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Capítulo 2: Reunión en el faro

La noticia de la desaparición de Emily se propagó rápidamente por Havenbrook. Los vecinos se unieron para buscarla, peinando los bosques, la playa y los acantilados. Sin embargo, conforme pasaban las horas, la desesperanza comenzaba a asentarse. Sarah, exhausta y con los ojos hinchados de llorar, apenas podía mantenerse en pie.

En el corazón del pueblo, un grupo de amigos de la infancia de Emily decidió tomar cartas en el asunto. Alex, un joven de diecisiete años, era el líder informal del grupo. Su hermano menor, Jamie, era uno de los mejores amigos de Emily, y su desaparición lo afectaba profundamente.

—Tenemos que hacer algo más —dijo Alex, mirando a sus amigos, reunidos en el desvencijado faro del pueblo, un lugar que solían frecuentar cuando eran niños.

—¿Pero qué más podemos hacer? —preguntó Lily, una chica de cabellos oscuros y expresión seria—. Ya hemos buscado en todas partes.

—No en todas partes —respondió Alex—. No hemos buscado en la cueva.

La mención de la cueva hizo que todos se quedaran en silencio. La cueva, situada en la base del acantilado, era un lugar que evitaban desde que eran pequeños. Se decía que estaba maldita, que nadie que entraba salía igual.

—¿La cueva? —preguntó Jamie, con los ojos llenos de miedo—. Pero mamá dice que está llena de peligro.

—Lo sé —dijo Alex—, pero si hay una posibilidad de que Emily esté allí, debemos intentarlo.

—Está bien —dijo Tom, el más grande y fuerte del grupo—. Iremos juntos. No dejaremos que pase nada malo.

Equipados con linternas y armados con el valor que solo la desesperación puede dar, los amigos se dirigieron hacia la playa. La marea estaba baja, dejando al descubierto el estrecho sendero que conducía a la entrada de la cueva. La luz del atardecer pintaba el cielo de un rojo profundo, proyectando sombras largas y siniestras.

La entrada de la cueva era una oscura grieta en la roca, apenas visible entre las algas y el musgo. Alex fue el primero en entrar, seguido de cerca por los demás. El aire dentro de la cueva era húmedo y frío, y el sonido del goteo del agua resonaba en las paredes.

—Emily, ¿estás aquí? —gritó Jamie, su voz ecoando en el vacío.

No hubo respuesta. Continuaron avanzando, la luz de sus linternas revelando formas extrañas en las paredes, que parecían moverse y retorcerse en la penumbra. A medida que se adentraban más, el aire se volvía más denso y la oscuridad más opresiva.

De repente, Lily se detuvo en seco, su linterna enfocando un objeto en el suelo. Era un zapato pequeño, embarrado y desgastado.

—¡Es de Emily! —exclamó, recogiendo el zapato con manos temblorosas.

El hallazgo les dio una nueva dosis de esperanza y terror al mismo tiempo. Se apresuraron a avanzar, gritando el nombre de Emily a medida que penetraban más en la cueva. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que algo no estaba bien.

El susurro. Al principio, pensaron que era solo el viento, pero el susurro persistía, una mezcla de palabras ininteligibles y lamentos que parecían surgir de las profundidades de la cueva. Alex sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—No estamos solos aquí —dijo, su voz apenas un susurro.

Los amigos se agruparon más cerca, sus linternas temblando en sus manos. A medida que avanzaban, el susurro se hacía más fuerte, más definido. Parecía llamarlos, arrastrándolos hacia lo desconocido.

Finalmente, llegaron a una cámara amplia, donde las paredes brillaban con una extraña fosforescencia. En el centro, un pozo negro y profundo parecía devorar la luz de sus linternas. El susurro provenía de allí, un llamado que resonaba en sus mentes.

—Emily... —murmuró Jamie, acercándose al borde del pozo.

Antes de que Alex pudiera detenerlo, una figura oscura emergió del pozo, alzándose ante ellos. Era alta y delgada, con ojos que brillaban como brasas en la oscuridad. Los amigos retrocedieron, el miedo paralizándolos.

La figura extendió una mano hacia Jamie, quien estaba petrificado. Alex, reuniendo todo su coraje, se interpuso entre su hermano y la criatura.

—¡Déjalo en paz! —gritó, su voz quebrándose.

La figura se detuvo, y por un momento, el susurro cesó. Pero antes de que pudieran reaccionar, la figura se desvaneció, dejando solo una sensación de vacío y desolación.

—Tenemos que irnos —dijo Tom, su voz temblando—. Ahora.

Los amigos corrieron de vuelta por el túnel, sintiendo que la oscuridad los perseguía. Al salir de la cueva, el aire fresco y salado del mar les devolvió la vida. Pero sabían que algo oscuro y antiguo había despertado en Havenbrook, algo que no se detendría hasta que se llevara lo que quería.

¿Cuál es su idea sobre mi cuento? Deje sus comentarios y los leeré detenidamente

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