El timbre sonó. Seguramente sería mamá, quien viene a buscar a Loan. —¡Mamá!— Fue corriendo a abrir la puerta el niño.
—Calma, calma— Lo detuve. Giré la perilla, viendo a mi madre junto al par de guardaespaldas. —Buenos días, mamá— Dije.
—Buenos días— Saludó angustiada.
—¡Mamá!— Ella se agachó a abrazar a mi hermanito. —Llévenlo al auto— Uno de los hombres de negro dirigió al pequeño. —Quisiera hablar contigo—
—Estamos hablando— Me crucé de brazos.
—¿Puedo pasar?—
—¡Uhg, bien!— La dejé entrar. Miró a Sieg que estaba haciendo el almuerzo.
—¿Quién es...?— Me miró algo sorprendida.
—Sieg Gilga, estamos viviendo juntos— Le presenté.
—Mucho gusto— Le sonrió él.
—Hijo tú...— Se tapó la boca espantada. —Creía que era cosa de la edad, pero tú aún... ¿Sales con omegas?—
—Y por esto mismo no quería hablar contigo. Ya puedes irte, Loan te espera— La estaba echando.
—Un momento, yo no vine a discutir sobre eso...— Me paró. —Hijo, quiero que vuelvas a la mansión— Levanté una ceja. —Te extrañamos, en serio, Fred... Por favor, vuelve—
—¿Cómo te dignas a pedirme algo así?— Aguanté la furia. —¿Alguna vez me tomaste en cuenta, mamá?— Pregunté. —Te estoy hablando en este tono porque tú me criaste...— Apreté los dientes. —Pero, no puedo perdonarte que todos estos años, fueras solo una espectadora de lo que ocurría. ¿Te das cuenta? ¡Guinea está muerta! ¡Por su culpa! ¡Por nuestra culpa! ¡El apellido Rous ha estado maldito desde entonces!— Resoplé dejando salir el estrés. —No quiero heredar la compañía... Sé que Loan será un buen presidente cuando crezca—
—¡Pero, para eso faltan más de 10 años! Alguien tiene que hacerse cargo—
—Y estoy ayudando... Soy parte de esa compañía de mierda. ¿Qué más quieren? ¿Ser una familia feliz que le sonría a los reporteros? ¿Ser normal...?— Abrí la puerta. —Por favor, suficiente tengo...—
—Tú padre no se quedará de brazos cruzados. ¡Ella es muy estricta! Y está pensando en obligarte a que vuelvas—
—Dile a papá, que se vaya al diablo por mí ¿Sí?— Di un portazo una vez salió.
—Fred...—
—Lo siento, Ceresita—
—¿Por qué no tratas de entenderlas? ¿Hay alguna razón para que no vuelvas a la mansión?—
—Tú no entiendes cómo son mis madres—
—Pero, al menos ellas siguen vivas— Dijo.
—¿Hay alguna razón para que vuelva?— Suspiré.
—¿Qué tal Loan?—
—Si vuelvo mi papá tendrá razones para joderme... Seguramente ya esté pensando como secuestrarme en el trabajo y luego me obligará a casarme con alguna chica— El pelirrojo arrugó su delantal.
—¿No estarías mejor así?—
—¿Qué?—
—¿Yo te estoy reteniendo?— Agachó su cabeza.
—¡No! Hey, escúchame— Lo tomé de los brazos. —Tú no tienes nada que ver. Yo me fui de la casa en cuanto pude— Expliqué. —Porque odiaba ese lugar ¿Entiendes?— Le sequé las lágrimas que empezaron a caer. —Y yo decidí estar contigo... Te lo dije antes, no soy amable. No te estoy cuidando por lástima o lo que sea— Lo obligué a mirarme a los ojos. —Me gustas—
—Lo siento, soy un tonto— Besé su frente, luego su mejilla y finalmente sus labios. —Mhm...— Acaricié con mi lengua la suya. Y mis manos bajaron hasta su cintura. Mis labios se dirigieron a su cuello, dejándole pequeñas marcas a su piel blanca. —¡Ah, Fred!— Mi lengua probó su tierno cuello. —¡Fred, la olla se está rebalsando!— Apagué la cocina.
—¿Quieres que me detenga?— Pregunté a sus ojos que cambiaron de color.
—N-no— Respondió tímido. Lo alcé, hasta que se agarró con sus piernas a mi cintura, quedando cara a cara.
—En verdad, estoy muy feliz de tenerte conmigo ahora— Le sonreí. Él volvió a besarme.
—Yo también— Me abrazó tiernamente.
—Sieg, hay algo que tengo que mostrarte— Asumí que ya era tiempo que supiera sobre el contrato. Lo dejé tocar el suelo.
Encajé la llave en el cerrojo con desconfianza. Y me moví rápidamente a sacar la carpeta. —Ten— Él la recibió. A medida avanzaba leyendo los papeles, se iba sentando sobre el sofá. Cubrió su boca impresionado.
—¿Este es el testamento de mis padres?— Yo asentí sentándome a su lado. —Sospechaba que Jake ocultaba algo... Grandísimo imbécil— Se mostró molesto y deprimido. —No lo entiendo. Yo nunca pude comprender a Jake. Lo conocía desde que eramos infantes. Era un niño muy callado que parecía insensible. Pero, no es así. Yo sé que no es así.— Surgieron sus lágrimas. —Él desde un comienzo fue dulce y empático conmigo. Pero, sé que algo pasó después de que nos comprometimos... Lo vi en sus ojos, él escondía algo... Sé que estaba relacionado a esto y a algo mucho más perverso. Me escondió algo tan importante como para que su propia personalidad se perdiera. ¡Y yo no pude ayudarle, Fred! ¡Yo no pude ayudarle!—
Se levantó abruptamente, hasta salir corriendo por la puerta principal.
—¡Sieg!— Lo llamé. Fui tras él asombrado por su huida. —Idiota...— Tomé un paragüas y bajé las escaleras, ya que el ascensor se cerró en mi cara. —¡Sieg!— Hacía tiempo desde que no corría una maratón. Dudo que corra hacia la ciudad, así que me fui por el camino arenoso.
—¡Sieg!— Atravesé el sendero. ¿Cómo pudo correr tan rápido ese diablillo? Ya me estaba agotando... ¿O es que acaso ya me puse viejo?
Que suerte que el sendero lo remodelaron, debido a los millones de accidentes ocasionados por el barro cuando llueve. Sin embargo, ese pequeño diablillo es capaz de lesionarse en un terreno liso como el marfil.
Paré de caminar al encontrarlo. Y malditamente tenía razón. Estaba en el suelo llorando con su rodilla lastimada.
—¿Por qué tuviste que irte así?— Él continuaba llorando con sus manos raspadas. —Te lo mereces... Debes estar mal de la cabeza para salir así con este clima.— Le ofrecí el paragüas. —Tómalo— Y traté de abrigarlo con mi chaqueta. —Súbete— Me agaché para que se agarrara a mi espalda. —Realmente eres un completo granuja... ¿Qué clase de loco corre bajo la lluvia?— Resoplé.
—Lo siento...—
—Te llevaré al hospital, no sé si fue una herida grave... Y con lo delicado que eres...— Caminé apresurandome a llegar al departamento.
En serio, este pelirrojo está lleno de problemas y me arrastra con ellos.
En el auto nos secamos con unas toallas. Estaba acostumbrado al loco de mi ex novio que salía a mojarse también. Aunque no tenía un botiquín. Tendré que agregar eso.
En el hospital le hicieron una pequeña revisión a Sieg, por lo que esperé afuera. —¿Qué te dijo el doctor?—
—Solo fue una contusión...— Me mostró la venda elástica que le colocaron.
—¿Qué fue lo que te hizo correr?— Suspiré.
—Lo siento... No puedo creer que Jake te metiera en ese contrato por mi culpa...— Agachó su cabeza.
—¡No vuelvas a hacer algo tan peligroso! ¿Te das cuenta de los riesgos...? ¡Ni si quiera llevabas un collar para omegas! Y lo peor es que saliste en plena lluvia— Lo miré histérico.
—Lo siento... Por favor, perdóname, Fred—
—¿No volverás a hacerlo, verdad?— Interrogué. —Bien, vámonos a casa...— Le apreté una mejilla.
Al llegar al apartamento, Sieg se metió al baño para bañarse y así no resfriarse por su locura.
—¡Achu!— Estornudé.
—¡En serio, lo siento...! Yo no sé que estaba pensando... Después de por fin saberlo todo...Solo quería liberarme de eso... Y...— Tomé de sus hombros.
—Sieg, ya pasó... Cálmate ¿Sí?— Entré a tomar un baño.
Sieg, recuerdo que siempre te intimidaron bastante. Y fuiste influenciado desde que naciste por esta sociedad podrida. Sé bien cómo eres... Te observé por mucho tiempo cuando era un niño. Hundí mi boca en el agua, provocando burbujas.
No me quedé mucho tiempo. En seguida salí y me senté en el sofá con una toalla en la cabeza. Sieg prendió el secador y me secó el pelo. —¿Siempre haces esto?—
—No— Contestó. —En verdad, me parecía relajante que hicieran esto por mí, así que quería ayudarte... A Jake le encantaba secar mi cabello—
—Mhm— Es extraño. Parece que Jake lo cuidaba bien. ¿Qué fue lo que pasó? Él está lejos ahora, así que no sirve de nada darles más vueltas al enigma.
—Fred...— Apagó el aparato, hasta me había peinado. —¿Puedo preguntarte algo?— Me di media vuelta para verle. —Me dijiste que detrás de esa puerta se encontraba tu pasado... ¿Qué significa? Vi que guardaste ahí el contrato también. ¡Ah, no necesitas contestar si no quieres!— Mis ojos apuntaron hacia la puerta.
—Las cosas de Guinea... Todas las cosas relacionadas a su profesión artísticas se encuentran entre esas cuatro paredes... Tras esa puerta— Hablé finalmente. —Guardé ese contrato ahí, porque creí que al igual que todo lo que sabía de Guinea, debía ser enterrado— Junté mis manos en un puño tembloroso. —En verdad creo que debería deshacerme de todo lo que ocupe esa habitación... Han pasado más de 10 años... Yo mismo puse todas esas cosas ahí y las encerré para siempre.— Respiré y cerré los ojos. —Nunca he tenido el valor de enfrentar la muerte de Guinea... Ella escribió una carta antes de suicidarse... Nunca la leí, pero era para mí... Ella me dió sus últimas palabras— Mi voz se fue quebrando. —Hasta el día de hoy me siento inmensamente culpable por su muerte.— Volví a tomar una bocanada de aire. —Desde que murió, no volví a poner las manos en un instrumento...—
—¿Por qué...?—
—¡Yo fui quién le enseñó! ¡Yo fui quién escribió todas esas malditas canciones...! ¡Ella solo las cantó por mí! ¡Porque soy un cobarde!— Me levanté abruptamente. —¡Soy un puto cobarde...! Yo si tan solo hubiera hecho las cosas diferentes... Sí solo me hubiera quejado un poco más...— Desparramé mis lágrimas.
—Fred... No creo que seas un cobarde, porque yo mismo te he visto sacar el coraje en muchas circunstancias, aunque estés abatido por el miedo... Incluso luego de haber salido corriendo viniste por mí. Estoy seguro que eres una persona maravillosa— Sonrió majestuosamente.
—Yo no creo haber hecho algo para...— Tomó mis manos con fuerzas.
—Yo lo sé... Fred, como tú me diste el valor para hacer muchas cosas. Déjame ayudarte esta vez. Y si crees que eres un cobarde... Entonces, déjame decirte que yo lo soy aun más— Miré sus ojos desternillantes.
Estoy solo evitando lo inevitable. Mi hermana después de mucho tiempo sin aparecerse en mis sueños, volvió para decirme que haga las cosas bien. ¡No voy a dejar que el miedo de mis errores me atrape!
Tomé la llave y me adelanté a abrir el pomo de la puerta. No entraba en pánico abriendo esa puerta. El comienzo de mi terror comenzaba cuando todos esos discos, que fueron compuestos por mí, empezaban a sonar en mi cabeza. Me mareaban. Los estantes se movían en olas que no me dejaban avanzar. Y más allá oía las burlas de mis familiares.
—Fred— El pelirrojo tomó mi mano, y cada una de las voces de mis memorias desaparecieron. —Tú puedes hacerlo— Es cierto, ya no puedo vivir con el miedo de que mi hermana me arrastre al fondo del mar. —Puedes ir de a poco... ¿Por qué no escuchas alguno de los discos?— Los estantes llenos de sus álbumes Me ponían nervioso. —... ¿O qué tal eso?— Apuntó al piano eléctrico. —Puedes empezar por ahí...— Caminé y descubrí ese viejo piano, que muchas veces me acompañó. Lo saqué de ese rincón oscuro y luego de darle una sacudida, lo acomodé en la sala de estar y lo conecté a la corriente.
Presioné el botón de encendido, viendo que aún funciona. Mis manos temblaban al acercarlas a las teclas. —Sieg... ¿Puedes sentarte a mi lado?—
—... ¡S-sí!— Hizo lo que pidió. Ya más tranquilo toqué con ambas manos las teclas, haciendo sonar dos acordes. Mi mente pareció exhalar magia por un segundo. Y sonriendo levemente, toqué una canción. Dejé salir el sonido de mi voz junto al piano...
Todavía recuerdo esa tarde
Cuando te sentaste
A mi lado
Viste a través de mi corazón
A través de mi vacío
Y me dijiste...
Que escuchara,
"¿Qué me has hecho?"
Dijiste...
"¿Qué has hecho?"
"Algunas veces quiero superarte"
"Quiero seguir adelante"
Nunca olvidaré lo que tuvimos esa noche
Estabas sosteniendo mis dos manos
Y dijiste...
"¿Sabes?
Es como un funeral
Para decir adiós de nuevo,
Por última vez"
Estabas sosteniendo mis manos
Y me miraste a los ojos
Y empezamos a besarnos
Por última vez
¡Toda mi luz...!
Se volvió oscuridad
¡Todo mi oro...!
Se convirtió en tristeza...
Todo lo que sabía
Era una mentira...
Todo lo que necesito
Está justo frente a mí
. . .
¿Sabes?
Es como un funeral
Para decir adiós de nuevo
Por última vez
Estabas sosteniendo mis manos
Y me miraste a los ojos
Y empezamos a besarnos
Por última vez
Toda mi luz
Se volvió oscuridad
Todo mi oro
Se convirtió en tristeza
Todo lo que sabía
Era una mentira
Todo lo que necesito
Está justo frente a mí
♪ ♬ . . . ♬ ♪
Se hizo un silencio cuando alejé mis dedos del teclado. —¿Esa canción...?—
—Fue la última canción que hice... Pero jamás pude dársela a Guinea. Esta canción es para tí—. Conectamos nuestros iris.
—Fue muy preciosa, Fred...— Yo le sonreí.
—Es porque trata de tí y de mí— Robé sus labios. —Te quiero— Acaricié sus mejillas.
—Y yo te amo, Fred—
—Gracias por amarme, pequeño diablillo...— Fui besándolo hasta acostarlo en el sillón.
Tiré del cordón de su blusa, dejando expuesto su torso. Admiré su cuerpo y lo tomé en brazos. —Será algo incómodo aquí— Sonreí nervioso y lo llevé a mi habitación. Lo recosté sobre mi cama. Encima de las cubiertas celestes y blancas, las cuales hacían resaltar su cabello y el rubor de su rostro.
Me fui sacando la ropa superior. —De ahora en adelante, no me detendré, incluso si ruegas—
—¿Eh...? ¿Fred?— Él me observaba rojo y embobado.
—Creo que ya lo sabes... Que a pesar de ser un beta, tengo bastante energía en la cama. Y ya que tanto deseabas esto...— Tiré de sus tobillos y le saqué el pantalón. —No pienso esperar más— Encima de él me acerqué a recorrer mis labios por su cuello hasta su pecho. Acaricié con las yemas de mis dedos los costados de su torso. Mi mano izquierda se mantuvo jugueteando con uno de sus pezones, al igual que mi lengua.
—Ah...— Bloqueó su boca con su mano.
—Quiero escucharte— Terminé de subir su blusa, hasta amarrarla en sus muñecas.
—Fred...— Dijo inaudible.
—No sé una forma de agradecerte por todo lo que has hecho por mí... Pero, como ya habrás escuchado en muchas de las canciones de Guinea, hablan de nuestra primera vez... Incluso lo describí...— Besé su frente. —Por eso, déjame tomarte esta noche—
Mi boca continuó jugando con su tersa piel. Y toqueteé sus pezones hasta dejarlos un poco rojos y sensibles.
Saqué una caja de condones, utilicé uno y terminé de desvestirme. —¿Cómo te gusta...?— Susurré a su oído. —Puedo ser suave y gentil si así lo deseas...— Y puedo ser todo lo contrario si él quiere.
—N-no lo sé...— Miró hacia abajo.
—Bien, entonces no me contendré contigo— Lo tomé desde la cintura y lo volteé.
—¿Ah...? ¡Espera...!— Toqué su trasero con cuidado y deslicé mis manos, para verlo mejor. Ya estaba todo lubricado, así que podía meterla sin ningún problema. —¡Nhg...!— Se encrispó. Había entrado deliberadamente. Me moví con lentitud, pero entraba lo más profundo que podía. —Ahh... Ahm... Mhm...— Su espalda era tan lisa. Pasé mi lengua hasta su nuca, provocándole escalofríos. —Fred... Quiero... mirarte a los ojos...— Lo di vuelta, y coloqué sus brazos tras mi cuello.
—¿Así...?— Él me besó, por lo que seguí, profundizando con nuestras lenguas el beso.
Continué embestíndole con más rapidez. Su vocecita jadeante y aguda resonaba en mis oídos dulcemente. Esta era mi parte favorita de tener sexo. Volviéndolo a acostar, proseguí con fuerza. Deslicé mi mano por su pierna, moviendola hasta que quedara junto a mi cintura. Y su otra pierna la eleve con facilidad. —Eres más flexible de lo que creí— Sonreí.
Sieg se agarraba a mis brazos, y de vez en cuando a mi espalda. Sentí que enterró sus uñas en mí. —¡Uhg...! Eso duele— Mordí su cuello en venganza.
Me quedé viendo su carita llorosa y rojiza. Su cabello se movía ligeramente a mi ritmo. —¡ah~ Voy a correrme!— Lo abracé para llegar al clímax junto a él. —¡Fred... Mhm!— Unimos nuestros labios y después nos venimos.
Me separé jadeante y desheché el condón usado. El omega seguía sobre la cama algo adormilado. Tomé una toalla higiénica para limpiar su pequeño cuerpo. Por último lo acosté con delicadeza a mi lado. —Dulces sueños, ceresita— Besé su mejilla, sacándole una risita y me abrazó mientras nos dormíamos.
Dejé a Elian en el lugar usual. —Por favor, dáselo a Sieg de mi parte— Me dió el regalo.
—Ajá...—
—Te amo, adiós— Besó mis labios y se fue.
—¿Una fiesta de cumpleaños?— Miré hacia el techo del auto. Hace tiempo que no coincido con Sieg. Bueno, veré caras conocidas.
Llegué a la mansión Gilga con dos regalos. Andaba con mi mal humor usual. Había mucha gente dentro y la banda sonaba a todo volumen. Tan ruidoso... Odio las fiestas.
—¿Fred?— Miré al pelirrojo. Se veía hermoso con el vestido que llevaba.
—... Feliz cumpleaños— Él sonrió y me abrazó, me sentí algo aturdido.
—¡Gracias!—
—Este regalo es de Elian y este es el mío— Él le dió los regalos al mayordomo.
—¡Bueno, no te pierdas la fiesta! Ven, Jake también vino—
—¡Jake!— Me dirigió saltando hasta él, quien fumaba un cigarro en la barra.
—¿Qué pasa, bebé?— Cierto, al parecer el que Jake y Sieg empezaran a salir era verdad. —¡Fred! Qué sorpresa verte. ¿Cómo estás?— Al pararse del asiento, presentí nuestras diferencias de alturas.
—Bien... ¿Cómo has estado tú?— Pasamos el resto del día bebiendo licor y charlando.
Al caer la noche, los invitados se habían ido. Por fin tenía algo de paz. Salí al jardín, y me encontré a Sieg mojándose los pies en la piscina.
—Hace buen clima— Hablé.
—Sí— Sonrió tímidamente.
—¿Está tibia el agua?— Me saqué los zapatos y los calcetines, para imitarlo.
—Hace tiempo que no te veía—
—Sí... Bueno, nuestras vidas cambiaron bastante— Dije.
—¿Esa es tu excusa por no venir a verme?— Infló sus mejillas.
—Pero, en verdad he estado ocupado— Reaccioné con voz cansada.
—mhm... ¿En serio?—
—Sí, ya deja de preguntar— Le chapoteé agua. Aunque me pasé porque le mojé toda la cara.
—¡Fred!—
—¡Ahajaja!— Me reí de él y enojado me tiró al agua. —Vamos, es solo agua— Dije, tirándome el pelo hacia atrás.
No me respondió, por lo que lo tiré al agua. Lo levanté antes de que se hundiera. —¡Yo no sé nadar, Fred!— Me dió una golpiza.
—¡Ya, ya tranquilízate o te soltaré!— Se aferró a mí incómodo.
Su vestidito se apegó a su piel, transluciendo su cuerpo, no daba lugar a la imaginación. Mi mano se movió por si sola.
—¿¡Fred!?— Y lo siguiente no debió haber pasado. No sé si fue a causa del alcohol, pero salí de la piscina con Sieg hasta llegar a alguna habitación.
Un error posiblemente concensuado. Era más que obvio, que ninguno había dejado de sentir algo por el otro, pero eso se mantuvo muy en lo profundo en nuestros corazones... Tan adentro, que un pequeño orificio, era suficiente para que nuestra pasión fluyera. Y sin pensar en las consecuencias lo hicimos...
Soy una persona tan despreciable.
Notita:
Los ojos de Sieg son de color pardo. Estos cambian de color según se situe la luz. Pero se dice, que cuando una persona con ese color de ojos ve a la persona de la cual está enamorado sus iris cambian de color.
Algunos piensan que estoy desaparecida, a veces, pero quiero recalcar que hago lo posible por taerles 3 episodios semanales. Suelo subir cada 3 días, sin embargo no sé si prefieran que suba diario. Les recuerdo que esta historia está en emisión ^^