La tensión en la cabaña era palpable. Medio año había transcurrido desde que el extraño se llevó a los dos pequeños. "Sun" había mordido sus uñas hasta sangrar y sus ojos estaban hinchados de llorar, angustiada por el destino de los bebés. Deymon investigaba los barrios bajos, buscando cualquier pista sobre su paradero. Los demás se turnaban para rastrear las calles, desesperados por encontrar a los menores.
Eir, sin remordimiento alguno, eliminaba a cualquiera que se cruzara en su camino en busca de los niños. La urgencia y la desesperación los mantenían en vilo. Entonces, Idia irrumpió en la cabaña, su aliento agitado. Todos la miraron con expectación, esperando noticias sobre los pequeños.
"Hay rumores de que un bar ha adquirido algo inusual", dijo Idia, distraída por su propia búsqueda. "Pero no tiene relación con los bebés" dijo Deymon. "¡CLEI, GRUPO DE IDIOTAS!", exclamó, provocando que la mayoría se pusiera de pie. La incertidumbre los atormentaba. "El dueño no los vende como mercancía", continuó Idia, rascándose la nuca. "Aunque sin duda, no están en la mejor condición. No mencionaron los nombres de nuestros niños, pero creo que son ellos". La esperanza y el temor se entrelazaban en la cabaña mientras todos se preparaban para enfrentar lo desconocido