Oriana había caído en un sueño mientras estaba acurrucada en la comodidad de su cama. Su cuerpo, todavía en proceso de recuperación completa, exigía el descanso adicional, y era solo beneficioso para su bienestar. Arlan optó por no despertarla de su reposo pacífico, prefiriendo en cambio contemplar su semblante sereno.
Sus dedos jugaban distraídamente con los mechones sueltos de su pelo, cuyo único aroma almizclado se desprendía suavemente hacia sus fosas nasales. La sensación de sus suaves y sedosas hebras enrolladas alrededor de sus dedos le dejó maravillado por la exquisita textura de su pelo. Era un asombro que el pelo de alguien pudiera ser tan encantador.
Un recuerdo cruzó por su mente —el día que se cruzaron por primera vez en el bosque. Su largo cabello había sido la característica principal grabada en su memoria, esas lustrosas mechas rubio rojizas destellando en el brillante sol al bailar en el viento mientras ella huía de él.
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