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Quinta parte 05 - LOS PRÍNCIPES COMERCIANTES (14)

La cámara del Consejo estaba llena en un sentido muy literal el cuarto día del juicio de Hober Mallow, maestro comerciante. El único consejero ausente maldecía débilmente su cráneo fracturado que le había impedido asistir. Las galerías estaban llenas hasta los pasillos y techos por los pocos representantes de la multitud que, por influencia, riqueza o extraña perseverancia diabólica, habían logrado entrar. El resto llenaba la plaza exterior, en nudos hormigueantes alrededor de los visores tridimensionales instalados al aire libre.

Ankor Jael se abrió camino hasta la cámara, con la ineficaz ayuda y empujones del departamento de policía, y después por la confusión algo menor que

había dentro hasta el asiento de Mallow.

Mallow se volvió con alivio.

Por Seldon, ha llegado usted por los pelos. ¿Lo tiene?

Tenga, aquí está dijo Jael. Es todo lo que usted pidió.

Bien. ¿Cómo se lo toman ahí fuera?

Están muy agitados comentó Jael con inquietud. No debería haber permitido un juicio público. Hubiera podido detenerlos.

No quería hacerlo.

Se habla de linchamiento. Y los hombres de Publis Manlio que están en los planetas exteriores

Quería preguntarle algo acerca de

ellos, Jael. Está agitando a la jerarquía contra mí, ¿verdad?

¿Verdad? Es la cosa más dulce que ha visto en su vida. Como secretario del Exterior, se encarga de la acusación en un caso de ley interestelar. Como supremo sacerdote y primado de la Iglesia, arenga a las hordas fanáticas.

Bueno, olvídelo. ¿Recuerda la cita de Hardin que me recordó el mes pasado? Le demostraremos que una pistola atómica puede apuntar en ambas direcciones.

El alcalde estaba tomando asiento y los miembros del Consejo se levantaron en señal de respeto.

Mallow susurró:

Hoy me toca a mí. Siéntese aquí y diviértase.

Comenzó la sesión del día, y, quince minutos más tarde, Horber Mallow se dirigió en medio de un hostil murmullo hacia el espacio vacío que había frente al banco del alcalde. Un solitario rayo de luz se centró sobre él y en los visores públicos de la ciudad, así como en las miríadas de visores particulares de casi todas las casas de los planetas de la Fundación, la solitaria y gigantesca figura de un hombre apareció retadoramente.

Empezó con facilidad y calma:

Para ahorrar tiempo, admitiré la veracidad de todos los puntos esgrimidos contra mí por la acusación. La historia

del sacerdote y la multitud relatada por el fiscal es exacta en todos los detalles.

Se oyó un murmullo en la sala y un triunfal griterío en la galería. Él esperó pacientemente que se restableciera el silencio.

Sin embargo, el cuadro que ha presentado no está completo. Solicito el privilegio de completarlo a mi manera. Al principio, mi historia puede parecer insignificante. Pido que se muestren indulgentes.

Mallow no utilizaba las anotaciones que tenía enfrente.

Comienzo en el mismo momento en que lo hizo la acusación; el día de mis entrevistas con Jorane Sutt y Jaim Twer.

Ya saben de lo que se trató en estas entrevistas. Las conversaciones han sido descritas, y no tengo nada que añadir a la descripción excepto mis propios pensamientos de aquel día.

»Fueron pensamientos suspicaces, pues los acontecimientos de aquel día habían sido extraños. Imagínenselo. Dos personas, a ninguna de las cuales conocía más que superficialmente, me hacen proposiciones antinaturales y en cierto modo increíbles. Una, el secretario del alcalde, me pide que desempeñe el papel de un agente de inteligencia para el gobierno en una misión altamente confidencial, cuya naturaleza e importancia ya les ha sido explicada. La

otra, dirigente de un partido político, me pide que acepte un asiento en el Consejo.

»Naturalmente, me pregunté el motivo ulterior. El de Sutt parecía evidente. Quizá pensaba que yo vendía energía atómica a los enemigos y planeaba una rebelión. Y quizá estaba forzando la cuestión, o yo lo creí así. En ese caso, necesitaba a uno de sus hombres para que me acompañara en mi misión, en calidad de espía. Sin embargo, esta última idea no se me ocurrió hasta más tarde, cuando Jaim Twer entró en escena.

»Imaginen de nuevo: Twer se presenta a sí mismo como un comerciante retirado de la política, aunque yo no sé

ningún detalle de su carrera comercial, y mi conocimiento en este campo es inmenso. Y además, a pesar de que Twer se jactaba de haber recibido una educación laica, nunca había oído hablar de una crisis Seldon.

Hober Mallow esperó a que todos comprendieran la importancia de lo que acababa de decir y fue recompensado con el primer silencio con que tropezaba, cuando la galería contuvo el aliento. Aquello sólo estaba dirigido a los habitantes de Términus. Los hombres de los Planetas Exteriores sólo podían oír versiones censuradas que se ajustaran a los requerimientos de la religión. No oirían nada de las crisis Seldon. Pero

había otros puntos que no se les escaparían.

Mallow continuó:

¿Quién de los presentes puede declarar honradamente que cualquier hombre que haya recibido una educación laica puede ignorar lo que es una crisis Seldon? Sólo hay un tipo de educación en la Fundación que excluye toda mención de la historia planeada de Seldon y sólo trata del hombre como un brujo semimítico.

»En aquel momento comprendí que Jaim Twer nunca había sido comerciante. Entonces comprendí que pertenecía a las órdenes sagradas y que quizá era un sacerdote de alta jerarquía; e,

indudablemente, que aquellos tres años que decía haber estado a la cabeza de un partido político de los comerciantes, había sido un hombre comprado por Jorane Sutt.

»En aquel momento, me debatí en la oscuridad. No conocía los propósitos de Sutt a mi respecto, pero puesto que parecía darme cuerda deliberadamente, le proporcioné diversas visiones de mi propia cosecha. Mi idea era que Twer debía acompañarme al viaje como un guarda extraoficial a sueldo de Jorane Sutt. Bueno, si no lo conseguía, sabía muy bien que me esperarían otras trampas que quizá no pudiera descubrir a tiempo. Un enemigo conocido es

relativamente inocuo. Invité a Twer a ir conmigo. Él aceptó.

»Esto, caballeros del Consejo, explica dos cosas. Primera, que Twer no es un amigo mío que testifica en mi contra de mala gana y por cuestión de conciencia, tal como el fiscal querría hacerles creer. Es un espía que realiza su trabajo pagado. Segunda, explica cierta acción mía con ocasión de la primera aparición del sacerdote al que se me acusa de haber asesinado una acción todavía sin mencionar, porque no se conoce.

Se produjo un murmullo de agitación en el Consejo. Mallow se aclaró teatralmente la garganta, y continuó:

Me disgusta describir lo que sentí

cuando me dijeron que teníamos un misionero refugiado a bordo. Incluso me disgusta recordarlo. Esencialmente, me invadió una enorme incertidumbre. El suceso me pareció en aquel momento una jugada de Sutt, y sobrepasó mi comprensión y cálculos. Estaba completamente a oscuras.

»Podía hacer una cosa. Me deshice de Twer durante cinco minutos enviándole en busca de mis oficiales. En su ausencia, monté un receptor de grabación visual, para que todo lo que sucediera se conservase para un estudio futuro. Esto se debía a la esperanza, la oscura pero seria esperanza, de que lo que me confundió entonces se tornara claro al revisarlo.

»Desde entonces, debo de haber visto esta grabación visual unas cincuenta veces. La tengo aquí, y repetirá su función por quincuagésima vez delante de ustedes.

El alcalde reclamó monótonamente orden cuando la sala perdió su equilibrio y la galería rugió. En cinco millones de hogares de Términus, excitados observadores se acercaron aún más a sus aparatos de televisión y en el propio banco de la acusación Jorane Sutt meneó la cabeza fríamente hacia el nervioso supremo sacerdote, mientras sus ojos contemplaban fijamente el rostro de Mallow.

El centro de la sala fue despejado, y

las luces disminuyeron de intensidad. Ankor Jael, desde su banco de la izquierda, hizo los ajustes necesarios, y con un chasquido preliminar, una escena surgió ante la vista; en color, en tres dimensiones, con todos los atributos de la vida, excepto la vida misma.

El misionero, confuso y derrotado, estaba en pie entre el teniente y el sargento. Mallow esperaba silenciosamente, y los hombres entraron, con Twer en la retaguardia.

La conversación se repitió, palabra por palabra. El sargento fue disciplinado y el misionero interrogado. La multitud apareció, sus alaridos pudieron oírse, y el reverendo Jord Parma hizo su

desesperada apelación. Mallow sacó su pistola, y el misionero, mientras le sacaban a rastras, levantó los brazos en un enloquecido juramento final y apareció una diminuta luz que se desvaneció enseguida.

La escena terminaba con los oficiales horrorizados por la situación, mientras Twer se tapaba las orejas con las manos, y Mallow guardaba tranquilamente la pistola.

Las luces volvieron a encenderse; el espacio vacío del centro de la habitación ya no estaba aparentemente lleno. Mallow, el verdadero Mallow del presente, prosiguió la narración:

El incidente, como han visto, es

exactamente como la acusación lo ha presentado en la superficie. Se lo explicaré en dos palabras. Las emociones de Jaim Twer a lo largo de toda la escena revelan claramente una educación religiosa.

»Aquel mismo día hice observar a Twer algunas incongruencias en el episodio. Le pregunté de dónde venía el misionero, estando como estábamos en medio de una zona casi desolada. También le pregunté de dónde venía la gente, cuando la ciudad más próxima estaba a ciento cincuenta kilómetros. La acusación no ha dado importancia a estas cuestiones.

»Ni a otros puntos; por ejemplo, el

curioso punto de la evidente peculiaridad de Jord Parma. Un misionero en Korell, arriesgando la vida en desafío tanto de las leyes korellianas como de las leyes de la Fundación, se pasea con un hábito sacerdotal muy nuevo y totalmente inconfundible. Hay algo extraño en eso. Entonces, supuse que el misionero era el cómplice inconsciente del comodoro, que le utilizaba para tratar de lanzarnos a un acto de agresión claramente ilegal, que justificara, por la ley, su consiguiente destrucción de nuestra nave y de nosotros.

»La acusación ha previsto esta justificación de mis acciones. Han esperado que explicara que la seguridad

de mi nave, mi tripulación, mi misma misión, estaban en entredicho, y que no podían ser sacrificadas por un hombre, y más cuando ese hombre hubiera sido destruido de todos modos, con nosotros o sin nosotros. Replican murmurando sobre el “honor” de la Fundación y la necesidad de defender nuestra “dignidad” con objeto de mantener nuestra ascendencia.

»Sin embargo, por alguna extraña razón, la acusación ha pasado por alto al mismo Jord Parma como persona. No ha aportado ningún detalle acerca de él; ni su lugar de nacimiento, ni su educación, ni ningún detalle de su historia precedente. La explicación de esto también aclarará las incongruencias

que he señalado en la grabación visual que acaban de ver. Las dos cosas están relacionadas.

»La acusación no ha facilitado ningún detalle acerca de Jord Parma porque no puede. La escena que han visto en la grabación visual parecía falsa porque Jord Parma era falso. Nunca hubo un Jord Parma. Todo este juicio es la mayor farsa que se ha elaborado nunca sobre un tema que nunca ha existido.

Una vez más tuvo que esperar a que se apagaran los murmullos. Dijo, lentamente:

Voy a mostrarles la ampliación de una de las tomas de la grabación visual. Hablará por sí misma. Apague las luces

otra vez, Jael.

La sala quedó a oscuras, y el aire vacío se llenó de nuevo con figuras heladas en una ilusión cerúlea y espectral. Los oficiales de la Estrella Lejana volvieron a sus actitudes rígidas e impasibles. Apareció una pistola en la rígida mano de Mallow. A su izquierda, el reverendo Jord Parma, captado en mitad de un grito, elevaba sus brazos hacia el cielo, mientras las mangas se deslizaban por el antebrazo.

Y en la mano del misionero había aquel pequeño destello que en el pase anterior había relampagueado y desaparecido. Ahora era un brillo permanente.

No aparten la mirada de esa luz que lleva en la mano exclamó Mallow desde las sombras. ¡Amplíe esta imagen, Jael!

El cuadro creció rápidamente. Porciones exteriores desaparecieron a medida que el misionero ocupaba el centro y se convertía en gigante. Sólo había una cabeza y un brazo, y después sólo una mano, que llenó toda la pantalla y permaneció allí en una inmovilidad inmensa y nebulosa.

La luz se había convertido en un conjunto de letras minuciosas y brillantes: PSK.

Eso atronó la voz de Mallow

es un tatuaje, caballeros. Bajo la luz

ordinaria es invisible, pero a la luz ultravioleta con la cual inundé la habitación al tomar esta grabación visual, destaca en altorrelieve. Admito que es un ingenuo método de identificación secreta, pero en Korell, donde no se encuentra luz ultravioleta en todas las esquinas, da resultado. Incluso en nuestra nave, la detección fue accidental.

»Quizá alguno de ustedes ya hayan adivinado lo que significa PSK. Jord Parma conocía muy bien su jerga sacerdotal y realizó su trabajo magníficamente. Dónde la había aprendido, y cómo, no lo sé, pero PSK quiere decir “Policía Secreta Korelliana”.

Mallow gritó sobre el tumulto,

rugiendo contra el alboroto.

Tengo una prueba colateral en forma de documentos procedentes de Korell, que puedo presentar al Consejo, si es necesario.

»¿Dónde está ahora el caso de acusación? Ya han hecho y repetido la monstruosa sugerencia de que yo debería haber luchado a favor del misionero en desafío de la ley, y sacrificado mi misión, mi nave, y yo mismo por el “honor” de la Fundación.

»Pero ¿hacerlo por un impostor?

»¿Tendría que haberlo hecho por un agente secreto korelliano entrenado en los ornamentos y los tópicos que probablemente aprendió con un exiliado

anacreontiano? ¿Iban a hacerme caer Jorane Sutt y Publis Manlio en una trampa estúpida y odiosa?

Su voz enronquecida se desvaneció en un fondo informe de una multitud enloquecida. Le levantaron a hombros y le condujeron al banco del alcalde. Por las ventanas, veía un torrente de hombres que acudían a la plaza para sumarse a los miles que ya estaban allí.

Mallow miró a su alrededor en busca de Ankor Jael, pero era imposible encontrar un solo rostro en la incoherencia de la masa. Lentamente, fue dándose cuenta de un grito rítmico y repetido, que se dilataba a partir de un pequeño comienzo, y ya tenía un latido de locura:

Larga vida a Mallow, larga vida a Mallow, larga vida a Mallow