No había advertencias antes del despliegue de esas tropas —la Colmena, el Consejo y la familia Elbas simplemente habían movido sus activos junto a sus respectivas fronteras dentro del dominio del Imperio, y este último había respondido mostrando que podía igualar a los tres—. Habría sido imposible tomar por sorpresa a esa debilitada nación —las áreas centrales tenían tantos edificios destinados a inspeccionar el ambiente que el Imperio había notado el movimiento de las tropas enemigas antes incluso de que salieran de sus respectivos dominios—. Tampoco había habido ninguna negociación —parecía que el Imperio había entendido que no tenía ninguna posibilidad de convencer a las fuerzas enemigas de retroceder—. Ese era simplemente el destino que la nación más fuerte de un mundo tenía que enfrentar una vez que perdía su ventaja sobre las otras fuerzas.
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