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One Piece - The Journey of the Snakes

What changes would a mafia boss bring if she were reincarnated on the island of Amazon Lily in One Piece?

Narber4lgamma · 漫画同人
分數不夠
14 Chs

Capitulo 10: La Prueba de Kureha

[Pov – Unzen] 

 

El viento helado de Drum Island se intensificaba mientras me alejaba del palacio, mi mente ocupada en lo que había descubierto. Wapol, el príncipe mimado, aún no había consumido la Baku Baku no Mi, y eso me daba una ventaja. Sabía que, si encontraba esa fruta del diablo antes que él, las Kuja tendríamos un recurso valioso en nuestras manos. Pero eso tendría que esperar. Ahora, la prioridad era encontrar a la doctora Kureha. 

Caminé rápidamente hacia el puerto, donde Hancock me esperaba junto a las demás Kuja a bordo del barco. No le diria a nadie sobre la fruta del diablo ni sobre el posible futuro de Wapol. Ese era un asunto que manejaría sola, hacer como que la encontre de casualidad. Por ahora, debía centrarme en lo que habíamos venido a hacer: obtener el conocimiento de Kureha para fortalecer a nuestras guerreras en Amazon Lily. 

Al llegar al muelle, vi el barco Kuja con las serpientes Yuda deslizándose perezosamente en las aguas heladas. Hancock estaba en la cubierta, su postura elegante pero firme mientras me observaba acercarme. Era fácil ver que esperaba noticias. 

"¿Todo resuelto?" preguntó Hancock, con su típico tono directo, aunque noté un ligero toque de curiosidad en su mirada. 

"Sí," respondí, manteniendo mi respuesta breve. "No era algo de preocupacion. Tenemos que concentrarnos en lo importante: Kureha." 

Hancock me miró un instante más, como si intentara leer mis pensamientos, pero no insistió. Sabía que, si había algo de lo que debiera enterarse, se lo diría a su debido tiempo. 

"Entonces, Drum Rock es nuestro siguiente destino," dijo con una leve sonrisa, mientras las otras Kuja comenzaban a prepararse para la partida. 

El resto de las Kuja, que habían venido con nosotras para asistirnos en el barco, no eran guerreras tan avanzadas como Hancock o yo, pero estaban bien entrenadas y sabían que Drum Rock no sería un lugar fácil de conquistar. No esperaba encontrar una lucha allí, pero siempre era mejor estar preparadas para lo inesperado. 

"Prepárense," les ordené con tono firme. "La montaña será traicionera, y al parecer Kureha no es conocida por su hospitalidad." 

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Hancock y yo nos adelantamos, liderando a las Kuja hacia Drum Rock, dejando al resto en el puerto para cuidar el barco. La montaña, con sus imponentes cumbres nevadas, se alzaba como un obstáculo natural, pero eso no nos detendría. Habíamos enfrentado situaciones más peligrosas, y esta no sería diferente. 

El sendero que conducía a la cima era estrecho y resbaladizo, con la nieve dificultando nuestra visión. A pesar del frío intenso y las ráfagas de viento cortante, ni Hancock ni yo mostrábamos señales de incomodidad. Avanzamos con determinación, conscientes de que estábamos cerca de nuestro objetivo. 

Mis pensamientos se mantenían enfocados en la misión. Kureha no era alguien que se dejara impresionar fácilmente, y necesitábamos más que simple determinación para obtener su ayuda. Mientras caminábamos, mi mente seguía procesando la información sobre la Baku Baku no Mi. Tendría que comenzar a buscarla, pero por ahora, ese plan tendría que esperar. 

Después de varias horas de ascenso, llegamos finalmente a una amplia plataforma natural. Allí, en medio de la nevada, se alzaba una cabaña rústica pero resistente. Sabía que habíamos llegado a la morada de Kureha. 

Hancock, siempre confiada, sonrió ligeramente. "Parece que hemos llegado al final del camino." 

De la cabaña salió una figura alta y delgada, con una presencia imponente que desafiaba el clima extremo. Kureha, la doctora legendaria de Drum Island, nos observaba desde la entrada de su hogar. Su mirada, fría pero curiosa, nos evaluaba como si ya hubiera sabido de nuestra llegada mucho antes de que pusiéramos un pie en su montaña. 

"¿Qué buscan aquí?" preguntó con voz firme. "No suelo recibir visitas, y mucho menos de piratas. Si habéis subido hasta aquí, espero que tengáis una buena razón." 

Dimos un paso adelante, y Hancock fue la primera en hablar, con su tono altivo pero directo. "Venimos por tu conocimiento. Sabemos que eres la mejor doctora en el Grand Line, y queremos que entrenes a nuestras guerreras en el arte de la medicina avanzada." 

Kureha arqueó una ceja, cruzando los brazos mientras nos miraba con escepticismo. "¿Y por qué habría de compartir mi sabiduría con vosotras?" 

"Porque te ofrecemos algo a cambio," respondí, con mi voz calmada pero decidida. "Protección y oro. No somos simples piratas. Sabemos lo que necesitas, y estamos dispuestas a hacer un trato que te beneficie." 

Kureha sonrió levemente, aunque no parecía impresionada. "Protección, ¿eh? He vivido en esta montaña más tiempo del que vosotras habéis estado en el mar. No necesito protección." 

Sabía que no sería fácil ganarnos su confianza, pero también entendía que alguien como Kureha no era solo una doctora, sino una mente que apreciaba el valor del poder. Estábamos dispuestas a hacer lo necesario para conseguir lo que habíamos venido a buscar. 

"Lo que te ofrecemos va más allá de protección," continué, con mi tono firme. "Nosotras no retrocedemos ante ningún desafío. Si crees que no somos dignas de tu tiempo, danos la oportunidad de demostrarte lo contrario." 

Kureha se quedó en silencio por un momento, observándonos con una mirada que parecía atravesarnos. Después de lo que pareció una eternidad, dejó escapar un suspiro y abrió un poco más la puerta de su cabaña, haciendo un gesto para que entráramos. 

"Bien. Entremos," dijo con voz severa. "Si vais a aprender algo de mí, necesitaréis mucho más que simple determinación." 

 

La cabaña de Kureha, aunque sencilla por fuera, emanaba un aire de autoridad y antigüedad. Al entrar, el ambiente era sorprendentemente cálido. Una gran chimenea rugía en una de las esquinas, proyectando sombras sobre las estanterías llenas de frascos, libros y herramientas médicas. Cada rincón estaba lleno de objetos que parecían tener un propósito, desde hierbas colgadas del techo hasta instrumentos de aspecto extraño. 

Hancock y yo nos mantuvimos en silencio mientras Kureha cerraba la puerta tras nosotras. Su expresión seguía siendo dura, pero en sus ojos había una chispa de curiosidad. Sabía que no éramos visitas comunes. 

"Bien, estáis aquí," dijo, caminando hacia una mesa en el centro de la sala y sentándose con elegancia. "Habéis subido hasta aquí, lo cual ya os coloca por encima de muchos. Pero aún no veo por qué debería compartir mis conocimientos." 

Hancock cruzó los brazos, manteniendo su postura confiada, pero no habló. Sabíamos que Kureha necesitaba más que una simple oferta de protección o recursos. Ella valoraba la fortaleza, no solo física, sino también en la resolución de aquellos que buscaban su ayuda. 

"Sabemos que lo que buscamos no es algo que cualquiera pueda obtener," dije, tomando la iniciativa. "Pero no somos cualquiera. Las Kuja son guerreras de Amazon Lily, y tenemos un objetivo claro: fortalecer a nuestras mujeres, no solo en combate, sino en resistencia y habilidades médicas." 

Kureha nos observó atentamente, como si evaluara cada palabra. Se levantó lentamente de la mesa y comenzó a caminar por la habitación, observando algunos de los frascos y herramientas en las estanterías. 

"No sois las primeras que vienen aquí buscando poder o conocimiento," comentó, su tono reflexivo. "Muchos creen que aprender medicina es solo cuestión de memorizar remedios y técnicas. Pero la medicina es más que eso. Requiere paciencia, comprensión y una voluntad férrea para enfrentarse a lo inevitable." 

Hancock dio un paso adelante, su mirada firme. "Estamos dispuestas. Si quieres ver nuestra resolución, no tienes más que pedirlo." 

Kureha se detuvo un momento, como si evaluara las palabras de Hancock, antes de sonreír levemente. "¿Una prueba?, ¿eh? Muy bien. Si queréis que os enseñe, os pondré a prueba de una manera que ninguna guerrera puede evitar, salvar vidas." 

Mi mente se puso alerta de inmediato. Había esperado algo más físico, tal vez una batalla o un desafío de resistencia, pero esto era diferente. Sin embargo, no había vuelta atrás. Hancock y yo estábamos dispuestas a enfrentarnos a cualquier reto. 

"En las montañas cercanas," continuó Kureha, "hay un grupo de aldeanos atrapados. Las tormentas de nieve han sido implacables este año, y muchos han enfermado gravemente. Ya he enviado ayuda, pero no es suficiente. Si realmente queréis demostrarme que sois dignas de mi enseñanza, iréis a esa aldea, encontraréis a los enfermos y los traeréis aquí para que los curemos. No será fácil. La tormenta se intensifica, y el camino está lleno de peligros. Pero si tenéis la fuerza para salvarlos, tal vez entonces hablemos de lo que queréis aprender." 

Hancock y yo intercambiamos una mirada. No era el desafío que habíamos anticipado, pero no retrocederíamos. Kureha había planteado una prueba que no se podía ignorar. Si queríamos su ayuda, tendríamos que mostrar que podíamos proteger y salvar vidas, no solo en el campo de batalla, sino en las circunstancias más adversas. 

"Lo haremos," respondí sin dudar. "Iremos a la aldea y traeremos a los enfermos." 

Kureha asintió con aprobación, aunque su mirada seguía siendo severa. "Entonces, preparaos. La tormenta empeora a cada hora. Cuanto más rápido actuéis, mejor será para ellos." 

Sin más palabras, Hancock y yo salimos de la cabaña. Afuera, el viento había ganado fuerza, arremolinando la nieve en espirales cada vez más violentas. El desafío que nos esperaba no sería sencillo, pero nuestra determinación no podía ser quebrantada. 

Hancock, caminando a mi lado, rompió el silencio con una sonrisa ligera. "Una prueba interesante. Parece que no se tratará solo de nuestra fuerza." 

Asentí, apretando los dientes ante el viento gélido. "Es exactamente lo que Kureha quiere. Quiere ver si podemos enfrentar algo más que una batalla. Quiere ver si somos capaces de proteger la vida." 

Con ese pensamiento en mente, comenzamos a descender por el sendero helado que nos llevaría a la aldea. La tormenta empeoraba a cada paso, pero la misión estaba clara. Si queríamos ganarnos el respeto y el conocimiento de Kureha, tendríamos que demostrar que éramos mucho más que guerreras. 

El viento helado de Drum Island nos golpeó de nuevo con fuerza al salir de la cabaña de Kureha. Las ráfagas de nieve eran implacables, pero nuestra determinación se mantenía firme. Habíamos aceptado el desafío, la meta estaba clara, rescatar a los aldeanos atrapados en la tormenta y traerlos de vuelta para recibir tratamiento en la cabaña. 

Me detuve un momento, observando la tormenta intensificándose a lo lejos, y luego me volví hacia Hancock. Su cabello negro azabache ondeaba con el viento, pero su postura seguía siendo tan elegante y fuerte como siempre. Sabía que, en una situación como esta, necesitábamos actuar rápido. 

"Hancock," comencé, mi voz apenas audible por encima del viento, "quiero que te encargues de llevar a las médicas Kuja a la aldea para rescatar a los enfermos." 

Hancock me miró, levantando una ceja, claramente interesada en mi plan. "¿No irás conmigo?" 

Negué con la cabeza. "Es mejor que yo me quede aquí un tiempo más. Necesito hablar con Kureha, entender mejor cómo funciona la isla y asegurarme de que estemos completamente preparadas para lo que viene. Además, tú y las Kuja sois más que capaces de manejar este rescate." 

Sabía que Hancock, aunque seria y fuerte, siempre estaba dispuesta a seguir adelante cuando se trataba de nuestras misiones. Había confianza absoluta entre nosotras, una comprensión tácita de que podíamos contar la una con la otra, sin necesidad de explicaciones detalladas. 

"De acuerdo," respondió Hancock, sin dudar. "Llevaré a las médicas a la aldea. Nos encontraremos aquí cuando tengamos a los aldeanos." 

Asentí, observando cómo ella se volvía para organizar a las demás Kuja. Las médicas que habíamos traído con nosotras no tenían la experiencia de combate de Hancock ni mía, pero eran expertas en tratar heridas y enfermedades. Hancock, con su liderazgo, sería perfecta para guiarlas a través de la tormenta. 

Antes de que se alejara, me acerqué un poco más a ella, el viento aun aullando a nuestro alrededor. "Ten cuidado. No sabemos qué otros peligros pueden esconder esta isla bajo la tormenta." 

Hancock me dedicó una sonrisa, una de esas que solo mostraba a las personas que realmente le importaban. "Lo mismo digo para ti. No te confíes demasiado." 

Con esas palabras, Hancock reunió a las médicas Kuja, organizándolas rápidamente. Con un movimiento fluido y seguro, el grupo partió hacia la aldea, adentrándose en la tormenta. Vi cómo desaparecían lentamente en la distancia, sus figuras desdibujadas por la nieve y el viento. Sabía que Hancock y las demás cumplirían su misión, pero siempre quedaba una ligera tensión en el aire. 

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Cuando la última figura de las Kuja se perdió en el horizonte nevado, volví a la cabaña de Kureha. La puerta crujió al cerrarse tras de mí, dejando atrás el caos de la tormenta. Dentro, el calor de la chimenea era reconfortante, y el contraste con el frío exterior era casi surrealista. Kureha estaba sentada junto a una mesa baja, revisando algunos frascos y viales llenos de líquidos y hierbas que no reconocía. Su mirada severa me siguió mientras entraba. 

"Te quedaste," comentó sin levantar la vista de su trabajo. Su tono era indiferente, como si ya supiera que no me había marchado con las demás. 

"Quiero hablar contigo," respondí, acercándome a la mesa donde ella trabajaba. "Sobre la isla y lo que enfrentaremos aquí, pero también sobre Amazon Lily." 

Kureha levantó la vista, arqueando una ceja, claramente intrigada por la mención de nuestra isla natal. Se inclinó ligeramente hacia atrás, cruzando los brazos mientras me observaba. 

"Amazon Lily," murmuró, como si saboreara el nombre. "El hogar de las guerreras Kuja. No es un lugar del que muchos hablen fuera de sus fronteras. ¿Qué es exactamente lo que quieres saber?" 

Me senté frente a ella, manteniendo mi mirada fija en sus ojos. "No se trata solo de saber. Quiero entender cómo esta isla funciona, sus peligros y cómo mantener a salvo a mis compañeras. Y también quiero hablar sobre lo que significa proteger a las mujeres de Amazon Lily. El conocimiento que posees podría marcar la diferencia entre nuestra fortaleza y vulnerabilidad en un mundo que nos ve como enemigas." 

Kureha me estudió por un momento, evaluando la sinceridad detrás de mis palabras. Luego dejó escapar un leve suspiro, como si estuviera decidiendo si compartir algo que rara vez revelaba. 

"Drum Island," comenzó, su tono más suave que antes, "no es un lugar para los débiles. La tormenta que veis ahora no es más que una pequeña muestra de lo que esta isla puede hacer. Las condiciones aquí son duras, pero no es solo el clima lo que mata. Las enfermedades prosperan en el frío, y los recursos son limitados. Los que sobreviven aquí lo hacen porque son ingeniosos o porque saben cuándo retirarse." 

Hizo una pausa, recogiendo un pequeño frasco lleno de hierbas y oliéndolo antes de devolverlo a la mesa. "Es por eso que la medicina es crucial aquí. Si no entiendes los signos de lo que el cuerpo necesita en este entorno, estás perdido." 

Escuchaba atentamente, captando cada palabra. Era obvio que Kureha no solo había sobrevivido en Drum Island, sino que había prosperado. Ella no necesitaba poder físico; su poder venía de su conocimiento y la capacidad de adaptarse a cualquier situación. Esto era algo que podía ser útil para las Kuja, no solo en el campo de batalla, sino también en la vida cotidiana. 

"En cuanto a tu Amazon Lily," continuó, levantando la vista para mirarme directamente, "es un lugar de leyenda. Un reino gobernado por mujeres guerreras, alejadas del mundo exterior, con su propio conjunto de reglas. Debo admitir que, desde fuera, parece una utopía para las mujeres. Pero sé lo que implica mantener ese tipo de control." 

Fruncí ligeramente el ceño. "¿Qué quieres decir?" 

"Tu isla está aislada, lo sé," dijo Kureha, su voz más afilada. "Pero el aislamiento puede ser tanto una bendición como una maldición. Mantener a salvo a las mujeres de Amazon Lily significa más que entrenarlas en combate. Significa prepararlas para un mundo que está constantemente cambiando. El mundo exterior no espera. Los piratas, los marines, el gobierno mundial, todos tienen sus propios intereses. Y aunque vosotras os habéis mantenido apartadas, tarde o temprano el mundo vendrá a buscaros." 

Sus palabras me golpearon fuerte. Sabía que nuestro aislamiento en Amazon Lily nos protegía, pero también era cierto que el mundo no se quedaba quieto. El Grand Line era un lugar caótico, lleno de amenazas y oportunidades, y aunque hasta ahora habíamos mantenido nuestra isla segura, el peligro siempre estaba al acecho. 

"Es por eso que buscamos tu conocimiento," le respondí, con seriedad. "No es suficiente con ser las guerreras más fuertes. Necesitamos ser capaces de protegernos a nivel físico, mental y también en términos de salud. Si podemos aprender de ti, podríamos ser mucho más." 

Kureha me observó en silencio por unos instantes, su mirada aguda como un bisturí. Finalmente, asintió lentamente, como si aceptara algo que había estado pensando desde que llegamos. 

"Veamos si lo que dices es cierto," dijo. "Si Hancock y las demás consiguen traer a esos aldeanos a salvo, consideraré enseñaros lo que sé. Pero debéis entender una cosa. La medicina no es un arma, no se usa para ganar guerras. Si queréis aprender de mí, será para salvar vidas." 

Me incliné ligeramente hacia adelante, afirmando con la cabeza. "Eso es exactamente lo que queremos. Asegurarnos de que nuestras vidas, y las de las personas que protegemos, sigan adelante." 

Kureha no respondió de inmediato, pero pude ver una pequeña chispa de aprobación en sus ojos. Quizá, después de todo, estábamos comenzando a ganarnos su respeto. 

Mientras el viento seguía rugiendo fuera de la cabaña, supe que, aunque el camino sería largo y difícil, estábamos en el camino correcto. El conocimiento de Kureha sería clave no solo para fortalecer a nuestras guerreras, sino también para prepararnos para un mundo que estaba esperando atacar en cualquier momento. 

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[Pov – Hancock]

El viento cortaba como cuchillas a medida que descendíamos por el sendero traicionero de Drum Rock. La tormenta había empeorado desde que partimos de la cabaña de Kureha, y las ráfagas de nieve nos golpeaban con fuerza, haciendo que avanzar fuera más difícil a cada paso. Pero, no tenía dudas. Las Kuja habíamos enfrentado situaciones extremas antes, y esta no sería diferente. Nuestra misión era clara: llegar a la aldea atrapada en medio de esta tormenta implacable, encontrar a los aldeanos enfermos y traerlos de vuelta a la cabaña de Kureha para salvar sus vidas. 

Miré a mi alrededor, observando a las guerreras Kuja y a las médicas que nos acompañaban. Estaban bien preparadas, aunque las condiciones eran brutales. Cada una de ellas mantenía su postura firme, avanzando sin titubear. Unzen me había confiado esto, y no tenía intención de fallar. Ella sabía que podía liderar a nuestras mujeres y llevarlas a través de este infierno blanco. La conexión entre nosotras siempre había sido profunda, una mezcla de confianza, lealtad y algo más, algo que siempre sentía en su presencia. Pero ahora, debía concentrarme en la tarea a mano. 

El frío era intenso, mucho más que cualquier tormenta que hubiera enfrentado en Amazon Lily. Las ráfagas de viento eran tan fuertes que casi no se podía ver más allá de unos pocos metros. Las guerreras y médicas que me acompañaban avanzaban en formación cerrada, con las capas gruesas de piel de foca que habíamos traído protegiéndonos del peor embate del clima. 

"¡Manteneos juntas!" grité por encima del rugido de la tormenta, mi voz cortante como un rayo. "No dejéis que la nieve os disperse." 

Mi mirada se dirigió hacia Aika, una de nuestras médicas Kuja más experimentadas, quien caminaba a mi lado. Su rostro estaba cubierto con una bufanda gruesa, pero sus ojos, llenos de determinación, me miraron en respuesta. Sabía que Aika tenía el conocimiento necesario para tratar las enfermedades de los aldeanos, pero necesitábamos llegar allí antes de que la tormenta los atrapara para siempre. 

"¿Qué tan lejos crees que esté la aldea?" me preguntó Aika, con esfuerzo para hacerse oír por encima del viento. 

"Si los informes de Kureha son correctos, no deberíamos estar muy lejos," le respondí. "La tormenta está empeorando, pero eso solo significa que debemos movernos más rápido." Aumentamos el ritmo, aunque el frío parecía intentar frenarnos a cada paso. Cada tanto, me giraba para asegurarme de que las demás nos seguían de cerca. Sora y Reina, dos de las mejores guerreras Kuja, caminaban al final de la formación, vigilando cualquier señal de debilidad o peligro entre el grupo. Sabía que podíamos confiar en ellas para asegurar que ninguna de las médicas quedara rezagada. Este no era el momento para errores. 

La nieve caía cada vez más rápido, acumulándose en gruesas capas bajo nuestros pies, pero mis pasos se mantenían firmes. Había pasado mi vida enfrentándome a desafíos, primero como niña en Amazon Lily, luego como una guerrera y líder de las Kuja, y ahora como emperatriz. Este no era un reto diferente: había vidas en peligro, y haría lo que fuera necesario para salvarlas. 

"¡Mira!" gritó Reina, señalando hacia adelante, apenas visible a través de la cortina de nieve. 

Forcé la vista y finalmente lo vi: la tenue silueta de lo que parecía una pequeña estructura de madera. El relieve irregular del terreno nos había ocultado la aldea hasta ahora, pero allí estaba, desdibujada y asediada por la tormenta. Sabíamos que habíamos llegado. 

"¡A la aldea, rápido!" grité a las demás. Sin perder tiempo, nos dirigimos directamente hacia las casas cubiertas de nieve. A medida que nos acercábamos, pude ver que algunas estructuras estaban medio enterradas bajo montones de nieve. Las puertas estaban bloqueadas por las acumulaciones de nieve, y los caminos eran apenas visibles. 

Nos dispersamos rápidamente para encontrar a los aldeanos. No necesitaba decir mucho; las Kuja sabían qué hacer. S y Reina comenzaron a liberar las entradas bloqueadas por la nieve, mientras las médicas Kuja, con Aika al frente, se preparaban para entrar y evaluar la condición de los enfermos. 

"¡Hay alguien aquí!" gritó Reina desde una de las casas. Corrí hacia ella y empujé la puerta. Dentro, el aire era pesado, y el calor de un fuego moribundo luchaba por mantener la pequeña habitación caliente. Varios aldeanos estaban tumbados en el suelo, envueltos en mantas viejas, tosiendo débilmente. 

Aika y las demás médicas entraron rápidamente, evaluando a los aldeanos uno por uno. Observé mientras Aika examinaba a una mujer mayor, su rostro pálido y febril. Se volvió hacia mí, su expresión grave. 

"Están muy enfermos," dijo, su voz tensa. "Fiebres altas, debilidad extrema. Puede ser neumonía. Necesitan atención médica inmediata o no sobrevivirán." 

"¿Podrán resistir el viaje de vuelta a la cabaña de Kureha?" pregunté, sabiendo que esa era la única opción. 

Aika asintió lentamente, aunque con incertidumbre. "Podemos estabilizarlos lo suficiente como para el viaje, pero necesitarán calor y tratamiento en cuanto lleguemos." 

"Entonces no hay tiempo que perder," respondí. "Haz lo que tengas que hacer para prepararlos. Los llevaremos de regreso." 

Mientras las médicas trabajaban, las guerreras Kuja y yo comenzamos a organizar las mantas y construcciones improvisadas para facilitar el transporte de los aldeanos. Cada segundo contaba. La tormenta no daba tregua, y no podíamos permitir que se debilitara más la gente antes de regresar. 

Los aldeanos más enfermos fueron envueltos en gruesas pieles para protegerlos del frío mientras los trasladábamos fuera de las casas. Era un esfuerzo lento y cuidadoso, pero las Kuja eran disciplinadas y eficientes. Sabíamos que cualquier movimiento en falso podría hacer que su condición empeorara. 

"Llevemos a los más débiles primero," ordené. "Las médicas mantendrán su temperatura bajo control mientras volvemos." 

El camino de regreso a la cabaña sería aún más difícil. La tormenta había intensificado su furia mientras estábamos en la aldea, y la nieve era ahora más profunda y densa. Los pasos que habíamos dado antes ya no eran visibles. No había tiempo que perder en lamentos. Los aldeanos dependían de nuestra capacidad para resistir la tormenta y llevarlos a salvo. 

Con Aika y las otras médicas asegurándose de que los enfermos estuvieran estabilizados, comenzamos el descenso por el mismo sendero que habíamos usado para llegar. Esta vez, sin embargo, íbamos más lentas, ya que llevábamos a los aldeanos sobre nuestras espaldas o en improvisados trineos de madera. Sabía que cada segundo era crucial, y aunque el peso extra hacía que avanzar fuera más agotador, no podíamos detenernos. 

"¡Manteneos fuertes!" grité a las guerreras y médicas. "Cada paso que damos nos acerca más a la salvación. No miréis atrás, solo adelante." 

Reina caminando detrás de mí, llevaba a un niño pequeño envuelto en una gruesa manta de piel de lobo. "No están lejos," dijo, más para sí misma que para mí, intentando mantenerse enfocada. A su lado, Sora caminaba cargando a una anciana que apenas podía respirar, sus pulmones debilitados por la enfermedad. 

El frío penetraba incluso nuestras capas y pieles, pero nuestras mentes estaban enfocadas. La cabaña de Kureha no estaba tan lejos, pero el trayecto se sentía interminable. Me mantenía alerta, confiada en que las Kuja superarían este desafío. Sabía que Unzen estaría esperando cuando regresáramos, lista para ayudar en lo que hiciera falta. 

Finalmente, después de lo que parecieron horas de lucha contra el viento y la nieve, vi la silueta de la cabaña a lo lejos. El humo de la chimenea se elevaba, apenas visible entre la ventisca. 

"¡Ahí está!" grité. "¡Solo un poco más!" 

Con renovada energía, empujamos hacia adelante. Cada paso nos acercaba a la seguridad, a Kureha y al calor de su hogar. Los aldeanos estaban a salvo, al menos por ahora. Pero sabía que el verdadero trabajo comenzaría una vez que estuviéramos dentro. 

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[Pov – Unzen] 

 

El viento afuera seguía rugiendo, azotando la cabaña de Kureha con una furia implacable. Desde mi posición, de pie junto a la chimenea, podía sentir el calor del fuego en contraste con la helada que envolvía el exterior. Mientras la tormenta aumentaba su intensidad, mi mente estaba enfocada, mis sentidos alerta. Con mi Haki de Observación, había extendido mi percepción más allá de la cabaña, más allá de la nieve y el viento, esperando sentir la presencia de Hancock y las Kuja. 

A pesar de la distancia y el caos climático, sentí ese leve pero inconfundible destello, Hancock. Estaba regresando, y no estaba sola. A su lado, podía distinguir las presencias débiles y debilitadas de los aldeanos enfermos, junto a las firmes energías de nuestras médicas Kuja. Habían logrado llegar a la aldea y ahora estaban regresando, pero aún quedaba trabajo por hacer. 

Kureha, siempre perceptiva, pareció notar mi leve cambio de postura. "¿Sientes algo?" preguntó sin apartar la vista de uno de sus frascos, sus manos ocupadas con un conjunto de hierbas medicinales. 

"Están regresando," respondí con calma. "Hancock y las médicas han encontrado a los enfermos. Llegarán en cualquier momento." 

Kureha asintió levemente, pero no mostró sorpresa. En su mundo, los desafíos eran una constante, y la eficiencia era la única respuesta aceptable. Sabía que pondría a prueba no solo a los enfermos, sino también a nuestras médicas. 

No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera con un crujido, y la nieve que entró junto con Hancock y las demás nos golpeara momentáneamente. Hancock fue la primera en cruzar el umbral, su cabello empapado por la nieve, pero su mirada seguía firme. Detrás de ella, nuestras médicas Kuja entraban cargando a los aldeanos enfermos, envueltos en gruesas mantas. La respiración de algunos era apenas un susurro, débiles y desgastados por la tormenta y la enfermedad. 

Kureha observó la escena en silencio, sus ojos afilados recorriendo a cada una de las personas que entraban, como si ya estuviera evaluando su condición antes de que hablaran. 

"Ponlos aquí, rápidamente," ordenó Kureha con una autoridad indiscutible, señalando varios rincones de la cabaña donde había dispuesto camillas improvisadas y mantas. "No tenemos tiempo que perder. Cada minuto cuenta." 

Las médicas Kuja, lideradas por Aika, actuaron con rapidez y precisión, colocando a los aldeanos sobre las camillas. Aika se inclinó sobre una mujer mayor, revisando su temperatura y signos vitales, mientras Kureha la observaba de cerca, evaluando sus movimientos. 

"Tu paciente está en una etapa avanzada de neumonía," dijo Kureha, mientras inspeccionaba a otro aldeano. "Quiero ver cómo manejas esta situación. No me impresionan las teorías, quiero ver acción." 

Aika asintió sin dudar, sabiendo que esta era la oportunidad para demostrar la destreza de las médicas Kuja. "Entendido. Necesito agua caliente y compresas frías para reducir la fiebre. Y prepararemos un ungüento con estas hierbas para su respiración." 

Kureha la miró con una leve aprobación en sus ojos, pero aún sin relajar su postura. "Bien. El tratamiento es acertado, pero la velocidad es crucial aquí. Si no puedes moverte rápido en estas circunstancias, no sobrevivirán." 

Mientras Kureha y las médicas trabajaban en los aldeanos, me mantuve al margen, observando con atención. Sabía que esto no era solo una prueba para los enfermos, sino también para nuestras propias guerreras. Kureha no les enseñaría nada si no demostraban que ya tenían una base sólida. Las vidas de los aldeanos estaban en juego, pero también el respeto de Kureha hacia nosotras. 

Hancock, después de asegurarse de que las médicas estuvieran organizadas, se acercó a mí. Sus ojos reflejaban la calma de alguien que había cumplido su parte de la misión, pero sabía que aún quedaba más por hacer. 

"Los enfermos más graves están aquí," me informó. "Voy a regresar a la aldea con Sora, Reina y el resto de las guerreras para traer a los demás." 

Asentí, confiando plenamente en su liderazgo. "Ve. Yo me quedaré aquí para asegurarme de que todo esté bajo control." 

Hancock esbozó una leve sonrisa antes de girarse hacia la puerta. "Volveré lo antes posible." 

La vi desaparecer en la tormenta, junto con las guerreras que la acompañaban. Sabía que el camino sería difícil, pero también sabía que Hancock no fallaría. Su fortaleza y determinación eran inquebrantables, algo que admiraba profundamente en ella. 

Mientras la tormenta seguía azotando la cabaña, volví mi atención a Kureha y las médicas, que seguían trabajando con diligencia. Aika estaba tratando a la mujer mayor con compresas de agua caliente, mientras otras médicas preparaban una mezcla de hierbas bajo la atenta supervisión de Kureha. 

"¿Qué opinas hasta ahora?" le pregunté a Kureha, que observaba cada movimiento de las médicas con una precisión casi clínica. 

"Son competentes," respondió sin apartar la vista de su trabajo. "Pero competentes no es suficiente. Aquí, el tiempo lo es todo. Tienen la habilidad, pero quiero ver si tienen la rapidez para salvar vidas bajo presión." 

Sabía que Kureha no lo diría abiertamente, pero sus palabras denotaban una leve aprobación. Las médicas Kuja estaban demostrando que tenían el conocimiento y la capacidad para manejar situaciones extremas, pero Kureha, siendo quien era, no se conformaba con la competencia. Quería perfección. 

El silencio en la cabaña era pesado, solo roto por el crujido de la leña en la chimenea y los débiles gemidos de los enfermos. Las médicas trabajaban sin descanso, cada una concentrada en estabilizar a su paciente. 

Aika aplicaba el ungüento que había preparado en el pecho de la anciana, masajeando suavemente para ayudarla a respirar mejor. El vapor caliente del agua en la que había hervido las hierbas llenaba la habitación con un aroma calmante, y poco a poco, la respiración de la mujer comenzó a estabilizarse. 

"Está respondiendo," dijo Aika, mirando de reojo a Kureha. 

Kureha se acercó para revisar la condición de la paciente, asintiendo levemente. "Parece que lo ha hecho bien. Pero no te relajes. Todavía no ha salido de peligro." 

El esfuerzo por salvar a los aldeanos era evidente en cada rostro de nuestras médicas. El sudor mezclado con la nieve derretida cubría sus frentes, pero no había señales de agotamiento. Solo concentración y determinación. Mientras las observaba, sentí una oleada de orgullo por lo lejos que habíamos llegado. Las Kuja no solo eran guerreras, también podían ser salvadoras de vidas cuando era necesario. 

Kureha seguía observando en silencio, aunque de vez en cuando daba instrucciones, corrigiendo detalles menores o sugiriendo un enfoque diferente. Cada palabra suya era como una lección que nuestras médicas absorbían con atención. Sabía que este era el tipo de aprendizaje que necesitábamos; una combinación de práctica y experiencia, algo que no se podía obtener en ningún otro lugar. 

A medida que el tiempo pasaba, el trabajo dentro de la cabaña se volvía más frenético. La tormenta afuera seguía su curso, pero dentro, las vidas de los aldeanos mejoraban lentamente gracias a los esfuerzos combinados de las médicas Kuja y la guía de Kureha. 

Sabía que Hancock volvería pronto con más aldeanos y médicas, y que entonces la prueba continuaría. Pero por ahora, estábamos avanzando, y con cada momento que pasaba, veía cómo el respeto de Kureha hacia nosotras crecía poco a poco. 

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La tormenta continuaba rugiendo afuera, azotando la cabaña de Kureha con una fuerza implacable. Sin embargo, dentro de la pequeña estructura, el ambiente era de intensa concentración. Las médicas Kuja estaban demostrando su valía, trabajando sin descanso bajo la atenta mirada de Kureha. Sabía que, para ellas, no se trataba solo de salvar vidas, sino de mostrar que eran dignas de aprender de la doctora más legendaria del Grand Line. 

Mi mente, aunque enfocada en la situación dentro de la cabaña, seguía conectada al exterior. A través de mi Haki de Observación, sentía a Hancock y a las guerreras Kuja regresando a través de la tormenta, trayendo consigo al resto de los aldeanos enfermos y a nuestras médicas. La presencia de Hancock era fuerte, como siempre, inquebrantable incluso ante el frío extremo y la nieve implacable. 

"Ya están cerca," murmuré, lo suficientemente bajo como para que Kureha lo escuchara mientras observaba cómo las médicas trataban a los pacientes que habían traído en la primera ronda. La doctora no respondió, pero su silencio denotaba su propio reconocimiento de que la segunda parte de nuestra misión estaba a punto de comenzar. 

La puerta de la cabaña se abrió de golpe, dejando entrar una ráfaga de viento y nieve que casi apagó el fuego en la chimenea. Hancock fue la primera en entrar, su rostro serio, pero sin señales de agotamiento. Detrás de ella, las guerreras Kuja y las médicas cargaban a los últimos aldeanos enfermos, envueltos en gruesas mantas para protegerlos del frío. Los rostros de los aldeanos estaban pálidos, algunos respiraban con dificultad, y las médicas Kuja que habían regresado con Hancock mostraban la misma determinación de sus compañeras. 

Kureha se levantó de su asiento, observando con frialdad mientras las médicas se apresuraban a colocar a los nuevos pacientes en las camillas que habían preparado. "Colóquenlos aquí, rápido," ordenó, señalando los lugares restantes en la cabaña. "No podemos perder más tiempo. La mayoría de estos enfermos ya están en condiciones críticas." 

Las médicas actuaron con rapidez y precisión, cada una tomando una tarea específica sin necesidad de que se lo pidieran. Aika, que ya había comenzado a organizar el tratamiento de los primeros aldeanos, tomó el mando una vez más, supervisando a sus compañeras mientras aplicaban compresas, preparaban mezclas de hierbas y controlaban la temperatura de los enfermos. 

Hancock, después de asegurarse de que todo estaba en orden, caminó hacia mí, sacudiendo la nieve de sus hombros y soltando un suspiro. "Están todos aquí. Ahora es su turno." 

Asentí, consciente de que este era el momento decisivo para nuestras médicas. "Han hecho un buen trabajo hasta ahora," le dije mientras miraba cómo trabajaban las Kuja con diligencia. "Pero Kureha no es fácil de impresionar." 

Hancock esbozó una sonrisa ligera. "Si alguien puede ganarse su respeto, son ellas. Lo harán bien." 

Nos quedamos a un lado, observando en silencio mientras las médicas demostraban su valía. Kureha caminaba de un lado a otro, revisando cada tratamiento con ojos críticos, ocasionalmente interviniendo para ajustar un procedimiento o corregir una técnica. Aunque no decía mucho, la intensidad de su mirada dejaba claro que estaba evaluando cada pequeño detalle. 

Las horas pasaron en un susurro constante de trabajo. Las médicas Kuja aplicaban todos sus conocimientos, y era evidente que la disciplina que habíamos inculcado en Amazon Lily las estaba guiando. Aika, Sora y Reina se movían con una coordinación impecable, organizando los suministros y asegurándose de que cada paciente recibiera el tratamiento adecuado. 

Hancock y yo permanecimos al margen, dejando que ellas tomaran el control. Este era su momento para brillar, su oportunidad de demostrar que podían estar a la altura de las expectativas de Kureha. 

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Los días siguientes fueron una prueba de resistencia y habilidad. Hancock y yo manteníamos una vigilancia constante sobre el barco Kuja en el puerto, asegurándonos de que todo estuviera en orden mientras las médicas trabajaban en la cabaña. La tormenta continuó durante los dos primeros días, pero el tercer día amaneció más tranquilo, con la nieve cayendo suavemente y el viento habiéndose calmado. 

Durante este tiempo, las médicas Kuja no habían descansado. Turnándose entre ellas, habían logrado estabilizar a los aldeanos más enfermos, aplicando tratamientos que Kureha supervisaba de cerca. Cada vez que visitaba la cabaña, veía un progreso tangible en la salud de los pacientes. Las fiebres estaban bajando, las respiraciones se volvían más regulares, y aunque algunos seguían en estado crítico, estaba claro que las Kuja estaban haciendo un trabajo extraordinario. 

En esos momentos de silencio en la cabaña, donde solo se escuchaba el crepitar del fuego y los leves murmullos de las médicas trabajando, me di cuenta de que habíamos alcanzado una nueva etapa. Kureha, aunque reservada, estaba claramente impresionada. Lo vi en la forma en que observaba a nuestras médicas, ya no solo como una maestra evaluando a aprendices, sino como alguien que reconocía el potencial de sus estudiantes. 

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El tercer día al atardecer, cuando el último de los aldeanos mostró signos de mejoría, Kureha nos llamó a Hancock y a mí aparte. Sus ojos, siempre duros, mostraban algo que se asemejaba a la aprobación, aunque mantuvo su tono severo. 

"Vuestro equipo ha demostrado ser competente," dijo Kureha sin rodeos. "No son perfectas, pero tienen el potencial de llegar a serlo. Si realmente queréis que les enseñe mis conocimientos médicos, estaré dispuesta a hacerlo. Pero hay algo más." 

Hancock y yo intercambiamos una mirada. Sabíamos que Kureha no hacía nada gratis, y estábamos listas para lo que pidiera. 

"Además de lo que acordamos antes, quiero 60 millones de berry adicionales," declaró con calma, como si fuera la petición más normal del mundo. "Mis enseñanzas no son baratas, y lo que aprenderán aquí valdrá mucho más de lo que imagináis." 

Asentí, reconociendo la seriedad de su petición. "Los tendrás. Para nosotros, el conocimiento que ofreces es invaluable." 

Kureha observó nuestras reacciones, quizás esperando algún signo de vacilación, pero no encontró ninguno. Sabía que pagaríamos lo que fuera necesario para asegurar que nuestras médicas recibieran la mejor formación posible. 

"Entonces está decidido," dijo finalmente. "Empezaremos con el entrenamiento mañana por la mañana. Vuestras médicas aprenderán todo lo que sé, pero debéis entender una cosa: la medicina no es solo ciencia, es un arte, y dominarlo requerirá tiempo y paciencia." 

Hancock sonrió ligeramente. "Las Kuja tienen tiempo y paciencia. No hay mejor inversión que ésta." 

Kureha no respondió a la sonrisa, pero en su manera de asentir pude ver que, aunque no lo admitiría, comenzaba a respetarnos. Habíamos pasado la prueba, pero el verdadero aprendizaje apenas estaba por comenzar. 

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