La escena era aterradora. Clei, al llegar al lugar, sintió un nudo en el estómago al ver el cuerpo de la mujer embarazada, víctima de un abuso mortal en el oscuro callejón. Pero su horror se intensificó cuando alzó la mirada y encontró el cuerpo sin ojos de un niño. Ambas vidas, truncadas por la maldad.
Asmodeus, con su voz áspera, rompió el silencio: "¿Ves ahora por qué no queríamos abrir las puertas durante tantos días? ¿Acaso un puñado de sueños vale la muerte de otros?" La pregunta resonó en el aire, y Clei se sintió atrapado entre el cielo y el abismo. ¿Cómo podría reconciliar sus visiones con esta cruda realidad?
Clei se tambaleó hacia atrás, impulsado por la necesidad de abrazar aquellos cuerpos, de confirmar que estaban muertos y, en su caso, de darles un poco de calor hasta que alguien llegara a reconocer la escena. Pero Deymon lo sostuvo con fuerza del brazo, y su voz fue implacable: "Ya has hecho suficiente, Clei. Su muerte es tu pecado ahora". El tono frívolo de Deymon cortó como un cuchillo.
Y justo cuando Clei pensó que no podía temer más, Abraxus habló: "Si ocurre algo aún más grande, tendrás una reprimenda. Atente a las consecuencias de tu decisión". Los otros príncipes asintieron, ajenos al hecho de que la orden de asesinato había venido de Nat. El festival de estrellas parecía más lejano que nunca, y Clei se preguntó si su corazón podría soportar el peso de las decisiones que se avecinaban.