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Altair, con un rápido movimiento, agarró al cyborg del cuello y hundió la espiga de la cola en su corazón. La sangre salpicó por todas partes, tiñendo la máscara plateada de un rojo espantoso. El cyborg se retorcía en agonía, sus manos cubriéndose los ojos, aullando de dolor. Altair luego se levantó, mirando hacia abajo al cyborg con una mirada fría, distante, sus ojos tan helados como la nieve.
La multitud alrededor aclamaba como una ola gigante al vencedor de la arena. —¡Castigo! ¡Castigo! ¡Castigo! La luz dorada fluía desde el techo, como si lo coronara con una corona de oro.
Altair miraba a los jugadores casi frenéticos debajo; algunos habían amasado fortunas aquí, mientras que otros habían sido arrastrados a la arena por los concesionarios. Haces de luz púrpura y oro iluminaban sus caras, haciéndolos parecer clowns con rostros pintados, monstruosos en su grotesquidad.
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