Me encontraba frente a la diosa de la luna, sintiendo una mezcla de asombro y culpa que me inundaba. Su radiante luz plateada iluminaba el cielo nocturno, proyectando un brillo suave sobre el mundo abajo. Al mirarla, sentí la garganta seca, el corazón latiendo con fuerza en mi pecho.
La había extrañado, no podía negarlo. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que estuve en su presencia, desde la última vez que sentí su abrazo reconfortante. Había pensado que ella me había abandonado, que me había dado la espalda cuando más la necesitaba.
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