Calhoun miró a Madeline, que había resplandecido por un momento cuando sus alas se extendieron. No era un brillo evidente, pero él había captado el sutil cambio. Para alguien como él, que adoraba a Madeline y siempre la había mantenido cerca, velando por ella, un cambio así no era difícil de notar.
—¿Significa esto que ya no puedo vivir aquí? —preguntó Madeline.
—¿Por qué no? —Calhoun replicó—. Eres un ángel oscuro, uno donde la sangre está escrita. No creo que el Cielo alguna vez le haya dicho a un ángel oscuro que se una a ellos como los ángeles. Al mismo tiempo, no eres un ángel caído. Si me preguntas, diría que puedes elegir lo que haces. Un alma libre que no tiene que seguir las reglas.
—Como tú... —susurró Madeline, y Calhoun le ofreció una sonrisa.
—Supongo que podrías decir eso.
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