—¿Behr? —croó, con el pecho agitado—. ¿Behr?
Behryn se estremeció y sus labios se movieron. Reth apenas captó el susurro de sus palabras, no más que un aliento sobre su lengua. —Malditos lobos.
Reth parpadeó. Una risa histérica burbujeó en su garganta, pero luego los ojos de Behryn se voltearon hacia atrás y Reth gruñó.
—¡Traigan a las sabias! ¡AHORA!
Uno de los guardias, Tobe, un Equino en sus treintas del que Behryn siempre había hablado muy bien, hizo señas a sus hermanos para que les cubrieran, y se agachó junto a ellos, tocando a Behryn con sumo cuidado y examinando el punto donde la flecha había perforado su espalda —alto y a la izquierda.
Reth quería rugir, pero su aliento todavía era poco profundo, aún intentando detenerse.
—Señor, ¿está herido? —preguntó Tobe—. La flecha… está profunda. ¿Le atravesó?
—No —cortó Reth—. Ayúdalo. Estoy bien. Lo único que me ha herido fue ser golpeado por un caballo.
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