—Vamos a regresar, mi esposa. Si me quedo un momento más aquí, creo que mi mente se adaptará a su estupidez —dije.
—Deja de ser grosero —insistió otra vez. Había dicho eso una y otra vez. Sólo hacía esto cuando pensaba que la otra persona era alguien bueno. Era verdad que Luc era una persona buena a pesar de su estupidez. Quizás ella sintió que a él le importaría.
—Enséñale algunos modales a tu marido, Azul. Te lo digo, él tiene dos caras. Mira esa sonrisa inocente que te está dando, cuando se vuelve hacia mí, esa se convierte en una aterradora —dijo Luc.
Ella soltó una risita cómplice. Al fin y al cabo, ella misma lo había visto. Para ser honesto, no me gustaba estar cerca de nadie más que ella. Todos me repugnaban. Todo lo que querían era poder y el falso calor que emanaban, eran como venenos que lentamente matarían a alguien.
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