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Cyberpunk. Radioactivo

Otro milenio... En Las Colonias, la existencia humana y artificial se ve amenazada por las constantes apariciones de contaminados, criaturas radioactivas que provienen del Nido Capital. Encerrada entre murallas de piedra, hierro y acero, la Ciudad Metro es una de las zonas más afectadas del país. Los cementerios están cada vez más llenos y la población desprecia con todas sus fuerzas a los únicos que mantienen la seguridad del territorio: la guardia de la muralla. La joven Ashe, viajará al sur para unirse a los exploradores de la zona prohibida, pero la suerte irá de su lado y se encontrará con Henry S'Larret, uno de los habitantes en la Gran Zona Superior, a quien pedirá ayuda. Henry le proporcionará a la guardia del sur armamentos y jóvenes aptos para la exploración y así Ashe abandonará la zona segura para eliminar a los contaminados. Una historia desde el punto de vista de varios protagonistas, llena de acción, romance y sexo. Rivalidades entre humanos, robots y cyberpunks; las tres razas existentes en esa época; muerte, terror y misterio; tormentas de sentimientos y hormonas serán los desencadenantes de las tragedias en cada capítulo.

Diana_Liz_Villazan · Sci-fi
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7 Chs

Capítulo 1

No había luna...

El gran Cielo de Acero le impedía a la gran Ciudad Metro el avistamiento del satélite de color blanco. Solo los que vivían en la Gran Zona elevada tenían el privilegio de observar el sol y la luna. Bajo ellos estábamos nosotros, los habitantes de Ciudad Metro, una ciudad de acero negro bajo una gran isla flotante blanca a doscientos metros del suelo.

El último momento de luz natural que disfrutaban los habitantes de Ciudad Metro era el atardecer. La luz anaranjada se colaba bajo el Cielo de Acero e iluminaba las calles, como si el fuego mismo invadiera la ciudad; otorgándole un poco de vida a esta zona oscura alumbrada con neón.

Era realmente hermoso.

Transitar por las calles de Ciudad Metro era un verdadero reto. Ciudad Metro era un enjambre de rascacielos. Rascacielos que se conectaban con carreteras y puentes donde vivían miles de personas, llenos de carteles y anuncios en luz neón y con  parquímetros imantados para los autos voladores. No existía edificio de menos de cuarenta pisos. Esta ciudad era similar a una colmena de abejas, en constante movimiento; llena de humanos, robots y cyberpunks; en continuo desarrollo, no paraba ni un segundo. La noche y el día eran uno solo, cada uno de nosotros teníamos nuestro propio horario, sin cambios ni percances. El día de un ciudadano de Ciudad Metro se dividía en tres partes: trabajo, bebida y descanso. No existía otra manera.

Y todos los días eran iguales, hasta que decidí cambiarlo.

O eso intenté...

El comienzo del tercer milenio había sido algo problemático. Ciudad Metro era el territorio protegido más poblado de La Colonia, con un billón de habitantes, y como toda metrópolis, donde no había un control, la sociedad peligraba. Luego de que Roice State, un gran político de esta zona creara el lema: "Todo por la paz", las armas de fuego fueron apiladas en grandes hornos, y ese acero fue suficiente para crear los soportes de las murallas que rodean a cada territorio.

Conclusión: teníamos más armas que comida.

Se preguntarán, ¿ Y por qué hicieron esto?

La respuesta se remonta al milenio pasado. En la primera mitad, en La Colonia, la Gran Capital recibió el fuerte impacto de una bomba atómica, eliminando a dos tercios de su población. Lo mismo sucedió con el resto de las grandes potencias como Urbe Cyborg, el Coloso Amarillo, el Desierto de Rascacielos y el Bloque Nuclear del Norte; así que estos países crearon un pacto, donde pusieron la seguridad de sus habitantes como prioridad. La creación de las murallas en cada territorio fue un gran paso para nosotros.

La historia fuera otra si esto hubiera quedado allí, pero la radiación se propagó por todo el país. La generación de ese tiempo sufrió daños irreparables, pero quien pagó las consecuencias fue la siguiente.

Millones de niños con malformaciones genéticas  nacieron muertos, y los que lograron seguir con vida, se enfrentaron a una época realmente especial.

Con el paso del tiempo, los defectos y malformaciones congénitas fueron reemplazados por órganos artificiales que hacían la misma función que el órgano original, pero de manera más eficiente y no tan humana. A esas personas que llevaban el metal en su cuerpo se les concedió el nombre de cyberpunks o híbridos. Los cyberpunks fueron creados en la misma época que los robots de inteligencia artificial. Habíamos llegado entonces a la segunda mitad del segundo milenio.

Medio siglo después, los humanos residentes en los territorios no protegidos fueron atacados por criaturas similares a los humanos. La población se horrorizó, pensando que se trataba de un apocalipsis zombie, pero la situación era mucho más grave.

Al parecer, el exceso de radiación provocó que el cuerpo humano evolucionara de una manera atípica, y convirtió a los residentes de esas zonas en una especie de criatura caníbal. La Gran Capital se volvió una madriguera de criaturas. Los científicos las llamaron "homoantropófagos", pero nosotros escogimos un término más sencillo: contaminados. Los contaminados se propagaron como moscas, no solo en La Colonia, sino que también en el resto de los países que sufrieron el impacto de las bombas.

La Gran Capital pasó a convertirse en el Nido Capital por la gran cantidad de madrigueras de contaminados que poseía.

Por estas razones, millones de personas estaban hacinadas en esta ciudad.

Y yo era una de ellas...

Bajé del taxi y este volvió a elevarse en el aire. La ciudad tenía un ligero olor a gasolina y a humo. Era realmente diferente a la Urbe Nevada. Caminé un poco y divisé a uno de los clubes nocturnos de la zona, rodeado de cristales negros llamado "P.G". Mis gafas inteligentes se activaron:

Información actual

20:37 pm

65%

Nombre del sitio: Punto G (P.G)

Clasificación: negocio

Centro: Club nocturno de la guardia

Dueño/a del negocio: Cassandra Nilveght

Estado: Abierto

Clase: C

Extra: centro extremadamente concurrido, propenso a peleas nocturnas y accidentes.

El guardia de la puerta era un robot de piel negra, dos metros de altura y un traje monocromático del mismo color; me miró de arriba a abajo con desconfianza.

— ¿Trabajas aquí?— levantó una ceja.

— No— le mostré mi muñeca. En ella aparecía un símbolo, similar a un punto de mira de un francotirador, rojo neón.

— Exploradora de la frontera norteña— abrió la puerta con una sonrisa blanca que contrastaba con su color de piel oscuro—. Bienvenida a la guardia del sur.

— Gracias.

Entré.

Decenas de mesas llenas estaban dispersadas por todo el lugar, rodeando las barras de neón; mientras que en el centro del lugar reposaba una plataforma elevada similar a una pasarela, en forma de Y. En cada una de las puntas había una chica cyberpunk bailando semi desnuda en el tubo, sobre una superficie blanca que resaltaba sus curvas.

Cyberpunks fornidos transitaban de una mesa a otra, con botellas en la mano, gritando groserías y riendo a carcajadas. Eran los guardias de la frontera de Ciudad Metro; apenas llegaban a noventa. A mi derecha, varios de ellos se restregaban con las prostitutas cyberpunks y luego desaparecían. El ambiente era una mezcla entre alegría y hostilidad al estar dividido entre humanos y cyberpunks; al parecer era algo normal en la zona sur de la Ciudad Metro.

Cubrí mi cabello rojo con el gorro de la chaqueta y caminé hacia una de las barras, para sentarme en el único asiento libre, entre dos cyberpunks borrachos. Uno de ellos estaba besando a una de las camareras mientras le tocaba el trasero bajo la saya, y el otro estaba callado, mirando fijamente su trago.

— Esa mirada... — logró atraer mi atención. Su voz era demasiado ronca —. Yo también los miraba así cuando llegué a este club hace años...

El hombre era delgado, lleno de arrugas, pero estaba segura de que sólo tenía unos cuarenta años de edad.

— Los exploradores y la guardia de la frontera son despreciados por todos— siguió—. Hasta los indigentes se consideran mejores que nosotros. ¿Qué crees de eso?

— Es comprensible...  — respondí sin mirarlo. El barman me preguntó que deseaba. Pedí un trago— La apariencia es lo primero en que las personas se fijan, y mira a tus compañeros:— el hombre giró— la gran mayoría son cyberpunks con extremidades reconstruidas con chatarra del depósito en Ciudad Subterránea; sus esposas e hijas se prostituyen por dinero y droga y los humanos como tú están maltratados por la mala vida que se dan en lugares como este. Nadie desea llevar este ritmo.

— Tienes razón— cuando el sujeto sonrió, su rostro se arrugó aún más, como una uva pasa—. Necesitamos jóvenes... Pero lamentablemente ninguno de ustedes sacrificará su vida y su juventud por una causa perdida... —tomó un trago y colocó el vaso sobre la barra— Mi nombre es Roger Blake, soy el jefe de la guardia de la zona sur de Ciudad Metro.

Lo recordaba. Mi padre, Arthur Nilveght, me había contado historias sobre él. Eran amigos. Me tendió la mano y se la estreché.

— Ashe Nilveght, del escuadrón explorador de la zona norte de Ciudad Metro— Le regalé una media sonrisa al ver su expresión. No se esperaba semejante confesión.

— Oh, eres la hija de Arthur que vivía en el norte. Él me ha hablado mucho de tí pero si te soy sincero, jamás esperé verte aquí.

— Pero aquí estoy.

Tomé el trago.

— ¿Puedo hacerle unas cuantas preguntas, joven Nilveght?— dijo Roger con las cejas alzadas. Asentí —¿En la zona norte hay tanta juventud como para que una chica como tú esté entre ellos?

— ¿Una chica como yo?— sonreí en mirando la mesa.

— Oh, si. No estamos acostumbrados a ver rostros bonitos en las murallas.

— Los avistamientos de criaturas en la frontera con la Urbe Nevada es casi nula. La vida de los guardias en las murallas de la frontera es tranquila, apenas conocen las grandes ciudades como Ciudad Metro.

— Supongo que allá no somos tan despreciados.

— Solo un poco.

— Entonces ... ¿has venido por acción?

— No específicamente.

— Que interesante... A veces desearía que las guardias de las fronteras de toda La Colonia se unieran para poder atacar el Nido Capital y así terminar con esto de una vez.

— En eso coincidimos...

Una de las chicas del tubo se quitó el sostén y los hombres gritaron al ver sus pechos desnudos naturales. La chica era morena, de rostro no tan agraciado. Sus brazos y sus piernas eran de plástico y hierro, pero el resto era natural. Aquello era suficiente como para que atrajera la mirada de todos. Los hombres de la ciudad tenían cierta debilidad por las humanas. Cuando ella volvió a cubrirlos, uno de los guardias gritó:

— ¡Por tetas como las suyas!

Mi boca quedó abierta en forma de "o".

— En los clubes de la guardia del norte estas cosas no pasan.

— Este es el sur. No te asombres — dijo Roger y tomó otro trago— . ¿Cuánto tiempo planeas estar junto a nosotros, jovencita?

— Unos meses... Tal vez un año.

— Perfecto. Tu padre está en la muralla cubriendo mi turno junto al líder del escuadrón de exploración. Otro joven como tú.

— ¿Otro?— alcé mis cejas con asombro y Roger asintió— Es un comienzo.

— ¿Ashe?— una voz femenina conocida provocó que mi corazón latiera más rápido— ¿Eres tú querida?

— Cass...

Me levanté y le di un fuerte abrazo. Cass era mi madre adoptiva, una hermosa mujer de cincuenta años, nada parecida a mí ya que tenía ojos marrones y yo los tenía  de un color azul casi negro; ella el cabello castaño y yo rojo; era delgada y alta, pero yo era algo baja con curvas notables. Cualquiera notaría las diferencias entre nosotras.

Al abrazarla, sentí su aroma característico, y eso me trajo numerosos recuerdos de la adolescencia.

— Mírate— me revisó con la vista—. Cómo has crecido.

— Pensaba que en la guardia del norte las chicas llevaban el cabello rapado— la inconfundible voz de Dayana me hizo reír. La abracé al igual que hice con mi madre—. Lo sé nena. Se que me extrañaste.

Day también había sido adoptada por Cass, pero a los cinco años. Al igual que yo, era una humana de veinte y cuatro años. La familia de Day había emigrado de la Zona Central-Occidental, pero todos murieron tratando de cruzar el camino del Nido Capital. A Day la habían encontrado desnutrida cerca de la frontera sur de Ciudad Metro, después de haber recorrido ella sola kilómetros y kilómetros hacia el norte. Mi padre adoptivo la encontró y Cass se quedó con ella. Day tenía ojos grandes, labios gruesos y una pequeña barbilla puntiaguda que le daba un aspecto sensual. La rubia portaba una silueta bien favorecida, de caderas anchas, cintura pequeña, y una piel bronceada natural. Rasgos icónicos de su zona.

— ¿Que haces aquí?— preguntó Day.

— El norte es aburrido— mentí. No quería estropear este momento—. Tal vez encuentre más diversión en el sur.

— Tienes una hija muy bonita, Cassandra — Roger se puso de pie sonriendo. Era mucho más alto de lo que pensaba—. Te espero afuera en el ascensor, joven Nilveght.

Asentí y se retiró en silencio. Mi madre me miró recelosa.

— ¿Conoces a Roger?— Day alzó una ceja.

— Recientemente... Me llevará con mi padre.

— No hace falta, podemos llevarte nosotras.

— Él debe estar presente.

— ¿Qué haces aquí hija? Estoy segura que no es una simple visita.

Oh, ella me conocía tan bien.

— Me uniré al escuadrón de exploración sureño.

Silencio.

— ¿Abandonaste el norte para venir a trabajar en el sur?— Day estaba atónita.

— Es lo que dije.

— ¿Estás loca, Ashe?— Day abrió aún más los ojos. Casi susurraba— La guardia sureña es detestada por todos. Las cosas que ocurren en esa muralla y fuera de ella pertenecen a otro entorno que no tiene nada que ver contigo. Mira este club.

— Debo hacerlo, escuchen... El norte está a salvo, pero el sur corre peligro.

— Eso lo saben todos en esta ciudad, Ashe — Dayana viró los ojos—. La proximidad con el Nido Capital provoca que las zonas protegidas de La Península y el sur de Ciudad Metro se vean en una difícil situación. La muralla nos protege.

— No siempre será así.

— Al parecer es grave... — mi madre frunció el ceño y mordió una de sus uñas.

— Estoy perdiendo tiempo — me puse de pie—, debo ir.

Asintieron dudosas, pero me siguieron hacia la salida. Roger estaba a unos cincuenta metros, parado cerca de la muralla. Le seguimos por el trayecto. Mamá, Day y él iban alante, y yo unos pasos atrás, grabando el recorrido que pronto se volvería común. Bajamos unas cuantas escaleras y entramos en un pasillo oscuro, en el que pude definir algunos letreros: "Bienvenido al infierno", "No sigas avanzando" y muchos más.

— No te asustes — habló Dayana—, esos letreros son para alejar a la policía.

Al parecer a la policía le gustaba entrar al interior de la muralla para fisgonear. Las coloridas paredes estaban llenas de agujeros de bala, el pasillo olía a queroseno, y las esquinas estaban salpicadas con un líquido transparente que con los reflejos de la luz formaba un espectro de arcoiris. Tapé mi nariz con la mano para evitar seguir inhalando. Roger soltó una carcajada al ver mi rostro.

— Esos sapos de chatarra alardean que sus departamentos están a cientos de metros de altura, y cuando llegan a este túnel se sienten como un ave en una cueva...

— ¿Que tan hostiles están las relaciones entre los de Ciudad Subterránea y Ciudad Metro?— pregunté — Estos agujeros en la pared no los provocaron unos críos.

— Hace tres años una de las pandillas subterráneas asesinó a veinte de los suyos...— Roger apretó los puños— Ellos lo pagaron con cien de los nuestros.

No olvides esto Ashe... La guardia de la frontera reside en Ciudad Metro, pero su fuerza nace en Ciudad Subterránea— recordé sus palabras.

La oscuridad desapareció. Una luz blanca procedente de la iluminación de la Ciudad Subterránea me hizo pestañear varias veces. Ciudad Subterránea era un complejo de pueblos y edificaciones bajo tierra. Su población era de unos trece millones de habitantes, los que quedaron vivos tras la tragedia del milenio pasado. Esta inmensa ciudad ocupaba todo el territorio no protegido al sur de nuestra muralla, a unos cien metros bajo tierra. Los habitantes de esta ciudad eran cyberpunks, y su nivel de vida era bajo; todos vestían ropas viejas, y sus extremidades llevaban pedazos de plástico, goma y hierro.

— Ciudad Subterránea es como un hormiguero— opinó Cass—, pero a diferencia del real, esta colonia carece de una reina. La población emigra, y solo quedan los adultos y los ancianos.

El elevador ascendió y la ciudad bajo tierra se alejó lentamente, nuestro verdadero problema apareció frente a nosotros: la superficie del territorio no protegido. Tres kilómetros de valle para llegar al Nido Capital, hogar de los contaminados. En aquel valle habían muerto muchos de los nuestros, a causa de los contaminados, las minas y los cables de trampa. Y ese se volvería mi terreno.

Cuando salimos del ascensor el fuerte viento de la cima de la muralla nos tomó desprevenidos. Los lentes que Cass llevaba en la cabeza salieron volando hacia el precipicio junto a la muralla y cayeron hacia abajo. Day sujetó los suyos con fuerza y yo los guardé en el bolsillo de mi chaqueta negra. Aquí arriba, los puestos de mando estaban vacíos, y la soledad recorría los lugares a la velocidad del viento. La única luz procedía de uno de los puntos, a unos veinte metros de nosotros.

Entramos al despacho. Encontré a mi padre fumando sentado, con las piernas sobre la mesa. Hablaba enérgicamente con un hombre que estaba junto a la ventana de espalda a nosotros, mirando hacia afuera. Al verme, bajó las piernas y se puso de pie para abrazarme.

— Ashe... — abrió los brazos y me dió un beso sonoro en mi mejilla. Olía a tabaco, pero el olor me resultó agradable —. Estás aquí — estudió mi rostro y mi cuerpo para verificar mi estado, sonrió cuando supo que estaba bien.

Papá era un hombre mediano, pero fuerte. El tupido vello facial creciente en la barbilla le cubría las arrugas del rostro, pero el cabello castaño peinado hacia atrás dejaba al descubierto los pliegues en su frente. Vestía de marrón, el color de la guardia de la muralla.

— La encontré en el club— habló Roger—. Se sorprendió al ver los pechos de Jackie— ambos soltaron una carcajada.

— En...— papá siguió hablando, pero mi atención se dirigió en todos los sentidos hacia el hombre de la ventana.

Estaba segura de que él era el líder del escuadrón.

Era alto y fornido. Portaba una vestimenta de chaqueta, pantalón y botas negras que le brindaban un aspecto misterioso. Traía el cabello oscuro, brilloso como la tinta, resaltando su piel blanca de labios rosados; pero lo más impresionante eran sus ojos, de un color verde oliva intenso, casi artificial. Su mirada subió por mi cuerpo hasta llegar a mi rostro.

Lamí mis labios resecos.

— ...desea unirse al escuadrón de exploración — la voz de mi madre me llevó de vuelta a la conversación.

— Eso es bueno— papá sonrió —. Ashe, te presento al líder del escuadrón de exploración— señaló al hombre de ojos verdes—, Marcos Holt.

Marcos caminó hacia mí y me ofreció su mano. Era grande, y llevaba un guante que no cubría sus dedos. Cuando le di la mía, el simple contacto de sus dedos con mi piel provocó una extraña sensación.

— Pequeña... — papá se sentó—. Comprendo tu deseo de estar junto a tu familia, pero no es necesario que te unas al escuadrón de exploración.

— Para eso he venido con ella— mamá cruzó los brazos y se sentó elegantemente—, tengo entendido que hay muchos trabajos disponibles para una chica como ella, desperdiciar su tiempo en la muralla hará que se arrepienta en un futuro.

— Revisamos el radar hace poco. El número de contaminados crece sorprendentemente.

— Es por eso que estoy aquí— confesé—. Conoces mis habilidades en el terreno. Puedo ser de mucha ayuda.

— El cambio no lo generará una sola persona, Ashe.

— Pediré ayuda a los jóvenes.

— Puedes hacer eso sin unirte a nosotros.

— No confiarán en un mensajero que no forme parte de la noticia. Para atraer la juventud debe haber juventud.

— ¿Cuáles son tus habilidades allá afuera?— Roger se apoyó en la pared.

— Sé manejar las armas como si fueran mi propio brazo, y tengo la preparación para sobrevivir en cualquier tipo de ambiente. Con el equipo necesario, podremos limpiar gran parte del territorio.

— ¿Crees que tenemos el equipo?— padre suspiró cansado.

— Tengo contactos, puedo buscar un benefactor...

— No lo encontrarías— repuso Cass—. Ese ha sido mi objetivo todos estos años. No he encontrado a nadie.

— Está alguien... — camino hacia la mesa y creo una pantalla. En ella aparece un perfil—. Thiago Kennedy.

— Es el robot que representa a la guardia de la frontera. Todos en Ciudad Metro le conocemos, en especial en la muralla sur.

— Hace años visitó la muralla norte...

Arthur se puso de pie y puso sus manos en su cabeza. Caminó de un lado a otro, inquieto.

— Papá. Los chicos de mi edad que estaban en la guardia se emocionaron tanto que hicieron una hoguera en honor a su visita. Lo conozco, si logro traerlo al sur, nuestras opciones no serán limitadas.

Papá analizó al perfil de la pantalla.

— No debería ser yo quien te dijera esto, pero hay más tranquilidad junto a la policía que junto a nosotros. Míranos Ashe— señaló el lugar—, dirigimos un lugar problemático. En la Ciudad Subterránea solo queda lo peor de su gente, y en Ciudad Metro solo somos bien recibidos en el rascacielos que pertenece a la muralla.¿Es esto lo que deseas?

Solté una larga respiración. Marcos observaba todo en silencio junto a Dayana y Roger.

— Tengo motivos personales para estar aquí— les respondí—. Hace poco supe que perdí a alguien muy importante para mí, solo por estar en el norte, alejada del peligro. Necesito estar aquí.

— ¿Y quién es esa persona?— preguntó mi padre.

— No lo conocían. Escuchen... Nada de lo que digan va a hacerme volver al norte. Ya tomé la decisión.

— Es una Nilveght, sin duda alguna— Roger sacó un cigarro—. Es testaruda como tú, Arthur.

— Ya lo veo... — papá miró la hora en la mesa—. Es tarde, debes estar cansada por el viaje. Yo estaré con Roger aquí en la muralla, pero tú debes estar cómoda. Marcos te llevará a uno de los apartamentos de nuestro edificio. No todos están libres. Las familias de los hombres de la guardia son tan numerosas como los conejos.

— Yo y Day debemos volver al club, pero mañana estaremos libres— mamá besó mi mejilla.

Caminé hasta la puerta seguida por Marcos. Pero me detuve antes de salir.

— Papá...— levantó la mirada. Estaba preocupado—. Libera algunos apartamentos, no vine sola.

Su rostro se tornó confuso. Marcos tomó la delantera y caminó hacia el elevador. Una vez dentro, la tranquilidad me hizo notar aún más su presencia.

— ¿Cuántos son?— su voz inundó el habitáculo. Me tomó sorprendida.

— ¿Perdón?

— Dijiste que no estabas sola... ¿A cuántos lograste convencer?

— Veintinueve, treinta si me cuentas a mí.

— Es un buen comienzo.

Aproveché la cercanía para comparar nuestras estaturas. Yo no era pequeña, medía un metro setenta, pero apenas le llegaba a la barbilla. Él era realmente alto, como un soldado.

— ¿Tú también piensas que estoy en el lugar equivocado?

— No soy el más indicado para pensar eso, Ashe— su rostro se aligeró—. A tu edad elegí el mismo camino. Ahora llevo cuatro años en la muralla.

Entonces tenía veintiocho años.

Las puertas se abrieron a la mitad del recorrido en un pasillo desconocido, limpio y sin letreros con amenazas.

— Este es el rascacielos de la muralla— caminó por el pasillo azulado—. Tiene doscientos cuarenta y siete niveles y una capacidad máxima de siete mil personas. Es más alto que la muralla, pero se sostiene de ella. Actualmente es uno de los pilares que sostiene a la Gran Zona.

— ¿Cuál es mi apartamento?— entramos en otro ascensor. Las luces se apagaron, pero un foco de color azul neón nos iluminó.

— ¿Cuál deseas escoger, Ashe?— señala los botones.

Sin dudar aprieto el último. Marcos suspira y mete las manos en los bolsillos

— Bonita coincidencia.

Contemplé su perfil una vez más, hasta que su mirada se encontró con la mía. Sus ojos lucían negros bajo la luz neón.

Rápidamente llegamos al último nivel. En el largo pasillo solo habían cuatro puertas.

Señaló la última en la izquierda.Por lo que dijo  hace un minuto, esa debería ser la suya.

— Estos son los apartamentos más grandes del edificio. Los jefes deberían ocuparlos, pero ya conoces la historia— se recostó en la primera puerta a la derecha.

Fui hacia la puerta frente a él y coloqué mi palma sobre ella. Él apareció por detrás, se quitó el guante y colocó su mano como confirmación. La puerta se abrió tras un sonido.

Era un apartamento realmente amplio, con una decoración simple de colores opacos, pero la pared en la derecha era la más impresionante. El cristal se extendía desde el suelo hasta el techo, por todo lo largo del apartamento. Tras él había otro ventanal en color azul.

— Es un cristal inteligente. Puedes utilizarlo como cuadro, como pantalla, pizarra, espejo o puedes simplemente dejarlo así.

Coloqué la mochila sobre la cama del último cuarto. El apartamento tenía tres cuartos, dos baños, una cocina comedor y una sala grande.

Marcos caminó hacia la salida.

— ¿Marcos?

— Si.

— ¿Conocías a Ethan?

Se detuvo en seco. Me miró con el ceño algo fruncido ¿Acaso estaba molesto? Caminé hacia él y me paré a una distancia de medio metro. Esperé una respuesta, pero solo obtuve un rostro impasible y un silencio incómodo.

— El tenía la misma edad que tú— me abracé a mí misma—. Estoy segura de que lo conociste.

— Lo hice.

Solté la respiración de golpe. Quería verlo, quería recordar su rostro.

— Éramos amigos— continuó—. Él era el hijo adoptivo de Roger, al igual que yo.

— ¿Roger?

— Antes de que nos presentaran, yo ya te conocía, Ashe. Se todo de tí. Tus gustos, tus miedos, tus logros... Él se encargó de que todos conocieran tu existencia. Pero, ¿qué hiciste tú por él?

La pregunta que más temía llegó a mis oídos. En todos estos años nunca encontré una respuesta que me tranquilizara por completo, así que respondí lo que creí más justo. Estar en paz conmigo misma era esencial.

— Él tampoco fue a visitarme al norte— alegué como defensa.

— Él sabía que utilizarías esa excusa.

— Han pasado casi diez años— confesé—. No recuerdo su rostro, ni siquiera sé de qué color eran sus ojos, ni su cabello...

Marcos retrocedió lentamente con el rostro sumergido en una expresión que yo no podía descifrar. Colocó la palma de la mano en la puerta y esta se abrió.

- Estaré en la siguiente puerta. Duerme bien, Ashe.

***

Me movía lentamente sobre él, con movimientos seductores circulares. Bajé mi torso y mis pechos sudados rozaron el suyo. Comencé a moverme con mayor rapidez, de alante hacia atrás, sintiendo como se deslizaba por completo dentro de mí. Él manejaba mis caderas con sus manos, apretándolas fuertemente. Estaba segura de que me iba a dejar marca, pero no me importaba para nada.

Soltaba gemidos de placer junto a su oído, en ese punto que tanto le excitaba, y él decía groserías. Me adulaba, confesaba lo mucho que le gustaba estar dentro de mí, y eso era algo que me gustaba de él. No se medía cuando se trataba de mí. ¿Para que ser reservado con la persona que te vuelve loco?

Con un rugido se corrió dentro de mí. Deslicé mi lengua por su mandíbula y lo besé. Nuestras respiraciones eran el único sonido audible en ese lugar. Abrí los ojos para mirarle, pero todo estaba oscuro.

Levanté mis caderas y su miembro salió de mí. Ese último movimiento provocó que él soltara un gemido.

— Ethan...

Desperté completamente sudada. Los latidos de mi corazón eran similares a los sonidos de un motor. Entré a la ducha y me di un baño de agua fría para canalizar el creciente deseo.

Habían pasado casi siete años desde la muerte de Ethan, pero su recuerdo aún estaba vivo en mi subconsciente.