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Capitulo 13 "Silueta desértica"

Las calles de Terreno Plano bullían de vida, con personas yendo y viniendo, cruzando sin mirar y obstaculizando a los conductores impacientes. El estruendo de los cláxones llenaba el aire, testificando el gran impacto que tuvo la reunión sobre el futuro del mundo con todas las familias de la ciudad. Algunos celebraban las decisiones tomadas, mientras que otros protestaban airadamente. El aire crepitaba con la energía de la multitud y el sol lanzaba dardos de fuego sobre la ciudad.

—¡Maldición, está hasta los topes!— exclamó Jensen, frustrado, mientras intentaba maniobrar el vehículo.

—A ver, ¿no podrías estacionarlo en la otra esquina?.

—Si estas personas no dejan de cruzarse, no espera, creo ya encontré un espacio—respondió el conductor, observando el retrovisor y ajustando el volante con cuidado—no, ya nos lo ganaron, ni modos, tendré que usarlo .

—¿De qué hablas?—cuestionó Helena confundida.

Un alarido metálico rasgó el aire apacible de la tarde. No era el claxon habitual de un auto, sino el ulular agudo de una sirena de policía. Las miradas de los transeúntes se posaron de inmediato en el vehículo negro que irrumpía en la calle, las personas empezaron a alejarse y los autos abrieron paso, dejando libre el camino a los dos chicos dentro de la camioneta.

—¡Ja ja, en serio! ¿Esto no es ilegal?—preguntó la chica con nerviosismo, notando la reacción de la gente a su alrededor.

—¿Qué? No, claro que no.

—Mejor bájame aquí, no quiero acabar en la cárcel por esto—sugirió su compañera.

—Tranquila, tengo un permiso, esto me permite no llegar tarde a mis entrenamientos—respondió Jensen, tratando de calmar la situación mientras continuaba conduciendo.

—¡Ja ja, válgame Dios, qué chico tan listo!—exclamó de forma sarcástica.

—¿Verdad?—

Tras una ardua búsqueda, el futbolista divisó un hueco libre en la acera abarrotada. Con un suspiro de alivio, maniobró el auto hacia el espacio, sin percatarse de la patrulla que, como un sigiloso depredador, se aproximaba por el retrovisor. El vehículo oficial se detuvo a escasos metros, sumiendo a Helena en una incómoda quietud.

—¿Me podrían enseñar el permiso otorgado de la sirena, por favor? —solicitó un hombre de rostro curtido por el sol y la salitre, con un pulcro bigote candido que enmarcaba una seriedad en sus palabras.

—Oh, sí, claro, mire oficial—respondió Jensen, ya con el permiso en mano mostrándolo al señor con calma.

El oficial agradeció el permiso con un cortés gesto de cabeza. Antes de marcharse, sus ojos se iluminaron con la admiración de un niño al contemplar a su héroe. Con timidez reverencial, extendió una servilleta ajada y un bolígrafo desgastado, solicitando un autógrafo que inmortalizara ese encuentro fortuito. El futbolista, con la sencillez de quien sabe que su firma es más que un garabato, estampó su rúbrica en el improvisado papel, regalando al hombre una sonrisa tan radiante como el sol de mediodía.

—De nada, oficial. Gracias a usted. Hasta luego—se despidió con un suspiro de alivio y alegría viendo cómo la patrulla se alejaba antes de terminar de estacionar el vehículo.

Helena, sin pronunciar palabra, abrió la portezuela de la camioneta y se apeó con decisión. Jensen, intrigado por su repentino silencio, la siguió con la mirada y vio cómo se alejaba con pasos firmes en dirección a una plaza. Un presentimiento de inquietud se apoderó de él, instándolo a seguirla de cerca.

—¡Oye espera!—dijo él con entusiasmo, rompiendo el silencio con su tono animado.

—No, Jensen, aquí nos separamos. —respondió Helena volteando a verlo.

—¿Estarás bien tú sola?

—Por supuesto—replicó ella con firmeza, sin dar pie atrás en su determinación. Antes de emprender caminos diferentes, se giró hacia él con una expresión dubitativa en su rostro. —Eh… Jensen —lo llamó en un tono vacilante, revelando que aún tenía algo crucial que expresarle.

—Sí, dime.

—En serio, lo mejor para nosotros sería mantener distancia. No soporto esas sensaciones, la verdad es que no me gustan, y creo que tú también piensas igual. Digo, solo conversemos cuando algo sea importante ¿está bien?—expresó Helena con sinceridad, buscando establecer límites claros entre ellos.

—Si eso quieres, así será.

—Si, por favor. Em, de todas formas llegaré al rato a tu casa para…

—De acuerdo, ten cuidado —respondió él con un tono apresurado, dirigiéndose hacia su camioneta con pasos largos y decididos. Encendió el motor con un rugido impaciente y, sin despedirse siquiera, pisó el acelerador a fondo. Los neumáticos chirriaron contra el asfalto mientras el vehículo se alejaba a toda velocidad, dejando a Helena sola frente al imponente supermercado.

—Es lo correcto —murmuró para sí misma, sintiendo un peso aliviado en su pecho al tomar una decisión que consideraba necesaria para ambos.

Con las bolsas repletas de frutas frescas, verduras crujientes, distintos tipos de carnes, jugos refrescantes y patatas fritas crujientes regresó a la casa de su pareja de lazo cósmico. No llegó sola; había tenido la ayuda de un familiar, quien se encontró en el supermercado y que amablemente le dio un aventón a casa.

—Gracias, primo, muchas gracias de verdad —dijo Helena, sonriendo mientras abría el portón de la entrada—En el asiento del coche te dejé para la gasolina.

Su primo, con una sonrisa, negó con la cabeza y levantó una mano en señal de desaprobación.

—Prima, te dije que no era nada.

—No, ¿cómo crees Edgar? Puede que te siga pidiendo ayuda —dijo, entre risas.

—Ah, bueno—respondió Edgar, devolviéndole la risa y luego alzó la voz—¿Quieres que te ayude a meter las bolsas en la casa?

—No, gracias. Le pediré a Jensen que me venga a ayudar, veo que ya llegó—dijo Helena, señalando a una camioneta que se encontraba estacionada en el patio.

—Ah, bueno, entonces hasta luego prima, no seguimos viendo.

—Sí, adiós y gracias—respondió Helena.

Edgar se alejó, subiendo a su coche. Helena por fin sacó su teléfono, pues en todo el camino que había recorrido con su primo, no lo había ni siquiera tocado; el chisme que traían dentro del coche estaba tan bueno que se olvidó del resto del mundo.

Al desbloquear la pantalla, vio un mensaje de Jensen que le informaba que había partido rumbo al hogar de sus padres y que había dejado la llave de la casa escondida bajo el tapete.

—Perfecto—murmuró para sí misma, guardando el teléfono en su bolsillo.

El mensaje la iluminó de felicidad y sin perder tiempo, se dirigió hacia la entrada, sacó la llave de debajo del tapete y abrió la puerta. Entró a la casa, dejando las bolsas en la cocina una por una. Al terminar, fue a la bañera, donde la esperaba un reconfortante baño de agua caliente. Se sumergió en sus cálidas aguas, aliviando así las tensiones acumuladas durante el día.

Llegó a la cocina, lista para preparar un guisado de res con arroz, el aroma de las cebollas ya sofriéndose, le hizo pensar en dejarle una porción abundante para Jensen. Dudó un momento si debería avisarle de que la comida ya estaba hecha, pero al final cedió y le envió un mensaje con sus dedos bailando sobre la pantalla del teléfono. La respuesta no tardó en llegar: un simple "gracias", un mensaje escueto que, a pesar de su brevedad, hizo sonreír a Helena. Ese gesto que se dibujaba en sus labios no era del todo sincero. Un debate interno surgió en su mente y eso no le gustó para nada…

Satisfecha de un almuerzo ambundate, las ideas bullían en su cabeza como olla al fuego. Era el momento de seguir trabajando.  

Convirtió la mesa de la sala de estar, en su escritorio improvisado. Un mantel de hule con manchas de tinta y café que encontró en la alacena, servía como protector de sus preciados escritos. Hojas sueltas llenas de garabatos, con frases y poemas inconclusos formaban un mosaico de ideas sobre la superficie de madera maciza. Una bolsa de papas fritas abierta, con solo unas pocas migajas en el fondo, revelaba su indulgencia durante el almuerzo. Un vaso de vidrio medio lleno de jugo de mango, con un pedazo de pulpa flotando en la superficie, refrescaba su paladar mientras escribía. El tecleo rítmico de sus dedos sobre el teclado era la única música que llenaba la habitación. De vez en cuando, se escuchaba el crujido de una papa frita o el sorbido del jugo de mango, rompiendo el silencio concentrado.

Dejándose llevar por la inspiración del momento e impulsada por un deseo repentino, decidió llamar a Stanly. Tras una larga y reconfortante conversación se despidieron con un tono sutil y cariñoso. Sus ojos se llenaron de una agradable somnolencia y sus párpados se fueron cerrando lentamente hasta que finalmente se quedó dormida sobre su escritorio, acurrucada entre sus papeles.