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Capítulo 12: La Calle de las Pesadillas

Experimenté cómo la gravedad me atraía implacablemente hacia su centro. Caí como si una fuerza sobrenatural me arrastrara hacia un abismo insondable. Mis gritos se atenuaban en la nebulosidad.

La percepción del tiempo se desdibujaba en mi mente. No sabía si habían transcurrido horas o segundos cuando finalmente toqué una superficie densa y espesa. Supe que era agua en el momento en que comencé a ahogarme e inhalé desesperadamente líquido en lugar de aire. Mis pulmones se retorcían de agonía, dolorosamente exhaustos en mi pecho. Todo oscilaba entre tonalidades azules y el negro más profundo.

Asfixiada, movía mis extremidades en medio de ese mar líquido que me arropaba. Anhelaba impacientemente alcanzar la superficie o escapar, desesperada por aire. Los latidos de mi corazón se volvieron lentos y pausados, mientras la presión en mi cabeza y oídos me atormentaba de dolor.

Un ardor insoportable quemaba mis ojos. Mi cuerpo se volvía cada vez más pesado, como si hubiera renunciado a toda resistencia, entregándose a las profundidades. Mi cabello flotaba alrededor de mi rostro: una maraña de tonos castaños, rojizos y dorados nublaban mi visión.

La velocidad en la que se movía el mundo parecía haberse ralentizado. Mis manos se cerraron en puños y mis ojos se sellaron hasta vislumbrar la oscuridad detrás de mis párpados. Perdí la consciencia durante breves instantes hasta que unos brazos me rodearon y me alzaron, sacándome del viscoso líquido.

Después de un par de latidos, el aire respirable acarició mi piel. Escupí agua antes de identificar entre parpadeos a Joe, sus brazos envolviéndome de manera protectora. Arrodillado en la tierra, me sostenía sobre sus piernas, mi cabeza reposando en su pecho. Su mano se deslizó por mi cabello húmedo mientras mis puños se aferraban a su camiseta. Suplicaba en mi mente que no se alejara. Mis brazos lo rodearon y suspiré contra su cuello.

Te necesito, quise decirle, pero en su lugar, expulsé más agua.

El agarre de Joe era firme y su respiración entrecortada. Su corazón palpitaba a un ritmo apresurado.

—Debes liberarte de mí, Angelique —su voz resonó con absoluto y cortante dolor.

Caí en el lodo cuando Joseph se desvaneció en la nada, dejándome sola. Rodé sobre mi estómago y me erguí. Atónita, noté que mi ropa y cabello estaban secos, sin rastro de humedad.

Atravesé lo que parecía un pasillo oscuro, iluminado sólo por un resplandor níveo al final. Llena de temor, corrí a lo largo del conducto, pero la salida nunca se acercaba; era como ir tras un arcoíris que se alejaba más a medida que avanzaba.

Cuando caí de rodillas, apoyé las manos de forma instintiva en la fría tierra. De pronto, me percaté de que el pasillo se estrechaba a cada segundo que pasaba. Las paredes se cerraban, una a mi izquierda y otra a mi derecha, moviéndose para aplastarme igual que a una mosca en un parabrisas. Mi única opción era arrastrarme en el fango pantanoso, persiguiendo la luz ficticia a toda velocidad.

Mis pulmones apenas conseguían suficiente aire para mantenerme con vida. Los muros se aproximaban, ahora se encontraban tan cerca que podría tocar ambos con sólo extender los brazos. Sin saber qué hacer, recliné mi espalda contra uno de los muros, sintiendo cómo me empujaba hacia adelante. Apoyé mis pies en la pared opuesta, intentando desesperadamente empujarla. Tomaba impulso con la espalda en la pared, pero era evidente que no funcionaba.

Resignada a la inminente muerte, retomé mi marcha hacia la ráfaga de luminosidad. Los muros apretaban mis hombros, sometidos a una presión que amenazaba con despedazar mi frágil cuerpo en cualquier momento. Imaginaba el sonido de mis huesos quebrándose mientras el dolor se apoderaba de mí.

—¡Cierra los ojos, Angelique! —la voz de Jerry sonaba distante, como si hablara desde la superficie mientras yo estaba sumergida en el agua.

Tan pronto como cerré los párpados, el dolor desapareció. De inmediato, todo se volvió de color negro y volví a sentir las manos de Jerry sujetando mis brazos, guiándome hacia adelante.

En cuanto volví a abrir los ojos, las opresoras paredes regresaron, el dolor me consumía.

Con determinación, mantuve los ojos cerrados. Las manos de Jerry me brindaban consuelo al conducirme a través de las silenciosas penumbras. Podía oír sus latidos y su respiración, incluso podía olfatear su deseable sangre.

Entonces, me obligó a detenerme.

—Ya puedes mirar —susurró en mi oído. Su aliento me causó escalofríos.

Inhalé con fuerza antes de abrir los ojos, llena de temor. Él se movió delante de mí, bloqueando mi visión. Me aferré a su camiseta.

—Fue aterrador —sollocé. Justo en ese momento advertí que había estado llorando, las lágrimas empapaban toda mi cara y rodaban por mi cuello—. ¿Qué ocurrió? Por favor, Jerry, no permitas que se repita. ¡Fue horrible!

El muchacho me dedicó una sonrisa antes de enjugar mis lágrimas con sus dedos.

—¿No te dije que cerraras los ojos? —dijo, todavía riéndose de mí.

Me abrazó para calmarme. Mis latidos acelerados golpeaban su pecho mientras temblaba de conmoción.

Me sentía igual que la vez que mi padre me había animado a saltar a la parte profunda de la piscina cuando era niña con el objetivo de enseñarme a nadar. Minutos más tarde, me encontraba llorando, después de haber tragado accidentalmente un montón de agua con cloro. Papá se reía con simpatía mientras me consolaba, igual que Jerry.

"¿No te dije que cubrieras tu nariz?", había dicho.

—¡Maldición! ¿Qué diablos sucedió? ¿Por qué no me advertiste nada? Vi cosas horrendas —murmuré con un tono quebradizo por el llanto.

—Ilusiones —contestó—. En La Calle de las Pesadillas, tus peores pesadillas se materializan. No es más que una trampa para asustar a los forasteros. Los que conocemos la calle sabemos eso. Este lugar trabaja de forma diferente con la mente de cada persona. Si hubieras estado sola, te habrías quedado atrapada en una pesadilla, o tus temores más oscuros podrían haber resultado mortales.

—¿Tú no viste nada? —pregunté más calmada.

—Por supuesto que sí, pero como sé que son ilusiones, las ignoro. Ésa es la única forma de salir de ahí. La Calle de las Pesadillas se alimenta del miedo. Si no sientes temor, puedes escapar. Aunque a veces incluso el más valiente se aterra al ver sus peores pesadillas convertidas en realidad, aun sabiendo que son ilusiones. Por eso es mejor pasar por alto todo o caminar con los ojos cerrados. Tienes bien merecido el susto, eres tan desobediente. ¿Cómo podían tus padres lidiar contigo?

Golpeé suavemente su brazo. Él lo frotó, fingiendo dolor para luego volver a sonreírme.

—Es como si esa calle estuviera hechizada, ¿o viva? —cuestioné.

—No es la única calle que está viva. ¡Vamos! —Miró por encima de mis hombros y se giró para comenzar a caminar. Lo seguí—. Ahora, hazme caso. No te alejes de mí, mantente a mi lado. En Somersault, cada casa y calle tienen vida propia.

Después de La Calle de las Pesadillas, Somersault se asemejaba más a una ciudad, si las ciudades fueran de un estilo gótico macabro. El suelo de piedras, las vías, las casas y todo lo demás lucía bañado de un violeta profundo. La luna brillaba intensamente, tiñendo todo con matices púrpuras y azulados. No había autos, sólo transeúntes. Cada casa violeta recordaba a las mansiones embrujadas de los dibujos animados, con gárgolas reposando en las ventanas como guardianes nocturnos, muros altos de piedra, amplios ventanales y largos senderos que serpenteaban a través de jardines repletos de muerte.

—Debería llamarse la Ciudad Violeta, no subterránea —mencioné mientras caminábamos entre la multitud.

—Lo sé —estuvo de acuerdo—. ¿Te sientes mejor?

Asentí.

¿Quién hubiera pensado que Joe sería protagonista de todas mis pesadillas?

—Estábamos hablando de Joe, si mal no recuerdo —señalé—. Decías que crees que fue él quien asesinó a Donovan.

—Estoy seguro de que él lo hizo —confesó.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —refuté, desconcertada.

—Deberíamos hablar de eso cuando lleguemos al bar.

Jerry parecía muy distraído, miraba hacia todas partes como si buscara algo.

—¿Jerry, qué pasa? Aún no entiendo por qué me trajiste aquí.

Con su gracia característica, me tomó de la mano y me guió hacia un establecimiento comercial. Por fuera, parecía otra de las casas góticas violetas, pero en su interior era un bar de mala reputación. Había gente bailando, bebiendo, fumando y apostando en juegos de azar.

—¡Jerry! ¿Qué te trae por aquí? —le saludó la mujer tras la barra. Rondaba los cuarenta, madura y alegre.

—Con una amiga —explicó antes de que ambos tomáramos asiento.

—Les ofrecería un trago, pero supongo que ambos son demasiado jóvenes incluso para estar allí sentados —ofreció ella con una sonrisa de labios escarlatas.

—Una cerveza para mí. Sírvela con espuma —dijo Jerry antes de posar sus ojos en mí—. ¿Tú?

Negué débilmente.

—No quiero nada.

—¡Ah! ¡Entiendo! —clamó la dama de la barra—. Traeré un poco de sangre en una copa.

—¿Eso es legal? —pregunté una vez que la mujer se retiró.

—Todo es legal aquí.

—¡Este lugar es asombroso! —admití al fin.

La comisuras de los labios de Jerry se elevaron.

—¡Sí, a todos les gusta!

—Creo que tenemos una conversación pendiente —apunté.

Mi mandíbula cayó al observar un par de bebidas flotando. La copa con sangre y el vaso de cerveza espumosa venían hacia nosotros, cruzando el aire. Jerry agarró ambas bebidas y las colocó en la mesa.

—Bueno, supongo que así el servicio es más eficiente —dije con los ojos abiertos ampliamente.

—No entiendo cómo es que todavía te sorprenden estas cosas —se burló Jerry, riendo de manera encantadora—. ¿No es hermoso? Aquí todos pueden ser ellos mimos sin ocultarse —fascinado, me observaba beber de la copa. Suspiró—. Desearía ser como ustedes, vampiros.

Me encogí de hombros.

—Sigo sin comprenderlo. ¿Qué ganas tienes de presenciar, tarde o temprano, la muerte de todas las personas que has querido, de ser un asesino, de estar del lado de los malos?

Resopló.

—No tengo a nadie, todos los amigos que he hecho son sólo seres de la noche, así que no hay nada que me ate al mundo de los diurnos —reflexionó—. Y, mira, la verdad es que no importa si te alimentas de sangre o de una suculenta hamburguesa de carne. —Apretó el vaso entre sus manos, su mirada fija en el líquido ambarino—. El bien y el mal existen sin importar la especie que seas. Pertenecer a un lado o al otro no se trata de lo que comes, sino de lo que llevas dentro. Odiar a otra especie es injusto y discriminatorio. En cambio, lo correcto es aprender a discernir entre el bien y el mal. Nadie odia a los pájaros por comer insectos, es su naturaleza y nadie los considera malvados por alimentarse y tratar de sobrevivir. Tampoco odian a los humanos por asar unas cuantas reses a la parrilla. ¿Por qué odiarlos a ustedes por beber sangre? Pueden despreciarte por ser malvada y despiadada, por cometer crímenes sin remordimientos, por querer pertenecer al lado oscuro... Pero no por tener discrepancias acerca tu régimen alimenticio. —Dio un sorbo a su cerveza antes de proseguir—. Ya era hora de que existiera algo superior a nuestra raza, un eslabón más alto en la cadena alimenticia. Hay humanos que son ladrones o asesinos de su propia especie. Son egoístas, viven inmersos en guerras, aniquilándose los unos a los otros, consumidos por la envidia. ¿Cuál es su excusa? Lo que distingue a los humanos de tu especie es que los vampiros matan para sobrevivir. En cambio, la mayoría de los humanos lo hacen sólo por motivos egoístas. El mundo no se divide en especies, no son vampiros y humanos. Es el bien y el mal. Y cada cual es libre para labrar su propio destino.

—Tienes razón. Aunque no sé si acabo de escuchar una alocución contra la discriminación o una justificación para los vampiros asesinos. O ambos —fue mi única respuesta. Había meditado sobre cada una de sus palabras, lo cual me hizo recordar que nuestros peores enemigos no eran humanos, sino otros de nuestra propia especie—. Ahora, cuéntame lo que sea que tienes que decirme. Siento que hay algo que omites, como si intentaras decírmelo pero no supieras cómo.

—Espérame aquí, ya vuelvo, Angie —me ordenó después de entregarme su cerveza—. Cuida de mi bebida.

Se levantó y desapareció entre la multitud.

Absorta en mis pensamientos, tracé círculos en la boca de mi copa vacía.

—Buenas noches, señorita —oí una voz grave y masculina.

Cuando levanté el rostro, observé a un extraño ocupando el lugar que Jerry había dejado vacío. Vestía con un elegante traje gris, tenía el cabello castaño rojizo y ojos tan azules que parecían irreales. Poseía un cuerpo dotado y esbelto. Por su aspecto deduje que tenía al menos veintisiete años. Tamborileaba sus dedos contra la barra de madera, ansioso, mientras me miraba fijamente con una sonrisa. Hasta podría decirse que era apuesto y educado.

—¿Estás hablándome a mí? —Arqueé una ceja al preguntar.

—Por supuesto —confirmó—. Parece que te encuentras muy sola. ¿Me permites invitarte un trago?

Negué.

—Lo siento, estoy bien, gracias —dije con amabilidad.

—¿Vienes con alguien?

—De hecho, sí. —Señalé la cerveza de Jerry.

—¡Oh! —murmuró—. Perdona que lo pregunte, pero, es un chico, ¿cierto? ¿Tu novio, quizás?

Me sorprendió darme cuenta de su tono educado y elegante. Su voz estaba teñida de un divino acento extranjero.

—Mi amigo.

—Entonces estoy de suerte. —Su sonrisa se ensanchó—. ¿Eso significa que eres soltera?

Fruncí el ceño.

—Sí, bueno, en realidad no —balbuceé—. De cualquier forma, no conseguirá una cita conmigo ni nada parecido.

El hombre se sonrojó, sin borrar su sonrisa.

—Lamento si te ofendí —se excusó—. Nada más quería conocerte, eres una damisela muy hermosa.

Sentí el rubor subiendo hasta mis mejillas.

Cuando una de sus manos cubrió la mía, me sobresalté. Tan sigiloso como peligroso, deslizó la otra hacia mi rostro y movió mi cabello detrás de mi oreja. Sentí un cosquilleo donde sus dedos me tocaron y me sacudí en un escalofrío. Un segundo después, el individuo sostenía una extraña flor de color violeta que había extraído de mi oreja. Me la obsequió. Y tuve que aceptar por pura cortesía.

—Tal vez no te impresione la magia, pero...

—Me impresiona —lo interrumpí antes de dejar la flor sobre la mesa.

Este hombre irradiaba una presencia masculina y sexual. La forma en que hablaba me hacía sentir que me había visto desnuda. Sentía que si le permitía seguir hablando o mirándome, me llevaría directo a la cama. Era espeluznante sentirse tan pequeña, intimidada y caliente.

—¿Bailas? —propuso.

Negué de forma rotunda.

—De verdad lo siento, pero no tengo ánimos de bailar. Acabo de atravesar una experiencia bastante traumática. No es que no me agrades, ni que no sepa bailar, pero, no, gracias —decliné.

Acercó su silla más hacia la mía.

—¿Puedo saber tu nombre?

—Angelique Moore. ¿Y el tuyo?

Asintió lentamente.

—No tiene importancia, soy sólo un tipo misterioso, sin nombre. —Extendió su mano para estrechar la mía. Su palma estaba fría cuando la toqué—. Espero verte pronto. Por ahora, me tengo que ir. Adiós, Angelique.

—Adiós —vacilé—, sin nombre.

Se aproximó un poco más, tanto que pude sentir su fresco aliento a hierbabuena sobre mi rostro.

—Revisa tu sujetador —musitó en mi oído antes de marcharse. Lo vi mezclarse entre la muchedumbre.

Al darle un vistazo a mi blusa, sentí que mi rostro se teñía de diferentes colores. Mis ojos se agrandaron cuando descubrí un pequeño papel doblado entre mis pechos. Lo saqué y desdoblé. Era un número de teléfono escrito con una bellísima letra curva. Mis mejillas se calentaron. Pese a que traté de convencerme de que el hombre había utilizado magia para introducir la tarjeta en mi blusa, me sentía tocada, como si sus manos hubieran dejado marcas en mi piel. Aunque nunca tuvo contacto conmigo, me sentía incómoda y avergonzada.

Busqué a Jerry con la mirada. Sin embargo, lo único que vi fue la multitud apiñada en un círculo alrededor de dos hombres. Uno de ellos me daba la espalda, con cabello negro y una camisa roja que se ceñía a su figura. El otro era el misterioso sin nombre. Se encontraban uno frente al otro, al borde de comenzar una pelea.

—Las mujeres que desatan pasiones causan problemas —pronunció la voz femenina de la camarera de la barra.

Confundida, la miré mientras secaba copas con un pañuelo blanco.

—¿Qué?

Mi voz se cortó abruptamente, fusionándose con un estruendoso ruido. Volví la mirada hacia la multitud. El hombre sin nombre yacía sobre una mesa, su cabeza sangrando. Entre la muchedumbre, se escuchaban gritos de diversión ante la inesperada escena. El sujeto de camisa roja sostenía una silla destrozada por encima de su cabeza mientras avanzaba con la confianza de un depredador hacia su oponente.

Tragué saliva. Había algo familiar en el tipo de la camisa roja. Observé sus mangas arremangadas para la pelea y su andar seguro. Aunque me daba la espalda, reconocía esa rebeldía y arrogancia en su forma de caminar. Sólo había una persona en el mundo que tuviera esa particularidad.

A conveniencia, las luces se apagaron. No obstante, la iluminación violeta del exterior aún penetraba débilmente por las ventanas. El caballero misterioso se levantó de la mesa, dispuesto a contraatacar, pero fue arrojado al otro lado del bar con asombrosa fuerza. Su adversario rió, una risa malvada y sensual.

La forma en la que el hombre de rojo hizo volar a su oponente, causó que mi corazón se revolviera en mi pecho.

¡Dios! Era tan sexy… Y yo tan estúpida.

Estaba empezando a cuestionar seriamente mi salud mental.

Todo lo que alcanzaba a ver era su ancha espalda mientras alzaba al tipo sin nombre y lo azotaba contra las paredes igual que un héroe. O un villano, dependiendo de la perspectiva. Aquella sola visión era suficiente para provocarme suspiros de anhelo.

¡Demonios! ¿Qué me pasa?

Su silueta se desplazaba velozmente entre la oscuridad y las luces violetas. Atravesó el lugar más rápido de lo que mis ojos lograron captar su movimiento y golpeó al hombre sin nombre con puñetazos certeros en su rostro y pecho.

Reconocía esa hábil manera de pelear. Sabía con absoluta certeza que el hombre de rojo era Joseph. No podía ser otro.

Mi imaginario Joe alzó del cuello a su adversario, sin percatarse de que éste intentaba estirarse para alcanzar una botella en una de las mesas.

Escuché el sonido del cristal rompiéndose al impactar contra la cabeza del supuesto Joe. Éste retrocedió dando tumbos después de soltar a su contrincante. Me llevé las manos a la boca para evitar gritar, pero luego recordé que en ese lugar muchas cosas no eran reales. Era probable que ese chico no fuera Joe.

El tipo sin nombre intentó escapar, abriéndose paso entre los espectadores. En la penumbra, el otro joven, apenas visible, saltó con la agilidad imperceptible de un lobo para bloquearle el camino.

Advertí con deseo cómo la camisa del falso Joseph se apretaba a su cuerpo cuando sus músculos se dilataban. No me habría molestado si su ropa se hubiera rasgado. A pesar de haber sido golpeado con una botella, no mostraba manchas de sangre. Estaba impecable, perfecto incluso en la oscuridad. Finalmente, propinó una patada al hombre sin nombre, dejándolo tendido en el suelo. Había sido derrotado de manera humillante, aplastado como un insecto.

Un hombre mayor le dio unas palmadas en la espalda a Joseph, felicitándolo por la victoria. Una mujer de rizos rubios, que tampoco se distinguía demasiado, se arrojó en sus brazos, frotándose contra su cuerpo como una serpiente que se enrosca en las ramas de un árbol. Él a duras penas devolvió el abrazo, parecía más concentrado en su vencido enemigo en el suelo.

No es Joe, intenté convencerme, pero los celos llegaron a mí en forma de ira y dolor al ver a esa mujer entre sus brazos. Entre el bullicio del público, escuché mi nombre y vi a Jerry acercándose. El humano lideraba a un grupo de chicos que lo acompañaban. Tan pronto como levanté la mano para que me viera, me reconoció. Y se aproximó, seguido por unas cinco personas.

—¿Es ella, no? ¿La que buscan? —dijo a sus compañeros

Al menos la mitad de ellos debían ser vampiros. Los conocía de la vez que Joe había peleado con ellos para que liberaran a Jerry.

Tragué saliva mientras sentía cómo mi rostro palidecía. De forma instintiva, mi mirada buscó al sujeto que creía que era Joseph, pero ya no estaba en ninguna parte.

Entre el grupo de vampiros estaba una mujer de cabello rojo, rostro felino y curvas. Caroline, la misma con la que Joe había pasado un par de noches en el pasado.

—Sí, es ella —afirmó la peliroja. Los demás me rodearon, contemplándome de arriba abajo con malicia.

—Jerry, ¡nos traicionaste! —elevé la voz en un grito de indignación—. Confié en ti, ¡pero Adolph tenía razón!

—No, Angie, espera. Ellos no buscan venganza, te he dicho la verdad —balbuceó el muchacho, acercándose con cautela mientras yo retrocedía.

—¡Me estás entregando, Jerry! Jamás pensé que tú…

Uno de los vampiros posó sus manos en mis hombros. Furiosa, me sacudí, apartándolo bruscamente.

—Ella vendrá con nosotros —explicó Caroline al tiempo que acariciaba con un dedo el rostro pálido del humano—. Gracias por tus servicios, querido.

—Detente ahí —interrumpió Jerry a la mujer—. Dijiste que sólo hablarían con ella. Prometiste que no le harían daño.

—Niño, los vampiros mienten. Pensé que ya sabías eso. Tomaremos a la niña como rehén, te usaremos para enviar la noticia a sus amiguitos, y cuando vengan por ella, los mataremos a todos. ¿Estás con nosotros o no?

Mi cuerpo estaba tenso, tan rígido que un dolor se extendía desde mi espalda hasta mi cuello. Presté atención al movimiento dentro del bar. Todo el caos causado por la pelea había desaparecido, una joven adolescente se encontraba curando las heridas del hombre sin nombre y una alocada caterva de personas danzaban en la pista.

—Están firmando su sentencia de muerte —les advirtió Jerry—. ¿Han visto con lo que se enfrentan? El novio de ella les pateó el trasero a todos ustedes en menos de quince minutos, y con ellos vive un hijo de Zephyrs. Creí que realmente habían reconsiderado eso de la venganza. Sin su Succubus, no tienen oportunidad.

Caroline sonrió.

—Tenemos a alguien ayudándonos con esto —aseguró.

Un vampiro me agarró del brazo.

—Pagarás por esto, mi amigo mortal —amenacé a Jerry—. Realmente trabajabas para ellos, fui tan estúpida.

Él atrapó mi mirada. Su cabello dorado caía cerca de sus sienes y su frente.

—Ya cállate, Angie.

—¡Deja de llamarme Angie!

—Creo que se está alterando —terció el chico que me retenía. De un tirón, liberé mi brazo de su agarre.

El vampiro intentó sujetarme de nuevo, pero Jerry lo empujó antes de extraer una navaja de su bota. En un instante, desplegó la hoja y apuntó a sus compañeros con el arma. Ellos lo observaron con asombro, pero sin muestras de miedo.

A la velocidad de un relámpago y con la fuerza de un vampiro, Jerry me alzó para depositarme sobre su hombro como si fuera un bulto de verduras. Corrió directamente hacia la salida conmigo a cuestas. Al atravesar la puerta, el frío glacial penetró mi piel. Copos húmedos me golpeaban y en el suelo se extendía una capa de nieve que destellaba con resplandores celestes, como si estuviera salpicada de diamantes.

Estaba nevando.

¿Cómo era posible? Tan solo unos minutos atrás había sentido el cálido abrazo de la noche veraniega, y ahora, la nieve cubría cada rincón de la ciudad como azúcar espolvoreada.

Desde mi posición, podía ver las botas de Jerry hundiéndose y resbalando en la nieve multicolor mientras corría. Sus jadeos resonaban por encima de las voces cercanas de los vampiros que nos perseguían.

Después de recorrer unas cuadras, Jerry me dejó de pie en el suelo. Mis pies se hundieron al instante. Nunca antes había contemplado una nieve tan etérea y resplandeciente, irradiaba destellos violetas, azules y verdosos, como un arcoíris desplegado sobre un lecho de cristales preciosos.

El cabello rubio de Jerry estaba empapado, repleto de diminutos copos de nieve blanca violácea que se derretían con gracia.

—Para que no digas que no he hecho nada por ti —dijo en una exhalación pesada—. Creo que los hemos despistado.

—No, todavía los escucho.

—Entonces sigue corriendo.

Sujetándome de la mano, me arrastró consigo mientras atravesábamos con celeridad las callejuelas plagadas de mansiones encantadas.

Luego de un rato, el sonido de los vampiros cesó.

—Ya no los oigo, han dejado de perseguirnos —comenté, sin aliento por la carrera.

Nos detuvimos gradualmente, ambos exhaustos.

—¡Qué alivio! Adolph me cortará las pelotas si algo te pasa —expresó el humano.

—Sería oportuno que te dieran una lección, por traidor.

Suspiró.

—Mira, admito que al principio estaba utilizándote, quería llegar a ustedes para compartir información con los chicos. Pero ahora es distinto —confesó sin reparos—. Trabajo únicamente para ustedes, ¿me crees? Exclusivamente les serviré a ustedes.

—Por supuesto, te diste cuenta de que patearíamos el trasero de tus amiguitos y cambiaste de bando —impugné.

De repente, oí un siseo, un susurro que pronunciaba mi nombre. No era exactamente una voz, sino un sonido, un murmullo del viento que me llamaba. Provenía de una de las casas, la cual tenía todas las luces apagadas, un jardín cubierto de nieve y un imponente pórtico de madera decorado al estilo Halloween o Scooby Doo. A pesar de eso, parecía invitarme a entrar, como si guardara secretos que necesitaba descubrir.

—¡Jerry! —lo llamé—. Creo que esa casa está hablándome.

—Es correcto, ¿acaso no mencioné que aquí todas las casas tienen vida propia?

Aquello era inquietante y la vez maravilloso. Era el tipo de fantasía que se encuentra sólo en películas y relatos literarios.

—Escucha —rompí el silencio—, creo haber visto a Joe en el bar. Me pareció que estaba allí…

—Qué novedad, siempre ves a Joe en todas partes —me interrumpió—. Eso es improbable, no podría venir aquí.

—Pero... Sí, lo he visto. Era él, nadie es igual a él.

Arqueó las cejas al mirarme, incrédulo.

—Sé que nadie es igual a él, pero debes creerme, muñeca. Te escuché en la calle de las pesadillas, sólo pronunciabas su nombre. ¿Tanto miedo le tienes?

No tenía por qué darle explicaciones sobre mi relación con Joe, pero sentí la urgencia de expresar mis sentimientos.

—No le tengo miedo. Tengo miedo por él —mi voz sonó firme al principio, pero se disolvió hasta convertirse en un susurro—. Ya sabes, miedo de perderlo, de que no me ame más, de que se transforme en alguien diferente. Miedo de que se haga daño, de que vuelva al mundo de los muertos…

¿Qué hacía compartiéndole mis temores a un humano cualquiera?

No sólo me interrumpí por estar hablando en exceso, sino también porque percibí pasos y una respiración constante en la proximidad. Jerry se sobresaltó antes de comenzar a examinar el entorno. También lo escuchaba.

—¿Deberíamos correr? —cuestioné.

—No lo sé. Pero muévete, por precaución. ¡Camina! —ordenó.

Empezamos a avanzar cuando alguien gritó mi nombre.

—¡Angelique! —reconocí aquella voz sensual y confiada, casi sexual.

Vacilé antes de girarme hacia el llamado.

—¿Joe? ¿Eres tú?

Vislumbré su silueta corriendo hacia mí.

¿Era el verdadero?

Llevaba la misma ropa, la camisa roja de mangas largas todavía remangada hasta los codos, sus jeans ajustados a sus piernas y una actitud casual y relajada. Noté con curiosidad que su cabello estaba ligeramente más largo. Ahora caía desordenado sobre su rostro.

—No, soy su hermano gemelo malvado —respondió cuando se aproximó.

Sí, era él.

—¡Oh, idiota! —Golpeé su brazo—. ¿Qué haces aquí?

Sentí su calor en todo mi ser. No sólo el calor de cuerpo, sino también de su alma, de cada palabra pronunciada, de su mirada y su sonrisa ardiente.

—La pregunta debería ser, ¿qué diablos haces tú aquí? —hizo énfasis en "tú" para luego volverse hacia Jerry—. ¿Cómo pudiste siquiera considerar traer a un lugar como éste a Angelique?

Jerry no contestó.

Te lo dije, tenía razón, el que había visto era Joe. Quería decirle al humano en voz alta.

—Entonces, eras tú —le dije a Joe—. El tipo del bar, eras tú. Te enfrentaste al hombre sin nombre.

—No, no era yo, y no hice semejante cosa.

—Entonces, ¿por qué me pareció haberte visto?

—Porque seguramente has visto a un tipo muy atractivo.

Contuve una sonrisa que amenazaba con asomarse en mis labios.

—¡Eres un tonto! —murmuré al tiempo que hacía rodar los ojos.

Él asintió, encogiéndose de hombros.

—Es lo que hay, un sensual y ardiente tonto.

Después de dedicarme una sonrisa traviesa, tomó mi mano.

Su tacto se sintió como un placentero fuego corriendo a través de mí.

—Si me disculpas —le pidió a Jerry—, quiero hablar un momento con mi chica, a solas.

Me apartó unos pasos para tener más privacidad.

—¿Por qué demonios permitiste que este rubiecito te trajera hasta Somersault? —me interrogó—. Este lugar es tan fascinante como peligroso.

—Adolph le dio su aprobación —me defendí—. Mejor dime, ¿por qué te has peleado en el bar con ese sujeto?

Largó un resoplido.

—¿Es pregunta capciosa? Ese tipo trataba de seducirte. Y, no tengo idea de cómo funciona la magia, pero sé con seguridad que eso de poner números de teléfonos en los pechos de las mujeres va mucho más allá de simplemente aparecer el papel entre tu ropa interior. Por otro lado, detesté la parte en la que susurró quién sabe qué obscenidades en tu oído. Después de que se alejó de ti, el enfermo tenía una expresión de absoluta satisfacción, como si te hubiera manoseado por completo. Me enfurecí, lo siento.

Una media sonrisa astuta curvó mi boca.

—Así que por eso el tipo que ganó la pelea me resultó tan atractivo. —De repente, un recuerdo amargo se apoderó de mi mente. Apreté la mandíbula—. Y esa mujer, la rubia ridícula que se arrojó en tus brazos como perra en celo, ¿quién era?

Odié la forma en la que la sonrisa de Joe se amplió.

—Nena, no es como si pudiera evitar que las mujeres se me arrojen a los brazos. No tengo la culpa de ser tan irresistible —presumió. Luego se puso serio—. No intentes desviarte del tema. No debiste venir aquí, no lo hagas de nuevo.

—¿Por qué? ¿Porque podría presenciar cómo todas tus mujeres te besuquean? —le reproché, cruzando los brazos—. ¿Es aquí donde vienes todo el día?

—¡Vamos, no otra vez! —Me miró con enfado—. Si ese humano rubio te pone en peligro de nuevo, voy a romperle la cara, ¿me oyes? Aléjate de ese mocoso.

—Está bien —dije con ironía—. Entonces, tú puedes armar escenas de celos, pero yo no. En serio, ¿qué te sucede últimamente?

La furia en su mirada se acrecentó. La nieve aún descendía del cielo, mojando ligeramente su rostro. El vaho de su aliento era visible. Todo su cuerpo se hallaba iluminado bajo la luz violeta de la luna.

—¿Escena de celos? —repitió indignado, casi incrédulo—. ¿Es que no te has dado cuenta? No me preocupa Jerry, ese chico es gay.