16 En el umbral

El simple hecho de no presentarse en el salón de clase a pesar de haber ingresado al colegio preocupo a la profesora. A fin de cuentas, era una niña muy aplicada, y la preocupación aumentó cuando nadie la vio en los recreos. La profesora, reportó la extraña conducta a los guardias quienes con muy mala gana empezaron a buscarla en los distintos cuartos del colegio. Y, no sería hasta casi la mitad de la mañana que una de sus compañeras decidiera ir al baño, cuando ingresó sintió un extraño frío y vio como una de las puertas estaba recubierta por ligera escarcha. Los guardias se acercaron al lugar lo antes posible al escuchar los testimonios de la niña y con algo de vergüenza forzaron la puerta.

Ahí se encontraba, sus cabellos se habían vuelto blancos, su piel se encontraba pálida, sus labios tenían un extraño tono rojizo. Y, su respiración era muy lenta y su temperatura rozaba los diez grados. Fue llevada de inmediato a la enfermería, pero a pesar de todos los intentos a duras penas lograron mantener su cuerpo estable. Nadie quiere dar una mala noticia, pero no había más opciones, el director de la escuela llamó personalmente para explicar la situación.

El General Piérola se encontraba en su despacho, un recinto construido con una forma rectangular y adornado con emblemas y blasones. Ubicado a unas cuadras del palacio, estaba revisando el presupuesto del ejército, analizando si debía o no aprobar un gasto sustancioso en prototipos de defensa anti magias; pero sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido del teléfono que estaba en el extremo derecho de su mesa de roble. Pronto la mueca de su rostro se deformó, mientras sentía como el corazón se le detenía y un frío sudor recorría su frente.

El General solo se limitó a agradecer por la llamada para acto seguido colgar con velocidad, recoger su abrigo que encontraba en el espaldar de silla y salir corriendo como alma que se lo lleva el diablo. Su rostro estaba ennegrecido por completo mientras buscaba un taxi. Cada segundo le parecia eterno, el tiempo mismo se le venia encima, cada uno de los quince minutos que pasaron fueron una tortura. A penas, llego acomodar el asiento para transportar a la pequeña. De pronto vio como un par de enfermeros salían con la niña en una camilla. Tan solo verla le causó tanto dolor que casi se desmaya, tuvo que apretar los dientes y obligarse a ser fuerte.

La niña está cubierta por varias mantas, una inyección de suero intravenosa la mantenía estable, una gran tubo de plástico conectado a su boca le brindaba el oxígeno necesario, un monitor cardiaco vigilaba su pulso a cada instante. Los enfermeros ayudaron a subir a la niña al coche. Este arrancó apenas cerraron su puerto rumbo al hospital más cercano, durante el viaje el general recordó que hace unos meses durante una sesión del consejo se había propuesta la creación de unos autos especiales para el traslado de enfermos, equipos con la más alta tecnología y magia disponible. Pero él había detenido su aprobación argumentando que no habían fondos suficiente para construir una flota de esos autos y que no se podía desviar el dinero del ejército, quienes eran los que más porcentaje reciben del presupuesto nacional; debido a esto todos los enfermos tenían que valerse por sus propios para trasladarse.

En ese momento no le pareció un error, ni siquiera se había preocupado por la gente. A fin de cuentas, no solía haber ni enfermedades ni accidentes que impidieron a las personas el movilizarse. Ahora mismo se maldecía, si tan solo hubiera sido más flexible, si hubiera aceptado las ideas externas su hija ya estaría en el hospital. Empezó a sentir una fuerte ira contra sí mismo, pero tenia que alejar las distracciones, reunió fuerzas para llamar a los médicos que conocía en el hospital para que armaron lo más rápido posible un ambiente para su hija, durante la conversación pudo escuchar el desprecio y hasta el enojo disimulado de estas personas, no se atrevio a decir nada porque sentia que se lo merecía.

El príncipe de Lumpur se encontraba en una habitación oscura, poco a poco lograba despertar, su piel rozaba con las frías paredes de cemento. No recordaba donde estaba mucho menos como habia llegado hasta ahi, dio un ligero vistazo a lugar; estaba casi desprovisto de muebles, salvo por una pequeña mesa con una silla donde se encontraba su gran abrigo negro. Luego se revisó a sí mismo, se encontraba completo no le faltaba nada. Tampoco había nadie en la habitación con él. Cuando intentó parecer recibió su primer golpe matutino, una fuerte reseca que lo mandó de inmediato a la cama. Temblando logró divisar unas posiciones curativas en la mesa, no sabía si él o alguien más las había dejado ahí, pero estaba agradecido. Intentó moverse pero el dolor era demasiado fuerte y estaba tan debilitado que en menos de dos pasos cayó al suelo producto de la falta de equilibrio, pero no le importo, se arrastró hasta conseguir llegar a la pata de la silla. La cual, usó para obtener su meta y bebió la poción con fiereza. En unos instantes el dolor empezó a disiparse, su equilibrio se recuperaba pero sus memorias seguían perdidas.

Revisó su ropa, por suerte no le habían robado, todas sus cosas se mantenían intactas. Con la reseca eliminada, el príncipe sintió la necesidad de desayunar. Así que decidió salir del lugar, detrás de la puerta se encontraba un largo pasillo cuyas escaleras conectan a un primer piso, al bajar vio que había un mostrador junto a la puerta y un joven leyendo el periodo.

- Señor si va a salir necesito que me de la llave del cuarto - Comentó el joven a penas lo vio bajar.

- ¿Llave? - Replicó el príncipe

- La que le di ayer cuando ingresó - Respondió el joven con indiferencia sin despegar la vida del periodico, entonces lo entendió, estaba en un hotel rápidamente subió a recoger la llave del cuarto. La cual, estaba en el piso y salió del lugar. Se encontraba a las afueras de la ciudad con las nubes oscuras aun ocultando el sol, por ese lugar no pasan autos, tuvo que caminar por un buen trecho, con miedo a que le roben, hasta llegar a una avenida principal donde pudo tomar un transporte hasta sus aposentos cercanos al palacio.

Durante el camino pudo escuchar algunos rumores, algunos hablaban de un guerrero sin nombre que siempre carga con sus armas por todos lados, había sido visto siguiendo a la princesa y su nueva amiga de manera sospechosa. Otros, hablaban sobre la llegada de los distintos guerreros de ambos bandos del conflicto, al parecer había uno que podía manejar el magma y otro que se movía entre las sombras, ninguno de estos rumores le importa, pasar un buen rato hasta que escucho el que deseaba. Al parecer, la hija del General había caído presa de una extraña enfermedad y se encontraba en una situación crítica internada en el hospital nacional. Esto le revolvió el estómago, los efectos fueron más fuertes de lo que había supuesto, pero en todos los casos conocidos siempre desaparecen a los días de haberse evidenciado. Esta información lo mantenía tranquilo.

Cuando sació su curiosidad se encaminó a sus aposentos, necesitaba de manera urgente un baño y un cambio de ropa, así como dormir en una cama decente. Al llegar vio una figura extraña apoyada en la pared tenía los ojos cansados y el semblante decaído, lo reconoció con rapidez.

- Necesito su ayuda - Pronunció el General con el tono de un muerto.

- Por supuesto - Contestó el príncipe mientras una fugaz sonrisa se encamara en su rostro.

avataravatar
Next chapter