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Capítulo 3

La primera vez que estuve con un hombre me sentí de muchas formas. Estar expuesta y a pleno tacto, fue algo que le reproché a mi cuerpo muchas veces. ¡Después lo superé! Al comienzo, quitarme la ropa interior frente a un hombre era algo que me hacía sentir nerviosa, vulnerable y rota. ¡Después se volvió algo vacío! Aprendí que desnudar mi cuerpo era solo eso. Mostrar piel, causar excitación en el sexo de los hombres y todo solo duraba unas fracciones del tiempo.

¡Era cierto! No me gustaba para nada ser una prostituta. Me sentía como una basura, un objeto simple, muy insignificante y sin valor. Después del sexo y de los diferentes hombres que me tocaban, yo siempre necesitaba ánimo al final de la jornada. ¿Quién me lo daría? ¿Quién se sentaría junto a mí para animarme a no rendirme? Así comprendí que mi cuerpo desnudo era algo que pertenecía de forma fugaz a los hombres, pero, mis sentimientos y emociones eran algo que no podía y no debía desnudar ante ellos. ¡Sí! Aprendí a ser el deseó, las caricias y los gemidos de muchos cuerpos. Supe como llorar en secreto y a reconstruirme en los peores momentos. Fui una profesional al fingir que disfrutaba de algo que sencillamente no causaba en mi ninguna chispa de placer. Al final, mi esperanza estaba puesta en qué algún día lograría salir de ese lugar horrible y entonces, cuando eso sucediera podría desnudar mis sentimientos y emociones sin miedo alguno. ¡Sí! Yo también quería tener la oportunidad de darle por primera vez mi corazón a alguien. ¡Por eso le di esos aretes!

Aquellos aretes eran la promesa que él se esforzaría por cumplir.

—Un día estaremos lejos de aquí y entonces todo será diferente —dijo mi custodio.

Me había traído algo de comer. Teníamos algunos minutos para platicar.

—¿Huiremos juntos? —Pregunté.

Román era mi vigilante, mi custodio, mi confidente.

—Si podríamos hacerlo. Pero ¿a dónde iríamos?

Bueno, han pasado algunos años desde que tuvimos esa plática. Y ¿dónde estamos ahora? De pronto nuestros planes se convirtieron en el humo de cigarro que desaparece con el viento. ¿Dónde estará él?

***

Me encontraba frente a un espejo enorme, la luz de la habitación hacía lucir muy bien el tono moreno de mi piel, por qué sí, mi piel canela se tostaba con el comal de los hombres.

—Iremos a la fiesta de compromiso de mi hermana —dijo cuando estábamos en el comedor.

Después del desayuno, Ángel me llevo a comprar algo de ropa. Me compró un vestido de color negro. La tela se ajustaba a mi cintura y ahí en la curva de mis caderas el vestido era un reflejo a la perfección de mi silueta. Los tacones eran color negro. ¡Sí! Mi color favorito es el negro, negro como el color de mi alma. Me hice una cola alta y mi cabello se sacudía de acá para allá con el movimiento de mis pasos. Terminé poniendo un poco de brillo en mis labios. Parecía estar lista. A la hora de bajar me sorprendió verlo a él, de pie esperando a que yo bajará. Vestía un traje de color gris, una corbata roja y zapatos cafés. En su rostro pude notar una sonrisa y un brillo en sus ojos. Cuando baje el último escalón, se acercó a mí.

—¿Estas lista?

Quería tomarme de la mano.

—Supongo que sí.

No acepté darle mi mano.

Salimos de la casa a eso de las siete de la noche. Durante el trayecto él me platicaba como iba a ser el escenario de la fiesta. Iríamos a casa de su abuela, era una tradición que los nietos festejarán su compromiso de bodas en la casa de la doña. Mientras él me platicaba, una parte de mis pensamientos comenzó a contrastar los sucesos recientes de mi vida.

La noche anterior me encontraba sobre el cuerpo de un hombre desconocido, olía a cigarro y su aliento era desagradable. Ahora la noche era nuevamente, pero está vez me encontraba lejos de mis pesares. ¡Qué curiosa la vida! ¿Cómo funciona el tiempo? Creo sinceramente, que las personas no somos capaces de entender cómo funciona el tiempo.

—¿Estás nerviosa? —Preguntó.

Recién había estacionado el auto frente al lugar de la fiesta. Había más coches estacionados y podías ver cómo algunas personas estaban formadas en la entrada.

—No. Bueno, es verdad que nunca había estado en una fiesta de gente rica y quizá eso cause una chispa de emoción en mi interior.

Pareció interesado en lo que acababa de decirle.

—¿Cuándo fue la última vez que fuiste a una fiesta?

—Hace como diez años. Tenía una amiga que me invitó a su graduación de la primaria. Esa fue la última vez que fui a una fiesta. ¡Pero obvio! Esto no tiene nada que ver con aquella vez, esa fue una fiesta infantil.

Sonrió. Yo me sentí un poco nostálgica.

¿Qué habrá pasado con esa amiga? Si bien, Julia era mayor que yo por tres o cuatro años, aun así, siempre me sorprendió que le gustaba pasar tiempo conmigo y fue ella quien estuvo dispuesta a enseñarme a leer.

—Pues espero que está fiesta te guste. ¡Todo estará bien!

Bajamos del auto. Quiso abrirme la puerta, pero yo le gané y termine bajando primero. Sentí el impacto de mi tacón con el suelo. Ángel no tardó en pararse a mi lado.

—¿Quieres tomarme del brazo? —Su ademán me sorprendió.

Sus labios se curvaron en una sonrisa tenue. Arquee mis cejas y mi sonrisa breve fue dedicada para rechazarlo.

—¿Estaría bien que te tomara del brazo? Digo. ¿Qué pensará tu familia?

—¡No importa! Lo que digan los demás sale sobrando. Al final, mis decisiones son las que importan para mí.

Sus palabras me transmitieron seguridad. ¡Era verdad! La gente siempre iba a pensar por nosotros lo que quisieran y al final éramos nosotros los que decidíamos quedarnos con esas opiniones o simplemente ignorarlas.

—De acuerdo. Quiero tomarte del brazo. ¡Después de todo somos amigos!

Me acerque a él. Pase mi mano por su brazo, la tela del saco era suave y a la hora de terminar enganchada, pude notar que sus músculos eran fuertes.

Caminamos hasta la entrada. La fila de gente aumentaba y muchas personas lucían sus mejores ropas. Era como si lucir bien fuera lo más importante en esta ocasión. Como si las personas fuésemos como regalos con envoltura de lujo.

Resulto que nosotros no teníamos que formarnos a esperar que nos dieran acceso; simplemente nos acercamos a los guardias, ni siquiera buscaron algún nombre en la lista para dejarnos pasar. La gente nos miraba, más bien lo miraban a él. Nos tomaron muchas fotos y mis ojos se deslumbraron con las luces de los flashes fotográficos. Caminamos por una alfombra de color rojo y rayos, esto no estaba en mis planes el día de ayer. ¡Qué curioso! La casa de la abuela parecía más bien un salón de fiestas. ¿Qué clase de abuela tenían?

—Parece que eres un muchacho muy importante. Todos te miraban.

Soltó una risita tonta.

—Te miraban a ti. Resulta que sí, soy alguien conocido, pero no estaban señalándome.

Me detuve.

—¿Eso es bueno? —Pregunté desconcertada.

—Es bueno si tú no te sientes incómoda.

Ángel era bueno tratando con dignidad a las personas. ¡No sé! Parecía ser un hombre diferente.

—Mmmmm. Pues verás, no estoy acostumbrada a que me tomen fotos. Para serte sincera, creo que nunca me habían tomado fotos y menos como en una ocasión así.

Seguimos caminando por el pasillo. Atravesamos una puerta de cristal y algunos mayordomos nos dieron la bienvenida. ¡No pude evitar sentirme emocionada al ver la mesa de los bocadillos! La recepción era amplia, muy elegante y moderna. Había mesas con invitados cenando y otros más estaban en la pista bailando.

—Está bien bonita esa mesa —le dije señalando a la comida—. ¡Mira ese muchacho!

Señalé a un mesero que llevaba un carrito repleto de bocadillos. Queso. Jamón. Chorizos. Aderezos. Mucha carne.

—¿Quieres comer primero? O...

—¿Tú tienes hambre? —Pregunté.

—No realmente, pero sí tú...

—Yo tampoco tengo mucha hambre.

Mentí.

Por dentro mi boca se derretía por probar todos los bocadillos, mi estómago comenzó a susurrar cosas.

—De acuerdo. Entonces quiero saludar a mi madre.

Asentí. Aún seguíamos enganchados de los brazos.

Ángel sonrió y asintió levemente. Nuestros pasos comenzaron a conducirnos al lado contrario de la mesa de bocadillos. Nos acercamos a una mesa donde había algunas personas cenando. Solté su brazo segundos antes de que llegáramos hasta su madre. ¿Quién era ella? Su madre era una mujer madura, su vestido era de terciopelo color vino, tenía unas arracadas de oro en las orejas y su peinado era muy elegante. ¡Ella era una mujer de la alta sociedad!

—¡Buenas noches mamá! —Le saludó.

Los ojos de ella se iluminaron cuando escucho su voz, se levantó rápidamente de la silla y ambos intercambiaron una muestra de afecto. Ella le envolvió con sus brazos y él le beso en la frente. Después de unos segundos se separaron.

—Pensé que no ibas a venir.

Los otros comensales de la mesa dirigieron su atención a ellos, después, sus miradas estaban sobre mí. Yo simplemente estaba sonriendo, mis pensamientos seguían alimentándose del deseo de comer algún bocadillo. ¡Esos trozos de carne!

—Se me ha hecho un poco tarde, pero aquí estoy. No podía perderme el compromiso de mi hermana. Por cierto. ¿Dónde está ella?

Su madre le hizo un ademán para que mirará hacía la pista de baile.

—Ella está ahí. Bailando con Jacob.

Yo no sabía quién era su hermana y mucho menos sabía quién era Jacob. Aun así dirigí mi atención a la pista.

—¡Oh! ¿Pero a quien tenemos aquí? —Preguntó la señora con mucha emoción—. ¿Es tu novia Ángel?

Dirigí mi atención a ella. Ni siquiera nos habíamos presentado y ya me estaba emparejando con su hijo. ¡Si supiera!

—Ella es... —Ángel iba a hablar, pero yo lo interrumpí.

—¡Buenas noches! —Saludé cordial—. Mi nombre es Karol y soy amiga de su hijo.

La mujer abrió los ojos de golpe. Parecía estar emocionada de verme aquí. Me acerque para saludarla, nos abrazamos cálidamente y me sorprendió el hecho de estar recibiendo afecto por parte de ella. ¡Aquí está el origen por el que Ángel es un buen muchacho!

—Un gusto Karol. Soy Aurora. Realmente estoy contenta de verte —acercó su boca a mi oído izquierdo—. ¿Segura que solo son amigos?

Me ruborice. Esa no me la esperaba. Su susurro me hizo sonreír. Nadie más había escuchado aquello y Ángel pareció notar mi sonrisa llena de rubor.

—Sí, solo somos...

—¡Un gusto conocerte Karol! —Un hombre maduro, entre los cincuenta o sesenta años me interrumpió—. Soy Samuel, padre de Ángel.

Asentimos en forma de saludo. El hombre seguía sentado en su silla, sostenía una copa de vino entre sus dedos.

—Un gusto señor.

Había tres sillas vacías. Además de los padres de Ángel, un hermano de él estaba sentado junto a su esposa. Ellos dos solo me miraban como si yo fuera un bicho raro.

Aurora nos invitó a sentarnos junto a ellos. Nos sirvieron un poco de vino. Este vino era diferente, sabía mejor que el que servían en el prostíbulo. De vez en cuando había clientes que preferían beber vino en lugar de cerveza y era mi trabajo el servirles y empinar la copa en su boca. Siempre terminaban ebrios y encima de mí.

El hombre del carrito con los bocadillos no tardó en aparecer. Le pedí que me sirviera un poco de arrachera, chorizo, queso fundido, un poco de alambre hawaiano y algo de ensalada.

—¿Tendrá tortillas en ese carrito? —Pregunté al mesero.

La cuñada de Ángel se empezó a reír.

—¡Querida! Aquí no se comen tortillas, no estás en el pueblo.

Su comentario me pareció muy inmaduro y el sonido de su risa también. La ignoré sin decirle nada.

—Me temo que en este carrito no traigo tortillas, pero si gusta, se las puedo conseguir.

Asentí. Desapareció en dirección de la cocina. Ángel me estaba mirando y parecía muy a gusto. Sus padres habían salido a bailar un poco. Aurora nos miraba de vez en cuando y me sonreía.

—¿No se te antoja un taco de carne? —Pregunté a Ángel.

—No había pensado en comerme un taco de carne, pero ahora que lo dices, sería lo mejor.

El mesero me pareció muy agradable. No tardó ni cinco minutos en traerme mis tortillas y una bandeja con un poco de postre.

—¡Gracias!

—Estamos para servirle —dijo el hombre e hizo una reverencia.

La carne sabía muy bien. El jugo de la arrachera era lo más delicioso y el guacamole, no inventes, eso le daba un sabor exquisito. En el prostíbulo era muy raro que nos dieran carne. Si acaso solían darnos carne una vez al mes, máximo dos y siempre querían que comiéramos pura ensalada. ¡Que bueno que ya no estaba en el prostíbulo!

—¡La comida está muy buena! —Dije a Ángel.

Él se había hecho un taco de carne.

—Lo sé. Ya me hice tres tacos y voy por el cuarto. ¡Y eso que no tenía hambre!

Dio un bocado a su taco. Se manchó la comisura de la boca con salsa y parecía no darse cuenta. Sin dudarlo, tomé una servilleta y la acerque a su boca. Mi movimiento hizo que se quedará quieto.

—Tenías un poco de salsa.

— ¡Oh! Gracias.

—De nada.

Terminando de cenar, Ángel y yo bailamos un poco. Su estatura era un poco más grande que la mía. Quizá me ganaba por diez o quince centímetros (aun con los tacones que yo traía puestos). Bueno, pero eso no era lo importante.

Sus manos estaban sobre mi cintura y mis manos le rodeaban el cuello. Su barba bien recortada me parecía atractiva.

—¡Gracias por acompañarme!

Sonreí.

—No ha sido nada. De hecho, sabes que no tengo a dónde ir y tú me invitaste. Después de toda tu ayuda, creo que era algo justo que yo pudiera ayudarte con algo.

En sus labios se estaba dibujando una sonrisa amplia y muy linda.

—Mi mamá está contenta de que haya traído a una chica conmigo.

Discretamente mire a doña Aurora. Ella nos estaba mirando y sonreía. Su mano sostenía una copa de whisky.

—Creo que ella piensa que tú y yo somos más que simples amigos —no pude evitar sonreír junto a mis palabras—. ¡Si supiera la historia!

—No tiene por qué saber la verdad. Después de todo, esa parte de ti es algo privado que deberíamos mantener en el olvido.

Hablar con Ángel sobre mí pasado me hizo sentir de una forma curiosa. De pronto él quería que yo olvidará. ¿Cómo podría yo olvidar mi pasado?

—Es verdad. Pero, creo que necesito tiempo para poder olvidar.

—Tienes razón. El tiempo lo cura todo.

—Además, yo no puedo quedarme más tiempo contigo.

Su sonrisa desapareció. Su mirada era atenta.

—¿Por qué no? No es problema el que tú estés conmigo, después de todo, ¿a dónde irás? Déjame seguir ayudándote.

¿Cómo le dices a un buen hombre que no puedes estar más con él, por qué resulta que hay cosas que tienes que arreglar para no perjudicar su buena reputación? Agaché la mirada unos segundos, suspiré, seguíamos bailando.

—¿Cómo puede una prostituta entrar en la vida de un hombre como tú? Me preocupa el hecho de perjudicarte. Después de todo parece que además de ser un buen muchacho, eres alguien importante y tu familia también. ¡No me gustaría causarte algún problema!

Mi mente seguía poniéndose a la defensiva.

—¿Por qué me causarías algún problema? ¿No te he dicho que olvidemos tu pasado?

—Ángel. Claro que quiero olvidar todo lo que he vivido y me gustaría tener una vida diferente. Pero, por favor, ponte unos segundos en mi lugar. ¿Cómo te sentirías al ser una prostituta? Tantos años encerrada, todas las noches te conviertes en el placer de muchos hombres pervertidos. Sabiendo que tu familia no te quiere, que no tienes a dónde ir, decides una noche escapar del prostíbulo y entonces lo logras pero, casi por poco te vuelven a encerrar. Y de pronto cuando la esperanza está por romperse, aparece un hombre y le pides ayuda y no te la niega porque resulta que él es bueno. Le pides que te deje, que continúe con su camino y se niega a dejarte aventada por ahí, porqué este hombre bueno está dispuesto a ayudarte. Aceptas su ayuda. Te lleva a su casa. Te alimenta, te lleva a una fiesta de gente adinerada, te presenta a su familia y entonces terminas bailando con ese hombre que te ofrece la palma de su mano para que tú no te sientas sola. ¿Cómo te sentirías? En estos momentos yo ni siquiera sé cómo explicarte lo que siento porque aunque estamos bailando y agradezco mucho toda tu ayuda, no quiero que termines mal por mi culpa.

La canción termino. Las demás parejas comenzaban a ir hacía sus lugares. Nosotros seguíamos en la pista. Tomados el uno del otro.

—Perdona por presionarte a olvidar. Es solo que no puedo evitar sentir el compromiso de ayudarte. ¿Sabes? Creo que mereces una buena vida y me gustaría ayudarte a tenerla. Si algo malo fuese a pasar entonces con mi reputación sería mi culpa, porque nadie me está obligando a cuidarte. ¡Somos amigos después de todo!

¿Amigos? Nunca había tenido un amigo, bueno Román no era un amigo. Román era parte de una emoción de mi corazón. Él era una emoción que no sabía cómo explicar. Y luego estaba Ángel. ¿Cómo podría explicar la relación entre una prostituta y un joven adinerado?

—Sí. Es verdad. ¡Somos amigos!

Sin darnos cuenta, pasaron varios segundos y está vez nadie bailaba, solo nosotros en la pista charlando sobre algo que había surgido a causa de una casualidad.

—¿Quieres ir a la mesa de dulces?

Asentí. Le tomé del brazo y caminamos a la mesa de dulces. Había dos fuentes de chocolate, fresas en brocheta, gomitas picantes, mentas, fruta enchilada, algodones de azúcar y una gran variedad de dulces. ¡Los tamarindos enchilados!

—Puedes agarrar todos los dulces que quieras.

—¿Estás seguro de eso?

—Si. Yo compré esta mesa de dulces y te diré algo, los pulparindos son lo mejor.

Tenía años que no probaba un dulce. Cuando era niña, los únicos dulces que podía comer eran los que me regalaba la chica que me enseñaba a leer y sí, apenas y teníamos dinero para poder comer. ¡Sobrevivimos a tanta carencia!

—Está bien, aprovecharé que ya me diste permiso.

Sonreímos. Tomé varios dulces, pulparindos como él había sugerido. Ángel me dio un algodón de azúcar, era de color amarillo y justo cuando yo le iba a agradecer ella apareció.