—¿Quieres trenzas? —preguntó Malachi.
—¿Sabes hacer trenzas?
—Tengo doscientos cuarenta y dos años. Parece que lo olvidas —colocó un monótono.
—Quizás porque no actúas acorde a tu edad —le dijo ella.
Así que se despertó como la leona que parecía ser.
Dividió su pelo en dos secciones para hacer la trenza.
—Probablemente debería cortarme el pelo —dijo notando que había crecido demasiado larga y era difícil de cuidar.
—Me gusta largo —respondió él.
—Aún más razón para cortarlo.
Esta mujer. Sabía que después de la noche anterior, intentaría resistirse aún más.
—¿No me dijiste que estabas inventando cosas de nuevo?
Ella se detuvo mirándolo a través del espejo. —No te preocupes. No son armas. Aunque si decides tomarme como tu reina, debería hacer esas también.
Él frunció el ceño.
—Para proteger a tu clan, quiero decir —ella dijo—. Después de todo, esas armas fueron hechas para proteger.
Al recordar a su padre, sintió un punzazo en su corazón de nuevo.
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