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Fría como el hielo

Skay ha pasado toda su vida entrenando para ser digno del trono de su padre y digno de ser llamado rey, muy a pesar de que los Dioses no lo hayan elegido. Toda su vida ya está preparada: cuánto más debe entrenar, cuánto más debe estudiar, con quién se tiene que casar y cuál es su misión en la vida. Alice, en cambio, no cree en la magia, ni tampoco en los aliens, los Dioses o los fenómenos paranormales. Tan solo cree que está enferma y que es un peligro para la sociedad. Nadie se atreve siquiera a rozarla, ya que su tacto es tan frío que te congela los huesos. Sin embargo, todo está a punto de cambiar, Alice es en realidad la legítima heredera al trono de un mundo que no conoce y que le resulta hostil. Un mundo donde los fríos y los cálidos son divididos. Un mundo donde la guerra es constante. Alice no tiene ni idea de quién es, ni de lo que es capaz de hacer. ¿Resultará ser el error que todos creen que es o un milagro de la naturaleza? "Deberás descubrir tu pasado para poder salvar tu futuro." "No importa el cuerpo, sólo el alma" Esta es una historia únicamente sacada de mi cabeza, donde encontrarás fantasía, ciencia ficción, mitología y romance. *** Increíble portada realizada por CynthiaDannot

Emma_Aguilera · 奇幻言情
分數不夠
76 Chs

Capítulo 73

Skay

El cuerpo de Alice se encontraba inerte entre mis brazos. Su tórax no subía ni bajaba y su corazón había dejado de latir.

La tristeza y desolación que sentía en aquel instante era algo de otro mundo. Me oprimía el pecho y me dejaba sin aliento y sin lágrimas. El sufrimiento era más de lo que pensaba que pudiera soportar nunca.

Apenas conocía a esa misteriosa chica, pero el dolor de haberla perdido era infinito, como si sintiera que mi destino era estar con ella. Sin embargo, parecía que alguien se había interpuesto en este, y no sabía quién era. Desconocía la oscura sombra a mis espaldas, que reía y reía al ver cómo me inundaba en lágrimas.

No era capaz ni de sentir su peligrosa presencia a escasos centímetros de mí. Los dioses no me habían dotado de esa capacidad como a Alice.

Me sentía inútil, no había podido hacer nada para evitar aquel terrible desenlace. Ahora solo quería morirme, hecho que no dudaba que fuera a ocurrir de un momento a otro. Intuía que utilizarían mi calidez para iluminar el reino de los fríos y que así, mi muerte sería lenta y tortuosa.

Acaricié la carita de Alice y le aparté un mechón de cabello rojo de la cara. A continuación, sin que las lágrimas dejaran de caer a borbotones por mis mejillas, acerqué mi rostro al suyo y le besé suavemente en la frente, en la nariz, en los labios... ya la echaba de menos.

Unas manos invisibles como garras me agarraron por el cuello en ese preciso momento. Abrí los ojos como platos e intenté zafarme de ellas, pero mis dedos solo tocaban aire. ¿Quién o qué me estaba intentando asfixiar? ¿Sería la misma fuerza invisible que me había lanzado contra el otro lado del coliseo hacía un rato?

Ni siquiera iba a ser capaz de despedirme de Alice como merecía.

Mis pulmones se estaban quedando sin aire, mientras intentaba huir de esas garras invisibles que intentaban arrebatarme la vida, cuando de repente un milagro ocurrió.

El pecho de Alice que había permanecido inmóvil durante varios minutos, se movió levemente y, acto seguido, la chica se incorporó ahogando un grito. Sus manos se dirigieron a su corazón, el cual había vuelto a latir, y su mirada se encontró con la mía.

Las garras que me asfixiaban disminuyeron la presión justo en el momento en que Alice volvió a la vida. Incrédulas, al igual que yo. Esa chica nunca dejaría de sorprenderme. Era mi momento de escapar del monstruo invisible, pero mi brazo roto no tenía la fuerza suficiente y mis piernas temblaban.

Estaba en shock. Y feliz.

La muchacha se levantó a una velocidad incomprensible, como si nunca hubiera estado muerta o magullada. Sin duda se trataba todavía de Alice, pero había algo diferente en ella: tal vez fuera su mirada, más madura y fiera, o sus movimientos suaves, ligeros y casi imperceptibles que no levantaban polvo. Fuera lo que fuera, dudaba que fuera la misma niña de quince años.

- Hades. – sentenció, mirando en mi dirección, pero un poco más arriba de donde me encontraba. Mi corazón se detuvo al comprender que el dios del infierno era quien intentaba ahogarme. - Pagarás por tus mentiras.

***

Alice

Volví a la vida, justo en el momento en que lo deseé, ya que una vez entiendes las leyes que rigen el universo, no hay nada que no puedas hacer.

La ira se apoderó de mí cuando al despertar encontré a Hades estrangulando a Skay.

El chico era inocente y Hades estaba interfiriendo, una vez más, en el destino de los mortales. No dudaba en volver a romper el juramento que había hecho junto con sus hermanos y otros dioses, sin embargo, ahora sería él y no yo quien pagara por todo lo que había sucedido hacía poco más de dos mil años.

- No puedes huir: allá donde vayas te perseguiré. Tampoco puedes esconderte: te encontraré. Los dioses sabrán la verdad. – sentencié decidida.

El dios del inframundo clavó sus ojos en mí y sentí cómo su cuerpo se estremecía al escuchar mis palabras. Rápidamente, se apartó de Skay, ya que entendía que aquello estaba a punto de dar un giro de ciento ochenta grados del cual podría salir muy mal parado.

- No puede ser. Tu aura es distinta... como la de un dios. – murmuró entre dientes, completamente sorprendido, a la vez que asustado por lo que significaba ese cambio en los acontecimientos.

Todavía no acababa de creérmelo yo misma, pero escucharlo en boca de Hades me hizo sentir todavía más poderosa de lo que ya me sentía.

Por fin la verdad se sabría, mi nombre quedaría limpio y la guerra entre fríos y cálidos terminaría. Lo único que me preocupaba era que Hades y Ares, aliados, iniciaran el mismísimo apocalipsis y sembraran el caos en el mundo Origin y otros mundos, entre ellos, la Tierra. Aunque tan solo era un pequeño detalle a tener en cuenta, ¿no?

¿Qué consecuencias podría llevar matar a uno de los tres grandes dioses sin primero haber limpiado mi nombre? Podrían ser inmensas. Por eso mismo, no me planteé en ese momento arrancarle de cuajo la cabeza a Hades, por muchas ganas que tuviera.

Y lo mejor, es que no me habría costado nada.

Mis poderes habían sido intensificados en más de un cien por ciento y no solo eso, ahora sabía manejarlos a mi antojo y sin riesgos. Antes, escuchaba los pensamientos de la gente sin que yo pudiera evitarlo, era una pesadilla poder oír lo que decían de mí, me desgarraba y hacía que me doliera hasta la última terminación nerviosa de mi cerebro. Ahora, a diferencia de eso, era capaz de suprimir los pensamientos de cada alma presente o escucharlos por separado si así lo deseaba.

En consecuencia, en ese preciso instante, era capaz de leer a Hades por primera vez en todo este tiempo. Era fácil, ya que ninguna barrera se interponía entre mi mente y la suya, pues él mismo desconocía que yo ahora tenía ese poderoso don en mis manos.

Su mente era diferente a la de las demás personas en el coliseo. La de Skay era brillante, pura e inocente; la del rey Ageon y mis hermanos, estaba prácticamente vacía, pero había un hueco disponible al odio y la pasión que tenían por la sangre; y la del resto de fríos allí presentes, simplemente estaba vacía, ya que se trataban de cuerpos sin alma.

Estos últimos, realmente no estaban vivos, solo cumplían órdenes y copiaban las reacciones de su rey o príncipes. No se vestían, porque no sentían pudor - ni nada - hasta el punto que los hijos de Ageon normalizaron andar también desnudos y darle solo al rey o al futuro elegido para reinar, el honor de ir vestido.

Internarse en la mente de Hades, en cambio, era como entrar en un huracán capaz de llevarte consigo si no sabías a la perfección cómo salir. En el huracán, todo era oscuro y denso, y reinaba el odio, el orgullo, el rencor, el resentimiento... y ¿el dolor?

No pude evitar sorprenderme al comprender que Hades, al igual que la mayoría del resto de seres con alma, había sido capaz de amar. Sin embargo, eso había ocurrido mucho antes de mi creación, en otro tiempo y en otro universo, cuando los dioses eran adorados por los humanos en la Tierra.

Su mente me permitió ver imágenes de él con Perséfone. La diosa de la primavera se veía muy bella: lucía una melena larga y rizada del color de la miel, su piel era blanca, como porcelana, y sus ojos verdes como el prado en el que fue raptada. Sin embargo, no se veía una sola sonrisa en su rostro en ningún recuerdo de Hades, siempre estaba infeliz y eso le provocaba al dios un dolor angustioso. Pero su gran orgullo no le permitió dejarla marchar.

El dios del inframundo había amado, pero lo había hecho muy mal.

Y la gota que colmó el vaso fue cuando ella lo abandonó, y un sinfín de sentimientos arrasaron con él.

Puede que los dioses no fueran tan distintos a los humanos, al fin y al cabo. Parecía que lo único que buscaran en la vida fuera la calidez de otro que los llenara, como si no pudieran estar completos por si solos. Hades se había pasado la eternidad intentando completarse en vano.

Sin embargo, si en algún momento hubo espacio para el amor en la mente del dios, ahora estaba toda inundada de rencor y miedo.

Sus pensamientos eran veloces, pensaba mucho más rápido que un mortal, pero el tiempo disponible fue suficiente para poder esquivar el ataque que pretendía que cayera sobre mí. Una niebla oscura y densa empezó a salir de él, dispuesta a desintegrar mi cuerpo, pero con un simple movimiento de mi mano logré hacerla desaparecer incluso antes de que alcanzara el metro de distancia.

- ¿Qué has hecho Sophie? – preguntó Hades con cierto temor en la voz al comprobar que su ataque había resultado ser insignificante para mí.

- No... esa pregunta no debería ir dirigida a mí. ¿Qué has hecho tu? – espeté con rabia, deseosa de acabar con el dios, pero sabiendo que primero tenía que solucionar un gran malentendido.

Hades no tardó en entenderlo todo. Lo vi en sus ojos. Sabía que yo conocía la verdad y que ni la muerte ni el poder de ningún dios habían hecho que no recordara mi vida pasada y su regocijo cuando me robaron la inmortalidad y vagué por el infierno durante milenios.

- Mnemosina. ¿Has superado su prueba? – preguntó, aunque él mismo ya sabía la respuesta. Lo sentía en el ambiente y seguramente ya le habría llegado la noticia de forma telepática.

- La diosa Mnemosina me ha cedido la memoria del universo, poder y una vida eterna. – sentencié, y justo en el momento en que pronunciaba aquellas palabras, vi cómo el dios del inframundo se lanzaba desesperado a mi garganta con una espada de largo filo.

Solo mi muerte haría que la verdad no saliera a la luz.

Sin embargo, no se mata a una nueva diosa tan fácilmente.