Cassandra sollozaba de vez en cuando. Siroos deseaba consolarla, pero no estaba seguro de qué palabras decirle sin herirla aún más. Ella necesitaba espacio para calmarse de la experiencia que había tenido.
Siroos se sentó con una pierna estirada y la otra doblada. Su brazo descansaba sobre su rodilla mientras sus ojos perturbados permanecían fijos en Cassandra. Cada pequeño llanto que salía de su garganta era como una hoja afilada que cortaba las capas de su piel, atravesaba sus huesos y desgarraba su corazón.
Horas pasaron cuando finalmente los llamaron para el último partido.
Las sombras de la tarde habían comenzado a alargarse pero linternas flotantes y antorchas iluminaban toda la arena. Grandes calderos ardientes también habían sido colocados en las gradas para mantener el lugar resplandeciente.
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