La puerta de la suite de Damien hizo clic al cerrarse con una suavidad definitiva. El lujoso espacio estaba decorado con gusto, exudando la elegancia y el poder que acompañaban la posición de Damien, pero todo lo que Annie podía sentir era el abrumador peso del miedo y la incertidumbre.
Ryan, ajeno a la tensión, se aferró a la pierna de Damien, su pequeña voz rompiendo el silencio. —Papi, ¿puedo ver la tele? —dijo.
Damien sonrió a su hijo, su expresión se suavizó. —Por supuesto, amigo —respondió. Alzó a Ryan fácilmente en sus brazos y lo llevó al sofá mullido en el centro de la habitación, y lo sentó con cuidado. Le entregó el control remoto a Ryan, revolviéndole el cabello con afecto. —Elige lo que quieras.
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