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Episodio 4: Amigos.

Dariel, con una sonrisa cálida, miraba a sus dos hijos pequeños, de apenas uno y dos años, mientras jugaban tranquilamente en sus asientos. La terraza donde desayunaban ofrecía una vista impresionante de las aguas cristalinas de las Bahamas, y el suave sonido de las olas acompañaba el ambiente relajado. Los niños, aunque pequeños, parecían disfrutar de todo: sus risas eran suaves, y sus ojos brillaban con curiosidad mientras exploraban cada cosa nueva a su alrededor.

Rigor, sentado a su lado, observaba la escena con una expresión de tranquilidad, poco habitual en él. Era raro encontrar momentos así, sin prisas, sin problemas, solo paz. Dariel daba cucharadas de papilla a uno de los bebés, mientras el otro jugaba con una pequeña concha que habían encontrado en la playa.

—¿No es perfecto? —comentó Dariel, mientras le limpiaba la boca a su hijo menor—. Ellos, el mar, todo tan tranquilo.

Rigor asintió, aún medio sorprendido por la quietud del momento. Acostumbrado al caos y la acción, encontrar este tipo de calma lo desconcertaba, pero también lo reconfortaba.

—No creí que algo tan simple pudiera ser tan... importante —dijo Rigor, mirando a los pequeños que reían ante el simple placer de jugar con sus manos en la mesa—. Verlos así, tan felices, hace que todo valga la pena.

Uno de los niños soltó una risita, señalando a las gaviotas que volaban cerca. El otro, más interesado en el desayuno, intentaba alcanzar la cuchara que Dariel le daba.

—Sabes, he estado pensando —dijo Dariel, mirando a Rigor—. Quizás deberíamos hacer más viajes como este. Les hace bien a ellos, pero también a nosotros.

Rigor tomó una respiración profunda, disfrutando del aire salado del mar, y asintió.

—Tienes razón. A veces olvidamos lo que significa simplemente vivir. Este viaje nos está recordando que hay más allá de las batallas.

Los dos niños, aunque muy pequeños para comprender del todo lo que sucedía, parecían sentir la armonía que los rodeaba. Risas suaves, ojos curiosos, y un mundo que, en ese momento, les parecía tan grande como las olas que rompían en la orilla.

Cuando el desayuno terminó, Rigor y Dariel recogieron a sus pequeños, cada uno cargando a uno en brazos, y caminaron hacia la playa. El día prometía ser perfecto, y mientras sentían la arena bajo sus pies y escuchaban las olas, ambos sabían que estos momentos serían los que atesorarían para siempre.

—Quizás deberíamos quedarnos aquí un poco más —comentó Dariel, mientras acariciaba la cabeza de su hijo mayor que ya comenzaba a adormecerse en su pecho.

—No me importaría en lo absoluto —respondió Rigor, con una sonrisa ligera—. Podría acostumbrarme a esta paz.

Dariel, tras un día lleno de risas y juegos, llevó a sus dos pequeños a la cabaña que compartían en las Bahamas. El sol se había puesto, y la brisa marina se filtraba suavemente por la ventana. Los niños, ya cansados, apenas podían mantener los ojos abiertos.

Con cuidado y ternura, Dariel los acostó en cunas separadas, ubicadas una al lado de la otra, asegurándose de que cada uno estuviera cómodo y arropado. Les acarició suavemente la cabeza, sintiendo la suave respiración de sus hijos mientras comenzaban a quedarse dormidos.

—Dulces sueños, mis pequeños —murmuró, inclinándose para darles un beso en la frente a cada uno.

Rigor, que observaba desde la puerta, sonrió. Había algo profundamente satisfactorio en ver a su familia así, en paz, lejos de las preocupaciones del mundo. Dariel, con esa dedicación que siempre mostraba hacia los niños, parecía irradiar calma en cada movimiento.

—Son tan tranquilos cuando duermen —comentó Dariel en voz baja, girándose hacia Rigor—. Es casi difícil de creer lo llenos de energía que estaban hace unas horas.

Rigor asintió, caminando hacia ella y pasando un brazo por sus hombros.

—Hiciste un buen trabajo con ellos hoy —dijo, con voz suave—. Están felices, y eso es lo único que importa.

Dariel apoyó la cabeza en el hombro de Rigor mientras observaban a los pequeños dormir. Por un momento, el tiempo parecía detenerse, y todo lo que importaba estaba allí, en esa habitación, bajo la luz tenue y la protección de sus padres.

—Mañana será otro día —susurró Dariel—. Pero por ahora, podemos disfrutar de esta paz.

Rigor asintió, sabiendo que en esos pequeños momentos de tranquilidad se encontraba el verdadero valor de todo lo que habían luchado.

Dariel, con esa sonrisa traviesa que la caracterizaba, susurró:

—Un PvP, uno contra uno en la cama, a ver si sale otro niño o niña.

Rigor se tensó por un segundo, su expresión pasando rápidamente de incredulidad a una ligera molestia. Sin pensarlo mucho, le dio un golpe leve pero firme en la cabeza, no con fuerza para hacerle daño, pero sí lo suficiente para dejar clara su desaprobación.

—¡No digas esas cosas, Dariel! —gruñó, frunciendo el ceño, aunque su voz, como siempre, mantenía ese tono cariñoso que reservaba para ella.

Dariel soltó una risa baja, claramente disfrutando de la reacción que había provocado.

—Oh, vamos, Rigor, sabes que te gusta cuando te reto —respondió, guiñándole un ojo, sin dejar de sonreír.

Rigor se llevó una mano a la cara, tratando de mantener la compostura, pero no pudo evitar que una sonrisa se escapara en sus labios. Era imposible enojarse realmente con Dariel. Su forma de ser, aunque a veces impulsiva, siempre lograba derretir cualquier seriedad que él intentara mantener.

—Algún día me vas a volver loco, ¿lo sabes? —dijo, mirándola con una mezcla de resignación y afecto.

—Es parte del encanto —respondió ella con un guiño juguetón.

Rigor, aún tratando de mantenerse serio, negó con la cabeza y la tomó de la mano.

—Vamos a dormir antes de que realmente te tome la palabra con ese "PvP" —dijo, tirando de ella suavemente hacia la cama.

Justo cuando Rigor y Dariel se preparaban para irse a dormir, el sonido del timbre resonó inesperadamente por toda la casa. Ambos se miraron con curiosidad. No esperaban visitas a esa hora, y la noche había sido bastante tranquila hasta entonces.

—¿Quién podría ser a esta hora? —preguntó Rigor mientras se levantaba de la cama, visiblemente intrigado.

Dariel, aún sonriendo por su conversación previa, se encogió de hombros y lo siguió mientras ambos caminaban hacia la puerta.

Cuando Rigor la abrió, encontró dos rostros familiares que lo miraban con sonrisas tímidas. Eran dos amigos de la secundaria: un chico y una chica. El chico, con cabello desordenado y una actitud relajada, era uno de sus amigos más cercanos de aquellos días, siempre dispuesto a acompañarlo en cualquier aventura. La chica, que también había sido una gran amiga de Dariel, sonreía con nerviosismo mientras sostenía una bolsa de regalos en las manos.

—¡Vaya sorpresa! —exclamó Dariel, sorprendida pero visiblemente feliz al verlos.

—No queríamos molestar, pero... estábamos de paso por la ciudad y no podíamos irnos sin verlos —dijo el chico, rascándose la nuca. —Esperamos que no sea muy tarde.

Rigor, con una expresión de sorpresa aún en su rostro, no tardó en romper el hielo con una sonrisa.

—¡No se preocupen! Pasen, pasen. Siempre es bueno ver a viejos amigos —dijo, haciéndose a un lado para dejarlos entrar.

—¿Cómo han estado? —preguntó Dariel mientras los conducía hacia la sala.

—Bien, bien. Ha pasado tanto tiempo desde la secundaria que teníamos que ponernos al día —respondió la chica, mirando a Dariel con cariño.

El ambiente se relajó rápidamente. Las risas y las historias del pasado comenzaron a llenar la sala. A pesar de la hora, nadie parecía estar cansado de revivir los recuerdos de esos años despreocupados.

Fin.