Heidi apretó con rabia sus manos alrededor de las barras de hierro:—¡Vuelve aquí, bastardo! ¡Me aseguraré de que te pudras en el infierno antes de que siquiera intentes venderme o tocarme! ¡El Señor te matará por esto!
El Sr. Wilford se rió y dijo:—Nosotros no tenemos un Señor, Srta. Curtis —sacó un cigarro y lo encendió riendo, antes de dejar aquel piso.
—Me refería...al Señor Nicholas —dijo apretando los dientes, consciente del hecho de que sin importar cuánto gritara, nada cambiaría, a excepción de ella, quien perdería su energía. Todavía podía sentir el ardor en su brazo, donde el cuero había tocado su piel.
Se golpeaba ligeramente la frente contra las barras de la celda. Había pasado casi una semana en ese lugar, y su mente había empezado a desvariar. Ella no sabía cuánto tiempo aguantaría, y con el Sr. Wilford que le había ordenado al guardia jefe que revisara los «bienes», no estaba segura de qué hacer.
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