"¿Era entonces un monstruo, un error sobre la Tierra, un ser del que todos los hombres huían y a quienes todos los hombres rechazaban?"
Mary Shelley
El reloj movía sus agujas en el fondo, una fuerza central mientras Stefano y Alessio permanecieron en sus lugares, en silencio, por algunos segundos frente al despacho de Giovanni. Aún estaban guardando las apariencias respecto a los restos de la hostil discusión que habían mantenido en los pasillos que los llevaban directo hasta allí. No llegaron a un acuerdo, nunca iban a hacerlo.
Stefano se alejó de la pared cuando Giovanni apoyó sus codos sobre el escritorio, disponiéndose a dar a conocer su decisión al respecto.
— Bueno, simplemente debes seguir con el interrogatorio.— el hombre rebuscó entre sus cajones un mechero para prender su toscano.— Mis psicólogos no lograron sacarle una sola palabra, y si lo hicieron, no fue más que mierda. Y odia a todos mis policías, sales con suerte si no te convirtió en su próximo objetivo.
Hubo una broma macabra dirigida a Alessio, sin embargo, fue Stefano quien sintió un gusto amargo rondando en su boca. El policía simplemente torció el gesto con hastío, la diatriba que le había dedicado a su compañero minutos antes había enervado su mal humor. Sin embargo, aún tuvo energías para rebatir la decisión.
— No creo que sea una buena idea, señor Vespucio.— comentó Alessio, y siguió cuando Giovanni pareció querer abrir la boca, hizo silencio al compás de la sonrisa que pudo mostrar una sanguijuela a punto de obtener sangre de su nuevo huésped.— El perfil psicológico que nos proporcionaron establece claramente que las tendencias violentas de D'Angello están más predispuestas a los hombres, por lo tanto, permitir que Stefano la entreviste a solas no solo sería imprudente sino completamente negligente.
Stefano ni siquiera apreció su punto. Su mueca fue la encarnación del fastidio, le molestó que su razonamiento fuera tan convincente, él mismo era consciente de que ceder a sus pedidos era entrar en un juego donde las reglas habían sido impuestas por un criminal. Jamás se había encomendado a los requerimientos de ningún psicópata, pero ella fue distinta, fue la excepción a todas las reglas que pudiera elaborar a lo largo de su exitosa carrera.
Giovanni Vespucio se recostó en su silla acolchada de respaldo alto. Una víbora encabritando su golpe.
— Supuse que no podrían hacerlo.— su mirada fue directamente hacia Stefano.— Un soldado debe saber cuando luchar y cuando no para salir victorioso.
Él no pudo reprimir la mueca de cinismo que asomó en su rostro, ni siquiera se sintió insultado por sus insinuaciones, sino por considerarlo un hombre de pensamiento raso y tan fácil de manipular: se la daría, la satisfacción.
— Tiene poderosas conexiones, si seguimos aplazando la obtención de su confesión terminará encontrando la forma de salir, si es que no lo hicieron ya. Lo mejor será darle lo que quiere por ahora, hasta poder conseguir lo que necesitamos para avanzar con el juicio.
El hombre frente a ellos asintió con parsimonia mientras los miraba a ambos, les tocaría luego una larga charla con Leonzio. Alessio fue el primero en salir del edificio, la lluvia copiosa hizo que su cabello del color del fuego se volviera caoba. Su compañero parecía no entender que había sido ofrecido como el cordero que proveería la sangre para terminar con el pentagrama que por fin abriría las puertas del infierno para que ella entrara en tierras mundanas.
(***)
Stefano tecleó una vez más en su laptop. A un lado, una taza de café que se había enfriado hacia horas bajo el escrutinio indiferente de su dueño. Su bandeja de correo aún aparecía en su barra de tareas con una notificación sin revisar, Alessio le había enviado copias completas de los informes forenses atribuidos al caso del "l'angelo della morte". Fueron trece archivos perfectamente ordenados por fecha, no estaba evitándolos, al contrario, estaba ansioso por terminar con la investigación actual para poder dimensionar las atrocidades que ella había cometido con la meticulosidad de un artesano.
Sin embargo, movió su lápiz añadiendo más anotaciones: la identidad de sus benefactores, las influencias a las que ella estaba accediendo para salir de allí. No había noticias con su rostro, ni su identidad, todos los medios hablaron del ángel de la muerte como si fuera un hombre, e incluso omitieron el relevante detalle de que sus víctimas fueron todas masculinas. Al mismo tiempo que las noticias más amarillistas hablaron de un - y no una- asesino en serie, el famoso diario de la ciudad hizo un artículo acerca de una personalidad destacada. Sus dedos quedaron fijos sobre el teclado, sus ojos ambarinos le devolvieron la mirada a través de una fotografía granulada. Miraba a la cámara con el fantasma de una sonrisa, a su lado, el Ministro de Relaciones Públicas aceptaba de buena gana una copa de rossini que ella le ofrecía. Ella eclipsó, no solo su atención, sino el de todas las personas que estaban en la fotografía: todo giraba en torno a la acusada, un júbilo compartido. La nota la recordaba y destacaba como personaje ilustre, rescatando sus dones, enumerados junto a sus logros académicos, e incluso recogió testimonios de sus conocidos.
El artículo fue reciente, más no la foto que fue utilizada en el.
Stefano copió todos los links que creyó convenientes, enviándolos como respuesta a lo que el policía había compartido algunas horas antes con él.
Evitó aquellos informes que ya había visualizado en el camino hacia la cárcel, su lectura se detuvo en los nuevos, los desconocidos. No había diferencias, no pareció comportarse más demencial con uno u otro, fue aterradoramente perfeccionista con sus creaciones. Sin embargo, hubo un caso que en el que pareció menos entusiasta, cierta cuota de indiferencia, Stefano se preguntó por tal muestra de piedad frente a una única víctima : a él no le faltaron los ojos.
(***)
— ¿De dónde sacaste esta mierda?
Alessio ni siquiera levantó la mirada de su propia copia.
— Lo sé. Los enviaron desde la oficina de psiquiatría a cargo de Giovanni.— Alessio dobló los papeles por la mitad, tirándolas en el asiento trasero del coche.— Son las preguntas que quieren que hagas. Son las órdenes.
Los ojos diferentes del psicólogo criminalista vagaron brevemente en la segunda lista, fueron insultantemente ridículas, tan faltas de análisis, generadas sin un ápice de pensamiento crítico. Tal falta de consciencia profesional hizo dudar a Stefano de la complejidad del caso que le habían postulado cuasi preternatural. Estuvo por comentar algo acerca de la ridiculez de preguntar a una mujer, que no confiesa sus crímenes, la hora en que cometió los presuntos asesinatos, pero Alessio volvió a hablar.
— Por cierto, Fiorella será parte del cuerpo de seguridad de la acusada. Necesitaba mujeres en esto, lo entiendes.
Alessio pareció inmune a la disconformidad de su compañero. Fiorella era una vieja amiga de ambos, cuando aún estudiaban en la academia. Trabajaba en el mismo departamento que Alessio, pero aparecía regularmente por sus oficinas por asuntos que lo tuvieron siempre sin cuidado.
— Ella esperaba verte hoy.
— Es excelente que la pongas al servicio de una asesina en serie, muy inteligente de tu parte.— hubo un comentario nunca dicho, el caso omiso de la información que le había proporcionado.
El policía suspiró profundamente.
— Haces que sea tan difícil ser amable contigo.
La inquietante honestidad flotó entre ambos por algunos minutos antes de que ambos descendieran del coche. Alessio no volvió a dirigirle la palabra, encaminándose directamente hacia la oficina del personal de seguridad de la cárcel, los hombros y la frente en alto. Ni siquiera llevaba su traje correspondiente, parecía tan despistado ante los demás que Stefano comprendió el por qué de sus constantes asignaciones juntos: era demasiado competente en su terreno.
Siguió por su propio camino, sus pasos haciendo eco en el pasillo de cemento, desesperación, gemidos y gritos emanando por toda la sala. Afortunadamente, en esta área de la prisión las puertas eran pesadas, no se veían rejas, por lo que lo único que quedaba de los retenidos dentro eran los lamentos sensibleros que perseguían las pesadillas de sus cuidadores.
En lo que parecieron segundos estaba en la puerta de hierro, con dos policías haciendo guardia junto a ella. Lo único que lo recibió en el panorama fue su reflejo frente a la puerta, una simple camisa, saco y pantalones negros, contrastando con su piel blanca y combinando con su cabello eternamente desordenado. Sus ojos diferentes, siempre llamando la atención de los curiosos, lo observaron analizarse con burla ¿por qué estaba mirando su reflejo?
Sus nudillos se endurecieron al sostener el exiguo archivo de preguntas inútiles, el salvavida que muchos incompetentes utilizaron en el curso del océano tumultuoso en el que ella nadaba junto a los tiburones.
Los guardias abrieron la puerta.
D'Angello permaneció sentada donde había estado durante la última entrevista, solo que hora parecía más ansiosa. Se inclinó ligeramente hacia adelante en su silla, su cabeza se movió hacia un lado como una niña curiosa queriendo encontrar el sentido de un rompecabezas particularmente evasivo. Sin embargo, sus ojos permanecieron cerrados, como si quisiera recolectar información de él con el resto de sus sentidos. Y luego sonrió.
— Por favor, tome asiento, señor Cacciatore.— su lengua pecaminosa se curvó alrededor de su apellido.— Me alegro de que hayas aceptado mi oferta.
Todo su aire era diferente ahora, temiblemente acogedora. Como si simplemente estuviera llamando a un viejo amigo para tener una agradable charla mientras tomaba un té humeante. Como si sus manos no estuvieran atadas por una gruesa cadena, enrolladas alrededor de su cintura y ancladas firmemente a la mesa que separa al pecador del santo. La confianza rezumaba de ella como un fino perfume.
— Señorita D'Angello.— saludó Stefano, su voz sonó plana, cargada de un falso aburrimiento.
Ambos lo sabían. Pudo estar tan expectante como ella, pero fue capaz de ocultarlo fácilmente. Un lápiz afilado descansó encima de su libro de notas abierto, la lista de preguntas a un lado.
— ¿Podemos evitar las formalidades? — sus ataduras tintinearon mientras se movía, entrelazando sus delgados dedos bajo su barbilla.— Y por favor, llámame Arabela.
— Estaré en desacuerdo, Señorita D'Angello. Y espero que me disculpe si continúo con las formalidades.
Stefano terminó de acomodar el infame papelerío, finalmente encontrándose con su mirada penetrante. Un destello de ira, un destello de furia grabado en esa mirada estoica antes de que se apagara abruptamente.
— Entiendo.— se inclinó más hacia adelante en su silla, un ligero ruido hizo eco en toda la habitación.— Uno no querría parecer demasiado familiar con una mujer como yo.— la esquina de su boca se torció en una sonrisa, un depredador que oculta sus verdaderas intenciones bajo coloridas exhibiciones de tranquilidad casual.
Sus ojos ambarinos la hicieron ver cuasi demoníaca, parecía evaluar su peso tangible para comprender cuánto esfuerzo le llevaría arrastrarlo al infierno.
— No.— él le concedió la razón, observándola de cerca.— Ahora, señorita D'Angelo. Como sabe, me han enviado aquí en nombre de las autoridades judiciales italianas para hacerle algunas preguntas sobre su supuesta participación en los asesinatos de trece hombres.
Él guardó silencio, esperando que ella negara, renegara o refutara algo, una acción que normalmente realizaban los acusados. Ella lo miró con una sonrisa amable, incitándolo a continuar con un asentimiento de cabeza.
— ¿Supongo que le han leído sus derechos? — preguntó, con el ceño arqueado mientras revisaba su lista de preguntas.
— Sí.
— Y ha renunciado a su derecho a tener un abogado presente, ¿correcto?
— Sí, sí, sí, sí, todo correcto.— D'Angello agitó las manos, desinteresada en tales formalidades. Sus cadenas tintinearon.— Ahora, ¿Qué pregunta desea hacerme, señor Cacciatore? — continuó inclinándose hacia adelante, un destello de anticipación en esos ojos ambarinos.
Stefano sintió que podría estar encantándola, como una cobra hace con su presa, él se inclinó un poco hacia atrás y ella captó el movimiento haciendo coincidir su pulgada a pulgada, milímetro a milímetro. Sus ojos diferentes la observaron fijamente, con la certeza de haber intercambiado los roles en tan sólo segundos, o aceptando que la presa, posiblemente, siempre hubiera sido él.
— Me temo que son las preguntas que las autoridades tienen para usted, señorita D'Angello.
La muchacha entrecerró los ojos mirando la lista que él señalaba. Hizo crujir los nudillos, una campanilla rítmica resonó con cada división. Cualquier diversión alegre que había estado jugando a lo largo de las encantadoras líneas de su rostro se había desvanecido. Su expresión estaba en blanco, no había... nada. Ninguna emoción perceptible en su rostro. Este cambio repentino fue más discordante que la desconcertante familiaridad.
Stefano apreció su imagen, expectante a su próximo movimiento.
Espero que la lectura sea de su agrado, estaría enormemente agradecida de que dejaran su voto y un comentario de qué les parece el avance de la trama. Me serviría mucho para mejorar en el futuro.
¡Les envío un cariñoso saludo!