webnovel

Inicio de la tormenta

"Pulcra y dadivosa, manos bendecidas.Azotadas con vaivén, pasos de valsGolpean fuertemente esos escombros, carne y huesoNo hay temor, no hay dolorAñora y atesora, la pesadez de su vidaMarrón y negro es lo que visualizaLo que entra, lo que sale, lo que enmudece¡Vocifera!, se queja, se ríe, también llora.La pesadez de su humanidad se reflejaNo la entiende, no la abraza, sólo la mantiene".Hiram de KeronteLos tintineos del acero, así como las chispas fugaces que sobresalen con la mirada, encapsulan esos breves momentos. Mientras que el sol abraza a esas dos insignificantes sombras sobre aquel manto de desolación. Uno, más ansioso que el otro, golpeaban y atacaban sin cesar. Las brasas se mantienen encendidas y los bramidos se escuchan fuertemente, como si se tratara de dos bovinos en sus últimos momentos de vida. Cansados del infortunio de los golpes, uno de ellos perdía las fuerzas lentamente.—¡Mírate! No puedes seguir. Con esa fuerza, no llegarás a ningún lado— Comentó el encapuchado con una ligera sonrisa.—Deja de balbucear y repetir lo mismo, eso no funciona conmigo— sostuvo el joven que se encontraba gimoteando —Espero que tu suerte te halla bendecido con la dicha de despedirte de tu familia, porque esta será la última vez que verás el sol y pisarás esta tierra.—Piensas mucho para ser una persona muerta, Hiram de Keronte —gritó el encapuchado, mientras atacaba a corta distancia, intentando asestar algún golpe mortal.Los intentos no cesaban, en ese yermo acalorado. Mientras Hiram sucumbía lentamente al cansancio, el encapuchado no mostraba ninguna expresión en su enigmático rostro. A pesar de tener los ojos vendados, podía visualizar todo a su alrededor. Balanceaba la hoja de la espada con finura; sus ataques eran rápidos, sus decisiones eran perfectas, ¿cómo podría manejarlo?, parecía un leopardo arrinconando a una gacela, invitándola a morir.Hiram, de cuerpo fibroso, con el cabello largo, azabache, de cabellera frondosa en la cual resaltaban algunas hebras de color marrón. Su piel bronceada combinaba muy bien con las tierras que alguna vez fueron Keronte. Sus ojos de color oscuro combinaban perfectamente con su mandíbula cuadrada y su terquedad no le dejaba desfallecer sobre aquellos terrenos.—Tu método es muy apacible. En cambio, tú eres todo lo contrario —expuso Hiram, mientras de un salto retrocedía a los incesantes ataques que propina el encapuchado.—Eres muy atento para tener menos de la mitad de mis años. Eres una amenaza para todos los pueblos. Debes morir aquí, no deberías existir —comentó el talentoso invidente, esquivando los arranques de la espada de su contrincante; algunos toqueteaban su cuerpo y le injerían heridas superficiales.—Hiram, ya falta poco para que descanses al lado de Kunza. Sigue esquivando y saltando como una cría de liebre montañosa. Pero esos estoques que te he proporcionado lentamente sucumbirán con tu vida.—Le das mucha importancia a lo que ves. La raza humana es muy impredecible y la fortuna cambia a cada instante. En cambio, la soberbia hará que camines por el borde de la muerte, manteniendo en hilo tus sentidos moribundos, aumentando tu sufrimiento— respondió Hiram con altanería, a pesar de su corta edad.—Tú, Ademor de Kelvac, crees que estoy acabado, derrotado, encapsulado en el terror. Pero como un descendiente del reino de Keronte, no puedo rendirme, ni callar, tampoco dejar de odiar. Tu reino está ensimismado en el poder, fruto de la decadencia del mío. Pagarán la burla cometida a mí. ¡Mi familia!, a mí. ¡Mi pueblo!La intensidad del combate aumentó formidablemente; los ataques se volvieron más certeros. Hiram sufría cortes en todo su cuerpo, mientras lo devolvía con la misma fiereza. Ademor sentía el trajín de la pelea; los cortes propiciados por Hiram se sentían cada vez más profundos, provocando que sus posiciones se revelaran fácilmente. La tierra se volvía rojiza y las armas se volvían más pesadas; las patadas y los golpes no escaseaban mientras cada uno procuraba encontrar algún punto vulnerable.En una acción temerosa, Hiram tomó la punta de la hoja con sus manos desnudas. La sangre empezaba a salir por tropezones de su mano; la mirada incipiente se hacía más intensa y con eso llevaba el tardío destino a su fin. Con su brazo derecho tomaba impulso, cortando el aire con el vaivén de su hoja. Se podía notar el trajín de aquella arma y sus historias en ella. En el pequeño lapso de tiempo, el instrumento afilado del joven de keronte se asomaba frenéticamente hacia el rostro de Ademor.El arraigado noble ciego percibía perfectamente la ira y el odio acercándose hacia él, mientras una mano la mantenía con la espada la cual se encontraba recluida, raptada, encarnada en las manos de Hiram. En un abrir y cerrar de ojos con la mano desprendida, hábilmente sacaba una pequeña espada de su cinto y en un siseo impregnó la punta con la espada de Hiram. Los pedazos de aquel choque revolotearon la escena y cayeron como la purria noble de los reinos.La espada que tantos años cargó desapareció en un segundo; un segundo de vida para él. Ademor, al verlo distraído, intentó acertarle el dulce sueño mortal y en su desesperación no tomó en cuenta que su pequeña espada pereció en el fulgor de la batalla.—¿Cuánto tiempo más podrás resistirte, Hiram? Te desangras por todas partes. Una de tus manos está inmovilizada; eres una excusa perdida en el desierto —exclamó Ademor con un tono burlesco y una sonrisa exasperante.—Mi fuerza no se ha ido, mi consciencia sigue intacta. No me compares con un simple bufón —replicó Hiram, cansado y con la pesadez de la muerte en sus espaldas.Con la mano que sostenía sus esperanzas, lo lanzó hacia un lado del terreno. Ademor perdió el equilibrio; su mirada se tornó nerviosa, mientras veía a un bárbaro sobre sus ojos. La ferocidad de Hiram se mantenía intacta y eso le producía miedo. En una medida desesperada, intentó balancear la espada con la poca fuerza que podía proyectar, su última carta fue lanzada llevando su fe en ella.La mano solitaria de Hiram, esa que mantenía el mango de su espada rota, deslumbraba sus ambiciones mientras observaba con atención la forma de la garganta del ofuscado forastero, expuesta y palpitante, reclamaba arrancárselo desde el fondo de su corazón.En cuestión de segundos Hiram aceptó el acero sobre su cuerpo que ingresaba pausadamente mientras sostenía a Ademor por su cabellera rubia. Arrancándole las vendas, dejando en descubierto esos ojos tristes que carecían de brillo, los cuales transmitían asaz de piedad. Lo observo con curiosidad, quizás esta vez ¿será misericordioso? Pero no, el robusto joven y sus ojos iracundos reclamaban sangre y sin vacilar cortó el cuello de este, la sangre chorreaba a montones, ensimismando la figura de Hiram, impregnándose a él como una maldición, aceptando lo que es ahora.La espada de Ademor había conseguido herir a Hiram por debajo de sus costillas, pero el calor de la batalla mantenía sereno al joven enfurecido. Al ver sobre su fornido cuerpo el metal extraño, lo tomó por el mango y lo extrajo mientras la carne se desgarraba poco a poco. Unos instantes después la hoja apareció en el yermo, acarreando el hundimiento de su figura sobre la tierra. Con un poco de cordura que le quedaba, miró el cuerpo decapitado de Ademor; la sangre se esparcía lentamente sobre el suelo buscando algún refugio. Entre tanto, llegaban los invitados con alas rimbombantes y graznidos exasperantes, cada uno de ellos se posaba sobre los cactus que observaban la semejante escena, esperando que la muerte se lleve su consciencia y sólo quede la carne.¿Será este el fin? Tantas batallas libradas, tanto sufrimiento soportado, tantas pérdidas acumuladasNo puedo fallar, no me quiero rendir, pero mi zopenco cuerpo no me obedeceKon, aplaca tu decisión y dame una oportunidad; no he vivido lo suficiente como para dejar este mundo.No he vivido lo suficiente para vengar a mi tierra.¡Kon! Escucha mi voz, libérame de estas cadenas que me aprisionan.Soy tu descendiente, tu corporeidad, tu esencia, tus palabras que resuenan en el viento.Tras proclamar estas palabras, el joven fornido de Keronte, herido de muerte, contempló cómo una manta oscura conquistaba sus párpados, desvaneciéndose progresivamente en la sombra de lo inefable, mientras los gritos incesantes de los huéspedes resonaban cada vez más cerca. Todo se desvaneció de repente, sin conocer su destino final.

¡Espero sea de su agrado!

Una pena que no se pueda subir imágenes.

Veamos la crueldad de este mundo y su historia.

JGeorgeAlvarezcreators' thoughts