Ágatha gritó y cayó de rodillas mientras las lágrimas incontrolables le corrían por la mejilla.
—Mamá. Papá —lloró mientras miraba el cuerpo sin vida de sus padres en el suelo.
Se arrastró hasta ellos y les tomó las manos. Sus manos estaban frías y ella gritó aún más. Revisó sus cuerpos y no había ninguna marca o herida en ellos.
—No. No. No me pueden hacer esto. No me pueden dejar sola —lloró mientras abrazaba a su madre, meciéndola de un lado a otro—. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? ¿A dónde voy? —lloró aún más fuerte.
—Lamento haberme ido de casa. Lo lamento tanto. Por favor, vuelvan a mí. Por favor —suplicó.
No había forma de que sus padres la dejaran sola. Debe haber algo que se le estaba escapando.
La voz. Sí, la voz. Las voces que había oído. ¿De dónde venían? Se levantó y fue a cada habitación, buscando a quién pertenecían las voces, pero no encontró a nadie al acecho ni escondido en su cabaña.
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