Podría decirse que el entrenamiento era lo último en la mente de todos después de este giro de los acontecimientos. Gertrudis comenzó a aullar y a suplicar a los pies de Milo, con las rodillas plantadas en el suelo.
—Por favor, ¡no me mandes a las mazmorras! ¡Te lo suplico! ¡Soy inocente! ¡No soy una traidora! Lo juro... ¡hice todo porque la Señorita Dahlia me pagó!
—¡Cómo te atreves a implicarme! —gritó Dahlia, enfurecida—. ¡Perra de voluntad débil! ¡Sabía que nunca debí confiar en ti!
—He oído suficiente —gruñó Milo y gesticuló a los guardias para que la sujetaran a ella y a Dahlia. Pero mientras que Gertrudis no ofrecía resistencia física al ser manoseada, pronta a ser arrastrada para ser interrogada, Dahlia era harina de otro costal completamente.
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