Leon estaba atontado cuando llegó a casa. Las luces de la casa ya estaban apagadas, como siempre, a esta hora.
Bebió agua pasivamente y fue a tomar un buen baño frío para despejar su mente. Se lavó bien, el agua fresca recorriendo su enorme cuerpo, bien esculpido por practicar deportes y los años de trabajo que siguieron.
Solo salió cuando se enfrió lo suficiente.
Es solo que cuando salió de la ducha —cubierto solo con una toalla— Naia estaba allí.
Leon la miró, sorprendido, aferrándose a la toalla que casi cae como si fuera su vida. —¿N-Naia?
Luego su cuerpo se calentó cuando la vio mirando su cuerpo. Ella no tenía mucha expresión en su rostro —era como si estuviera mirando algo con curiosidad— pero había algo en ser estudiado por esos puros ojos azules que hacía que los hombres se excitaban un poco.
Él ajustó incómodamente la pequeña toalla a su alrededor, aclarándose la garganta. —¿Vas... vas a usar el baño?
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