—¿Elías? —musitó, mirando a su alrededor y dándose cuenta de que no estaban en uno de esos barcos de pasajeros en absoluto.
Estaban en un barco más pequeño—un yate—y desde la ventana no había tierra a la vista.
Tampoco se estaban moviendo.
Frunció el ceño, confundida. —¿Dónde estamos? —preguntó, tratando de recordar la última cosa que recordaba. —Iba a verlo…
Luego buscó en los bolsillos de su ropa, solo para darse cuenta de que su teléfono había desaparecido.
—Mi teléfono... —murmuró, con la mente dando vueltas sobre cuán extraño era todo. Levantó la cabeza para mirar a Elías. —¿Sabes dónde está?
—No estoy seguro. Te encontré así —dijo él, sin dar más explicaciones. —¿Así que quieres ir a ver a Tadeo? ¿Ahora?
Asintió. Aunque los dos hombres no parecían llevarse bien, Naia sabía que eran conocidos.
Sin embargo, en lugar de moverse, Elías simplemente negó con la cabeza. —No tendría sentido, probablemente te encontraría una carga...
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