Reth gimió sobre su pezón y ella jadeó de nuevo. Su respiración venía en ráfagas cortas que contenía en el pico de cada deslizamiento de sus dedos, sus caderas comenzaron a undularse al compás. Él podía decir que ella pretendía decir no, empujarlo, dejar que se unieran, pero cada nueva cima de la ola, cada nuevo golpe a su núcleo simplemente la enviaba jadeante al siguiente. Su aliento corría contra la piel de su estómago mientras él temblaba y dejaba caer su frente en su pecho.
Una de sus rodillas tembló y ella agarró sus hombros. —Reth, yo
—Te tengo, Elia, relájate. Déjate llevar. Te tengo —dijo él.
Con un escalofrío, se recostó en su mano, levantando una pierna para enroscarla alrededor de su cintura, su voz se quebraba con cada presión. Reth suplicaba al Creador que lo guiara—ella estaba casi allí... casi allí...
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