—¡No! Por favor, no me hagas esto, Alex. ¡Por favor! —Abigail suplicó—. Su voz temblaba mientras intentaba alejar sus manos de él. Su mente se estaba adormeciendo, el dolor en su corazón había alcanzado su punto máximo y no sabía si podría soportar más. Le dolía tanto que sus lágrimas se habían secado y su cuerpo había perdido toda su fuerza. Si no fuera por la cuerda que estaba atada a su alrededor, habría caído de rodillas.
El humo llenó sus pulmones. No había manera de que no lo respirara. El humo la hacía sentir mareada. No, por favor... ella no podría sucumbir a esto. Si lo hacía, su Alex, su marido... lo perdería para siempre.
Abigail apretó los dientes y lo suplicó una y otra vez.
—Alex... dijiste que me amas. ¡Soy tu esposa! ¡No puedes hacerme esto! ¡Por favor! ¡No sé qué haría sin ti! Tú eres mi razón de vivir. ¡Por favor, no! —gritó con agonía, llenando la habitación de un dolor insoportable.
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