Los días siguientes fueron un torbellino de llamadas, investigaciones y conversaciones discretas para Isabella. Se sumergió completamente en la tarea de descubrir la verdad detrás de las acusaciones contra Alejandro, decidida a encontrar respuestas claras y objetivas.
Durante ese tiempo, su relación con Alejandro se volvió tensa y distante. Aunque intentaban mantener una fachada de normalidad frente a los demás, Isabella sentía que había una barrera creciente entre ellos. Cada conversación era cuidadosamente medida, cada gesto y mirada cargados de incertidumbre.
Una tarde, Isabella recibió una llamada de un informante anónimo que afirmaba tener pruebas de las prácticas comerciales cuestionables en la empresa de Alejandro. Con cautela, concertó una reunión en un lugar neutral y segura para revisar la evidencia.
Esa noche, después de asegurarse de que Alejandro estaba ocupado en una reunión de última hora, Isabella se dirigió al lugar acordado. Se encontró con un hombre en las sombras, quien le entregó un sobre con documentos detallados y evidencia fotográfica.
—Aquí está todo lo que necesitas saber. Es hora de que se sepa la verdad —dijo el informante, antes de desaparecer en la oscuridad.
Isabella regresó a casa con el corazón latiendo rápidamente. Revisó cuidadosamente los documentos, sintiendo cómo el peso de la verdad comenzaba a asentarse en sus hombros. Las pruebas eran claras y contundentes, revelando prácticas que podrían comprometer seriamente la reputación y la estabilidad de Alejandro.
Esa noche, cuando Alejandro regresó a casa, encontró a Isabella sentada en el estudio con los documentos esparcidos frente a ella. Su expresión era una mezcla de determinación y angustia.
—¿Qué estás haciendo, Isabella? —preguntó él, su voz tensa mientras cerraba la puerta detrás de sí.
Isabella se levantó lentamente, enfrentándolo con los ojos llenos de dolor y decepción.
—He estado investigando, Alejandro. He encontrado pruebas de las acusaciones contra ti.
Alejandro la miró, su rostro palideciendo ligeramente.
—Isabella, déjame explicarte...
—¡No hay nada que puedas explicar que cambie lo que he descubierto! —interrumpió ella, su voz temblorosa por la emoción contenida—. ¿Cómo pudiste hacer esto? ¿Cómo pudiste mentirme?
Alejandro se acercó a ella, con una expresión desesperada en su rostro.
—Lo siento, Isabella. Nunca quise que llegaras a esto. Pero necesitas entender que todo lo que hice, lo hice para protegerte y para proteger nuestra familia.
Isabella lo miró fijamente, sintiendo cómo la traición y el dolor se entrelazaban en su interior.
—No puedes justificar esto, Alejandro. Has cruzado una línea. Y ahora tenemos que enfrentar las consecuencias.
Alejandro cerró los ojos por un momento, como si estuviera luchando consigo mismo.
—Te amo, Isabella. Por favor, no me abandones ahora.
Isabella lo miró, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que amaba a Alejandro, pero también entendía la gravedad de sus acciones.
—Necesito tiempo, Alejandro. Tiempo para pensar y decidir qué hacer a continuación.
Él asintió lentamente, aceptando su decisión.
—Lo entiendo. Pero por favor, recuerda que todo lo que hice, lo hice por nosotros.
Con esas palabras resonando en el aire, Isabella se retiró a su habitación esa noche, con el corazón lleno de conflicto y dolor. Sabía que la decisión que tomaría en los próximos días cambiaría el curso de su vida y de su matrimonio para siempre.