Ainelen asomó la cabeza sobre el carro volteado en la línea del riel. Se hallaba junto a los demás chicos en una habitación próxima a la que usaban como zona de descanso. El lugar era más oscuro, como era de suponer debido a la escasa fuente de luz. No obstante, a lo largo del túnel repleto de pilares de madera de aspecto rústico y en mal estado, de vez en cuando podías hallar incrustaciones de diamante azul brillante.
Sí, tal como Danika lo había confirmado, esta había sido una mina. Era difícil saber dónde se ubicaba, porque de seguro se trataba de información desconocida públicamente.
El olor del metal oxidado fluía a través del ambiente, y también... ¿sudor?, ¿moho? No era que Ainelen culpara a alguno de sus compañeros, pero el lugar en general olía mal. Tal vez un animal en descomposición estuviera cerca.
Danika gruñó. Sus dedos presionaban sus orificios nasales mientras veía los alrededores con el ceño fruncido.
El grupo se encontraba en un punto del túnel en que la cavidad rocosa se abría. Parecía una división vertical enorme, donde los rieles cruzaban por el borde de un abismo serpenteando hacia la oscuridad lejana.
Los chicos miraban atentos hacia unas figuras que deambulaban en el nivel inferior. Según Danika, las minas por lo general tenían de cinco a nueve pisos, contando con una sala de descanso en un extremo y los ascensores en el lado opuesto.
—Deben ser goblins —señaló Amatori. Los demás parecían de acuerdo con eso.
Ainelen apretujó con sus dos manos el bastón-hoz. Estaba un poco temerosa de saber que no eran los únicos en la mina. Intentó calmarse, lo que por alguna razón la llevó a poner su atención sobre Holam. El muchacho estaba a su derecha, entre ella y Amatori. Danika estaba a la izquierda.
Los ojos oscuros de Holam veían con indiferencia lo que sucedía allí abajo. ¿Cómo hacía él para mantenerse tan sereno en situaciones como estas? Ainelen deseaba que le pudiera compartir aunque fuese un poco de esa medicina milagrosa.
«Parece que está bien», pensó ella, con una leve sonrisa. No podía creer que les hubiera jugado una broma como la de hace rato atrás. ¿Desde cuándo Holam era un chico travieso?
Luego de un rato, el pelinegro clavó sus ojos en Ainelen, como dándose cuenta de la mirada acosadora. La joven desvió la vista.
Estaba sonrojada.
Se estaba volviendo un poco caótico estar cerca de él. ¿Cómo pasó eso?
Terminando la exploración del nivel, el grupo regresó a la habitación principal a reorganizarse. Danika no estaba segura de la arquitectura de la mina, decía que podía existir una salida al lado opuesto de la primera planta, lugar al que todavía no iban. Sin embargo, era posible que la salida en realidad fuera el lugar en el que se encontraban ahora mismo.
—Tengo un mal presentimiento —La rizada acarició la pared irregular que estaba bajo el agujero del techo—. Puede que aquí el material se derrumbara. Cada vez que miro esa línea de ahí me convenzo más de que la vía de escape era esta.
—Maravilloso —bromeó Amatori, con una sonrisa sarcástica. Acariciaba un mechón de su pelo ondulado.
Holam dio unos pasos y se acuclilló, examinando una púa de diamante azul que sobresalía del suelo.
—No creo que un lugar abandonado nos ofrezca condiciones muy amigables.
Y, analizando la situación actual del equipo, donde tenían raciones de comida y agua limitadas, urgía hallar una forma de salir cuanto antes.
Ainelen suspiró. Danika torció la cabeza hacia ella, relajando su expresión.
—Pero todavía hay opciones. Hay que revisar qué tal están los ascensores. Incluso podríamos dar con una salida de emergencia, como en la mina noroccidental.
—Más vale que sí —concluyó Amatori.
El día apenas comenzaba, así que había mucho por descubrir todavía. Cuando terminó el descanso, el equipo retomó la exploración del primer nivel, siguiendo la línea de los vagones hasta donde terminaban. En ese punto darían con los ascensores, los cuales eran cápsulas en las que se ponía el material extraído de los yacimientos, para luego subirlos a la superficie.
No fue tan fácil como sonó, pues, en determinados puntos, los jóvenes divisaron más goblins que circulaban en el nivel inferior. Eso los obligó a ir lento, no querían armar un ajetreo que revelara su posición en la mina. Además, debido a que Amatori remarcó que los goblins acostumbraban a vivir en cuevas, no sería raro que hubieran caído justo en un nido. De ser así, el problema podía ser incluso más grave de lo supuesto, ya que no había solo una clase de goblins. Los que Ainelen conocía al parecer eran los más débiles de todos.
Tras el sigiloso avance, Ainelen y los demás llegaron hasta una sala espaciosa donde los rieles se bifurcaban en tres vías, teniendo sus respectivos carritos estacionados frente a una abertura similar a una puerta en la roca. El camino finalizaba ahí.
Danika avanzó hasta la orilla y asomó la cabeza hacia el ascensor. Había una malla metálica bloqueando el agujero un poco más adentro. La luz natural caía tenue sobre ella.
—¿Y cómo está? —preguntó Amatori, observando curioso a la rizada con la cabeza un poco ladeada.
—Espera un momento. Esto de aquí —Danika gruñó al empujar la reja con la palma de su mano—, no se mueve.
Ainelen y Holam estaban de pie un poco más atrás. La joven escuchó ruidos monstruosos que provenían desde algún lugar lejano. Dio un pasito adelante, alejándose del acceso del túnel en gesto involuntario.
—Es inútil. Lo bueno es que por la luz puedo asegurar que el ascensor no obstruye la salida —Danika regresó junto al grupo al tiempo que limpiaba sus manos.
—¿Subiremos por las cuerdas? —preguntó Amatori—. Si es así puedo romper la reja usando mi diamantina.
—Hay un problema con eso. Varios, mejor dicho.
—¿Cuáles?
Ante la pregunta del muchacho bajito, la chica de armadura les hizo un gesto a todos para que se asomaran al agujero.
Danika entrecerró los ojos. Tenía una expresión complicada en su rostro.
—Si en una mina abandonada mueves demasiado la estructura puedes arriesgarte a un derrumbe. La malla metálica actúa como soporte, así que, si la debilitas, imagina lo que podría suceder. Además, no sé si se hayan dado cuenta: si logramos pasarla, ¿Cuántos de nosotros podríamos alcanzar la cuerda?
Ainelen levantó la vista hacia esa dirección, entonces lo notó: el agujero, al ser tan grande, para llegar a su centro y tomar la cuerda la ponía bastante difícil. De hecho, la joven sentía dolor en el costado izquierdo superior. Con la reducida movilidad que tenía, no sería jamás capaz de llegar.
—Ya veo —murmuró Holam, con voz reflexiva—. Ahora que lo dices, pienso que el sistema debe funcionar con poleas giradas por un motor.
—Suele ser así —estuvo de acuerdo Danika—. ¿Pero cómo te lo digo?, esto se ve antiguo, así que puede que sea algo diferente. No sé, ¿un trabajo manual?
—Eso me hace pensar que si nos arriesgamos a subir, la cuerda podría deslizarse hacia abajo por nuestro propio peso.
Danika asintió a Holam.
—Mierda —maldijo Amatori—. ¿Entonces?, ¿alguna solución, mujer minera?
La rizada puso los ojos en blanco y suspiró, como derrotada. Por su cara denotaba que decía algo como: "no gastaré mi energía en una basura como tú ahora mismo".
—Habrá que buscar una salida de emergencia. Sino no queda otra que bajar a los niveles inferiores para verificar el estado del ascensor.
—¿De qué servirá eso si la cuerda podría deslizarse por el peso? Mejor debería intentar cavar un agujero en la zona donde caímos.
—Idiota, ¿no viste las grietas del techo? Si te atreves a usar esa cosa y la cueva se derrumba, te aseguro que vendré desde la muerte a atormentarte por lo imbécil. Aunque ahora que lo pienso, no creo que tú sobrevivieras tampoco.
Holam se mantuvo verificando el agujero del ascensor, entonces dijo algo.
—Si la cápsula estuviera en el último nivel, ¿eso aseguraría que la cuerda no se deslizaría?
—Bueno, creo que sí. El engranaje está diseñado para que el tope de bajada sea hasta el último nivel.
—Cinco pisos. —Cuando los demás pusieron caras de confusión por las palabras de Holam, este les indicó unos glifos tallados en una pared cercana.
Ainelen no los había visto. Danika fue a verlos.
—Tienes razón. Parece que esta mina tiene cinco niveles.
El equipo decidió regresar para buscar los accesos a los pisos de abajo. En el camino, Danika los llevó hacia donde los rieles tenían su origen: los yacimientos de diamante azul. En vez de seguir recto, los chicos doblaron hacia la izquierda, caminando a través de una abertura triangular de unos cinco o seis metros de altura.
La roca y las plantas que crecían en ese sector pasaban de estar sumidas en la oscuridad, a ser bañadas por generosa luz azul. Ainelen abrió la boca de la sorpresa cuando el grupo se detuvo al borde de un enorme pilar de diamante azul que iluminaba la habitación.
«Supremo Uolaris, es increíble que exista algo tan hermoso», pensó, mientras sus pupilas recorrían de abajo hacia arriba el yacimiento, hipnotizada por completo. Y sus compañeros tampoco eran la excepción.
Dedicaron un rato a escudriñar el área, que se veía despejada y sin nada particular, ignorando el diamante azul, por supuesto. Luego avanzaron a través del camino circular, rodeando la maravilla.
—Danika, ¿por qué se extrae aquí abajo y no el de arriba? —preguntó Ainelen.
—Según decía el capataz, el diamante azul se endurece ante la exposición al sol.
—Oh.
Amatori frunció el ceño, caminó directo hacia la cosa y estiró una mano. Con sus nudillos, golpeó repetidas veces el pilar, como comprobando si lo que decía la morena era cierto.
—No se nota si lo haces de esa manera —advirtió Danika, con las manos en las caderas—. Una vez intenté picar el diamante fuera de la mina y la punta de la herramienta voló apenas hizo contacto.
Ainelen estaba sorprendida de eso. Entonces, si permanecieran en la mina durante unos días, ¿qué le ocurriría a su bastón?, ¿se volvería como una masa de pan?
A medida que rodearon el pilar, un acceso apareció en el lado contrario del que habían usado para ingresar. Una vez el grupo avanzó, dieron con un agujero mediano en el suelo. Sobre él, desde el techo colgaba una cuerda resistente que bajaba hasta donde la vista no llegaba.
—Parece que es aquí.
—Danika, se ve poco práctico.
—No es mi problema que tengas poca agilidad para deslizarte en una cuerda, Tontotori.
Amatori estaba serio.
—No lo digo por mí, señorita.
Por alguna razón, todos se volvieron hacia Ainelen. No, no se trataba de algo infundado, hasta ella misma sospechaba que su poca habilidad física era demasiado notoria. Sin embargo, debía mostrarse fuerte, no como un estorbo para sus amigos.
—No se preocupen —dijo ella, soltando una risa que fue de todo menos natural—. Puedo aprender rápido.
—No es que tengamos más opciones, así como vamos —concluyó Amatori.
Tomaron la decisión de que antes de descender, regresarían al punto de inicio a descansar y comer lo que les quedaba de raciones. Cuando Ainelen pensaba en los gusanos y hierbas desabridas, se preguntaba si realmente debía estar emocionada por ello. Su estómago parecía que la mataría, así que no tenía chances de quejarse.