La brisa cálida golpea su rostro, mientras la húmeda y fría arena acaricia las plantas de sus pies.
Sentado en un banco, Soichi lucha con sus tupidas pestañas, forzando los párpados para que se dignen a hacer una pequeña apertura.
Tras numerosos esfuerzos, el joven al fin lo había logrado, aunque el cuerpo se encuentra aletargado. Con la visión turbia no distingue el panorama, los fuertes rayos del sol castigan sus pupilas.
El dulce aroma de la soledad le atraviesa el pecho. Podría decirse que se encuentra en paz, pero los ruidos incesantes le agotan la paciencia; entre aleteos y graznidos que penetran su cerebro.
No son cinco ni diez, una horda de cuervos danza sobre su cabeza. Quien presencia esta escena huiría de inmediato, aferrándose a su alma para que no sea arrebatada.
Sin embargo, ese negro azabache que revolotea sobre él es demasiado seductor como para alejar la vista.
Por un tiempo la mente del joven se había extraviado, pero el intenso hormigueo que le recorre por las extremidades lo arranca de ese trance hipnótico.
Fue entonces cuando se enfrenta a la abrumadora sensación de estar inmerso en un absoluto vacío.
«¿Cuánto había pasado? ¿Qué lugar es este?», piensa confundido.
La percepción del tiempo se había roto. Fue capaz de comprender que apenas despertó, el sol se alzaba en su cenit y ahora la oscuridad lo abraza con frialdad.
En la vastedad de la noche el manto celestial se viste de luto, un negro profundo que absorbe las estrellas. Extensas arenas blancas se yerguen en contraste, revelando un aura de misterio. Se extienden como un lienzo puro, acariciadas por el abrazo del mar negro.
Las olas, como palabras que chocan y se entrelazan, susurran antiguos secretos para luego desvanecerse en espuma efímera, como letras en el viento.
Con la mirada profunda se enfoca en ese movimiento, los recuerdos van y vuelven como el oleaje que toma ese espacio arrebatado durante el día.
Escena tras escena golpean su nuca. «¡Miren todos al marica como llora! ¡Eres un pedazo de mierda olorosa! ¡No paren! ¡Denle más fuerte a este maldito gaijin!»
Un pequeño Soichi de seis años se acurrucaba en el suelo, mientras un grupo de salvajes zorros carcomían su carne.
En ese momento no entendía que había hecho mal, fue el primer día de clases.
La expresión de su rostro se vuelve sombría, las cejas se arquean en un ceño profundo y los labios de terciopelo sienten el suave mordisco de la introspección.
Es tan implacable consigo mismo que de a poco los dientes se tiñeron de un dulce y ardiente tinte carmesí.
Lo que está sellado en lo más recóndito de su alma, rasga el interior intentando salir; entre odio y temor, unas gotas de sudor frías agonizan por la frente.
Absorto en su miseria, no fue capaz de ver como hace un tiempo ya no se encuentra solo. Los cuervos lo habían abandonado, el cielo, el mar y los recuerdos eran su única compañía.
De las profundidades en penumbra emerge una figura de gracia inigualable, acercándose con un movimiento lento y sigiloso. Es una dama de porte exquisita, con rasgos delicados y pulidos. A medida que avanza, sus labios pronuncian con elegancia el nombre del joven:
—Soichi—repite varias veces, con una sonrisa tierna y amable.
El viento intensifica la danza, haciendo ondear las delicadas hebras del cabello de la mujer.
Fue solo a poca distancia que el joven recupera la conciencia y nota la presencia que lo llama por su nombre. Era una mujer vestida con una túnica negra de mangas ancha que bailan al compás de la brisa. Adorna la tela con un hermoso diseño de flores de higanbana, tan rojas como sus labios. Esos mismos se curvan en una sonrisa de media luna cuando logra captar la atención del joven.
Como frente a un espejo, dos pares de ojos almendrados de un color cenizo se sumen en una inquietante sensación de familiaridad.
La boca manchada de sangre consulta sin vacilación:
—Estoy.
La mujer de enfrente corta lo que iba a decir con un simple:
—No.
—Entonces es un sueño —suspira decepcionado.
Caminando los últimos seis pasos que los separan ella se acerca asintiendo. Luego, toma ese joven rostro entre las manos y deposita con delicadeza un beso en la tersa frente.
Como si una ley divina se manifestará en ese fugaz contacto, parece que un profundo secreto que solo les concierne a ellos dos es revelado.
El iris de Soichi se contrae y su cuerpo se tensa. La mujer que retrocede extiende la mano en busca de una respuesta, pero él es incapaz de articular palabra, solo asiente con la cabeza.
Ella toma su pulgar y sonríe.
¡Augh!
Un dolor punzante lo arranca del sueño. El joven se encuentra recostado en la cama envuelto en sudor resguardado bajo las mantas.
Como siempre, está solo.
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Nota de la autora:
Mini Teatro
Primer ensayo
Soichi: ¡Me lastimaste!
(Dedo chorreando sangre)
Mujer: Soy un actor de método.
Soichi: ¡Le diré a la directora!
Mujer: Ella dio la orden.
Soichi: ...
Directora: ¿Qué sucede?
(Entra acomodándose lentes)
Soichi: ¡Esto!
(Señala indignado)
Directora: ¡Insuficiente! ¡Repitamos la escena!
Soichi: ಠಿ_ಠ
Ensayaron diez veces la escena hasta que la directora quedó "satisfecha".
(~ ̄³ ̄)~
Traducción:
Gaijin: Terminó utilizado en la lengua japonesa para designar a todos los NO japoneses en general. En el contexto de este capítulo es utilizado con connotación despectiva y racista.
Más adelanté podrá comprender el por qué.