Felissa pasó el resto del día en su habitación, durmiendo la siesta. Cuando despertó, ya estaba oscuro. Idola había dejado su cena en la habitación para que comiera si tenía ganas.
—Ah, ya es de noche —murmuró Felissa mientras miraba el cielo sin luna. Por alguna razón, sintió escalofríos en la espalda, pero el afecto de Nieve la reconfortaba.
—¡Ah! Nieve, debes de tener hambre. ¡Come esta carne! —exclamó Felissa mientras le daba a Nieve una pata de pollo y acariciaba su cabeza.
De alguna manera, Felissa se sentía incómoda y no podía entender por qué. Era como una picazón que no podía rascar.
—El Señor Vicenzo debe estar en su habitación —se dijo Felissa, y su cuerpo se movió independientemente. Salió y fue hacia la puerta de Vicenzo. Notó que su entorno estaba en silencio y que había menos actividad.
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