acercó al mapa que había desempolvado momentos antes y señaló un punto a la derecha de la ciudad de Nuoding. "Estamos aquí," comenzó, y luego desplazó su dedo hacia otro punto en el mapa, "y tenemos que llegar aquí," señalando la capital del reino de silver.
"Por lo tanto, tenemos dos caminos para llegar," continuó, mientras todos los presentes se acercaban para observar mejor el mapa. "El primero es," dijo, y su dedo trazó una ruta en el mapa, "pasar por el Pueblo del Alma Sagrada, luego subir hasta Ciudad Yolin, y de ahí ir hacia el este para poder llegar a la capital del Reino Silver."
Hizo una breve pausa antes de continuar. "El segundo camino es bajar y entrar al territorio del Imperio Xingluo, luego ir hacia la capital, subir hacia la ciudad de Longxing, después se entra en territorio del principado para luego entrar en el Reino Silver"
Miró a todos y, con una sonrisa astuta, dijo: "Creo que el camino va a ser obvio..." Dejó un suspenso intencionalmente y luego soltó: "El segundo camino, ¡que no, que es broma! Obvio que es mejor por el primer camino; en el segundo casi se duplica la distancia." La broma logró su cometido, y el ambiente tenso se aligeró por un momento con algunas sonrisas y resoplidos de alivio.
Uno de los seis rompió el breve momento de distensión con una pregunta que parecía rondar en la mente de todos: "Tengo una pregunta, entiendo lo de que el joven maestro escape, pero ¿por qué nuestros hijos también? Deberían quedarse para cuando busquen en los cuerpos; al tener más cuerpos aún sería más imposible saber si sigue con vida o no."
Al escuchar esto, aunque no hablaron, casi todos parecían tener la misma pregunta. El jefe de la aldea, con una mirada que reflejaba tanto compasión como pragmatismo, respondió: "Aunque no tengan mucho talento como maestros de alma, pueden ayudar al joven maestro a administrar cosas. Después de todo, han crecido juntos y son mucho más leales que los demás."
La explicación del jefe de la aldea resonó en la sala. La lealtad y la unidad eran valores que trascendían el poder y el talento, y en tiempos de crisis, esos vínculos podían ser la diferencia entre la supervivencia y la perdición.