Obito estaba sentado en una roca plana mientras sus ojos recorrían las palabras escritas en el libro. Era uno de nivel infantil, con un lenguaje sencillo e ilustraciones coloridas diseñadas para entretener a los niños. Sin embargo, al menos ahora podía leer una página en menos de diez minutos y tener una idea general de lo que decía el texto.
Se dio cuenta de que entender la gramática y dar el significado correcto a ciertas palabras, según el contexto, estaba siendo un proceso bastante molesto. Pero con el tiempo, estaba seguro de que lo dominaría. Hace unos días, ni siquiera podía empezar a descifrar lo que estaba escrito en los anuncios; ahora, al menos, había aprendido lo básico.
Esto se lo debía a las lecciones de Fouquet, o Longueville, como también se hacía llamar. Realmente no le importaba cuál fuera su verdadero nombre, así que nunca se había tomado la molestia de investigarlo. Con un movimiento cuidadoso de los dedos, pasó otra página.
Había pasado una semana desde que había salido del castillo y cuatro días desde que comenzó sus lecciones con su maestra. El ritmo de aprendizaje era constante, pero agotador. Con un suspiro cerró el libro, permitiendo que la información se asentara en su mente. Estudiar se había convertido en la única constante en su vida; como estaba mentalmente agotado, descansaba una hora, dejando que uno o dos clones de sombra continuaran estudiando en su lugar, antes de volver él mismo al trabajo.
Los clones de sombra eran su salvación. No solo le permitían concentrarse en múltiples tareas a la vez, sino que también aceleraban su velocidad de aprendizaje enormemente. Sin ellos, estaba seguro de que le habría tomado un mes entero aprender a leer decentemente el idioma de este mundo. Pero ahora, si seguía al mismo ritmo, solo necesitaría un par de semanas más para estar listo.
Se levantó lentamente y estiró los brazos hacia el cielo, dejando escapar un leve gruñido. Sus músculos estaban tensos después de estar sentado durante varias horas. Miró a su alrededor; el lugar estaba tranquilo, un clon seguía sentado recorriendo las paginas de un libro delgado.
No había pasado nada realmente interesante en este tiempo. Henrietta se había reunido con unos nobles en la frontera una noche, y luego había continuado hacia Germania, donde fue recibida por otra familia noble. La anfitriona era una mujer de cabello rojo, lo que llevó a Obito a mantenerse alejado de ese lugar, pero siempre vigilante, en caso de que surgiera algún problema.
Y no pasó nada. Si no recordaba mal, mañana sería el día en que llegarían a la capital de Germania, donde Henrietta formalizaría su compromiso con el emperador de ese lugar.
Henrietta planeaba quedarse una semana en la capital de Germania y luego emprendería el viaje de regreso. Sin embargo, durante el trayecto se detendría para hablar con varios nobles en distintas localidades, por lo que probablemente le tomaría unas tres semanas regresar a la capital.
Obito hizo una mueca de aburrimiento mientras pensaba en la larga espera que le aguardaba. Luego, sacó un kunai de su bolsa y lo hizo girar rápidamente entre sus dedos. El brillo de la hoja al reflejar la luz del sol le resultaba extrañamente tranquilizador. El herrero había tenido los kunais listos en el tiempo solicitado, aunque no eran exactamente iguales a los que él solía usar. El metal parecía de una calidad diferente, no es que importa con el chakra, pero al mismo tiempo eran ligeramente más pesados de lo que estaba acostumbrado. Esa diferencia apenas perceptible lo encontró ligeramente reconfortante.
No obstante, ya había encargado otro lote de kunais para tener un suministro adecuado en caso de necesitar reemplazos. Además, había preguntado al herrero si podía forjar una katana. La petición no había sido sencilla, pues tuvo que darle una descripción muy detallada y gráfica de cómo quería que fuera la hoja. El hombre había fruncido el ceño, claramente con algo en mente que deseaba decir, pero Obito simplemente le dio el dinero y no ofreció más explicaciones.
Como no era urgente, le había dado un plazo de dos semanas para completar la katana.
Obito soltó un suspiro cuando su clon se desvaneció en una nube de humo, liberando la información acumulada junto con el chakra. La sensación de los recuerdos inundando su mente de golpe le hizo fruncir el ceño y frotarse el entrecejo. Siempre resultaba incómodo, una especie de sobrecarga que le dejaba una ligera punzada en la cabeza.
"Mmm..." murmuró, frunciendo el ceño Mientras sentía la señal de chakra que había introducido en el papel de la princesa destellar, giro su cabeza y miro hacia la dirección donde estaban Germania.
Entonces, su cuerpo fue absorbido por un remolino de espacio y tiempo, desapareciendo en cuestión de segundos.
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Henrietta miró el papel roto en sus manos con una mezcla de duda y tristeza. Al final, lo había hecho, aunque había tardado mucho más de lo que había decidido inicialmente. Había esperado con la esperanza de que Obito se presentara por su propia voluntad, pero eso nunca ocurrió. Con cada día que pasaba, la sensación de desolación se hacía más profunda.
Sabía, gracias a Agnes, que Obito los seguía de cerca. Incluso se había enterado de que él había hablado con esa joven mosquetera a la que estaba entrenando, el mismo día que Henrietta le pidió que se encontraran. Había intercambiado palabras con una simple soldado, pero no con ella.
"¿Por qué todos parecían querer abandonarla, ignorarla?" pensó, apretando los puños. Desde la muerte de su padre, las cosas no habían hecho más que empeorar. Su madre, sumida en su dolor, había decidido que ella no valía la pena y se había encerrado en su propia tristeza. Louise, su amiga de toda la vida, tenía sus propios problemas en la academia, dejando a Henrietta sin nadie a quien recurrir.
El ceño se le frunció involuntariamente al pensar en el día siguiente, cuando tendría que conocer al hombre con el que se esperaba que se casara para asegurar la supervivencia de Tristain en medio de la amenaza de una guerra. Era un sacrificio que ella estaba dispuesta a hacer por su pueblo, pero no por ello resultaba menos doloroso.
Y en medio de todo esto, su familiar, la única persona a la que podía haber recurrido, parecía estar más lejos que nunca, pese a que físicamente sabía que no era así. La herida en su pecho ardía con cada latido, haciéndola sentir débil e insuficiente.
Definitivamente dolía.
—¿Por qué rompiste el papel?
La voz indiferente resonó detrás de ella, y Henrietta se quedó rígida. Lo reconoció de inmediato. Se tomó un momento, ignorando el hecho de que Obito había logrado atravesar a todos los guardias que la protegían y aparecer en la misma habitación que ella, menos de un minuto después de haber roto aquel papel.
Cuando sus emociones se calmaron un poco, se dio la vuelta para mirarlo. Estaba usando la misma ropa que el día en que se separaron, y al recorrerlo con la mirada, notó lo extraño que era su calzado. Los dedos de sus pies sobresalían levemente, asomándose por la parte delantera, algo que casi le sacó una sonrisa. Era tan diferente a todo lo que ella había visto antes, tan ajeno a la elegancia a la que estaba acostumbrada.
Finalmente, cuando sus ojos se encontraron, Henrietta no estaba segura de qué esperaba ver en él. Otra vez, se encontró con su expresión aburrida, como si su presencia allí no fuera más que una interrupción a su día.
—Dijiste que lo rompiera cuando te necesitara —respondió Henrietta, con una ligera sonrisa forzada.
Obito frunció el ceño, visiblemente desconcertado por un momento.
—Me refería a cuando algo pusiera en peligro tu vida.
—Oh —murmuró ella, sintiendo cómo su pecho se apretaba un poco ante su respuesta. Él la observó por un instante y luego soltó un suspiro.
—No importa —dijo, mientras sacaba unos cuantos papeles con sellos y se los entregaba a Henrietta—. Toma, son cinco en total.
Ella los miró, sus dedos temblorosos rozando la textura áspera del papel antes de tomarlos suavemente.
—Gracias —dijo en voz baja, aunque no estaba segura de qué era exactamente lo que agradecía, si los papeles o simplemente el hecho de que él hubiera aparecido.
Obito la miro un momento, y finalmente se dio la vuelta y se sentó en la silla cómoda y elegante que estaba junto a la mesa de la habitación.
— entonces . . . necesitabas algo. — pregunto, mientras examinaba la habitación.
—Yo... —Henrietta dudó un momento, su voz quebrada por la impotencia—. Mañana me comprometo, o mejor dicho, mañana conoceré a mi prometido...
La tensión en su voz era evidente, y Obito la reconoció al instante. Sin embargo, no dijo nada. Ya había escuchado su opinión sobre este tema en más de una ocasión. Decirle que si no quería, no tenía que hacerlo, sería ignorar la realidad en la que ella vivía.
Él notaba claramente que Henrietta no deseaba este compromiso, pero había una diferencia crucial entre hacer cosas que no quieres y hacer cosas que debes porque son necesarias. Obito entendía esa diferencia mejor que nadie. Después de todo, él también había sido arrastrado por fuerzas externas. Madara le había enseñado cómo era el mundo, revelándole que el único camino hacia la paz era su propio camino.
Obito recordó el momento en que fue incapaz de completar su misión de atacar Konoha y obtener al Nueve Colas. Había fallado, y el mundo seguía siendo un lugar lleno de dolor y sufrimiento. Pero también había amor y otras cosas que lo hacían soportable. Él lo sabía, porque incluso en un mundo tan cruel, alguna vez encontró su propia felicidad.
Sin embargo, Henrietta era diferente. Ella no era simplemente una chica cualquiera; era la futura reina de un país. Tal vez su posición era comparable a la de un Hokage, al menos en cuanto a la responsabilidad que cargaba sobre sus hombros. Aunque, a diferencia del Hokage, quien solía ser el ninja más fuerte de la aldea, Henrietta no había demostrado ser especialmente poderosa. Poseía su magia, pero sin su varita, era tan vulnerable como cualquier plebeyo, igual que la mayoría de los nobles que él había conocido en este mundo.
Obito esperó en silencio, porque no había palabras que pudiera decir. Las palabras vacías no eran su estilo, a menos que tuviera la intención de manipularla, como Madara le había enseñado: usar los miedos y anhelos de las personas para hacerlas actuar según sus deseos.
Se dio cuenta de lo fácil que sería decirle las palabras correctas a Henrietta, usar su desesperación y convertirla en una marioneta para sus propios fines. Frunció el ceño, disgustado. Madara había influido demasiado en su forma de pensar.
Y ahora, ese pensamiento le provoca disgusto.
—¿Puedes... quedarte a mi lado? —dijo Henrietta finalmente, su voz apenas un susurro. Obito giró la cabeza para mirarla, sus ojos serios.
—No creo que ese viejo esté de acuerdo con eso —respondió tentativamente. Henrietta asintió después de un momento.
—El cardenal... podría tener sus dudas, pero —luchó por encontrar las palabras adecuadas—, yo realmente quiero que te quedes a mi lado... al menos mientras estamos en la capital de Germania.
Obito se quedó inmóvil por un instante. No le gustaba la realeza ni los nobles, y siempre se sentía fuera de lugar en medio de toda esa formalidad. Por eso, había tomado la decisión de proteger a la princesa desde lejos y evitar interactuar con la nobleza tanto como fuera posible. Pero cuando miró a Henrietta, notó la súplica en su expresión.
Probablemente él había tenido una expresión similar cuando le pidió a Rin que lo viera convertirse en Hokage y poner fin a las guerras. El pecho de Obito dolió por un momento. No era un dolor ardiente, sino uno sordo, algo a lo que ya se había acostumbrado. Era el peso de todo lo que pudo haber sido y nunca fue.
Finalmente, suspiró.
—Está bien —dijo—. Te acompañaré.
La sonrisa que se extendió por el rostro de Henrietta fue dolorosamente similar a la que él debió de haber tenido en ese entonces, cuando aún creía que sus sueños eran posibles.
—Pero... —añadió Obito—, ¿Cómo lo haré?
No le entusiasmaba la idea de revelar que podía cambiar su apariencia para hacerse pasar por otra persona. Podía imaginarse las miradas de preocupación en las caras del anciano cardenal y de la capitana de los mosqueteros si supieran lo peligroso que era alguien con sus habilidades.
Henrietta sonrió, con un leve rastro de vergüenza.
—Hablé de esto con el cardenal —admitió—. La primera opción es que te disfraces con el uniforme de un Caballero Grifo o un guardia real.
Obito asintió, pero no le gustaba la idea en lo más mínimo.
—Pero, sinceramente, creo que no querrías hacer algo así, especialmente por el tiempo que estaremos en Germania. Así que propuse una idea un poco más...
—¿Y esa sería? —preguntó Obito.
—Que seas nombrado mi guardia personal especial —dijo lentamente, y tan pronto como terminó de hablar, Obito pudo ver todas las razones por las cuales era una idea problemática.
—¿Qué dijo el viejo? —preguntó, refiriéndose al cardenal.
Henrietta frunció los labios.
—Que era la idea más tonta que había escuchado —admitió con vergüenza. Obito asintió, comprendiendo las razones.
—Mi cabello es el principal problema —comentó. Tener a un "plebeyo" en una posición tan privilegiada definitivamente despertaría la animosidad de los nobles, no solo en Germania, sino también entre los propios nobles de Tristain. Cuando la noticia se difundiera, criticarían a la princesa por sus decisiones. Obito entendía por qué el anciano no aprobaba la idea, especialmente cuando alguien sin nombre o logros como él ocuparía una posición tan alta. Veía todos los problemas que se avecinaban.
Sin embargo, si Henrietta se casaba con el emperador, esos problemas se desvanecerían.
—Entiendo... —dijo finalmente, notando que Henrietta había llegado a la misma conclusión.
Con un suspiro, asintió.
—Está bien. Supongo que puedo actuar como tu guardia personal durante el tiempo que estés aquí.
No sabía qué sería peor para la imagen de la princesa: tener a un plebeyo como familiar o como guardián personal.
—Muchas gracias —dijo Henrietta, sonriendo con genuina gratitud.
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—Entonces, ¿Qué vas a robar, maestra? —preguntó Tobi mientras escribía rápidamente en el papel. No le gustaban las plumas y la tinta, a menos que sirvieran para realizar sellos; era molesto tener que remojar constantemente la punta en el tintero. Sin embargo, para el estudio le resultaba útil, aunque no tenía intención de escribir libros.
Fouquet, que estaba sentada en la cama detrás de él con las piernas cruzadas mientras leía un libro, se tensó por un momento y luego cerró el libro con un golpe seco que resonó en la habitación.
—¿De qué estás hablando? —preguntó, arqueando una ceja.
—Maestra es una secretaria que en sus tiempos libres es una ladrona, y las ladronas roban cosas, ¡dah! —dijo Tobi, como si la estuviera regañando por no entender algo tan obvio. Una vena se marcó en la frente de Fouquet.
—¿Y si estoy dejando la vida de ladrona para ser una secretaria a tiempo completo? —respondió Fouquet con un tono desafiante.
—Dijiste que no pagan lo suficiente —comentó Tobi sin levantar la vista del papel. Luego lo alzó para mostrárselo a Fouquet, quien frunció el ceño. Había escrito lo que le pidió, pero también había hecho un dibujo bastante feo junto a las palabras.
—¿Te importa? —dijo finalmente Fouquet, resignada, mientras se frotaba el entrecejo.
—Mmmm, depende. ¿Vas a lastimar a alguien inocente mientras robas? —preguntó Tobi, observándola con detenimiento, y dejando el papel sobre el escritorio.
—No realmente —admitió Fouquet, encogiéndose de hombros—. Por algo hice todo este esfuerzo de infiltrarme y trabajar como secretaria.
—Mmm —Tobi llevó un dedo a su barbilla mientras la miraba fijamente—. Ya veo, la maestra es una buena chica.
Fouquet se tensó ligeramente.
—No realmente —dijo después de una pausa—. No creo que haya una sola persona en este mundo que pueda considerarse a sí misma una buena persona.
—¿Tobi no es un buen chico? —dijo, señalándose a sí mismo con un dedo.
—Tobi es un buen estudiante —respondió Fouquet después de un momento de reflexión.
—¿Y por qué tanto interés en lo que voy a robar? —preguntó Fouquet, observando a Tobi mientras se levantaba de su silla y se sentaba a su lado en la cama. No parecía tener ninguna otra intención más que la de charlar.
—No quiero que mi maestra termine encerrada en una celda —respondió Tobi.
Fouquet frunció el ceño. Al principio se sintió indignada de que Tobi pensara que ella realmente acabaría presa en este robo. Tenía una reputación: había llevado a cabo numerosos robos, incluso algunos a plena luz del día, y siempre había salido bien librada. Sentía que estaba dudando de sus habilidades, pero cuando consideraba el hecho de que él había logrado robarle su varita y forzarla a ser su maestra, bueno, tenía un punto.
Por otro lado, sintió curiosidad y no pudo evitar formular una pregunta.
—¿Me... estás ofreciendo tu ayuda? —dijo con cautela.
—Mmm, depende —respondió Tobi mientras levantaba un dedo—. ¿Qué es lo que quieres robar?
Fouquet meditó un momento. No tenía motivos para confiar en este hombre, pero hasta ahora no la había entregado a los guardias, y en general no había hecho nada para amenazarla, aparte de obligarla a enseñarle a leer.
—El báculo de la destrucción —dijo finalmente.
—Eso suena... destructivo —comentó Tobi, levantando un dedo. Aunque su tono no lo indicaba, Fouquet pudo percibir la acusación implícita en sus palabras. Para alguien que decía no querer hacer daño a nadie, buscar algo así definitivamente parecía contradictorio.
—Bueno, supongo que lo quiero más por la reputación —admitió Fouquet—, además de que podría conseguir mucho dinero si lo vendo.
Tobi se cruzó de brazos, y Fouquet ya estaba arrepintiéndose de haberle revelado su objetivo. Podía sentir la acusación en el lenguaje corporal de Tobi, quien la miraba con una mezcla de duda y curiosidad.
—Mmm... no te gusta tu trabajo como secretaria, ¿verdad, maestra? —preguntó Tobi después de un momento, y Fouquet hizo una mueca, sintiéndose leída con demasiada facilidad.
—Si no fuera la secretaria del director de esta escuela... definitivamente sería feliz —respondió, con un tono resignado.
Tobi llevó una mano a su mentón, pensativo.
—¿El director de esta escuela no es un buen chico? —comentó. Fouquet frunció el ceño, reflexionando sobre esa afirmación. No es que el director fuera exactamente malo, no como muchos de los nobles que conocía. Le había dado un trabajo a pesar de ser una plebeya sin familia, lo cual era bastante inusual. Pero, si no fuera un pervertido que usaba a su familiar para espiar la ropa interior de ella, tal vez habría considerado dejar el báculo de la destrucción en paz e irse a buscar otro vino de 400 años.
—Realmente no lo sé —admitió finalmente, con una mueca.
Tobi se cruzó de brazos y, de repente, se dejó caer en la cama, retorciéndose como un pez fuera del agua. Fouquet lo miró fijamente, con una mezcla de exasperación y confusión; rara vez entendía lo que pasaba por la cabeza de ese hombre.
—Tobi no quiere ser un mal chico —dijo finalmente, extendiendo brazos y piernas en la cama, como si se rindiera ante sus propios pensamientos.
—No tienes que ayudarme —le recordó Fouquet.
—Pero no quiero que mi maestra termine encerrada —insistió Tobi, frunciendo el ceño.
—Sabes, si eres mi alumno, deberías tener un poco más de fe en mis habilidades —replicó ella.
—¿Sí? —preguntó Tobi, usando la varita de Fouquet para rascarse la espalda.
Ella llevó la mano instintivamente hacia donde solía guardar su varita y se quedó mirando fijamente a Tobi al darse cuenta de que no estaba allí.
—Tienes un punto —gruñó Fouquet, mientras extendía su mano y Tobi le devolvía la varita. La tomó con una mezcla de alivio y resignación—. Pero, en mi defensa, eres el único que puede hacer eso.
Tobi se balanceaba de un lado a otro como si estuviera a punto de estallar, y Fouquet ya se preparaba mentalmente para usar un hechizo que amortiguara el sonido de su voz si empezaba a gritar de emoción.
—¡Ya sé! —exclamó Tobi, saltando y rebotando en la cama—. Si la maestra queda encerrada, ¡yo la ayudaré!
Ella frunció el ceño ante la declaración, pero no tuvo tiempo de responder antes de que él sacara un papel de su bolsillo y lo extendiera hacia ella. Fouquet lo tomó con curiosidad, esperando algún mensaje escrito, pero lo único que vio fueron símbolos extraños garabateados en el pedazo de papel.
—¿Qué es esto? —preguntó, levantando una ceja.
—Si lo rompes, Tobi vendrá a ayudar —explicó Tobi alegremente, mientras caminaba hacia la ventana.
Fouquet lo miró con escepticismo y luego al papel. No estaba segura de si tomarse en serio esa propuesta o si era simplemente otra de las cosas sin sentido que hacia Tobi. Sin embargo, lo dobló cuidadosamente y lo guardó en su bolsillo, por si acaso.
Cuando se giro para mirar a Tobi este ya había desaparecido, nunca entendió como hacia eso.
Suspiro, y luego se levanto, mañana seria un día ocupado porque una clase invocaría a sus familias, y ella esperaba que toda la atención que el director y los profesores podían en esos estudias fuera suficiente para que reunirá mas información sobre la bóveda donde estaba guardo el báculo de las destrucción.
Ella no lo sabia, pero esa fue la ultima vez que vería a Tobi en un tiempo.
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