A medida que avanzaba el trabajo de parto, el dolor de Adrienne se intensificaba. Se aferraba a la mano de Lennox, buscando consuelo en su presencia, mientras que gotas de sudor se formaban en su frente. Las enfermeras se movían alrededor de la habitación con una urgencia gentil, animando a Adrienne a través de cada contracción. Él le susurraba palabras de amor y aliento al oído de Adrienne, su voz un ancla firme en medio de las olas de dolor.
Las horas pasaban, cada una se sentía simultáneamente efímera y eterna. Lennox fue pedido que abandonara la sala de partos. Se encontró con su madre y la encontró acompañada de su suegra, Gavin y Myrtle.
—¿Cómo está Addie, Nox? —preguntó Rosemary juntando sus manos, luciendo preocupada por su hija.
El corazón de Lennox palpitaba al ver a su familia reunida en la sala de espera, sus rostros ansiosos reflejando su preocupación. Tomó una respiración profunda, intentando calmarse antes de dar las noticias.
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